jueves, 30 de junio de 2011

Mensajes

Las apariciones marianas vienen cargadas de mensajes.

Como observa el padre Laurentin, la forma y el contenido de los mismos vienen condicionados por la capacidad, la formación y otros aspectos subjetivos de los receptores. Pero en ellos hay, por una parte, enunciados coherentes y, por la otra, reiteraciones preocupantes.

Las autoridades eclesiásticas se esmeran en examinar la concordancia de los mensajes con la doctrina establecida. Cuando encuentran que no hay congruencia entre ambas, simplemente desestiman las apariciones por considerarlas como obra demoníaca o fruto de la fantasía de los videntes.

Dentro de la lógica de la Iglesia, vienen primero la Revelación y las definiciones dogmáticas. Los mensajes de las apariciones se considera que son revelaciones particulares  que no obligan a creerse, lo cual no significa que carezcan de importancia para los creyentes. De hecho, muchos nos guiamos por ellas, sobre todo cuando cuando se las repite una y otra vez.

Muy a menudo, en las apariciones se encarecen estas tres acciones que encabezaré con letras mayúsculas: Arrepentimiento, Reparación, Oración.

Son pedidos que buscan que los pecadores reconozcamos nuestras culpas, hagamos penitencia y, sobre todo, oremos por nosotros mismos y por la humanidad. La oración que se recomienda más especialmente  es el Santo Rosario, que Nuestra Señora declara que es el arma más eficaz contra las acechanzas del Maligno.

Las apariciones de los últimos tiempos vienen acompañadas de advertencias sobre lo que podría sucederle a la humanidad si persiste en alejarse de Dios y desoír sus mandamientos.

Los mensajes de Garabandal y Medjugorje son muy fuertes, pero no haré mención de ellos, por cuanto la Iglesia todavía no ha emitido juicio sobre el carácter sobrenatural de estas apariciones.

Me limitaré a dos: Fátima y Akita.

Las revelaciones de Fátima no pueden tomarse a la ligera, pues vienen avaladas por el Milagro del Sol y los anuncios de hechos que luego se cumplieron, tales como la Segunda Guerra Mundial y la aurora que la precedió, y la Revolución Bolchevique en Rusia con su secuela de errores y perturbaciones.

En dichas revelaciones hay que considerar, ante todo, la visión del Infierno, que aterrorizó a los tres pastorcitos. Sólo pudo tranquilizarlos la promesa de Nuestra Señora de que sus almas se salvarían. Hay una foto impresionante que muestra el pánico que los embargó después de esa pavorosa visión.

Además, el mensaje de Fátima manifiesta visos apocalípticos relacionados con las severas pruebas a que se verá sometida la humanidad si persiste en sus desvaríos.

La hermana Lucía redactó lo que ha dado en llamarse el Tercer Secreto de Fátima en una comunicación que quedó en poder del Papa con instrucciones de darla a conocer después de la muerte de ella o en 1960, lo que sucediera primero. Juan XXIII se negó a publicarlo y lo mismo decidieron sus sucesores, hasta que Juan Pablo II divulgó en 2000 una versión del mismo que ha suscitado no pocas discusiones.

Esas discusiones tienen que ver con su contenido, que a muchos les ha parecido fútil y poco digno de las expectativas que se habían creado en torno suyo. Además, lo que es más significativo, lo que se publicó no coincide con lo que el propio Juan Pablo II y el entonces cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, así como otros jerarcas católicos, habían insinuado acerca de la gravedad del mensaje y su importancia para todo el mundo.

Juan Pablo II, en 1980, contestó a las preguntas de periodistas acerca de por qué no se había revelado el secreto:

"Dada la gravedad del contenido, para no provocar a la potencia mundial del comunismo a tomar ciertas determinaciones, mis predecesores en el oficio de Pedro, han preferido aplazar su publicación...muchos quieren saber solo por curiosidad y por gusto sensacionalista, pero olvidan que el saber conlleva una responsabilidad....Aquí esta el remedio contra este mal: REZAD y confiad todo lo demás a la Madre de Dios.”

En cuanto a Ratzinger, en entrevista con Vittorio Messori que se publicó en 1985, dijo que desde Fátima “se lanzó al mundo una severa advertencia, que va en contra de la facilonería imperante; una llamada a la seriedad de la vida, de la historia, ante los peligros que se ciernen sobre la humanidad. Es lo mismo que Jesús recuerda con harta frecuencia; no tuvo reparo en decir: "Si no os convertís, todos pereceréis" (Lc 13,3). La conversión -y Fátima nos lo recuerda sin ambages- es una exigencia constante de la vida cristiana. Deberíamos saberlo por la Escritura entera».

Lo que se publicó del mensaje tiene que ver, ante todo, con la Iglesia y especialmente con el Papa. De modo indirecto, alude a guerra y destrucción que podrían afectar al género humano, pero es un texto que parece más dirigido a los católicos  que a todos los pueblos.

Se ha especulado acerca de que el mensaje auténtico habla de la apostasía de la Iglesia, pero en 2007 el cardenal Bertone reafirmó que la totalidad del tercer secreto de Fátima había sido ya revelada y negó enérgicamente que existiese, como algunos han afirmado, un cuarto secreto en donde se hablara de tal apostasía.

No creo que estas declaraciones pongan término a la discusión, pero, la verdad sea dicha, tampoco creo que lleguemos a saber algún día si lo que se publicó en 2002 fue la totalidad del secreto o apenas parte del mismo.

Para fines prácticos, conviene mejor centrarse en el último mensaje que recibió la vidente de Akita el 13 de octubre de 1973, que en lo que nos interesa dice:

“Mi querida hija, escucha bien lo que tengo que decirte. Tú informarás a tu superior.”

“Como te dije, si los hombres no se arrepienten y se mejoran, el Padre infligirá un terrible castigo a toda la humanidad. Será un castigo mayor que el diluvio, tal como nunca se ha visto antes. Fuego caerá del cielo y eliminará a gran parte de la humanidad, tanto a los buenos como a los malos, sin hacer excepción de sacerdotes ni fieles. Los sobrevivientes se encontrarán tan desolados que envidiarán a los muertos. Las únicas armas que les quedarán serán el rosario y la señal dejada por mi Hijo. Cada día recita las oraciones del rosario. Con el rosario, reza por el Papa, los obispos y los sacerdotes”.

“La obra del demonio infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán despreciados y encontrarán oposición de sus compañeros…iglesias y altares saqueados; la Iglesia estará llena de aquellos que aceptan componendas y el demonio presionará a muchos sacerdotes y almas consagradas a dejar el servicio del Señor.”

