lunes, 31 de enero de 2011

Más allá de la vida

La película de Clint Eastwood que lleva este nombre en castellano representa una interesante aproximación al tema de las comunicaciones entre el mundo espiritual o del más allá y el terrenal.

Para el Credo Occidental sólo hay un mundo, el que el filósofo John Searle afirma que conocemos suficientemente por medio de la física cuántica y la biología evolucionista. Lo que no cuadre dentro de los esquemas conceptuales de esas teorías no es para él otra cosa que superstición y charlatanería.

Resulta, sin embargo, que lo que hoy se denomina el fenómeno de las canalizaciones, vale decir, la mediumnidad, está tan documentado que es imposible negarlo.

Por supuesto que no es un fenómeno susceptible de examinarse de acuerdo con los rigurosos protocolos metodológicos de las ciencias naturales, pero ello no significa que no exista ni que sea del todo refractario a la observación científica. Digamos que es tan elusivo y ocasional como la captación de las partículas subatómicas, o la observación de las mutaciones genéticas, pero cuando se da ofrece datos que pueden contrastarse de distintas maneras.

No es el caso de ignorar que en esta materia abundan la superchería y la candidez, lo que ha dado lugar a toda una literatura sobre los fraudes espiritistas. Tampoco cabe olvidar que hay peligros asociados a las malas prácticas de juegos como la Ouija, ni que hay prejuicios muy fuertes en contra de estas investigaciones, procedentes no sólo de los medios científicos, sino también de las autoridades religiosas, la Biblia incluída.

Pero cuando se está en presencia de un médium auténtico, llaman la atención la identidad de los contactos que se ponen de manifiesto a través de él y la coherencia de los mensajes que transmite.

La identidad se refiere a que el médium sirve de contacto entre una entidad invisible y el sujeto que está en frente suyo. Ese otro que no se ve manifiesta cierto talante, se exhibe de determinada manera, es, en suma , alguien. Los escépticos dicen que se trata de alguna manifestación inconsciente del psiquismo del médium y el de su acompañante físico, dando así por sentado que el inconsciente es algo que se conoce cómo es, cómo funciona y cómo interactúa. Parece, sin embargo, más simple explicar el fenómeno por la presencia real de un tercero en la relación, sobre todo cuando se examinan las circunstancias en medio de las cuáles se producen los fenómenos.

La Iglesia, que no niega que éstos se produzcan, alerta sin embargo sobre las posibilidades de engaño, no de parte del médium, ni de autoengaño de su paciente, sino de la entidad misma, que puede ser lo que se llama un espíritu burlón, que los hay, e incluso uno maligno, que evidentemente también los hay.

Pero cuando las informaciones que por ese canal se brindan son de tal índole que únicamente los sujetos que hacen contacto a través del médium pueden conocerlas,  se refieren a circunstancias íntimas, o aluden a hechos que todavía no se han producido pero más tarde se llevan a efecto, resulta difícil atribuirlas a la imaginación del médium, la fantasía de su paciente o la coincidencia accidental.

Con el finado Humber Echavarría tuve hace años una serie de experiencias tan significativas que me es imposible poner en duda el hecho de que hay un más allá, así como el de la comunicación de los espíritus con nosotros los vivos.

Desafortunadamente, no tuve la precaución de grabar esas comunicaciones ni de tomar nota de ellas para futura memoria. Pero guardo muchas de ellas de manera muy vívida en mi memoria. Algunas son tan íntimas que no debo de hacerlas públicas. Otras se refieren a circunstancias del mundo espiritual que en otras oportunidades comentaré más en detalle.

Es importante anotar que en esas comunicaciones puede haber distorsiones y que los comunicantes no son omniscientes ni poseen dotes extraordinarias. Digamos que a menudo son más precisas las informaciones que suministran sobre su mundo que sobre el nuestro. Y la calidad de sus comunicaciones depende del grado de desarrollo espiritual que hayan adquirido.

miércoles, 26 de enero de 2011

El Credo Occidental

“The End of Materialism”, de Charles T. Tart,  critica a fondo la ideología dominante  en los medios dirigentes del mundo occidental.

En la página 28 resume los enunciados fundamentales de dicha ideología, presentándolos como una réplica al Credo de Nicea que recitamos los cristianos. Los presenta como haciendo parte de lo que denomina “The Western Creed”, y aquí los transcribo en versión libre.

