miércoles, 31 de diciembre de 2014

Reflexiones políticas I

El análisis de las situaciones políticas toca con asuntos de honda complejidad, tales como el diagnóstico de fortalezas y debilidades de los grupos sociales en determinadas circunstancias; lo que se considera deseable y posible para mejorarlos; los medios y recursos idóneos para actuar sobre ellos; las estructuras colectivas que se considera que deben ponerse en acción para el efecto o la calidad de los dirigentes llamados a liderarlas.

 

El político se parece al médico que examina a sus pacientes, indaga sobre sus dolencias, investiga su vitalidad, formula diagnósticos en torno a su salud, propone hipótesis acerca de sus posibilidades de mejoramiento y ordena las terapias que considera adecuadas para lograr que su organismo llegue al estado óptimo de acuerdo con las circunstancias que lo rodean y según la concepción que albergue acerca de lo saludable.

 

El punto de partida de la acción política es entonces la representación de una situación social dada. Pero mientras que el médico tiene que habérselas con pacientes de carne y hueso, que por lo menos están individualizados físicamente y cuyos procesos biológicos pueden en cierta medida cuantificarse, el político afronta dificultades para identificar el cuerpo social sobre el que pretende actuar. Suele considerarse que el mismo se confunde con la comunidad estatal, pero esta no solo integra un conglomerado más o menos heterogéneo de comunidades menores, sino que a su vez se inserta en colectivos de mayor envergadura que hoy en día componen lo que se denomina la Aldea Global. En los tiempos que corren, todo el mundo está prácticamente interconectado, de suerte que lo que se haga aún en las unidades más pequeñas sufre la influencia del todo y a la vez incide de alguna manera en la comunidad global.

 

Hans Kohn, en sus estudios sobre el nacionalismo,  discute la visión tradicional que concibe el mundo social como una serie de círculos concéntricos que se van formando a partir de núcleos elementales como la familia y la comunidad local, para pasar después a lo regional, lo nacional, lo internacional, lo supranacional y, por último, lo universal o mundial. Los niveles de asociación política son más complejos y no aparecen a partir de evoluciones por así decirlo naturales o normales, sino muchas veces por causa de accidentes históricos. Igualmente, las relaciones entre esos diferentes niveles no son, como lo creía Kelsen, de fundamentación de los más elementales a partir de los más complejos, sino de conflictos entre unos y otros que se zanjan de diferentes maneras de acuerdo con las constelaciones de poder que efectivamente se dan en las distintas coyunturas históricas.

 

Lo anterior significa que la estructura del mundo político no obedece a una racionalidad intrínseca susceptible de traducirse en enunciados abstractos de validez universal, sino a una racionalidad histórica más o menos caprichosa. Podría más bien hablarse de irracionalidad, si no fuese porque de todos modos hay en él ciertas constantes susceptibles de dar pie para distintas teorizaciones.

 

El político local piensa en su parroquia; el regional, en su provincia; el nacional, en el Estado, y así sucesivamente. Pero ninguno alcanza a captar adecuadamente lo suyo si pierde de vista contextos cuya dinámica está signada por la aleatoriedad. No le queda otro remedio, además, que obrar al respecto de modo similar a como lo hizo De Gaulle, que siempre tuvo en su mente “cierta idea de Francia”.

 

El político colombiano actúa, pues, bajo la inspiración de cierta idea de Colombia. Y es menester preguntarse acerca de cuál es o, mejor, cuáles son las ideas de nuestros dirigentes y de las distintas capas sociales sobre el ser histórico de nuestro país.

 

Esas ideas son más o menos míticas. Se refieren en general a algo imaginario sobre el pasado, el presente y el futuro de la sociedad. Constituyen interpretaciones de lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. Y esas interpretaciones pueden ser superficiales o profundas, bien articuladas o bastante deshilvanadas, realistas o idealistas, pretendidamente científicas o resueltamente poéticas, etc. Pero siempre serán incompletas, inexactas, aproximadas, relativas.  Se las elabora no solo a partir de la observación de los hechos históricos, sino de valoraciones de los mismos, lo que implica que a menudo se las piense con el deseo.