“El demonio será especialmente implacable contra las almas consagradas a Dios. Pensar en la pérdida de tantas almas es la causa de mi tristeza. Si los pecados aumentan en número y gravedad, no habrá ya perdón para ellos.”

Las manifestaciones de Akita no son asunto de leyenda. Ocurrieron hace pocos lustros y, como dije en escrito anterior, la televisión japonesa registró en vivo y en directo, como dice la jerga de los comunicadores, el llanto que vertía la estatua de la Santísima Virgen. Los escépticos bien habrían podido desmentir o arrojar mantos de duda sobre estos hechos, pero, hasta el momento, han guardado silencio.

Más adelante mostraré cómo, en efecto, el demonio ha infiltrado la Iglesia.

viernes, 24 de junio de 2011

Apariciones

Otro de los grandes temas de debate entre el Catolicismo y el pensamiento moderno tiene que ver con las apariciones celestiales, sobre todo las de la Santísima Virgen María.

Aquí también los escépticos hablan de superstición, superchería, alucinaciones, sugestión colectiva, etc., sin detenerse a considerar, como lo impone el espíritu científico, los hechos mondos y lirondos.

Precisamente en razón de estas objeciones, las autoridades eclesiásticas han sido muy cautelosas para investigar y otorgar sanción canónica a estos hechos, por lo cual las apariciones reconocidas por la Iglesia constituyen una mínima proporción de las muchas que se han reportado.

Las modalidades de las apariciones son de varias clases. Las hay privadas, unas visuales, otras auditivas y otras más a modo de voces interiores o a través del sueño. Pero muchas trascienden al público y dejan huella, como las que se plasman en pinturas, se manifiestan en imágenes que lloran o se presentan a través de  videntes que pueden ser observados por el público y hasta examinados por especialistas.

Al respecto, bien vale la pena traer a colación el importante libro de Yves Chiron, “Enquête sur les apparitions de la Vierge”(Le Grand Livre du Mois, Paris, 1995), o el “Diccionario de las Apariciones de la Virgen María”, del padre René Laurentin, considerado como la más importante autoridad en el tema hoy por hoy.

En este libro, el padre Laurentin se ocupa de 2.400 apariciones, con el ánimo de explorar lo que él considera  “el tema menos estudiado científicamente, el más ocultado y el más controvertido”.

Los interesados pueden encontrar en Google documentación sobre el padre Laurentin y su obra.

Por ejemplo, a través del siguiente enlace se tiene acceso a su libro acerca de “Las Apariciones Actuales de la Virgen María”, publicado inicialmente por Fayard en París y traducido por RIALP al castellano en 1989: http://www.mariologia.org/reflexioneslibros09.pdf

Pues bien, el tema que me ocupa es el las apariciones recientes, que se han multiplicado de manera impresionante.

El común de la gente recuerda las de Guadalupe en 1524, La Salette en 1846, Lourdes en 1858 o Fátima en 1917, por ejemplo.

Pero son menos conocidas las de los últimos años, como BETANIA, en Cua (Venezuela), 1976-1984; CUAPA (Nicaragua), 8 de mayo-13 de octubre de 1980-90; TERRA. BLANCA (México); SAN NICOLÁS (Argentina), desde 1983; KIBÉHO (Rwanda), 1981-1983; ZEITOUN (1968) y SHOUBRA (1986) en El Cairo(Egipto); DAMASCO (Siria) desde 1982; MEDJUGORJE (Bosnia), desde el 24 de junio de1981; EL ESCORIAL (España), desde 1980; OLIVETO CITRA, desde el 24 de mayo de 1985; AKITA (Japón), 1973-1981 o NAJU (Corea), en curso desde el 30 de junio de 1985, de acuerdo con el listado que ofrece el padre Laurentin y que no es exhaustivo.

Las apariciones son similares a los fenómenos de mediumnidad, pero ofrecen peculiaridades propias. Por una parte, no obedecen a eventos de invocación de espíritus, como sucede en las sesiones espiritistas o espíritas. Además, la videncia se limita en ellas a la manifestación sagrada, cuando ésta decide patentizarse. Los videntes no gozan, pues, del poder que tienen muchos médiums para ver y oír normalmente a los desencarnados e incluso entrar en trance para que éstos se expresen a través de sus órganos de fonación.

Dicho de otro modo, el vidente no es de suyo un médium. Sólo actúa como tal excepcionalmente, aunque puede haber, sin embargo, médiums beneficiados por las apariciones sagradas.

Éstas, en rigor, son una gracia, lo cual no significa que entrañen algo delicioso, pues con ellas pueden ir de la mano visiones terribles, como la del Infierno que presenciaron los pastorcitos de Fátima, o pruebas lacerantes, como los estigmas o la enfermedad.

Es frecuente, además, que vengan acompañadas de eventos milagrosos, como el del Sol en Fátima el 13 de octubre de 1917, o la imagen llorosa en Akita, hecho que transmitió la televisión japonesa.

Ya he citado en otra oportunidad a Ricardo Castañón Gómez Ph.D. y sus estudios sobre hostias consagradas que, al ser objeto de examen, muestran tejidos humanos y sangre coagulada, o acerca de imágenes que lloran y derraman sangre. Acá me interesa señalar que el Dr. Castañón ha estudiado desde el punto de vista psiconeurológico el fenómeno de la videncia, con resultados sorprendentes.

Anoto que es fácil consultar acerca de él en Google. Su libro “Más allá de la razón”, en cambio, es escaso y sólo pude obtenerlo en fotocopia gracias a mi apreciado amigo el ex ministro Andrés Uriel Gallego.

Es importante distinguir, por una parte, entre la alucinación y la aparición, asunto que se discierne de acuerdo con las circunstancias del caso y es por ello que en las investigaciones que hace la Iglesia intervienen médicos, psiquiatras, etc. y se hace un examen exhaustivo de los videntes, sus historiales  y sus dichos. Por otra parte, hay que diferenciar la auténtica manifestación celestial y las manifestaciones de espíritus de otra índole, a menudo malignos. También aquí las circunstancias marcan la tónica y suele ser la calidad de  los mensajes lo que suministra el principal criterio a seguir para establecer la índole de la aparición.

Las reticencias de las autoridades eclesiásticas  en torno de las apariciones se explican en buena medida por la prudencia. Pero en otras ocasiones en su contra  militan prejuicios e incluso tendencias teológicas, cuando no de carácter político. Hay un Catolicismo liberal de inclinación racionalista y, de hecho, protestante, que le resta importancia al fenómeno y hasta lo rechaza.

