viernes, 27 de abril de 2012

La aplanadora de Santos

La idea democrática es más o menos simple en su formulación, pero compleja a más no poder en su implementación y su ejecución. Por eso hay tantas discusiones acerca de cuál es la verdadera democracia y qué es lo que verdaderamente conviene para consolidarla.

Por ejemplo, uno de los temas más sensibles es el de la responsabilidad de los elegidos frente a los electores. Éstos votan por aquéllos en función de diversas consideraciones, dentro de las cuales tienen bastante peso los programas y las promesas, vale decir, las líneas de acción política que se les proponen para convencerlos de las ventajas que representa votar por unos partidos y unos candidatos, en lugar de hacerlo por otros.

No parece lógico, entonces, que quien resulte elegido dentro de cierto esquema político resuelva de buenas a primeras darles la espalda a sus electores y gobernar con los programas, las tendencias y los candidatos derrotados en las justas electorales.

En la teoría constitucional se considera que esta eventualidad es un defecto del sistema del mandato representativo, pues al dejar jurídicamente en completa libertad a los elegidos para seguir las líneas de acción política que mejor les parezcan, so pretexto de que lo hacen consultando la justicia y el bien común, se deja sin piso la idea de que la democracia es el régimen en que se gobierna de acuerdo con el parecer de las mayorías.

Para ponerle coto a esa inveterada tendencia, se dispuso en el artículo 259 de la Constitución Política lo concerniente al voto programático en las elecciones de gobernadores y de alcaldes, de suerte que el incumplimiento de los compromisos electorales puede dar pie para la revocatoria del mandato.

Desafortunadamente, no se dispuso lo mismo para las elecciones en el ámbito nacional, por lo que no hay recurso jurídico alguno para exigirles a Santos y los congresistas que fueron elegidos con las banderas de la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social que cumplan lo que les prometieron a unos nueve millones de votantes.

Lo que muchos denominan la traición de Santos, de los congresistas de la U y de un buen número de conservadores no es, pues, materia de responsabilidad jurídica.

Se dirá que, sin embargo, podrá serlo de responsabilidades morales y políticas, dado que esos nueve millones de ciudadanos que votaron confiando que el actual gobierno sería el continuador más idóneo de la colosal obra realizado por el expresidente Uribe en sus ocho años de mandato, probablemente ejercerán el voto castigo, negándose a reelegir a Santos y a los congresistas que han incurrido en la traición.

Pero muchos conocedores de la teoría y la práctica del sistema político colombiano opinan que la “aplanadora de Santos” probablemente se encargará de superar la resistencia moral de la ciudadanía, haciendo uso de los múltiples dispositivos con que cuenta un gobierno para seducir y, si es del caso, violentar a los votantes.

Los que así razonan tienen de la democracia colombiana  el mismo concepto que se pone de manifiesto en ese tangazo que cantaba Agustín Magaldi, “Dios te salve m’hijo”, en el que se relata un episodio en que “los caudillos desplegaban lo más rudo de su acción, arengando a los paisanos de ganar las elecciones por la plata, por la tumba, por el voto o el facón.”

No hay que ignorar, desde luego, que Santos tiene a su favor los medios de comunicación nacionales, lo que siguiendo a Alberto Zalamea podemos llamar la “Gran Prensa”, así como a los “Cacaos” del mundo empresarial, tal como se los motejó en la funesta época de Samper, y a gran parte de la clase política, que se mueve por los gajes del poder y teme que sin ellos no podrá mantener su electorado.

Al tenor de no pocas acusaciones, entre ellas las que valerosamente ha hecho “El Colombiano”, los agentes gubernamentales no se paran en pelillos para ejercer distintas formas de coerción contra quienes osan discrepar del “gran estadista” que hebdomadariamente es objeto de vergonzosos ditirambos de parte de la revista “Semana”, el “Lambicolor” del régimen.

Todo eso puede ser cierto, en términos generales, lo que significaría que nuestra democracia no ha superado vicios ancestrales que la debilitan y deslegitiman.

No obstante ello, todavía quedan espacios para hacerle oposición a un régimen que abre no pocos flancos para la crítica, para que en caso de que su orientación termine siendo inconveniente para el país, haya un equipo de oposición que sea capaz de tomar el relevo y ofrecerles a las comunidades otras alternativas.

Reitero que en esta acción hay que considerar, por una parte, que todo poder es un ídolo con pies de barro, y que, por otra parte, el tema no consiste en alimentar rencillas personales, sino en pensar en los grandes intereses de Colombia.