Dice así:

“CREO – en el universo material- como la única y la única realidad- un universo controlado por leyes físicas inmutables- y por el ciego azar.

“AFIRMO - que el universo carece de creador- no tiene propósito objetivo – como tampoco significado o destino objetivos.

“MANTENGO – que todas las ideas sobre Dios o los dioses – seres iluminados – profetas o salvadores – o cualesquiera otros seres o fuerzas no físicos – constituyen supersticiones y falsedades –. La vida y la conciencia son totalmente idénticas a los procesos físicos – y surgen de interacciones casuales  de fuerzas físicas ciegas –. Como el resto de la vida – mi vida – y mi conciencia – carecen de propósito objetivo – sentido- o destino.

“CREO – que todos los juicios, valores y moralidades – trátese de los míos o de los ajenos – son subjetivos- proceden exclusivamente de determinantes biológicos – historia personal- y azar-. El libre albedrío es una ilusión-. Por consiguiente, los valores más racionales que orientan mi vida – deben basarse en el conocimiento según e l cual – lo que me place es bueno – y lo que me apena es malo.- Aquellos que me agradan o me ayudan a evitar penalidades – son mis amigos –; los que me producen dolor o me alejan del placer – son mis enemigos-. La racionalidad requiere  que amigos y enemigos – se utilicen de manera que se maximice mi placer – y se minimice mi dolor.

“AFIRMO – que las iglesias solo sirven para el control social –, que no hay pecados objetivos para cometer ni para perdonar –, que no hay retribución divina por los pecados – ni recompensa para la virtud-. La virtud para mí consiste en conseguir lo que quiero – sin dejarme sorprender ni castigar por los demás.

“MANTENGO – que la muerte del cuerpo – acarrea – la muerte de la mente. – No hay vida más allá – y toda esperanza al respecto es un sinsentido.”

Este Credo se compuso para recitarlo despacio, observando las pausas que marcan los guiones, de modo que los que lo hagan lo interioricen, se compenetren con él, desechen toda idea contraria y piensen que sus enunciados reflejan sus creencias básicas acerca de la vida y orientan su modo de obrar.

Se trata de un ejercicio que el autor lleva a cabo en  talleres académicos, a fin de registrar las reacciones de quienes en ellos participan.

Algo parecido hacía yo, aunque sin esa metodología y más bien un poco a la ligera, cuando a mis estudiantes de Filosofía del Derecho los invitaba a pensar si esos enunciados daban cuenta cabal de los esfuerzos que sus padres hacían por ellos, de los propósitos que los habían animado a seguir la carrera que estaban estudiando, o de una razonable ordenación de la sociedad y la vida política.

Según relata Tart, sólo unos pocos de los partícipes de esos ejercicios quedaban a gusto admitiendo la validez de estas declaraciones. La mayor parte experimentaba más bien desasosiego y hasta rechazo, así fuese intuitivo, frente a planteamientos que, de ser llevados a la práctica, resultarían destructivos de la vida personal y la armonía social

A menudo les sugería a mis discípulos que pensaran en lo que sería de ellos si sus padres y maestros los hubiesen educado o maleducado dentro de esos criterios. Y, por supuesto, les decía que pensaran si el ordenamiento jurídico podría fundarse sensatamente en los mismos.

Desafortunadamente, aunque no se lo exprese del modo descarnado que reza el texto de Tart, ese Credo Occidental está en el transfondo de la concepción de los derechos y los deberes que reina en los más elevados niveles de la administración de justicia. Es, además, la que se enseña en no pocas universidades, incluso católicas.

Habré de ocuparme más en detalle en otras oportunidades de la profunda crisis de identidad y, por supuesto, de valores, que aflige al Catolicismo. Yo, que he enseñado en un una universidad pontificia a  la que dediqué los mejores años de mi vida académica, puedo dar fe del desgano  con que en ella se da cuenta de un patrimonio doctrinal que, nos guste o no, está en la raíz de nuestra civilización.

Como anticipo de esta temática, invito a los lectores que se interesen en el tema a que consideren los escritos de Malacchi Martin acerca de la crisis de la Iglesia. Es posible que algunos de sus puntos de vista parezcan exagerados e incluso chocantes. Pero su mensaje es nítido: los católicos debemos releer el Evangelio para comparar nuestras actitudes y nuestros modos de obrar con lo que el  Libro Sagrado enseña. Entonces tendremos que sentirnos insatisfechos con nosotros mismos y con las estructuras que hemos creado o hemos recibido. Y no podemos perder de vista sin equivocar el camino que el sentido de esa enseñanza es la búsqueda de la santidad.