 

Hasta mediados del siglo XX se enfrentaban unas interpretaciones liberales y otras conservadoras sobre el ser histórico colombiano. Las cosas hoy son muy diferentes. No es cierto, como creyó en alguna oportunidad Alfonso López Pumarejo, que las fronteras ideológicas de nuestros dos partidos tradicionales  se hubieran borrado en aras de cierto modo de fusión de ambos. Más bien, parece que se hubieran difuminado dando lugar a una profusión de ideologías poco consistentes, de contextura gelatinosa. Por otra parte, la visión marxista de la sociedad prevalece en muchos sectores, en especial los que se autoproclaman como titulares de la intelectualidad, a lo que se agrega una visión libertaria decididamente naturalista y radicalmente anticristiana, que riñe con los valores que en otras épocas contribuían a la definición de nuestro ser espiritual.

 

Si Obama se atrevió a decir a comienzos de su mandato que Estados Unidos habían dejado de ser una sociedad cristiana, lo que le ha dado pie para perseguir descaradamente a los cristianos y producir unas fracturas quizás insuperables en ese país, lo mismo podría decirse de la Colombia de hoy, que es formalmente católica pero de hecho se ha convertido hoy en una sociedad pagana.

 

Álvaro Gómez Hurtado echaba de menos en Colombia la existencia de un acuerdo sobre lo fundamental. Esa carencia es ahora más palpable que hace un cuarto de siglo, de donde se sigue que somos una sociedad que no tiene clara conciencia de su pasado, de su presente y de su porvenir. Pero resulta que son precisamente esos acuerdos sobre lo fundamental los que validan el régimen político y el ordenamiento jurídico.

 

Dos libros más o menos recientes de historia de Colombia-“Colombia: una nación a pesar de sí misma”, de David Bushnell y “Colombia: país fragmentado, sociedad dividida”, de Frank Safford y Marco Palacios-, ilustran sobre el carácter conflictivo y a menudo extremadamente violento de nuestro devenir histórico, si bien hay que reconocer con Eduardo Posada Carbó que Colombia no es solo violencia, pues hay muchos rasgos positivos de nuestra idiosincrasia que conviene resaltar para una mejor comprensión de lo que somos. (vid.http://historiadecolombia2.files.wordpress.com/2012/09/bushnell-david-colombia-una-nacion-a-pesar-de-si-misma.pdfhttp://books.google.com.co/booksid=ETh7T9ax6ekC&printsec=frontcover&hl=es#v=onepage&q&f=false-).

 

Recuerdo que hace años el profesor Socarrás, en sus artículos para El Tiempo, insistía en que nuestra violencia es de carácter racial. Hablaba de la ferocidad de los caribes y los españoles, y solo dejaba a salvo el pacifismo de nuestros antepasados africanos. El profesor Mauro Torres ha hecho otros análisis, probablemente más rigurosos, que relacionan nuestros impulsos violentos con lo que él considera el carácter mutogénico del alcohol, agravado ahora por el alto consumo de sustancias psicoactivas. Y en un escrito que le publicó Lecturas Dominicales, señaló cómo la intemperancia verbal tanto de Laureano Gómez y como de Jorge Eliécer Gaitán incidió decisivamente en la Violencia de mediados del siglo pasado.

 

Es claro que la agresividad verbal constituye la antesala de la violencia física, pero una y otra, fuera de los factores psicobiológicos que enfatizaron los profesores Socarrás y Torres, se disparan cuando entran en juego posturas ideológicas cargadas de fanatismo e intolerancia. Muchos culpan a los políticos tradicionalistas por sus ideas cerradas a la Modernidad, pero se hacen los de la vista gorda frente al sectarismo que a menudo exhibieron los liberales y el que después ha caracterizado a la izquierda marxista, que de modo explícito preconiza la acción violenta como el medio más idóneo para promover el cambio social.