Las iniciativas de Santos deben de examinarse cuidadosamente para criticarlas, no porque provengan de él, sino por sus deficiencias y sus inconvenientes. Hay que ejercer entonces de manera constructiva la oposición contra su gobierno.

Pese a las limitaciones de  nuestra democracia, en los últimos tiempos se pueden mencionar ejemplos que muestran con elocuencia que la opinión pública es capaz de reaccionar contra malas políticas si se llega a ella adecuadamente.

Tal es hoy el reto de quienes quieren hacerle oposición a Santos, lo cual no es fácil, pero tampoco es imposible.

De esa manera, se mejora y consolida la democracia, en la que el ideal es la alternación de las políticas, conforme a la gran tradición anglosajona.

viernes, 20 de abril de 2012

¿Qué hacer?

En Twitter se planteó en estos días un interesante y fructífero intercambio de opiniones acerca de los pasos que convendría dar frente a lo que no pocos consideran, como lo destacó un titular de primera plana de El Colombiano, la traición de Santos, y respecto del giro que se teme que él le está imprimiendo a la conducción política del país.

Lo segundo es, a mi juicio, lo más importante.

Por supuesto que, a la hora de decidir, cada elector examinará en la campaña que habrá de iniciarse el año entrante si Santos merece su confianza por acreditar que cuenta con las condiciones morales mínimas que se requieren para gobernar a Colombia, lo que para muchos desde ya da lugar a una tajante respuesta negativa. Pero la discusión de fondo tendrá que centrarse en lo que concierne al rumbo que conviene darle a la cosa política.

En otros términos, el asunto no radica en premiar o castigar a Santos, sino en discutir si su línea de acción es la que conviene a nuestras necesidades, pues si está equivocado será necesario corregir sus orientaciones.

Pero, ¿cuál es esa línea política?

A decir verdad, no es fácil identificarla, dado que Santos, a diferencia de Uribe, es sinuoso y ondulante. Además, es poco dado a la discusión abierta de sus tesis en foros abiertos al debate ciudadano, lo que contrasta también con su antecesor, que en cada consejo comunitario sometía sus puntos de vista al escrutinio de las comunidades y tomaba atenta nota de sus inquietudes. Santos es más bien hombre de camarillas, trapisondas y verdades a medias.

No obstante ello, hay suficientes indicios para afirmar que Santos está virando hacia la izquierda que la ciudadanía colombiana ha derrotado sucesivamente en las cuatro últimas elecciones presidenciales.

¿Por qué ese viraje?

He dicho en Twitter que Santos quiere congraciarse con la izquierda internacional para no sufrir la misma persecución que ha tenido que soportar Uribe, fuera de que de ese modo podría aspirar a los reconocimientos que esa secta les otorga a quienes  sean dóciles a sus dictados.

Como proviene de una elite que se cree con derecho propio a gobernar, no se siente deudora de nadie y piensa que está llamada a imponer sus puntos de vista sin necesidad de someterlos al control de los gobernados, a los cuales le parece que es de recibo condicionar mediante la acción de la Gran Prensa, de los empresarios que no se quejan mientras hagan ganancias y de los políticos subvencionados a través de prebendas burocráticas, a Santos no se le ocurre que esté  obligado a explicarles a sus electores cuáles son las razones de sus movimientos ni hacia dónde pretende llegar.

Ahí se advierte una peligrosa distorsión de la democracia, de la que habré de ocuparme después.

Ya Rafael Nieto Loaiza ha señalado el peligro que entraña la traición al electorado, a lo que procede agregar las repercusiones institucionales que se siguen del hecho de manipularlo a través de la acción  dirigida por el gobierno  a beneficiar a quienes inciden sobre la gente del común y no a esta misma.

Pero no perdamos el hilo.

El viraje hacia la izquierda se advierte nítidamente, desde el punto de vista de la política internacional, en su alianza tácita con Cuba, Venezuela, Ecuador y Nicaragua. Y, desde la perspectiva interna, en su política agraria, en su negativa a apoyar el fuero para los militares y en los pasos que está dando para dialogar con las guerrillas.

Todo ello va en contravía de sus compromisos electorales, pero Santos, como digo, confía en que la propaganda que le hacen sus áulicos en la Gran Prensa, la pusilanimidad del empresariado y la abyección de los políticos lograrán convencer a la opinión de que ahí está el futuro que él dice encarnar.

¿Qué hacer?