Leí hace poco la primera parte de las preciosísimas memorias de Raïssa Maritain, que llegó al Catolicismo por el ejemplo de los santos. Es lo mismo que plantea Claude Tresmontant en “La Enseñanza de Ieschua de Nazaret”, la cual a su juicio transmite una ciencia rigurosa: la de la plenitud del ser humano, vale decir, la de cómo alcanzar la perfección hacia la que nos llama el Padre Celestial.

El “Credo Occidental” ha hecho, sin embargo, su labor de zapa destruyendo la inquietud por el misterio y la veneración por lo sagrado, es decir, el sentido de la trascendencia. Su doctrina es la de una inmanencia pura y simple que destruye la esperanza, esa virtud que Péguy consideraba primordial, pues sin ella mal podría haber fe y caridad.

miércoles, 19 de enero de 2011

El Fin del Materialismo

Ignoro si “The End of Materialism”, de Charles T. Tart, Ph.D., cuenta ya con traducción castellana. La obra se publicó el año antepasado por New Harbinger Publications y Noetics Books en Oakland, CA. El subtítulo anuncia su propósito: “Cómo la evidencia de lo paranormal está uniendo a la ciencia y la espiritualidad”.

El autor es graduado de MIT y ha sido profesor en Berkeley. Es uno de los fundadores de la Psicología transpersonal y lleva más de medio siglo estudiando los fenómenos paranormales a la luz de la metodología científica. El libro recoge las conclusiones de prácticamente toda una larga vida de investigación sobre tan fascinantes y controvertidos asuntos.

A la luz de sus investigaciones, Tart señala tajantemente que la mente humana sobrepasa al cerebro. No es, como lo plantea el cientificismo, un epifenómeno producido por reacciones químicas e impulsos eléctricos que se dan en el interior del sistema neuronal, sino una entidad que interactúa con el mismo y a la que a falta de otra denominación más precisa cabe catalogarla como de orden espiritual.

Hay, a su juicio, cinco fenómenos que así lo acreditan de modo fehaciente: la telepatía, la clarividencia, la precognición, la telekinesis y la sanación a través de medios psíquicos.

Ninguno de ellos puede explicarse en función del concepto de energía física, como si fuesen resultado de la acción de objetos materiales sobre los sentidos. No se trata ahí de la percepción de datos sensoriales resultantes de la acción de la res extensa cartesiana, el fenómeno empírico kantiano o el hecho positivista, sino de auténticas operaciones espirituales que de modos ciertamente misteriosos todavía se manifiestan en el psiquismo de sujetos especialmente dotados de un sexto sentido.

La evidencia de estos fenómenos es apabullante y ya no es posible adjudicarlos a la imaginación, las coincidencias o la superchería. Como lo puso de presente Camilo Flammarion en su monumental obra  “La muerte y su misterio” (Aguilar, México, 1948), vivimos inmersos en un medio psíquico cuya investigación es la más apremiante de las tareas intelectuales que nos es dado emprender. Dice Flammarion que es el problema más grande , “el más complejo de todos, y está ligado, lo mismo a la constitución general del Universo, que a la del ser humano, microcosmos dentro del gran todo”(T. I, p. 7) .

Tart ayuda a desvelar el problema apoyándose en esos cinco hechos duros, firmes, irrefutables. Pero va más allá en la exploración de otros que, si bien no tienen la contundencia de aquéllos, ofrecen valiosos elementos de juicio acerca  del mundo espiritual y su modus operandi.

Esos por así decirlo “hechos blandos”, que Tart llama “maybes”, son: la postcognición, es decir,  la visión de hechos ocurridos en el pasado; las experiencias fuera del cuerpo (OBE u out of body experiences);  las experiencias de muerte cercana (NDE o near death experiences); las experiencias de comunicación post-mórtem (ADC o after death communication); y la reencarnación.

Los fenómenos de postcognición son afines a los de clarividencia y precognición. Muchos psíquicos o mentalistas tienen la aptitud de conocer el pasado de las personas  de una manera sorprendente, pero los escépticos aducen que es información que logran a través del inconsciente de los que se someten a su examen. Cabe observar que esta explicación es oscura a más no poder, como oscuro es el inconsciente y el concepto que de él tenemos. Pero con la clarividencia y la precognición no cabe invocar la acción del subconsciente ni de agentes físicos,  pues se trata del conocimiento de hechos presentes ignorados por los sujetos y de hechos futuros todavía no acaecidos.

