martes, 22 de octubre de 2013

Acerca de la convención de UCD

La campaña electoral que ya está en curso versa sobre dos temas que están íntimamente entrelazados: la reelección de Juan Manuel Santos y los diálogos con las Farc en La Habana.

Si estos últimos no estuvieran presentes en el escenario político, la reelección estaría descartada, pues Santos no tiene ya nada que mostrar ni ofrecer en su favor, sino el hecho de que tiene a las Farc sentadas a la mesa hablando sobre sus exigencias para que en Colombia haya paz por lo menos con sus integrantes.

Como lo dijo hace poco Salud Hernández-Mora, el de Santos es un gobierno intrascendente. Lo único de gran envergadura que exhibe es el enorme narcisismo del gobernante, que hipertrofia por sí y ante sí  hasta el ridículo sus diminutas dimensiones históricas.

Bajo otras circunstancias, el proyecto reeleccionista sería un imposible político. Pero si al mismo se lo asocia con la negociación con las Farc, su viabilidad cobra visos de verosimilitud.

Al parecer, Santos todavía aspira a mostrar algún acuerdo con las Farc, antes de anunciar que aspira a ser relegido, aunque ya dijo en Panamá que probablemente el proceso con las Farc se dilate por un tiempo más.

Lo primero es muy improbable, pues las Farc solo aceptarían algo que las beneficiase ostensiblemente y que sería inadmisible para la opinión pública, lo cual pondría en grave riesgo las aspiraciones de Santos.

Para efectos del análisis de la situación, parece lógico entonces ocuparse de la segunda alternativa, a partir de la cual Santos saldría a decirle al país que es él quien ahora sí tiene las llaves de la paz y, por consiguiente, amerita ser elegido para buscar la feliz culminación de ese proceso.

Insistirá, por consiguiente, en dividir a los colombianos entre amigos y enemigos de la paz, suscitando confusión entre las gentes sencillas, a las que tratará de llegar con mensajes simples y efectistas como el de que, si usted quiere vivir en paz, vote por Santos, pero si quiere que el país se siga desangrando, vote por sus contradictores.

Por supuesto que Santos no les dirá a los colombianos cuál es su fórmula de paz, entre otras cosas, porque no la tiene. Se limitará a repetir que ya es un gran progreso tener a los capos narcoterroristas dialogando con sus delegados en La Habana y que, por el curso natural de las cosas, el diálogo algún resultado habrá de producir en cualquier momento.

Los políticos de la Mesa de Unidad Nacional corearán sus consignas porque tampoco tienen otra cosa para mostrar y ofrecer.

Ya están cantando en ese coro los de la U, los liberales y los de Cambio Radical. Y, por lo que se lee en la prensa, no faltan los conservadores que, para mantener sus gabelas burocráticas, ansían sumarse a la campaña reeleccionista.

Tal como era fácilmente previsible, la tenaza Santos-Farc ya está en acción.

Santos pondrá todo el peso de la maquinaria oficial y de los medios de comunicación que le son afectos, para presionar al electorado en favor de sus aspiraciones. Ya se sabe que estas son tan amplias como exiguos son sus escrúpulos. En una palabra, hay que partir del dato de que él no conoce talanqueras éticas ni legales, por lo cual es probable que nos toque presenciar la más descarada intervención del gobierno en un proceso electoral que se haya visto en la historia de Colombia después de las ominosas jornadas de 1949.

Por su parte, las Farc ya están actuando en la campaña al impedir en las zonas que están bajo su control, sin que el gobierno se inmute,  la recolección de firmas en favor de Uribe Centro Democrático, al que tienen identificado, no sin buenas razones, como su principal enemigo.

Esta abominable tenaza se aplica ante todo a los seguidores del expresidente Uribe Vélez, porque Santos y las Farc saben que los sectores de izquierda que dicen oponerse a la reelección no son contrarios a los diálogos de La Habana, motivo por el cual cuentan con ellos para asegurar la mayoría en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

Uribe Centro Democrático convoca a una amplísima franja de la opinión, posiblemente mayoritaria, que no cree en Santos ni en las Farc. Pero es una opinión que toca liderar, organizar y encauzar para que logre expresarse efectivamente en las  próximas elecciones para Congreso y Presidente que se llevarán a cabo en marzo y mayo del año venidero.