Pienso, con Luis Carlos Restrepo, que es indispensable conformar un vigoroso frente de oposición tendiente a impedir que Santos aspire a ser reelegido o trate de llevar a la Presidencia a alguno de sus comodines.

No pocos de mis interlocutores en Twitter opinan que para ello habría que buscar fórmulas tendientes a llevar de nuevo al poder a Uribe.

Pero, salvo si se trata de que encabece una lista de Senado, que sería a mi juicio algo digno de considerarse, desde luego que con su venia, la idea de que se presente como candidato para la Vicepresidencia me parece no sólo traída de los cabellos, sino francamente inconstitucional.

Lo deseable sería promover una coalición de uribistas y conservadores, con la candidatura presidencial para éstos y la vicepresidencial para aquéllos.

Lo pienso así porque el Partido Conservador, que fue el más leal de los socios de Uribe en su gobierno, tiene motivos suficientes para sentirse maltratado por Santos y descreer de sus propósitos, amén de que posee una base electoral que permitiría servir de soporte para proyectos de más vasto alcance.

El Partido de la U está llamado a desintegrarse, pues varios de sus más conspicuos dirigentes ya le dieron la espalda a Uribe y están filados con Santos. No hay más remedio, entonces, que promover una nueva formación política con los  que estén dispuestos a atravesar el desierto siguiendo al expresidente.

Los conservadores tienen que ser conscientes de que del modo como jueguen en el inmediato porvenir dependerá definitivamente no sólo la suerte de su colectividad, sino la de Colombia misma, dado que Santos  pretende  liquidarlos y lanzar al país al ruedo del circo de los tres chiflados (Chávez, Correa y Ortega) y la Sra. Kirchner, con los hermanos Castro como maestros de ceremonia.

La colectividad azul está llamada a convertirse en el dique de contención del aventurerismo gubernamental y tiene que obrar en consecuencia, pues estamos corriendo peligro de que en las próximas elecciones el triunfo sea de alguien proclive a la guerrilla.

No hay que olvidar que en los últimos debates presidenciales ha habido una franja discordante en crecimiento que ya ha superado el umbral de los tres millones de votos. Es un sector de la opinión que en su momento podría inclinar la balanza en favor de candidatos “antisistema”.

El tiempo apremia y los enemigos son de cuidado. Por consiguiente, hay que tomar decisiones cuanto antes.

martes, 17 de abril de 2012

El soroche de Santos y la pesadilla colombiana

Hace unos años compré en Buenos Aires un ejemplar del libro de José Luis Busaniche que lleva por título “Bolívar visto por sus contemporáneos”, que publicó FCE  en 1960. Lo leí con interés y provecho, pero lo tengo tan bien guardado que no me queda otro remedio que citarlo de memoria, pues no  está ahora al alcance de mi mano.

Cuenta Busaniche que en el momento en que Bolívar estaba en su apogeo de su gloria emprendió la ascensión a la cumbre del Potosí, a raíz de la cual escribió una de las páginas más desafortunadas de su extensa literatura política, llena de odio contra los españoles y digna de la proclama de guerra a muerte que le valió que años atrás se lo denominara como el “Antropófago de Caracas”.

A partir de ese momento comenzó su declinación. Mientras soñaba con llevar la guerra hasta el Brasil e incluso hasta Chiloé, y se engolosinaba con su sueño del Imperio de los Andes, el descontento cundía en todos los países que estaban bajo su mando, lo que lo obligó a salir del Perú y regresar a Colombia para ocuparse de los conflictos que por doquier se estaban agudizando.

Traigo a colación esta anécdota de nuestra historia, por cuanto creo que, guardadas las debidas proporciones, otra cumbre, la  de gobernantes de América que acaba de celebrarse en Cartagena, es el hito que señala el comienzo de la declinación política de Juan Manuel Santos.

Como lo ha observado Fernando Londoño Hoyos, ese evento fue un fracaso descomunal: “Nunca antes –son sus palabras- se han cometido tantas equivocaciones en tan corto tiempo.”

El que sus áulicos proclamaban como artífice de un protagonismo internacional nunca antes visto en un dirigente colombiano en los últimos tiempos, se mostró tan chapucero, que la gente de la calle lo ha convertido en objeto de todo género de burlas, a punto tal que parece haberle perdido el respeto. Y sin éste, la autoridad cae en barrena.