 

Hay entre nosotros una cultura de la violencia que emerge de profundas deficiencias morales. Hernando Gómez Buendía hizo ver alguna vez que en Colombia han fracasado distintos proyectos éticos: el de la caridad, promovido por el Catolicismo; el de la tolerancia, impulsado por el republicanismo cívico de los liberales; el de la solidaridad, predicado por los socialistas. Según Gómez, al colombiano lo caracteriza la ética del “rebusque”, el aprovechamiento del “cuarto de hora”, el “CVY” (“Cómo voy yo”). Se trata, en suma, de una visión de fuerte signo individualista, de corto plazo y de muy estrechas miras. De ahí, lo de que “La ley es para violarla”, “Hecha la ley, hecha la trampa” o “Lo malo de la rosca es no hacer parte de ella”. Es algo aledaño al imperio de la ley de la selva. Por eso, Marco Palacios ha insistido en lo que él denomina “la delgada corteza de nuestra civilización”.

 

Desde luego que es menester que maticemos este diagnóstico negativo con observaciones que reconozcan las cualidades que a lo largo de la historia nos han caracterizado, tales como la abnegación, la recursividad, el espíritu de superación o el heroísmo de que dan  testimonio cotidiano millones de compatriotas que luchan con denuedo para sacar adelante contra viento y marea a sus familias. De hecho, estas representan el vínculo social más fuerte entre nosotros, no obstante los virulentos ataques con que la Cultura de la Muerte y el hedonismo predominante en las sociedades avanzadas se proponen destruirlas.

 

El pensamiento izquierdista hace hincapié en los que considera que son los “factores objetivos” de la violencia que nos aqueja. Esos factores son reales y tienen que ver con la desigualdad, la pobreza, la corrupción política y los conflictos ancestrales sobre la propiedad rural, entre otros. Pero hay sociedades en que median circunstancias similares y, sin embargo, no presentan las mismas manifestaciones de violencia, lo que hace pensar en la necesidad de otras explicaciones más adecuadas, como la que destaca el papel que ha jugado el apetito comunista de hacerse al control de nuestro territorio y nuestras comunidades.

 

Como bien lo muestra Eduardo Mackenzie en “Las Farc, fracaso de un terrorismo”, libro indispensable para entender nuestra historia política en el último siglo y que he mencionado en otras ocasiones, los comunistas vienen luchando desde los años 20 del siglo pasado para instaurar su proyecto político entre nosotros, habida consideración de nuestra privilegiada posición estratégica, que nos hace atractivos para todos los que pretendan el dominio de Centroamérica, el Caribe y Sudamérica (Vid.http://www.verdadcolombia.org/ONGs/FederacionVerdadColombia/elResto/LibroMackenzie.pdf).

 

Hasta 2010 habían fracasado rotundamente, debido a la oposición que los enfrentó a lo largo de muchas décadas y al poco entusiasmo que sus consignas despiertan entre nuestros compatriotas, de lo que dan buena muestra las encuestas de opinión y sus reiteradas derrotas electorales. Pero a partir del 7 de agosto de ese año comenzó, por iniciativa personal de juan Manuel Santos, un proceso de acercamiento a sus brazos armados que exhibe a no dudarlo fuertes tintes de claudicación.

 

Contamos, es cierto, con un sistema de libertades y derechos bastante deficiente, lo mismo que con una democracia más formal que real. Pero las soluciones que parecen estar abriéndose camino no ofrecen garantías para profundizar la protección de las libertades y los derechos, ni para hacer más efectivos los procesos democráticos, pues lo que se proponen los comunistas con los que el gobierno actual avanza en sus fementidos “diálogos de paz” no es el acuerdo sobre lo fundamental que reclamaba Álvaro Gómez Hurtado, sino establecer bases sólidas para imponer a la postre un régimen que copie el modelo cubano y su deplorable proyección en la vecina Venezuela, no obstante lo rotundo de sus fracasos.

 

El pensamiento político contemporáneo insiste en la necesidad de ese acuerdo, por cuanto es un hecho no solo natural, sino necesario, que haya en las sociedades  la competencia de distintos proyectos políticos en condiciones equitativas para todos. Ello supone la adopción de reglas de juego confiables en las que ninguna de las partes goce de ventajas injustificadas sobre las demás, fuera del compromiso moral de todos los actores políticos de obrar con lealtad a dichas reglas de juego. Las Farc no creen que lo que denominan como el “establecimiento” sea fiel a las mismas; pero son más las razones que median para desconfiar de las buenas intenciones de esa organización narcoterrorista.