Para cumplir con ese objetivo, tiene que adoptar un programa que sea convincente y seleccionar un candidato presidencial que atraiga al electorado. Es lo que se espera que suceda en la convención que se llevará a cabo en esta semana.

Pero, además, UCD tiene que mostrar unidad en sus propósitos, respetabilidad en sus procedimientos, firmeza en sus determinaciones.

La cizaña que desde sus propias filas se pretende sembrar solo tiene el cometido de debilitar al movimiento y desacreditar a sus promotores, en beneficio de la tenaza Santos-Farc.

Pero hay algo más, para nada secundario, sino fundamental: el mensaje al electorado no puede presentarse en términos negativos (“No a Santos, no a los diálogos en La Habana”), sino que debe ofrecer opciones positivas.

Colombia quiere seguridad, que es lo que se ha perdido con Santos, pero no renuncia a la búsqueda de la paz, eso sí, en términos dignos para las comunidades y no bajo abyectas claudicaciones con los narcoterroristas. Por consiguiente, los ideólogos de UCD necesitan esmerarse en mostrarle al país que tienen propuestas realistas para enderezar el proceso iniciado por Santos.

Me habría gustado hacer acto de presencia en la convención, porque apoyo con firmeza al expresidente Uribe y estoy de acuerdo tanto con su diagnóstico sobre la problemática actual como con las soluciones que propone. Pero mis circunstancias domésticas lo impiden.

De todo corazón, formulo votos fervientes por el buen suceso de tan significativo evento.

lunes, 7 de octubre de 2013

“Dadme lo que quiero, dádmelo con libertad y no molestaré más.”

Hace años vi una excelente película de terror de Stephen King, titulada “La Tormenta del Siglo”. Trata acerca de una serie de crímenes que se presentan en una pequeña comunidad isleña al nordeste de los Estados Unidos. El criminal, después de atemorizar a sus habitantes, los intimida con esta exigencia que aparece pintada en las paredes. Después, hace más explícitas sus demandas y pone a la comunidad en vilo. Lo demás es la historia que no quiero contar para no dañarles a los lectores el deleite de una obra que amerita disfrutarse.

Muchas veces ha venido a mi memoria el recuerdo de esta película, a propósito sobre todo de las negociaciones que se adelantan con las Farc en La Habana, que exhiben un nítido cariz extorsivo.

En efecto, los capos de una de las más peligrosas organizaciones narcoteroristas que operan en el mundo, parecen decirnos a los colombianos a través de Santos y sus delegados que estarían dispuestos a cesar sus depredaciones de todo género si les damos lo que quieren.

¿Qué es lo que quieren?

Lo han dicho a los cuatro vientos: impunidad para sus crímenes, elegibilidad para sus candidatos, asamblea constituyente hecha a su medida, cambios drásticos en los diferentes aspectos del régimen institucional, medios de prensa proveídos por el Estado, desmonte de las fuerzas militares, régimen electoral que los favorezca, etc., etc.

Pero, a decir verdad, los capos no son tan generosos como el oscuro personaje de la película de marras, que ofrece no molestar más a sus víctimas si le dan lo que les pide, dado que las Farc hacen sus exigencias, no para irse, sino para quedarse acá en posición privilegiada que de hecho les garantice la toma del poder en el corto plazo.

Esto significa que la idea de las Farc no es convenir con el gobierno unas condiciones para entregar sus armas, desmovilizar sus efectivos, desmontar el negocio del narcotráfico, someterse a la justicia, indemnizar a sus miles de víctimas e incorporarse a la vida política de acuerdo con las reglas de juego establecidas para todos los actores de la misma, sino hacer valer unas exigencias que les den posición privilegiada para continuar con el empeño de imponernos a los colombianos un régimen totalitario liberticida y destructor de la riqueza colectiva, similar al que rige en Cuba y, de hecho, en Venezuela.

Por consiguiente, así les demos lo que piden por ahora, las Farc seguirán molestándonos hasta que, con la ayuda del Foro de San Pablo, logren quedarse con el santo y la limosna. El acuerdo al que se llegue con sus negociadores será apenas un paso adelante en su propósito de toma del poder a través de la combinación de las formas de lucha que recomienda la doctrina marxista-leninista que profesan.