No entraré en el detalle de los estropicios. De ellos se ocuparon con esmero en el día de ayer, entre otros, el editorial de La Hora de la Verdad  y un incisivo escrito que publicó  en Diario del Caribe Raúl Lombana Hernández bajo el título “La Silla Vacía: De Pastrana a Santos”(vid. http://www.pensamientocolombia.org/DebateNacional/cartagena-la-cumbre-de-los-desplantes).

Según Hernández, a Santos y sus acompañantes se les subieron los humos dizque por el prodigio de haber logrado normalizar las relaciones con los regímenes de Chávez y de Correa, por lo que, “en el frenesí de tal logro, algunos contemplaron la posibilidad de postular al presidente colombiano al premio Nobel de Paz.”

Agrega el articulista:

“Peor aún, para algunos Santos se había convertido en el mediador de talla internacional que podría lograr la paz entre Israel y Palestina, hasta el punto de que su gobierno a través de la cancillería hizo un periplo por el medio oriente con ese loable propósito.”

Lo de Cartagena muestra que no hay de parte de Santos el tal liderazgo hemisférico que Semana, el “Lambicolor” del régimen, había venido cacareando.

Lo salvó Obama con su lucida presencia y la cordialidad hacia un gobierno que pretendía ponerlo contra la pared en los espinosos asuntos de Cuba, la legalización de la droga y las Malvinas, todos los cuáles se los enmochiló con inigualable maestría. Santos, que pretendió ladrarle, terminó lamiendo su mano.

Por supuesto que el fiasco en lo internacional repercute en lo interno, sobretodo porque la gente se está planteando con toda razón cómo es posible que Colombia, que ha sido víctima de la alevosía de los cubanos a lo largo de medio siglo, salga ahora a abogar por un régimen que representa precisamente lo que las guerrillas pretenden implantar aquí a sangre y fuego.

Le doy la palabra a Paloma Valencia Laserna, una muy lúcida observadora y analista de nuestro acontecer político, para citar el párrafo con que cierra el artículo que sobre el TLC con Estados Unidos publicó hoy en El Espectador:

“Unas preguntas sobre la Cumbre: ¿Shakira no se sabe el himno nacional? Maduro (el canciller de Venezuela) fue tratado como mandatario; ¿será qué nuestro país a través de la Canciller ya lo apoya como sucesor de Chávez sin necesidad de que sea elegido? Santos pidió por la inclusión de Cuba en las próximas Cumbres ¿Es qué al Presidente le parece que Cuba es democrática o es que no le importa que no lo sea? ¿se le olvida a nuestro mandatario que ha sido Cuba una pieza clave para la pervivencia de las organizaciones armadas de izquierda? ¿No recuerda que en ese país han recibido entrenamiento militar para venir a matar colombianos?”

Pero lo que me interesa señalar en esta oportunidad es lo que declaró Santos a Patricia Janiot en CNN a raíz de la malhadada Cumbre acerca del expresidente Uribe, cuando con una jactancia que sólo se había visto en boca de Alfonso López Michelsen, resolvió declarar que Uribe representa el pasado, mientras que él, Santos, es el hombre del futuro.

Tengo que acudir a mi memoria, que ya flaquea, para recordar los términos en que se refirió Laureano Gómez en su célebre discurso contra Ospina, para censurar lo que consideraba altamente descomedido para con él, diciendo que no era otra cosa que la salida en falso de “un vanidoso e ingrato corazón”.

Es lo mismo que los colombianos de a pie están pensando hoy acerca de ese impromptus de Santos, que, si bien se lo mira, no pasa de ser un torpe ejercicio de retórica.

En efecto, si uno le aplica la prueba ácida a ese dicho, lo encuentra insensato a más no poder.

Si Uribe es el pasado, ¿serán también cosa de éste la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social, que fueron las banderas con que Santos ganó las elecciones presidenciales?

¿De qué futuro nos habla Santos cuando se proclama a sí mismo como su garante?¿Se trata de un futuro en el que ya no habrá más seguridad para los colombianos, ni protección para las inversiones, ni cohesión social?¿Cuáles son las alternativas que ofrece a cambio de las promesas que acaba de anunciar que ya no lo vinculan porque piensa que son cosa del pasado?

He dicho en Twitter que Santos no suele esmerarse, como sí lo hacía Uribe, en explicarle a la gente del común sus políticas. Prefiere más bien que la Gran Prensa, a fuerza de lugares comunes, de discursos superficiales y de consignas baladíes, vaya preparando a la opinión pública para tragarse enteras sus vanas ocurrencias.