 

Vale la pena traer a colación el ya célebre dicho de S.S. Paulo VI en la conclusión de su encíclica Populorum Progressio,-"El desarrollo es el nuevo nombre de la paz"(Vid. http://justiciaypaz.dominicos.org/kit_upload/PDF/jyp/Documentos%20eclesiales/populorum_progressio.pdf)-, para inquirir acerca de cuál es la teoría del desarrollo que supuestamente en pro de la paz se está conviniendo con los narcoterroristas de las Farc en La Habana.

 

De acuerdo con datos de 2013, Colombia ocupaba el puesto 94 en el ranking de desarrollo humano (IDH), con un índice de 0.711 (Vid. http://www.datosmacro.com/idh/colombia). Según el Informe sobre Desarrollo Humano de 2014, el PNUD nos ubica dentro del grupo de países con desarrollo humano elevado, algunos puntos por encima de los de desarrollo humano medio (Vid.http://hdr.undp.org/sites/default/files/hdr14-summary-es.pdf). En los últimos años ha habido notable reducción en los porcentajes de pobreza (30,6% en 2013) y pobreza extrema (9,1% en el mismo año), pero los índices de desigualdad se mantienen todavía en niveles preocupantes (0,539 en 2012 y 2013).(Vid.http://www.portafolio.co/economia/pobreza-colombia-el-2013).

 

No estamos, por supuesto, en el mejor de los mundos posibles y es mucho el camino que debemos recorrer para acercarnos a los países que según el PNUD se consideran como de desarrollo humano muy elevado e incluso a los de más alto puntaje dentro de la categoría en que nos encontramos ubicados. Pero cabe preguntarse si el mejoramiento de nuestros índices de desarrollo humano es tema de unos ajustes ciertamente necesarios en nuestras políticas económicas y sociales, o por el contrario, hace imperativa la revolución que predica el narcoterrorismo.

 

Me atrevo a pensar que darle a este una posición privilegiada respecto de las demás opciones políticas, como parece desprenderse de lo que se conoce de los acuerdos de La Habana, no solo pone en peligro nuestro sistema de libertades y nuestra democracia, sino nuestra ubicación en la tabla de Desarrollo Humano, que depende de un crecimiento económico más que sostenido, posible solamente si se preserva la confianza de los inversionistas. Un retroceso en nuestros índices de crecimiento suscitaría perturbaciones sociales que pondrían en riesgo la eficacia de los eventuales acuerdos de paz.

 

En rigor, esos eventuales acuerdos con las Farc no conllevan necesariamente la paz social en Colombia. Podrían ser coadyuvantes de la misma, en la medida que ganen la adhesión de las grandes mayorías nacionales y no susciten la desbandada de los empresarios generadores de riqueza. Pero si producen nuevas fracturas en nuestra sociedad, lo que garantizarán es el retroceso de nuestra calidad de vida y, por ende, la proliferación.

 

Como lo han puesto de presente algunos analistas, las Farc son diestras en todas las etapas del narcotráfico, saben sembrar minas antipersonales y regar sangre  a borbotones sobre los campos de Colombia, conocen del negocio internacional de armas y el lavado de activos, practican sin tapujos la minería ilegal, son fuertes depredadoras que arrasan bosques y contaminan fuentes de agua, etc. Pero, ¿qué nos proponen para mejorar nuestra agricultura, nuestra ganadería, nuestra minería, nuestra industria, nuestro comercio, nuestra infraestructura, nuestros sistemas de transporte,  nuestra presencia económica activa en un mundo globalizado?

 

Hablan con simplismo digno de mejor causa de la “redención del pueblo colombiano”, pero ignoran que las políticas sociales se sustentan sobre fuertes bases económicas. Y parecen ignorarlo todo acerca de la economía. Por obra de una oscura mitología, creen que de su destrucción puede emerger un mundo mejor en el que la justicia para los pobres consistirá en prodigar la miseria para todos, salvo los privilegiados de la “Nomenklatura” revolucionaria.