Santos, con el simplismo de teleprónter que maneja, no sabe uno si por candor o por malicia, así lo ha reconocido al afirmar que debemos prepararnos para pasar del conflicto armado al conflicto social, sin percatarse de que con los comunistas el segundo no excluye el primero.

Se sigue de ahí que muy probablemente lo que se acuerde con las Farc no traerá la paz, sino un conflicto explícito, el social que admite Santos que se generará, y otro embozado o clandestino, promovido por cuadros ocultos de las Farc que ya existen, el PCC, apoyado en las armas y los dineros que no entreguen.

El país tiene todo el derecho de desconfiar de este proceso, pues las Farc no han generado credibilidad ni respetabilidad, y este es el momento en que nadie sabe que estarían dispuestas a entregar a cambio de que les demos lo que piden.

Y también el país tiene todo el derecho de desconfiar de Santos, que ha perdido igualmente toda credibilidad y toda respetabilidad, con lo que ha descendido al mismo  nivel de su contraparte.

El viernes pasado, Hassan Nassar entrevistó en su programa de Cablenoticias a Alvaro Leyva Durán.

Lo que ahí dijo Leyva es preocupante a más no poder, pues, si no lo interpreto mal, afirma que el acuerdo ya está cocinado sobre dos bases: a) otorgarle plenos poderes a Santos con algo así como una ley habilitante de las que han permitido que en Venezuela se instaure la dictadura;  b) convocar el famoso congresito con un 40% de participación de las Farc, lo que equivaldría de hecho a la asamblea constituyente que  han exigido una y otra vez.

De ser así las cosas, no es osado pensar que se nos avecina la tormenta del siglo, tan espeluzante o más que la de la terrorífica película de Stephen King.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Las trampas de la paz

Para decirlo en términos del finado Alfonso López Michelsen, Juan Manuel Santos fue elegido con un “mandato claro”, consistente en doblegar a las Farc y el Eln, rematando así la tarea iniciada por Álvaro Uribe Vélez, y salvaguardar la dignidad nacional frente a vecinos hostiles que sin recato alguno les han brindado refugio y hasta auxilio a los guerrilleros que pretenden imponernos un régimen totalitario.

En uno de los actos de traición más reprensibles que haya presenciado la historia colombiana, Santos decidió desconocer de modo rampante sus solemnes compromisos electorales, alegando que no es títere de nadie y puede gobernar como a bien tenga.

Todo indica que la traición al electorado se urdió desde la campaña presidencial con su hermano y el consejero Jaramillo Caro, quienes quizás le metieron en la cabeza que él estaba llamado por la historia a traernos la paz a los colombianos que hemos sufrido más de medio siglo de violencia promovida por los comunistas.

Esto trae a mi memoria lo que dijo Raymond Aron cuando supo que el recién elegido Giscard se proponía apaciguar a los soviéticos que amenazaban a Europa occidental con avasallarla con sus tanques en menos de una semana:"Ese joven ignora que la historia es trágica".

De Santos, cuya frivolidad es aterradora, bien podría decirse lo mismo. Engolosinado con su idea de convertirse en un personaje histórico, corre el riesgo de que la posteridad lo vea como una figura tragicómica.

Es risible que les diga a las Farc que se apuren en llegar a un acuerdo porque la oportunidad para ellas es “ahora o nunca”, pues bien se sabe que el de la prisa para exhibir un flamante compromiso de paz es él, que aspira a la reelección y no tiene otra carta para jugar que esa.

A toda costa aspira a que las Farc le firmen algo antes de que en noviembre se venza el término que tiene para anunciar si quiere que sus conciudadanos lo reelijan. Muy probablemente lo harán, pero bajo los términos que quieran imponerle, pues entienden que si Santos claudicó ante Chávez y Correa, nada le impedirá arrodillarse ente ellas.

Ese acuerdo se decidirá a puerta cerrada entre los negociadores de Santos y los de las Farc, que  se hicieron llamar plenipotenciarios en el grotesco documento que protocolizó el inicio de las conversaciones en La Habana.