Así las cosas, si para él lo de Uribe es el pasado que amerita superarse, su visión del futuro ha de entenderse entonces no como un ajuste del rumbo que aquél trazó (el de la “Gallina Rumbo”), sino como unas variaciones sustanciales, tales como: proceso de negociación con las guerrillas; desmonte de las garantías acordadas a los inversionistas; política social basada no en la cohesión, sino en la confrontación.

Pero, con todo respeto, digo que ello no significa mirar hacia el futuro, sino regresar a un pretérito imperfecto. Lo que Santos nos ofrece es, ni más ni menos, el dejá-vu de algo que para el país ha sido una pesadilla.

Por eso, insisto en que con la frivolidad de que hace constante gala, Santos está llevando al país a un salto al vacío. Hay que denunciarlo, combatirlo y señalarlo, exigiéndole con vigor  que explique por qué está gobernando de espaldas a lo que les prometió a sus electores en la campaña presidencial. De lo contrario, nos arrastrará hacia no se sabe dónde.

sábado, 14 de abril de 2012

Satanismo y Brujería

Muchos piensan que estos dos fenómenos son irrelevantes para la sociedad y hacen parte bien sea del mundo de la superstición, ya del de las patologías mentales. Podría explicárselos, entonces, en función del desarrollo mental de la humanidad, que pasa, según se cree, por etapas asimilables a la de la infancia individual, o de perturbaciones del psiquismo, tratables por medio de las técnicas de la Psiquiatría.

Pero estos fenómenos son reales en distintos sentidos. Por una parte, lo son en la medida que mucha gente cree, adopta actitudes, se relaciona y actúa como si lo fueran, lo que da lugar a la formación de sectas, la adopción de rituales, la difusión de escritos y la realización de prácticas orientadas hacia la satisfacción de entidades  y la manipulación de fuerzas malignas, independientemente de que tales entidades y fuerzas existan efectivamente o sean apenas imaginarias. Por otra parte, son fenómenos que, fuera de su significación económica y su influencia socio-política, suelen tener impacto en el mundo de la criminalidad e interesan, por ello,  a la autoridad pública. En fin, si en efecto el satanismo y la brujería trasuntan la acción de entidades y fuerzas malignas reales, el tema trasciende entonces los linderos de la Antropología Cultural, la Psiquiatría, las Ciencias Forenses, etc., y entra a ser del dominio de la Religión.

En mi último escrito hice algunas anotaciones sobre el influjo de las creencias satanistas en el pensamiento político contemporáneo, particularmente en las doctrinas libertarias en que han desembocado últimamente las corrientes liberales, tanto en lo económico como en lo moral. Mi propósito, ahora, es examinar a vuelo de pájaro el asunto en lo que concierne a ciertas patologías ya no del pensamiento, sino de la práctica social.

La realidad del mundo de hoy muestra que el Satanismo no es exclusivo de pueblos poco evolucionados, pues se lo halla firmemente enraizado en sociedades desarrolladas e incluso en las elites que las dominan, de lo que dan cuenta escritos que he citado en varias ocasiones, como el de Craig Heimbichner o el de Gabriel López de Rojas.

Malachi Martin estudió el caso en Estados Unidos a fines del siglo pasado. Recuerdo que hablaba de la existencia de unos ocho mil templos satánicos en ese país, al estilo del que fundó en San Francisco Anton La Vey. También mencionaba el aumento de los casos de posesión que tenían que manejar los exorcistas, uno de los cuales era él mismo. Y al comienzo de su libro traducido al castellano como “El Último Papa”, hace el relato de una ceremonia satánica que se llevó a cabo simultáneamente en una de las capillas del Vaticano y en una ciudad estadounidense, en la que participaron altos dignatarios eclesiásticos. Se cree que ello dio lugar a que un afligido Paulo VI exclamara que “el humo de Satanás ha penetrado en la Iglesia”.

Un artículo reciente de “Signos de estos Tiempos”, que se difunde por la red, habla de que el Vaticano está cercado por sectas satánicas. Y, a propósito de ello, menciona la penetración del Satanismo en varios países europeos. Así, en Italia se cree que hay 8.000 sectas satánicas que agrupan a unos 600.000 seguidores. El segundo país con mayor número de satanistas es Inglaterra, en donde se calcula que hay más de medio millón de practicantes de ritos satánicos. Solo en Londres, la policía ha identificado más de 80 templos satánicos. En Francia se cuenta con 6.000 sectas satánicas catalogadas. España aparece con mil. Y en Rusia, aproximadamente hay un millón de integrantes de sectas, de los cuales cerca de 200.000 realizan prácticas  satanistas.(vid.http://foros-testimonios.blogspot.com/2012/04/el-vaticano-cercado-por-sectas.html)

En una conferencia que dictó el año pasado en Medellín, el Dr. Ricardo Castañón mencionó que Pereira es algo así como la capital del Satanismo en América Latina. En un artículo de este blog presenté un resumen de dicha conferencia, cuyo tema principal fue el de los milagros eucarísticos.