 

Preocupa que en los diálogos de La Habana los negociadores del gobierno, al parecer, estén adoptando posiciones vergonzantes sobre nuestros sistema de libertades, nuestra democracia, los logros de nuestras políticas económicas y sociales. No se esmeran en mostrar las fortalezas de nuestra sociedad y dan la impresión de que comparten el diagnóstico de la subversión acerca de sus debilidades.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Verdades de a puño

La Hora de la Verdad inició hoy la serie de grandes reportajes de fin de año con unas valerosas y muy sesudas declaraciones de la senadora Paloma Valencia que pueden consultarse en http://www.lahoradelaverdad.com.co/hace-noticia/grandes-reportajes-con-paloma-valencia-senadora-del-centro-democratico.html

 

Ahí se pasó revista a los temas de fondo que deberían ocupar la atención de la gente pensante en Colombia hoy por hoy. Remito a lo que ella conversó con Fernando Londoño Hoyos, que no tiene pierde, como coloquialmente se dice. Sin perjuicio de recomendarles a los lectores que entren al sitio indicado para enterarse de todo lo que se dijo en la entrevista, centraré la atención, en aras de la brevedad, en algunos de sus tópicos.

 

Pienso que el trasfondo del reportaje constituye una crítica frontal a la desinstitucionalización del Estado en que están empeñados el presidente Santos y su fementida Mesa de Unidad Nacional. De ese modo, ellos les están suministrando a las Farc y sus conmilitones las enseñanzas más elocuentes acerca de cómo distorsionar el ejercicio del poder público y el funcionamiento de las instituciones para el no improbable evento de que lleguen en un futuro nada remoto a hacerse al gobierno de Colombia.

 

Lo primero que debe considerarse es lo que en plata blanca y sin rodeos constituye la traición de Santos y los congresistas de la U, salvo contadísimas excepciones, a los compromisos que asumieron con el electorado en 201O.

 

Este es un asunto de hondas implicaciones políticas y morales sobre el que los responsables de la suerte del país no han reflexionado lo suficiente. Engañar a la gente y jactarse de ello, dando explicaciones especiosas para tratar de convencerla de la necesidad del giro  por el que se optó en la conducción de los negocios públicos, mina a no dudarlo los fundamentos éticos de la autoridad y hace que los gobernados le pierdan el respeto, tal como lo muestran de modo reiterado las últimas encuestas. Estas reflejan la gravísima crisis de confianza ciudadana en casi todas las instituciones.

 

La senadora Valencia se extiende en la exposición de los vanos argumentos que aducen los congresistas de la Mesa de Unidad Nacional para sustentar sus posiciones. Esa exposición lo deja a uno pensando bien sea en la mala fe de ellos, ora en la superficialidad y el oportunismo de sus concepciones políticas. Trátese de lo uno o de lo otro, queda la sensación de que asistimos a una deplorable crisis tanto conceptual como moral en el seno de la dirigencia política colombiana. Como ha acontecido con tantas otras sociedades que en un momento dado han sufrido terribles conmociones, la miopía o el estrabismo de nuestros dirigentes, que no les permite tener visión sino de lo inmediato y muchas veces distorsionada, amenaza con llevarnos al borde de un tenebroso precipicio.

 

En las reflexiones sobre su experiencia como congresista hace ver aspectos de extremada gravedad.

 

Por una parte, los atropellos de que es víctima la bancada opositora por parte de quienes controlan las cámaras legislativas. Si el modelo de democracia que afirmamos haber adoptado en nuestra flamante Constitución se funda en la idea de que el  de la oposición es necesario para el buen gobierno y por ello debe rodeárselo de garantías eficaces, la forma como actúa la Mesa de Unidad Nacional  la contradice flagrantemente. Su política parece seguir la consigna del montonero de una milonga que ejecutaba el gran Pichuco acompañando a su cantor Ángel Cárdenas:"Para los amigos, la mano; y pa’ los otros, el cuchillo…”

 

La cápitis diminutio del Congreso, impuesta por sucesivas disposiciones constitucionales y por los usos políticos, lo ha convertido no solo en un apéndice del Ejecutivo, sino en una especie de chivo expiatorio a manos de la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado.