Así ha sucedido, por ejemplo, con el caso de las apariciones de Medjugorje.

Hay abundante literatura al respecto y los testimonios son apabullantes. Es un lugar en que los visitantes, que ya son más de treinta millones, dicen experimentar la presencia de lo sagrado. Además, las apariciones siguen presentándose y los peregrinos pueden observar los cambios que se producen en los videntes al momento de experimentar sus visiones y recibir los mensajes. En youtube se encuentra  buena información sobre estos fenómenos.

Wayne Weible era protestante. En su precioso libro que lleva por título “Medjugorje-The Message”(Paraclete Press, Brewster, Massachusetts, 1989), del que no conozco traducción castellana, escrito antes de su conversión al Catolicismo, describe un intenso y maravilloso itinerario espiritual que, según he leído, lo ha llevado más de cien veces a visitar la pequeña aldea de Bosnia en donde la Santísima Virgen viene apareciéndose desde 1981.

No obstante la riqueza de tesoros espirituales que ofrecen las apariciones de Medjugorje, las autoridades eclesiásticas se han negado a reconocerlas oficialmente. Me atrevo a pensar que es por obra de la masonería que anida en el interior del Vaticano, tema escabroso como el que más y del que en otra ocasión, Deo volente, habré de ocuparme.

Igual sucede con las apariciones de Garabandal, en España, hace ya medio siglo, que fueron avaladas por el hoy Santo Padre Pío de Pietrelcina, pero todavía están a la espera del reconocimiento canónico.

En cambio, las de Akita, en Japón, sí fueron reconocidas como auténticas por la Iglesia. En realidad, era imposible negar el fenómeno del llanto de la estatuilla de madera que representa a la Santísima Virgen y que, como digo, lo acreditaron las cámaras de la televisión japonesa.

Lo interesante de estas apariciones y muchas otras más son los mensajes que se han transmitido a través de ellas. En otro artículo me referiré al asunto, que desde ya anticipo que es de extrema gravedad y no debe de tomárselo a la ligera.

viernes, 17 de junio de 2011

Milagros

Una de las cuestiones disputadas entre el Catolicismo y el pensamiento moderno es la de los milagros.

Éstos juegan un papel fundamental en la creencia católica. Los milagros prueban, en efecto, la Divinidad de Cristo, su acción sobre el mundo, la acción intercesora de la Virgen María y de los bienaventurados, y la santidad de la Iglesia, que está por encima de los pecados d sus ministros.

Los críticos del Catolicismo se esmeran, por consiguiente, en demeritar los milagros. Tratan de mostrar que son fruto de la superstición, la ignorancia y la candidez de la gente. Sugieren que los que relata el Evangelio son mitológicos y los que se mencionan hasta en los tiempos que corren son ilusorios,fraudulentos o aparentes.

Éstos últimos podrían explicarse a partir de conceptos e hipótesis de la Ciencia y sólo por ignorancia se considera que pueden ser excepcionales. En último término, se cree que si bien la Ciencia todavía no puede explicarlos, algún día sin duda alguna lo hará.

No obstante, los milagros ahí están para quien quiera verlos, estudiarlos e intentar encontrarles explicación científica.

El registro de hechos milagrosos es apabullante y sólo una mente cerrada hasta el extremo de la ignorancia invencible o la mala fe puede decir que todos ellos son imposturas, alucinaciones o fenómenos que pueden, con alguna dificultad, encasillarse dentro de lo que normalmente sucede.

Esos hechos son de varia índole.

Frecuentemente la idea del milagro viene a la mente cuando se habla de curaciones que no pueden explicarse en términos médicos. Son los milagros que precisamente utiliza la Iglesia en las causas de beatificación y canonización, como sucedió hace poco con la curación de una monja que sufría mal de Parkinson y que se atribuyó al ruego que la misma y sus compañeras le hicieron al hoy beato Juan Pablo II. Son igualmente los milagros que han hecho famoso a Lourdes y otros sitios de peregrinación.

Traigo a colación un comentario que hace Claude Tresmontant en su precioso libro sobre las enseñanzas de Ieschua de Nazareth, en el sentido de que toda su acción milagrosa es regenerativa. El Señor hace ver a un ciego, le devuelve el oído a un sordo, hace que un paralítico camine, pero no hace retoñar una pierna, un brazo o un órgano perdido. Da a entender de ese modo que el milagro se sirve de la naturaleza, pero no la niega. Actúa sobre ella.

Se habla menos de los milagros morales, que no son menos convincentes. Tal es el caso de los que cambian su carácter, sus malos hábitos, sus tendencias destructivas, su vida de pecado, etc., de modo súbito o inesperado, como nos ha sucedido a muchísimos que hemos sido víctimas de adicciones, en mi caso la del alcohol, y nos hemos recuperado de modo que no tenemos otra explicación para ofrecer que por la gracia de Dios.

Los fenómenos de conversión religiosa tienen algo o mucho de milagroso. Como le manifesté hoy en la mañana a un amigo, en realidad la fe es un milagro. Y esos fenómenos son muy variados: la conversión súbita, el proceso lento y meditado de acercamiento al Señor, la vía traumática y atormentada de búsqueda de sentido. Tal es el caso de los esposos Maritain o el de los también esposos Peter y Cristina van der Meer.

De Peter van der Meer estoy leyendo ahora, gracias a un generoso préstamo de mi amigo José Alvear Sanín, “Nostalgia de Dios”, que es una obra verdaderamente conmovedora.

Esfuércense los psicoanalistas, los psicólogos conductistas, los neurocientíficos y demás estudiosos del cerebro, la mente y el comportamiento humano, en explicar en términos de sus respectivas especialidades estos fenómenos y los escucharemos diciendo banalidades o exponiendo teorías traídas de los cabellos en procura de demeritarlos y de retorcerlos para tratar de encasillarlos dentro de sus respectivas categorías.

El descorrimiento del velo que nos permite ver lo que antes no veíamos se resiste a todas sus teorías. Quien lo haya experimentado sabe cuál es su origen, entiende sin mucho razonamiento que es gracia que le viene de lo Alto.

Hay otros milagros  que se dan más allá del cuerpo o la mente individuales. Son milagros colectivos, que están a la vista de grupos de personas e incluso de multitudes.

Me refiero, en primer lugar, a los milagros eucarísticos y los de las imágenes que derraman lágrimas e incluso sangre, así como exudan sustancias con fuerte olor a rosas o jazmines.