Una de las derivaciones más ostensibles de los cultos satanistas es la brujería, de la cual trata un inquietante libro del padre Juan Gonzalo Callejas Ramírez que lleva por título “Contra la Brujería-Manual para prevenir, diagnosticar y contrarrestar los efectos de la hechicería”. Lo publicó Intermedio en Bogotá el año pasado y ha constituido un resonante éxito editorial, por lo menos en Colombia.

Es un libro impresionante que invita a reflexionar profundamente sobre la presencia del mal, no como una abstracción, sino como realidad viva y actuante, en las sociedades y en los individuos.

Hace poco encontré en un sitio chileno una carta de una española que, por jugar con la Ouija, sufrió una posesión diabólica de la que fue liberada gracias al exorcismo. Es un fenómeno ampliamente documentado, del que tengo conocimiento directo porque mi amiga Diana Patricia Montoya fue víctima suya. Y sé de otros casos elocuentes.

Pues bien, la corresponsal de marras dice en su carta que hay distintos grados de posesión, que van desde los más leves hasta los  de mayor gravedad, que son de posesión total. De ahí que cuando uno hace examen de conciencia con toda seriedad, encuentra que hay episodios de su vida en que actuó como enajenado, probablemente bajo el impulso de fuerzas maléficas.

Hoy vi la película “Secretos Peligrosos”, que trata sobre la esclavitud sexual en Bosnia después de la última guerra que devastó esa región. Es una gran película que genera muchos interrogantes y deja el más amargo de los sabores. Uno de los interrogantes es: ¿cómo es posible tanta maldad en los seres humanos?

Yo, como Chesterton, Papini y muchos otros, creo en la realidad del Demonio y el Infierno.

viernes, 6 de abril de 2012

Satanismo y libertarismo

Hay una tendencia extrema del Liberalismo que se conoce bajo el nombre de Libertarismo, por cuanto propende hacia la eliminación de casi todas las barreras sociales que a su juicio coartan las libertades individuales.

Esas barreras son las normatividades, que en los cursos de Introducción al Derecho se clasifican en tres grandes categorías: reglas de trato social, reglas morales y reglas jurídicas.

El conjunto de todas ellas integra lo que Rousseau consideraba como las cadenas que por todas partes oprimen al hombre en detrimento de su libertad natural.

El pensamiento emancipatorio, así llamado porque centra en la emancipación del hombre, es decir, en la destrucción de todas las cadenas culturales que se cree que lo oprimen, está presente bajo distintas modalidades en el desarrollo de las ideas morales y políticas de los últimos tres siglos, unas veces de manera abierta y otras en forma soslayada.

El dique contra las ideas libertarias en el mundo occidental se encuentra principalmente en el pensamiento cristiano, que tiene otras ideas sobre la libertad y considera que la propuesta libertaria no es otra cosa que libertinaje, es decir, abuso y degradación de tan preciado atributo del ser humano.

Como el Liberalismo es, de cierto modo, una derivación del Cristianismo, a lo largo de años se mostró respetuoso de sus ideas morales. Combatió, eso sí, el dogmatismo, el autoritarismo y el clericalismo, sobre todo de los católicos, pero sin desconocer la elevada jerarquía espiritual de las enseñanzas cristianas.

Pero es probable que en el origen del pensamiento liberal anidasen corrientes subterráneas enemigas de la tradición cristiana, pues no de otro modo se explican el desprecio que contra ella puso de manifiesto un Voltaire o la furia antirreligiosa que se desató bajo la Revolución Francesa.

En un ensayo reciente, Henry Makow acaba de llamar la atención acerca de las fuentes satanistas del pensamiento libertario en materia económica. Los interesados pueden consultarlo en el sitio www.henrymakow.com. Ahí destaca la importancia que para el pensamiento político, económico y social del siglo XVIII y los tiempos subsiguientes  tuvo Bernard de Mandeville, autor del del conocido libro “La Fábula de las Abejas”, a quien acusa de satanista.