Los fenómenos OBE y NDE son tema de copiosa documentación que sugiere con grandes posibilidades de certeza que la mente sale del cuerpo y capta realidades sin ayuda de los sentidos. Son célebres los trabajos que al respecto han publicado Elisabeth Kübler-Ross y Raymond Moody, pero sus críticos ensayan intentos de explicación en clave neurológica y psicoanalítica de los fenómenos comunicados por infinidad de pacientes que describen esas experiencias en términos análogos.

También los fenómenos ADC cuentan con abundante documentación y son objeto de debates tan acalorados como interminables. Pero cuando se ha tenido la experiencia directa de comunicación coherente y significativa con los difuntos, las discusiones ya dejan de versar sobre el fenómeno en sí mismo considerado y recaen más bien sobre la naturaleza de las entidades que se manifiestan a través de esas comunicaciones, que no son, como lo creen algunos, creaciones subconscientes de quienes en las mismas participan.

Víctor J.  Zamitt es un abogado norteamericano que cree firmemente en la supervivencia del alma y la comunicación del mundo espiritual con el terrenal. En el sitio http://www.victorzammit.com ofrece información periódica sobre experiencias de estas clases y, además, una muy nutrida colección de libros que se pueden descargar directamente  al computador. Él mismo ha escrito un texto sobre sus investigaciones y lo ofrece de modo gratuito a los que se interesen en el tema.

En fin, el tópico de la reencarnación es el que más dudas suscita. Sería, en los términos que vengo utilizando, el más blando de todos, amén del que más discusiones de índole religiosa acarrea. Pero hay quienes lo han abordado a través de la observación metódica de los hechos. Es el caso del Dr. Brian Weiss, que llegó a él a partir de su práctica psiquiátrica, o el del Dr. Ian Stevenson, que a lo largo de veinte años investigó en la Universidad de Virginia cerca de dos mil casos de reencarnación. En el libro de David Christie-Murray que lleva ese título, publicado en castellano por el Círculo de Lectores en Bogotá en 1991, dice el autor que son tan numerosos y significativos los casos que atestiguan el fenómeno, que ya no es razonable ponerlo en tela de juicio.

Volviendo a Tart, su libro en mención no sólo sugiere criterios sensatos para discernir entre la verdadera ciencia y su desfiguración por el cientificismo, sino que abre el camino para estudiar a la luz de aquélla los fenómenos espirituales, sobre bases más sólidas que las que ofrecen la pura especulación metafísica, las mitologías, las tradiciones y las creencias religiosas.

Por otra parte, entraña severas críticas a lo que denomina “the Western Creed”, vale decir, la creencia materialista que domina hoy en los círculos académicos y se proyecta al gran público a través de un torrente de publicaciones que pretenden convencer al hombre común y corriente  que él, en términos de Bertrand Russell, tan sólo “es el resultado de la acción de causas que no prevén los fines que realizan, y que su origen, su desarrollo, sus esperanzas y temores, sus amores y sus creencias, no son otra cosa que el producto de situaciones accidentales de átomos…” (cit. por Tart, p. 20).

Los interesados pueden obtener información acerca del autor en la página http://www.paradigm-sys.com/.

miércoles, 12 de enero de 2011

Lecturas de vacaciones

La temporada de vacaciones nos permite a los aficionados leer de corrido y, si se quiere, devorar libros que en otros momentos tal vez no tendríamos la serenidad o la paciencia de leer, sobre todo si son voluminosos. Es el momento de terminar lecturas empezadas o  postergadas.

Cada uno elige su paquete de libros, a menudo con grandes ambiciones y precarios resultados. El tiempo me ha enseñado que es preferible cargar unos pocos libros que será posible leer durante los días de asueto, y no llevar una cantidad excesiva que quede sin leer y lo deje a uno frustrado.

En estos días leí “Claves secretas del asesinato de Kennedy” (Huisman, Wilfried, Robinbook, Barcelona, 2010); “French Theory- Foucaulr, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos” (Melusina, Barcelona, 2005); “La audacia del poder” (Bermúdez, Jaime: Planeta, Bogotá, 2010); “Los funerales de Castro” (Botín, Vicente, Ariel, Barcelona,2009).