En “Más allá de la razón”, Ricardo Castañón Gómez Ph.D. se ocupa de ambos tipos de milagros. El Dr. Castañón, que hizo estudios de neuropsicología en Italia y Alemania, se vio forzado a abandonar su materialismo y consiguiente ateísmo cuando, en razón de su especialidad profesional, fue llamado a estudiar el caso de una hostia consagrada que en el análisis de laboratorio mostró trozos de sangre y tejidos humanos.

La historia es fascinante y quien quiera acercarse a ella puede buscar en internet la página del Dr. Castañón.

Yo mismo he presenciado en tres ocasiones cómo de una  humilde estatuilla de la Virgen de la Rosa Mística mana un aceite con fragancia de rosas que llena todo el espacio circundante. Aunque no me consta por percepción directa, sé  por fotografías y lo que dicen  testigos confiables que también llora lágrimas y sangre.

Una hija de mi gran amigo Rafael Uribe Uribe estuvo en Malta y presenció el mismo fenómeno, del cual tomó fotografías que tengo en mi poder gracias a la gentileza de aquél.

¿Por qué sangran las imágenes de la Santísima Virgen?

Una vidente que vive en Cali lo dijo acá hace dos o tres semanas: por el horrendo crimen del aborto.

Hay, en fin, milagros cósmicos, como el del Sol, que se produjo en Fátima el 13 de octubre de 1917, o la aurora que inexplicablemente se presentó en Europa a fines de enero de 1938 y que fue el augurio anunciado  por la Santísima Virgen a Lucía sobre la iniciación de la Segunda Guerra Mundial.

Después de haber estudiado el Milagro del Sol, a mí no me queda duda alguna de la manifestación de la Santísima Virgen en Fátima. Mejor dicho, no puedo dudar de la existencia de Dios ni de la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Por consiguiente, puedo afirmar que creo en la Iglesia, que es una, santa, católica, apostólica y romana, no porque me lo enseñaron con el Catecismo Astete, sino porque un cúmulo de hechos tozudos me ha llevado a esa convicción.

Hace poco recordé en Twitter un consejo de Renán: para hablar de la religión, primero hay que conocerla. Se los regalo a los escribidores que a troche y moche destilan veneno contra la Iglesia, sobre todo en los medios capitalinos.

jueves, 9 de junio de 2011

Los argumentos en favor del aborto

Mientras que en Estados Unidos el debate sobre el aborto continúa vigente, a pesar del tristemente célebre fallo de 1973 en el asunto Roe vs. Wade, nuestra opinión pública se tragó sin más el enorme y venenoso sapo de la sentencia de la Corte Constitucional que, palabra más palabra menos, siguió los lineamientos de la decisión de la Corte Suprema norteamericana.

La vigorosa actuación de los grupos Pro-Vida en Estados Unidos ha logrado que la opinión mayoritaria antes favorable al aborto esté virando en contra suya. Así  lo indican encuestas recientemente publicadas y las iniciativas que se están discutiendo en diferentes legislaturas estaduales con miras a restringir su práctica y someterla a condicionamientos de varia índole.

Los interesados en el tema pueden obtener mayor información en el siguiente sitio: http://www.abort73.com/abortion/

A vuelo de pájaro, pasaré revista a los argumentos que suelen esgrimirse en favor de una práctica que no vacilo en considerar, junto con el inolvidable Raymond Aron, como destructiva de la civilización.

Alguno me tildó casi como un troglodita porque me atreví a escribir hace poco que el aborto es un crimen horrendo. Pues bien, recuerdo a propósito de ello que hace años obtuve el título de “godo honorario” porque, a raíz del primer centenario de la creación del Partido Conservador Colombiano, pregunté por la esencia del conservatismo, respondiendo ipso facto que es nada menos que la defensa de la civilización.

La generalización del aborto no es una conquista de la civilización, como lo pretenden sus defensores, sino un gravísimo retroceso de la misma, no sólo por sus efectos demográficos, que ya se están viendo con alarma, sino porque entraña legitimar un lamentable menosprecio de la vida humana, llevar el individualismo hasta su peor extremo, y, paradójicamente, abrir las puertas a las también peores consecuencias del  totalitarismo, tal como se observa hoy en China.

La argumentación abortista se mueve en tres planos, básicamente: a) el derecho de la mujer a decidir libremente sobre su opción de ser madre o no; b) la compasión que debe tenerse hacia la mujer que no desea o no puede continuar un embarazo; c) las consideraciones sociales acerca del aborto como problema de salud pública, como medio de control demográfico y como medida eugenésica.

El argumento más socorrido por las feministas y , en general, los que hoy se llaman liberales, es el primero.

Según dijo el mencionado fallo Roe vs. Wade, la decisión de continuar un embarazo o suspenderlo (eufemismo que se utiliza para referirse a la eliminación del embrión o del feto), es de carácter moral y concierne sólo a la mujer decidir sobre ello en ejercicio de su derecho a la intimidad, de su libertad de conciencia y de su libre elección. De ahí lo de Pro-Choice.

Se ha observado que los fundamentos jurídicos y filosóficos de esta argumentación son endebles a más no poder, pues  implican una interpretación abusiva de los textos constitucionales relativos a la intimidad y la libertad personal, así como un relativismo moral extremo.

No me extenderé por ahora en la crítica de esta postura que mucho dista de ser filosófica, pues en otra oportunidad escribiré algo al respecto. Pero, a guisa de entremés, sugiero a mis lectores que lean con cuidado el escrito de una de las más importantes pensadoras norteamericanas del siglo pasado, Elisabeth Anscombe, sobre el moderno pensamiento moral.  Pulsen en este enlace: http://www.philosophy.uncc.edu/mleldrid/cmt/mmp.html

Esta argumentación involucra asuntos de extrema gravedad, como los concernientes al momento en que comienza una nueva vida humana, tema que el sesgado fallo en mención dejó ex profeso sin considerar, la naturaleza del embrión y del feto, su condición jurídica, etc.

Suele considerarse que son parte del cuerpo de la madre y, por consiguiente, ésta puede disponer libremente. Y no faltan los extremistas que afirman que ahí estamos en presencia de un puñado de células. Más adelante diré algo sobre el particular.

La segunda línea argumentativa prefiere apoyarse en la conmiseración que merece la mujer que sufre por la presencia de un embarazo inesperado e indeseado que podría afectar severamente su calidad de vida. Se dice, entonces, que hay que respetar su dignidad y no obligarla a soportar un evento que le causa dolor, tanto físico como moral. En aras de que no sufra, hay que permitirle que aborte e incluso se le deben facilitar los procedimientos respectivos.

Esta argumentación se aparta de la rudeza de la primera y obra más bien sobre el sentimiento que sobre la fría razón.