 

El análisis que hace la Senadora acerca de cómo debe arrodillarse el congresista ante el ministro de Hacienda, o cualquier otro dignatario gubernamental, para servirles a las regiones que han contribuido a elegirlos, es alarmante y explica por qué los senadores y representantes no pueden votar, como lo exige la Constitución, consultando la justicia y el bien común, sino sometiéndose indignamente a las imposiciones gubernamentales. Y su situación ante las Cortes no es menos indecorosa: la Corte Suprema de Justicia podría dar cuenta de todo el Congreso, si se lo propusiera.

 

La teoría democrática pretende que el ejercicio del poder público se supedite a la voluntad que la ciudadanía expresa en los certámenes electorales. De ese modo, tanto los titulares de la Rama Ejecutiva como los de la Legislativa serán meros agentes de la voluntad popular, que es la que legitima sus decisiones y sus empresas. Pero lo que ha demostrado Juan Manuel Santos es que tras esa fachada puede instaurarse, más que una Monarquía, un verdadero Despotismo cuyas acciones políticas pueden surgir de la voluntad presidencial y la de sus más íntimos allegados. Una vez decididas a puerta cerrada, se las impone por las buenas o por las malas, haciendo uso de todos los recursos jurídicos y fácticos que estén al alcance de los titulares de los altos órganos estatales, mediante técnicas que más parecen propias de una “blitzkrieg” que de los procesos de persuasión que caracterizan a la democracia pluralista.

 

Los defensores de la reelección presidencial han sostenido que es una figura que permite asegurar la continuidad de los buenos gobiernos. Un gobernante que haya cumplido a cabalidad tendrá entonces el premio que merece. Pero si ha fallado, se verá expuesto a la reprobación del electorado.

 

Con Santos se ha visto que el argumento es tan débil, que él mismo, una vez reelegido, se apresuró a proponer que se eliminara esa figura. Merecía de sobra que el electorado lo reprobara, pero a fuerza de mañas se hizo reelegir en unos de los certámenes más turbios de toda nuestra historia. De ahí la baja popularidad de que goza según las encuestas.

 

Capítulo aparte merece el desastroso desempeño económico de su gestión. Para que no se diga que en este concepto media la tirria uribista, invito a los lectores a que lean el comentario de Eduardo Sarmiento Palacio, nada sospechoso de simpatías con el hoy senador Uribe, que publicó en su edición de hoy El Colombiano:http://www.elcolombiano.com/opinion/contraposicion/las-cuentas-se-hicieron-con-el-petroleo-a-us-100-hoy-esta-a-50-NL951618

 

Les deseo a mis lectores una muy feliz navidad, invitándolos a que reflexionen en el misterio del nacimiento del Hijo de Dios en el portal de Belén. Quisiera desearles también, de acuerdo con la fórmula ritual, un muy venturoso año 2015. Pero si leen con la atención que merece el comentario de Sarmiento Palacio, el año que se avecina no será propiamente de vacas gordas.

lunes, 8 de diciembre de 2014

¿Crímenes altruistas?

El satanista Karl Marx hizo famoso lo de que “La religión es el opio del pueblo”. De ello hizo Raymond Aron a mediados del siglo pasado una provocadora paráfrasis en la que afirmó que, a su vez, el marxismo es el opio de los intelectuales.

 

Su libro, que lleva dicho título, suscitó la furia de la “intelligentzia” de la época, que, igual que hoy, estaba en buena medida alucinada o drogada  por los vahos pestilentes de la utopía marxista. Sus contradictores no ahorraron epítetos para insultarlo, pero él se mantuvo en lo suyo y libró una de las batallas intelectuales más brillantes que se recuerdan en el panorama espiritual de la cultura francesa. ( Vid. http://minhateca.com.br/maia95/Documentos/Raymond-Aron-El-Opio-de-Los-Intelectuales,3082198.pdf).