El artículo de Makow se encuentra en  http://www.henrymakow.com/the_satanic_core_of_libertaria.html.

Análisis similares pueden examinarse en la copiosa y controvertida obra de Lyndon Larrouche, a la que también se llega a través de la red.

Makow y Larrouche  ponen énfasis en el pensamiento económico libertario, a su juicio difundido y hasta impuesto por los grandes centros del poder financiero mundial, del que según el primero de ellos la Escuela Austríaca es apenas un instrumento.

Pero hay otra vertiente del Libertarismo, la que tiene que ver con la destrucción de la moral cristiana sobre todo en lo que atañe a la familia, las costumbres y la sexualidad, cuyos efectos devastadores estamos presenciando  en los tiempos que corren y también se ligan con el Satanismo.

A ella se refiere Makow en otros artículos, como el que acaba de publicar acerca de la imposición de la agenda homosexual en las escuelas de Ontario. Se lo puede leer a través del siguiente enlace:  http://www.henrymakow.com/homosexuality_in_ontario_schoo.html

En otros artículos de mi blog he mencionado dos libros que considero de especial importancia para entender la revolución que estamos presenciando y sin duda alguna padeciendo  en materia de costumbres. Se trata de “Blood on the Altar”, de Craig Heimbichner, y “Por la Senda de Lucifer”, de Gabriel López  de Rojas.

Aunque escritos desde ópticas muy distintas, ambos confluyen en lo mismo, es decir, en la influencia de la Masonería en dicha revolución y el carácter bien sea satanista o luciferino de la Hermandad.

López de Rojas es muy discutido. Algunos dicen que es un charlatán redomado, pero estudiosos serios del tema masónico, como Manuel Guerra o Ricardo de la Cierva, lo consideran una autoridad en la materia. Por lo menos, su hoja de vida así lo indica.

Pues bien, López afirma que el Dios de los masones no coincide con el judeocristiano. No es otro que Baphomet, el dios de la luz, que otro masón importante, Lalo Figueroa, que tiene en Twitter el sitio @Redmasonica y gestiona la página http://www.redmasonica.com/, vincula con las antiguas religiones fenicias, las cuáles cree que pueden suministrar las claves decisivas para entender el origen de la cosmovisión de su orden.

López sostiene que los textos bíblicos dan pie para establecer diferencias entre Lucifer y Satán, y que hay distintas modalidades de adoradores del uno y el otro.

Lucifer es espíritu de luz y equivale a Baphomet, Iblis, Prometeo, etc., es decir, entidades inteligentes y contestatarias. Sus seguidores son luciferinos, que creen que es el más importante de los ángeles, o luciferianos, que piensan que es un dios, el de la luz de los gnósticos.

Satán es un espíritu oscuro, que en la Biblia aparece como el gran mentiroso, el agente de la confusión. Sus seguidores se escinden también en dos grupos: los que piensan que es una entidad real que encarna lo maligno, y los que lo toman como un símbolo. A este último grupo pertenece la Iglesia de Satán, creada por Anton Szandor La Vey en California (1966).

Para la demonología cristiana, Lucifer y Satán son lo mismo, como en el famoso verso que dice que “Olivos y aceitunos todos son unos”. Y lo importante para lo que ahora escribo no es si son entidades reales o más bien meramente simbólicas, sino lo que, así sea con diferencias de matiz, ambas representan, a saber: la negación de Dios y de su Ley.

Esa negación conduce por distintas vías a una afirmación: la autonomía total del hombre frente a todo poder superior, autonomía que consiste en que él se da su propia ley. Ésta no tiene referente alguno en una entidad trascendente, que por definición se niega, ni en la naturaleza o la historia, respecto de las cuáles se propugna la emancipación. El supremo referente de la ley es el deseo, que es el motor de la voluntad humana.

El más celebre e influyente de los satanistas modernos, Aleister Crowley, llamado “La Bestia”, formula así la doctrina del Thelema, que significa voluntad:

"Haz lo que quieras. Eso debe ser la totalidad de la Ley”.

Sobre esta base, dice López de Rojas que el satanismo laveyano utiliza la figura de Satán como símbolo que libera a sus adeptos "de tabúes y la moral convencional", fuera de que “aboga por el materialismo, el hedonismo…”(“A la Sombra de Lucifer”, p. 28).