Por ejemplo, hace poco le pregunté a uno de ms corresponsales de Twitter qué entiende por dignidad de la persona humana, a lo que ni corto ni perezoso respondió que, por lo menos, respetar la particularidad de cada individuo. Le dije, entonces, que ese respeto por la particularidad empieza por el del ADN, que es lo que identifica a cada individuo de la especie humana, y por consiguiente entraña la protección del embrión, pues una vez producida la fecundación ya hay un  nuevo ADN. No le gustó la observación y trató de acorralarme diciendo que no entendía como yo, siendo creyente, me mostraba tan insensible respecto del sufrimiento de la mujer. Me espetó, además, un trino de Juan XXIII sobre la caridad.

Hace poco vi una versión más elaborada del argumento en uno de los múltiples sitios a que me llevan las navegaciones por la red. Alguien decía ahí que experimentaba mucha conmiseración por el embarazo precoz de las adolescentes y el indeseado de muchas mujeres, pero ninguna por embriones y fetos que, agrego yo, ni se ven ni sienten, o si sienten, no se dan cuenta de ello.

Los videos de operaciones practicadas en fetos y, sobre todo, los de abortos, muestran que a partir de cierto estado de desarrollo, al parecer más temprano que lo que se cree, el feto sí experimenta severo dolor físico. Y, si como lo predican los amigos de los animales, hay que prohibir corridas de toros, espectáculos circenses, riñas de gallos y otros eventos en que aquéllos padecen dolor, con la misma lógica habría que apiadarse del feto, que no sólo es un ser vivo, sino un ser humano con su ADN completo.

A mi amigo ecologista le recuerdo, además, que si los de su movimiento luchan por la preservación de las especies y lo hacen con denuedo para proteger crías o huevos de las que estiman que deben conservarse, también parece razonable esforzarse por una especie en vía de extinción en los países desarrollados, como lo son los niños.

Por lo menos en cierto grado de avance del embarazo, el argumento contrasta dolor contra dolor, el de la madre versus el del feto, para concluir que merece más conmiseración el primero que el segundo. Pero muchos de quienes han visto los videos se aterrorizan y tienden entonces a inclinarse en favor del no nacido. Ese es precisamente uno de los motivos que están inclinando a los norteamericanos a considerar que el aborto es censurable desde el punto de vista moral.

Dejaré este tema apenas en pañales, pues creo que los límites de la conmiseración es algo de más hondo calado y amerita tratamiento riguroso.

Por supuesto que  nuestros sentimientos morales suelen ser la base psicológica de nuestros enunciados también morales. Pero, como lo observa Martha Nusbaum en su “Justicia Poética”, el razonamiento moral va más allá y puede tanto corroborar lo que la emotividad avala, como corregirlo y hasta contrariarlo.

Desde el punto de vista racional, lo que está en juego es si a partir de la concepción presenciamos el comienzo de una nueva vida humana o no.

Por lo que he leído, el asunto no admite ya discusión en términos rigurosamente científicos, dado que en ese momento hay un nuevo ADN y las células forman un ser diferente de la madre, aunque depende de ella para desarrollarse.

Transcribo en seguida un pasaje de la conferencia que dio Sir Albert Lilley, el llamado “Padre de la Fetología”, con el título de “The Termination of Pregnancy or the Extermination of  the Fetus?”:

Physiologically, we must accept that the conceptus is, in a very large measure, in charge of the pregnancy.... Biologically, at no stage can we subscribe to the view that the fetus is a mere appendage of the mother.... It is the embryo who stops his mother's periods and makes her womb habitable by developing a placenta and a protective capsule of fluid for himself. He regulates his own amniotic fluid volume and although women speak of their waters breaking or their membranes rupturing, these structures belong to the fetus. And finally, it is the fetus, not the mother, who decides when labor should be initiated. Vid:http://www.abort73.com/abortion/mothers_body/

 

Es claro que si estamos ante un ser vivo diferente de la madre, entonces la cuestión se desplaza hacia otro plano:¿Cuál es el valor de ese ser vivo?

Pero también en el tema de valores o axiológico habré de suspender por ahora el juicio, señalando, sin embargo, que el fundamento de la llamada dignidad de la vida humana no es tan simple como la retórica liberal que está de moda lo plantea. Me limitaré a observar que, como lo he dicho en otras ocasiones, se trata de un concepto religioso que viene de la tradición judeo-cristiana, por lo menos en lo que a la Civilización Occidental concierne.

Dentro de este contexto de los argumentos basados en la conmiseración hay que mencionar los que se enderezan a justificar el aborto en casos excepcionales, como la violación, la malformación del feto y el peligro para la vida de la madre.

Estos argumentos han sido objeto de amplia discusión en la doctrina penal y, en términos generales, los casos a que se refieren se enmarcan dentro de figuras de atenuación e incluso exclusión de responsabilidad.

Anoto, sin embargo, que lo que en la tradición se consideraba como algo excepcional, como en efecto lo es, dado que, según ciertos estudios esas situaciones apenas cubren alrededor del 7%de los abortos que se practican en Estados Unidos, como consecuencia de la ideología abortista tiende a instaurarse como regla general.

Sobretodo la causal relativa al riesgo para la madre se ha ampliado del tal modo que cubre en la práctica la consideración subjetiva que ella misma se hace sobre el impacto que para su vida, entendida ésta en el sentido más amplio posible, puedan acarrear el embarazo y el hijo no deseado.

Sobre esta base, la limitación que el fallo Roe vs Wade había estipulado para que el aborto sólo se practicara dentro de los seis primeros meses del embarazo, se convirtió en letra muerta y, por lo menos en Estados Unidos, en cualquier momento de la gestación la mujer puede pedir lo que eufemísticamente se llama la interrupción voluntaria del embarazo.

La sentencia de la Corte Constitucional de Colombia, con vituperable hipocresía, dijo aceptar el aborto sólo en los tres casos mencionados. Pero, acto seguido, se anunció que no se le podría exigir a la mujer que probase alguna de esas causales. Además, lo que según la doctrina penal sería tema de causales de exclusión de la responsabilidad, por arte de bibibirloque se convirtió en derecho fundamental, en obligación del sistema de salud y el de seguridad social de atenderlo, y en algo exigible de tal modo, que los médicos y las instituciones hospitalarias no pueden dejar de practicarlo, ni siquiera invocando la objeción de conciencia.

Una vez más digo y lo sostengo que la Corte Constitucional ha abusado de sus poderes de manera que no vacilo en calificar como escandalosa. El tema del aborto es muestra fehaciente de ello.