Es un acuerdo para el que conviene reiterar que Santos carece del mandato claro de la ciudadanía. Se lo estipulará a espaldas suyas y sin que tenga oportunidad eficaz de agregarle o quitarle un ápice. La aprobación que se ha dicho que deberá otorgar el pueblo se le presentará en los términos draconianos de “tómelo o déjelo”.

Los golillas de Santos aspiran a convenir con las Farc un articulado dizque bastante simple para que la gente no se enrede al votarlo, quizás con unos pocos textos que deberán pasar primero por el Congreso y la Corte Constitucional, según lo dispone el artículo 378 de la Constitución Política.

No se han dado cuenta de que si el acuerdo se firma en noviembre, la convocatoria a referendo  tendría que tramitarse en medio de la campaña que rematará en marzo próximo con la elección de nuevos congresistas.

Para agilizar la aprobación popular del acuerdo con las Farc, sus consejeros llevaron a Santos a proponer la reforma de la ley estatutaria que prohíbe que los referendos se voten simultáneamente con las elecciones de congresistas o las presidenciales.

Ese proyecto, que trata de aprobarse a marchas forzadas en el Congreso, violentando los derechos de la oposición, tiene un cometido explícito y otro tan oculto como tramposo.

Santos y sus voceros han dicho que con ello se busca garantizar la participación copiosa de la ciudadanía, pues temen que. si el referendo se convoca como lo exige la ley estatutaria, tal vez no se logre el umbral que prevé la Constitución para que se lo apruebe.

Esta justificación es engañosa a más no poder, pues si algún tema sería capaz de convocar a la inmensa mayoría de los ciudadanos es precisamente el de un acuerdo de paz con los guerrilleros.

Sucede que hay un propósito que el gobierno no confiesa, porque es inconfesable.

En efecto, Santos y los congresistas de la U que traicionaron a sus electores no tienen otro programa para presentarse a elecciones que el acuerdo con las Farc. Entonces, pondrán a andar toda la maquinaria gubernamental con miras a presionar a la ciudadanía para que elija entre la paz que ellos representarían y la guerra que los escépticos y los enemigos del acuerdo, sobre todo los uribistas del Centro Democrático,  estarían aupando.

Al lado de la maquinaria oficial estarían las Farc presionando por la fuerza de las armas a las comunidades para que voten en sí a la propuesta de referendo y por los candidatos  amigos de la misma.

Queda claro, entonces, que en las elecciones operaría una auténtica tenaza Santos-Farc tendiente a forzar unos resultados favorables al acuerdo, bien sea por la presión mediática, por la compra de electores a cambio de favores oficiales o por la intimidación guerrillera.

Lo que no parecen haber previsto Santos y sus estrategas es la posibilidad de que el pueblo reaccione en contra, rechace la propuesta y se niegue a reelegir a los traidores, o que de la votación a favor y en contra resulte un empate técnico que haga políticamente inviable lo acordado con las Farc.

Santos y su claque andan diciendo que en aras de la paz habrá que tragarse unos cuantos sapos. Pero al tenor de la incompetencia de su equipo negociador, de la voracidad de las Farc y de la urgencia que él tiene de presentar algo para su reelección, lo que cabe esperar es que quieran que el país se trague la rana venenosa del Chocó, como lo escribí en Twitter esta mañana.

En tal caso, la disyuntiva para los ciudadanos no sería la de escoger entre la paz y la guerra, sino entre la rendición abierta o velada ante las Farc y la continuidad del actual estado de cosas.

Al país lo están engañando con el señuelo de una paz cosmética que, simple y llanamente, servirá para encubrir nuevas y quizás peores confrontaciones que las que hemos padecido.

Cierro con otra evocación del pensamiento de López Michelsen, quien decía que para negociar con las Farc sería necesario derrotarlas primero. Santos, con su prurito de pasar a la historia, no le dio tiempo al tiempo y corrió a presentarles la bandera blanca y tenderles el tapete rojo que les permitirá, como también lo dijo López, ganar en la mesa de negociación lo que no pudieron obtener en los campos de batalla.

Como dice atinadamente Rafael Nieto Loaiza, esperemos que cuando llegue ese momento estemos bien confesados.