El libro de Huisman relata la investigación personal que efectuó el autor, un periodista alemán, acerca de las relaciones del asesino de Kennedy, Lee H. Oswald, con las autoridades cubanas. La tesis central se resume en algo que dijo el presidente Johnson a propósito del magnicidio: ”Kennedy quería liquidar a Castro, pero Castro fue más rápido”. El autor destaca que la obsesión por liquidar a Castro venía sobre todo de Robert Kennedy, pero éste no actuaba a espaldas de su hermano, que tenía un doble juego en sus relaciones con Cuba. Cuando Johnson y el poderoso director del FBI, Edgar Hoover, advirtieron que escudriñar la conexión cubana con el crimen de Dallas generaría una reacción de tal intensidad en el pueblo norteamericano que llevaría forzosamente a invadir a Cuba y precipitar una guerra nuclear con la URSS, prefirieron desviar la investigación y promover la hipótesis según la cual el asesino obró por su propia cuenta. Huisman va mostrando a lo largo del libro las debilidades de la encuesta que se llevó a cabo y, a partir de su búsqueda de los testigos claves del caso, llega a la conclusión que anota “The Daily Telegraph” al reseñar el libro:”La prueba definitiva de que Fidel Castro está detrás del más famoso asesinato del siglo XX”.

“French Theory” es un libro denso cuya lectura supone que se tenga algún conocimiento de las ideas de los postmodernistas franceses del siglo pasado. Su tesis central es que ese pensamiento, la teoría francesa, ha tenido poca influencia en su país de origen, donde hoy se lo considera pasado de moda; pero, en cambio, a partir de su adopción por los Departamentos de Literatura de las universidades norteamericanas, se ha apoderado de la vida intelectual de los Estados Unidos e influye decisivamente en la cultura contemporánea. Las ideas de ese grupo de pensadores se proyectan en el ensayo, la novela, la poesía, el teatro, el cine, la artes plásticas y la música, tanto la formal como la popular, como también, y sobre todo, en los programas académicos, el debate público, los movimientos políticos y la jurisprudencia. El autor ofrece un interesante análisis de las peculiaridades de la universidad norteamericana y sus relaciones con el entorno social, así como de la intelectualidad  de ese gran país y sus diferencias con la francesa. Es una obra llena de sugerencias que permite aproximarse con un buen bagaje a lo que representa sin lugar a dudas una revolución cultural, hasta ahora incruenta, cuyos beneficiarios son las comunidades marginadas, discriminadas y marginadas, sea por consideraciones étnicas, religiosas, sexuales o  de cualquier género.

“La audacia del poder” es el relato que hace un testigo presencial de varios acontecimientos significativos de la campaña que llevó a Álvaro Uribe Vélez a la Presidencia de Colombia en 2002, así como del primer período de su gobierno. Es un libro desapasionado, escrito con serenidad y ánimo objetivo.. Se lo lee a las volandas y proporciona importante información de primera mano acerca de las situaciones de que se ocupa, así como valiosas claves para entender la política colombiana: las dificultades para mantener el apoyo de los congresistas a unos  programas de gobierno, las contradicciones y deslealtades que se presentan en el interior de los equipos gubernamentales, la politización del poder judicial,  la cizaña que siembra la Gran Prensa, la vanidad de los ex mandatarios, los acontecimientos inesperados a los que debe hacerse frente, etc.

Vicente Botín fue corresponsal de la Televisión Española en Cuba entre enero de 2005 y octubre de 2008. Le tocó vivir la transición del gobierno de Fidel Castro al de su hermano Raúl. Dentro de la tónica de “La Hora Final de Castro”, que publicó hace años Andrés Openheimer,  el libro de Botín es un ajuste de cuentas con el régimen de “los diabólicos hermanos Castro”, como los llaman los cubanos de Miami. En alguna ocasión leí que la tradición de las dictaduras cubanas, como en general de las caribeñas y centroamericanas, es de cinismo y brutalidad. La Revolución Cubana no escapa a ese determinismo cultural, pero ofrece algo peor. Había prometido el oro y el moro; sin embargo, sus resultados no podrían haber sido más deprimentes. Recuerdo la anécdota de un amigo que conversaba con una visitante cubana acerca de las condiciones de estrechez en que transcurre el diario vivir de los cubanos. Mi amigo le decía que mirara los cordones de miseria de nuestra ciudad. Su interlocutora cerró el debate con esta observación: ”Acá hay miseria, pero ustedes tienen esperanza…”