Si se niega toda trascendencia, resulta lógico que todos los deseos humanos se sitúen en el mismo plano y, por consiguiente, se termine nivelándolos por lo bajo. Lo que les confiere valor a los deseos es la eficacia para la autoconservación, la autosatisfacción, el autodespliegue y la autoexpansión de cada individuo del modo cómo lo estime más procedente, siempre que no impida que los demás hagan lo propio.

Habida consideración de la fuerza del deseo sexual, éste se convierte en el alfa y el omega de la acción humana. En su manifiesto satanista, Lavey se expresa así:

“Satán representa la complacencia en lugar de la abstinencia; la existencia vitalista en lugar de los sueños espirituales; la sabiduría perfecta en  lugar del autoengaño autohipócrita”.(López, op. cit., p. 141).

Se sigue de ahí la sacralización de la sexualidad, lo que lleva a considerarla como vehículo de iniciación e iluminación a través de los rituales tántricos. Y, de acuerdo con lo que explica López, esa canalización de la energía sexual conduce  al máximo de satisfacción que brinda la bisexualidad, "ya que es ésta la que permite la transformación del iniciado en el andrógino alquímico y divino, en el propio dios Baphomet, sellando la Obra al Rojo y la iniciación"(op. cit., p. 217).

Más allá de los alegatos fundados en la igualdad de los sexos, el carácter cultural y por ende artificial de las funciones que se cree que les corresponden o el derecho de cada uno a experimentar su sexualidad como le apetezca, el ideal de la bisexualidad que transforma al individuo en el "andrógino alquímico y divino" se adorna de matices místicos que lo hacen no sólo valioso, sino imperativo.

No de otro modo se explica la fuerza con que los promotores de la revolución sexual tratan de imponerla a toda costa. Según ellos, la libertad, la igualdad y la dignidad humanas exigen que cada cual pueda alcanzar ese estado superior del goce que lo transforma en un dios, el dios de la Luz.

De ese cometido surgen los derechos. El mismo determina la orientación de la educación sexual, según lo muestra el caso de Ontario, que no busca ya la tolerancia respecto del colectivo LGTB, sino que las nuevas generaciones se incorporen a sus filas. El individuo del futuro será entonces LGTB o no será. Como dice Makow, la consigna social y por ende educativa de hoy es la heterofobia.

A la luz de estas consideraciones, la insistencia en que la sexualidad es el medio idóneo para la transmisión de la vida y la renovación de las generaciones, aparece como algo sospechoso que se ata al pasado y resulta anacrónico, puesto que pretende mantener sometidos a hombres y mujeres al ominoso gravamen de las esclavizantes responsabilidades familiares. La Ley del Thelema no puede admitirlo.

El libro de Heimbichner parte de una perspectiva crítica, muy diferente desde luego de la de López de Rojas, pero, como digo, llega a conclusiones similares en lo concerniente a la revolución de las costumbres en comento.

Es lástima que no haya traducción castellana de este importante ensayo del que quiero destacar especialmente los capítulos V (The Palladium), VI (Arcanum Arcanorum) y IX (Politics and Pedophilia), en los que se ocupa de la perversidad de la doctrina sexual de las sociedades secretas masónicas y paramasónicas.

Cita a Crowley cuando éste escribe que el incesto, el adulterio y la pederastia deben de practicarse abiertamente sin “vergüenza, disimulo, cobardía o hipocresía”, y que “los niños deben acostumbrarse desde la infancia a presenciar todo tipo de actividad sexual” (“The Blood on the Altar”, p. 113).

Pregunto, al margen, si los magistrados de la Corte Constitucional que hace varios años suscribieron un voto disidente en que sostenían la despenalización del incesto entre adultos libres o los funcionarios del Ministerio de Educación que redactaron y aprobaron las cartillas de instrucción sexual que les transmiten a los niños una concepción hedonista de la sexualidad, lo hicieron a la luz de las enseñanzas de Crowley.

Les sugiero a los lectores que entren en Twitter a varios sitios en que se difunden las enseñanzas de “La Bestia”, para que sepan por dónde está yendo el agua al molino en estos asuntos.

No quiero fatigarlos más por hoy, pero en posterior oportunidad tendré que detenerme en lo que significa la expansión del Satanismo en el medio en que vivimos. Por ejemplo, cómo incide en el fenómeno de la brujería , que es tema de un muy inquietante libro del padre Juan Carlos Callejas que lleva por título “Contra la Brujería”,  o en los sacrificios humanos, que es precisamente lo que explica el título del libro de Heimbichner, “Blood on the Altar”.