El tercer escenario de argumentación en pro del aborto involucra cuestiones diversas, tales como la salud pública, la demografía y la eugenesia.

Suele afirmarse con pasmosa frialdad que el aborto es asunto de salud pública y no de orden moral.

Esto lo leí hace años en declaraciones que dio para la prensa el  Rector de una importante institución educativa de Bogotá. Entonces hube de preguntarme:¿qué entiende tan encumbrado personaje por moral?

En efecto, todo, absolutamente todo lo que pensamos, sentimos y hacemos tiene significado moral. No hay aspecto alguno de la vida humana que escape a esa normatividad, sea que se la considere como un ordenamiento exterior al hombre, es decir, heterónomo, o interior a él  y por consiguiente autónomo.

Por lo tanto, en el aborto se involucran ingredientes morales y tal es el sentido de los dos primeros escenarios de argumentación que ha considerado atrás.

Ahora bien, nadie negará que, en efecto, el aborto clandestino suscita un grave problema de salud pública. Pero de ahí no se sigue necesariamente la legalización del aborto ni la instauración del muy lucrativo negocio de clínicas abortivas como el que hay en otros países.

De hecho, la insistencia en el aborto como solución maestra para enfrentar unas condiciones precarísimas de miseria se vincula con argumentos de otro género, como los de orden demográfico y eugenésico.

La idea de que nuestro globo terráqueo no puede con demasiada gente, asociada a la de que al reproducirse más profusamente los pobres que los ricos éstos corren el riesgo de perder sus ventajas, predispone en favor de las soluciones abortistas.

Estas ideas se mueven dentro del entorno de las consideraciones eugenésicas, en virtud de las cuales hay que esmerarse por promover el control de la población no sólo desde el punto de vista cuantitativo, sino el cualitativo.

Desde esta última perspectiva, el planteamiento es estremecedor: hay gente que no debe venir al mundo porque es indeseable.

En la actualidad, son indeseables los hijos de los habitantes de los barrios pobres, de los negros, de los indígenas, de los inmigrantes del Tercer Mundo, de los habitantes de este último y, en la India, las niñas.

Hace dos años, por esta misma época, vi en Nueva York por televisión que una magistrada de la Corte Suprema había dicho que el trasfondo del fallo Roe vs. Wade fue precisamente ese: que hay gente cuyo nacimiento no debe tolerarse.

Es el mismo argumento que dio Santos hace algún tiempo en una coda que utilizaba para rematar sus artículos: Me da mucha pena…Dijo entonces, según recuerda mi buen amigo José Alvear Sanín, que lo sentía por los enemigos del aborto, pues éste hace que no nazcan delincuentes, etc., ya que hay estudios que muestran que en los barrios en que las madres abortan han disminuido los índices de criminalidad.

Recomiendo vivamente la lectura de un libro que fue premiado hace algunos años en Alemania. Su autor es Carl Amery. Su título : “Auschwitz,¿Co-mienza el siglo XXI?: Hitler como precursor”.

Si en “La Guerra de Hitler", David Irving, el denostado historiador británico al que condenó la justicia austríaca por “negacionismo”, se presenta al dictador nazi como un caudillo anacrónico, que trató hacer lo mismo que Napoleón cuando ya no se usaba, en el libro de Amery, por el contrario, se lo exhibe como un político que se adelantó a su tiempo.

Amery no lo alaba. Todo lo contrario. Simplemente, se limita a leer “Mi Lucha”, como ahora se dice, en clave de hoy, mostrando que la preocupación básica de Hitler era que el planeta solo tiene capacidad para alimentar un número limitado de seres humanos y, por consiguiente, hay que asegurar para los mejores de éstos el acceso preferente a los recursos.

Para Hitler los mejores eran los ejemplares auténticos de la raza aria. Para los que recitan expresa o tácitamente el “Credo Occidental”, los mejores son los individuos de las elites educadas y adineradas del Primer Mundo, así como los que en el nuestro se sienten asimilados a aquéllos.

Algo de ese mal razonamiento hay en el último libro de Hawkins, cuando se muestra proclive a considerar el fenómeno humano a partir de las conclusiones de la teoría de la evolución.

Tras el aborto y otros engendros, vendrán más adelante las esterilizaciones forzadas o inducidas (Herbert Morote dice que ya las practicó Fujimori entre los indígenas peruanos), el infanticidio (ya Peter Singer, el “Herodes” de Princeton, que pasa por ser uno de los más importantes filósofos éticos de hoy, lo está proponiendo) y la eliminación de los ancianos bajo el suave rótulo de eutanasia, primero por consideraciones piadosas y después ya veremos que por otras meramente pragmáticas.

Al fin y al cabo, ¿qué vale la vida humana?

Artur Koestler, cuya lucidez me iluminó en mis años de formación, ilustra sobre el tema en “El Cero y el Infinito”.

Léanlo y después hablamos.

lunes, 6 de junio de 2011

Debate sobre la administración de justicia IV

“Los fallos de los jueces son jurídicos; no son políticos”

Esto dijo hace poco el Presidente de la Corte Suprema de Justicia y es algo que se repite cada vez que alguna sentencia genera debate en la opinión pública.

El planteamiento parte de un premisa equivocada, a saber: que es posible discernir con nitidez lo jurídico y lo político.

Es un tema de alto coturno.

Recuerdo que Kelsen lo abordaba a partir de la distinción entre la validez formal, propia de lo jurídico, y la validez material, que es asunto propio de lo político.

Pero no obstante los esfuerzos del célebre jurista vienés y sus seguidores, en la práctica las fronteras entre una y otra se van difuminando en manos de los jueces, que a menudo se salen del marco del Derecho positivo y buscan la solución de los casos que deben decidir en otras instancias, ya no en las del Derecho natural, porque esta expresión les huele a metafísica, sino en las de una metafísica que no osa decir su nombre, la ideología.

Recuerdo acá el título de una obra de mi apreciado amigo y colega Gilberto Tobón Sanín que lleva por título “El carácter ideológico de la Filosofía del Derecho”.

En su momento, me pareció que ese título era desafiante, pues creía no sólo en la posibilidad de una fundamentación racional del Derecho, sino en que, como dijo un eminente jurista galo, “el buen sentido preside su  creación y su aplicación”. Pero los desarrollos de las últimas décadas me han convencido de que no suele ser así y ahora me inclino a darle la razón a mi amigo. Es, en efecto, la ideología la que se impone a través de la normatividad jurídica.

Esa ideología se pone de manifiesto cuando se invocan los Principios y Valores que los juristas alemanes, italianos y españoles se han encargado de sacralizar hasta el punto de que nadie por estos pagos se atreve a ponerlos en cuestión, salvo que esté dispuesto a perder su cátedra y su respetabilidad académica y profesional. Anacrónico, conservador y hasta fascista, son epítetos con que lo entierran a uno si no anda salmodiando en esa procesión de beatos del Nuevo Derecho.

El recurso a la ideología facilita la labor del juez, pues lo dispensa del rigor en el razonamiento. Le basta con ser audaz en sus propuestas, poniendo a los textos a decir lo que no dicen y jamás podrían decir, siempre y cuando sus conclusiones se enmarquen dentro de lo que los dómines de la opinión consideren que es lo progresista.

A propósito de ello, alguno me tildó en estos días de ser un retardatario propio de la Época de las Cavernas, porque me atreví a escribir que el aborto es un crimen horrendo. Hube de responder que me parecía conveniente que previamente discutiéramos acerca de qué es lo retardatario y qué lo progresista, pues me queda la impresión de que la defensa de la vida humana y la superación del individualismo más bien apuntan hacia el progreso moral de la sociedad.

Retomando el hilo de la cuestión, observo que hay otros recursos técnicos que facilitan la politización de los fallos e incluso la estimulan.

Ya he dicho que las altas corporaciones judiciales invocan de hecho su soberanía cuando alegan que son “órganos de cierre” encargados de decir la última palabra acerca de los contenidos de la juridicidad. Y ese poder se robustece gracias a la impunidad de que gozan, pues lo que en un humilde juez municipal sería un prevaricato mondo y lirondo, en boca de los respetables magistrados se torna en admirable sabiduría jurisprudencial.

Suele hablarse también de la soberanía de que goza el juez al apreciar las pruebas. Él dice si el testigo es creíble, si los indicios son elocuentes, si la peritación es admisible, si del documento y la confesión se desprende lo que estima suficiente para absolver o para condenar, etc.

De ese modo, la prueba de los computadores de Jorge 40 resulta determinante para sustentar condenas por parapolítica, pero los de Raúl Reyes, en cambio, son legalmente inexistentes.

Ahora bien, como  el cadáver del  temible guerrillero fue trasladado al territorio colombiano sin las formalidades requeridas por el Convenio con Ecuador, tal vez tengamos entonces que admitir que legalmente sigue vivo y entró ilegalmente al país. Quizás la solución sea devolverlo a las autoridades ecuatorianas para que éstas levanten el acta de defunción y autoricen su traslado a Colombia para lo demás que sea pertinente.

¡Algo así como el “Sínodo Cadavérico” que marcó un hito en la postración de la Santa Sede a fines del primer milenio!

El juez goza, además, de una amplia potestad para encuadrar los hechos que declare probados dentro de las categorías normativas. Él califica, en últimas, si se está en presencia de determinado hecho punible, si cierta situación equivale a posesión, si se dan o no las circunstancias de una relación laboral, si se configura una falla del servicio, etc.

Todo ello le permite incurrir sin temores en el sesgo político.

Acaba de referirse Santos a la inseguridad jurídica como factor negativo para la inversión extranjera en Colombia. Pero, ¿cómo podría él convencer a jueces y magistrados para que fuesen más responsables en sus decisiones, sobretodo cuando la ideología los predispone contra los promotores de la creación de riqueza ?

Igual pregunta cabe acerca de la ponderación que les pide en torno de los fallos contra las Fuerzas Armadas, que ignoran rampantemente el contexto de la agresión narcoterrorista, lo que él se empeña en llamar conflicto armado.

Si de entrada claudicó ante la Corte Suprema de Justicia en lo de la Fiscalía –que suministra la prueba reina de la politización de la Corte Suprema de Justicia en el mal sentido de la palabra-, no puede esperar ahora que sus integrantes se muestren atentos frente a sus solicitudes.

Hay una justificada insatisfacción en la ciudadanía por la dictadura judicial a que estamos sometidos. Pero el remedio no es una nueva constituyente, pues ya se conocen los excesos a que conduce este tipo de soluciones.

La verdad sea dicha, carecemos de remedios institucionales para manejar esta aguda y calamitosa dolencia.

Diré, en fin, como el clásico Horacio: “¿De qué sirven las vanas leyes, si las costumbres fallan?”

viernes, 3 de junio de 2011

Debate sobre la administración de justicia III

La falta de control de la administración de justicia, sea por obra de los propios  órganos judiciales o de órganos exteriores a ellos (v.gr. el Congreso), ha conducido a que las altas Cortes tiendan a obrar a sus anchas, erigiéndose en supremo poder dentro del Estado e instaurando de hecho una dictadura judicial.

A esta situación ha llevado, además, la ideología del Juez Hércules que, como dije en escrito anterior, se considera omnisciente y omnipotente, dotado de jurisdicción ilimitada y siempre en proceso de expansión, dado que se piensa a sí mismo como máximo dispensador de la justicia no sólo formal, sino material.

Ese Juez Hércules, hijo de una construcción ideológica, es a su vez portador de las amalgamas ideológicas imperantes en la cultura actual, que no se caracteriza propiamente por el rigor conceptual ni la preocupación por la coherencia, sino por un relativismo nihilista que le permite interpretar a su arbitrio los cacareados Principios y Valores que se dice que yacen en el trasfondo de la Constitución, la inspiran y le dan vida.

Esos Principios y Valores, de los que se habla a menudo con unción, no son otra cosa que derivados ideológicos de una época en que la reflexión filosófica anda a la bartola, sin guía ni timón.

Para que el Derecho tenga consistencia es necesario fundarlo no sólo en consideraciones prácticas, para las que eran maestros los romanos, sino en concepciones del mundo decantadas por la reflexión y, sobre todo, en visiones del hombre y la sociedad que tomen en cuenta que aquél es habitante de dos mundos, uno material y otro espiritual, y que su destino está ligado al segundo.

Bien ha dicho en alguno de sus escritos Paul Ricoeur que toda civilización nace de un impulso hacia lo alto. Añado que el Derecho es un instrumento civilizador por antonomasia y no puede ser ajeno a ese sentido de trascendencia espiritual que destaca unos valores sobre otros e impone necesariamente, además, distinciones y jerarquías.

Pero las ideologías a la moda, amén de gratuitas e incoherentes, son disolventes hasta el extremo, por cuanto a lo único que le reconocen valor sagrado es al deseo humano, que como bien se sabe ignora límites y nada en el mundo lo sacia.

Puestas al servicio de ese delirio ideológico, las autoridades judiciales se han convertido no en aplicadoras de la Regla de Derecho que garantiza el orden y, por consiguiente, la mesura, sino en supremas dadoras de lo que a expensas de la sociedad creen que satisface los deseos de quienes demandan sus favores.

La venerable concepción de la Justicia que se elaboró a lo largo de siglos siguiendo las enseñanzas de Aristóteles tenía claro que aquélla consiste en dar a cada uno lo suyo en medio de un complejo entramado de relaciones que involucran a los individuos entre sí, y a unos y otros con el conjunto social. De tal guisa, lo justo debe apreciarse considerando lo que la sociedad les debe a sus integrantes, lo que cada uno de éstos les debe a sus semejantes y, last but not least, lo que todos y cada uno de ellos le deben a la sociedad en función del bien común.

Pero el modo como hoy se administran los repartos tiende, por una parte, a prescindir de las exigencias y necesidades del cuerpo social, es decir,lo que entraña la idea de bien común, así como, por otra, a satisfacer sin orden ni medida los sacros deseos individuales, muchos de los cuales resultan de pulsiones psíquicas y no del impulso hacia lo trascendente que conduce a la auténtica realización del ser humano.

Como el pensamiento actual no tiene claridad sobre lo que es una personalidad hecha y derecha, lo que se consagra en los textos constitucionales como libre desarrollo de la personalidad bien puede interpretarse, y así lo ha hecho la Corte Constitucional en algún fallo depravado, como libre desarrollo de nuestra animalidad, como bien lo señaló el hoy procurador Ordóñez en una obrecilla que desató las iras del tristemente célebre promotor de esa inicua providencia.

El concepto jurídico filosófico supremo es hoy en día el de dignidad de la persona humana, del que bien podría decirse ahora, parafraseando la famosa expresión de Madame Roland cuando iba rumbo a la guillotina: “Oh, Dignidad, cuántas iniquidades se cometen en tu nombre”.

En aras de la brevedad, me limitaré a observar que la dignidad es el comodín que sirve hoy para declarar que dar muerte a la vida que germina en el vientre materno, tan sólo porque las Medeas que hoy cunden así lo exigen, eleva la condición moral de la mujer, o que el consumo de estupefacientes en privado es ejercicio de un derecho fundamental, etc., etc.

Si la Constitución dice que el matrimonio es entre hombre y mujer, el Juez Hércules sostiene que está equivocada y, de un plumazo, le enmienda la plana para proclamar, contra toda evidencia histórica e incluso contra los datos que ofrece Natura, como lo expresó alguna aspirante a un Reinado de Belleza que provocó risas con ello, que es lo mismo hombre con mujer, hombre con hombre, mujer con mujer y vaya uno a saber cuántas combinaciones más.

De la ingenua criatura angelical que tal dijo se burló la gente, pero, en cambio, si lo afirma la Corte Constitucional hay que inclinar la cabeza y juntar las manos sobre el pecho, en actitud reverente. Corte locuta, causa finita…

Para definir lo que uno le debe a otro el Juez Hércules no sólo considera el caso que en sí mismo enfrenta a las partes, sino la situación socioeconómica de una y otra, para decretar que el rico siempre lleva las de perder, así el que se presenta como pobre esté abusando de su derecho.

La hiperconstitucionalización del ordenamiento jurídico le brinda oportunidad a ese Leviatán para sostener que la Constitución regula de algún modo toda la vida de relación, y ese modo es precisamente el que él mismo postula a su arbitrio, independientemente de lo que en desarrollo de sus atribuciones también constitucionales dispongan el Congreso y las demás autoridades públicas.

Así las cosas, las leyes, los decretos gubernamentales, las resoluciones ejecutivas, los actos de las autoridades departamentales y municipales, y hasta los de personas privadas, están sometidos a una plena jurisdicción, sea por la vía de la tutela, ya por la de los poderes de modulación de las sentencias que se ha autoasignado la Corte Constitucional.

Ésta ha llegado al extremo de sostener que sus atribuciones como guardiana de la integridad de la Constitución desplazan sus poderes más allá de la declaración de inexequibilidad de actos sometidos a su jurisdicción, de acuerdo con lo que dispone la normatividad de aquélla, para ejercerlos además sobre estados de cosas o situaciones de hecho, como las vicisitudes del desplazamiento de víctimas de la violencia o la condición inhumana de las cárceles del país.

El Estado de Conmoción Interior se tornó inoperante y ningún Gobierno se atreve hoy a decretarlo, por cuanto al hacerlo se erige a  la Corte Constitucional como cogobernante y es ella la que decide si hay o no razones para invocarlo y si las medidas que se adoptan se justifican o no.

La Corte Constitucional se ha convertido, además, en colegisladora y tal vez hasta en supralegisladora, dado que modifica el tenor de las leyes según su criterio, tal como sucedió con la Ley de Justicia y Paz, a la que introdujo sustanciales rectificaciones que modificaron sus alcances y proyecciones.

Es por ello que, cuando se promulga una ley, muchos se abstienen de cumplir sus disposiciones esperando a que la Corte las declare inexequibles o las modifique. Y lo mismo sucede con otros actos y hasta con sentencias que aparentemente tienen fuerza de cosa juzgada, pues por obra de  la tutela todo puede venirse abajo.

Pienso en una en que quedaron sin efecto  más de doscientos fallos, incluso varios de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado, y que hasta se atrevió a interpretar a su amaño los Estatutos de la OIT, afirmando con pasmosa avilantez que en su lugar había que aplicar el articulado del Pacto de San José.

Del desbordamiento de la Corte Constitucional se han contagiado las demás autoridades que administran justicia, como acaba de verse con el fallo del Consejo de Estado sobre la toma del puesto militar de Las Delicias por parte de las Farc, fallo en el que el Consejo se da ínfulas de Estado Mayor del Ejército para decir de qué modo había que disponer las operaciones militares en el sitio de los acontecimientos.

Dirán algunos que está dentro de los cometidos de los organismos jurisdiccionales un ejercicio de alta política, pues al fin y al cabo, según la juiciosa definición de David Easton, ellos intervienen en la adjudicación autoritaria de valores en el seno de la sociedad al definir cuál es el alcance de la normatividad jurídica en general o para los casos particulares.

¿Cómo conciliar ese ejercicio de alta política con los poderes de las otras ramas y la regla de la colaboración armónica de los mismos que estipula la Constitución?

He ahí, como dijo alguna vez Alberto Lleras, una “cuestión caballona” que, por lo pronto, no me atrevo a dilucidar.

Examinaré, más bien, otra, la de la incursión de las altas Cortes en la pequeña política, en la que ya no entran en escena los famosos Principios y Valores, sino los juegos mezquinos de poder.