 

Para muchos que presuntuosamente viven de la que  Paul Johnson considera una muy discutible función de diagnosticar y curar los males de la sociedad sin más ayuda que su intelecto y se llaman a sí mismos intelectuales, el modelo social que esboza dicha utopía es intrínsecamente justo y constituye, por consiguiente, el Norte que debe guiar los esfuerzos de la especie humana hacia su mejoramiento y su cabal realización.(Vid. http://losdependientes.com.ar/uploads/0j27t06rvy.pdf).

 

De ahí que se diga que los que luchan de distintas maneras para imponer ese modelo lo hacen movidos por un ímpetu altruísta que, a su juicio, disculpa los errores y excesos en que puedan incurrir.

 

La construcción de una sociedad comunista es para ellos la gran tarea que debe emprenderse en beneficio de la humanidad. Significa, ni más ni menos, un severísimo compromiso moral, tal como  lo muestra el célebre filósofo español  José Luis Aranguren en su libro “El Marxismo como moral” (Vid. http://www.moviments.net/espaimarx/els_arbres_de_fahrenheit/documentos/obras/1260/ficheros/Aranguren_El_marxismo_como_moral.pdf). Y ese supuesto compromiso moral conduce a juzgar con benevolencia y hasta con admiración a quienes, según ha dicho alguno por ahí,"matan para que otros vivan mejor".

 

Es bien sabido, por ejemplo, que el Che Guevara no se paraba en pelillos para matar o hacer matar a otros. Lo hacía sin estremecerse. No obstante, Sartre, a quien Bernard-Henri Lévy proclamó como el gran pensador de la pasada centuria en “El Siglo de Sartre”, no tuvo escrúpulo alguno para escribir, a propósito de la muerte del famoso revolucionario argentino, que con él  no solo había desaparecido un gran intelectual, sino “el ser humano más completo de nuestra época” (Vid. http://www.critical-theory.com/incredible-candid-photos-of-jean-paul-sartre-and-simone-de-beauvoir-in-cuba/). He ahí una buena muestra de que el estrabismo de Sartre no solo era ocular.

 

Los intelectuales, desde sus cómodos palacios de cristal y sus elevadas torres de marfil, entran en éxtasis frente a los hombres de acción que, siguiendo la consigna de Marx, no se limitan a interpretar el mundo, sino que se aplican con denuedo a transformarlo.

 

Para ellos, sus metas ideales tienen muchísimo más valor que las realidades que aspiran a modificar. Por consiguiente, las ilusorias vidas felices de quienes todavía no existen y no se sabe si llegarán a existir ni en qué condiciones, prevalecen de modo absoluto sobre las vidas infelices de seres de carne y hueso  que, de grado o por fuerza, sabiéndolo o no, se considera que ameritan sacrificarse en función de la utopía comunista.

 

Koestler, en “El Cero y el Infinito”, desnuda esta terrible dialéctica que afirma que la existencia individual vale cero o nada frente al infinito valor de la felicidad colectiva del futuro que promete la ideología. Es libro que conviene releer.(Vid.http://www.omegalfa.es/downloadfile.phpfile=libros/el.cero.y.el.infinito.pdf).

 

Que la del Comunismo es una ideología criminal, no solo por los métodos de conquista del poder que aplica, sino por el modo como lo ejerce cuando llega a alcanzarlo, lo demuestra “El Libro Negro del Comunismo”, que se publicó hace varios años y, como el de Koestler, amerita relectura permanente.(Vid. http://www.defenderlapatria.com/el%20libro%20negro%20del%20comunismo.pdf). Sus autores le adjudican la no despreciable cifra de más de cien millones de muertes a lo largo del siglo pasado. Y uno se pregunta si ese genocidio ha dado lugar a que la humanidad viva mejor o, por el contrario, ha contribuido decisivamente a su degradación.

 

El fracaso del Comunismo es palmario y no se ve, francamente, cómo puede sostenerse que los ríos de sangre que sus promotores han hecho correr en Colombia prometen que nutrirán la savia para un futuro mejor, cuando este se materializa en condiciones tan precarias como las que padecen hoy los pueblos de Cuba y Venezuela.

 

Leo hoy en El Colombiano que las Farc son el noveno grupo terrorista que más muertes ha ocasionado entre 2000 y 2013 en el mundo (http://www.elcolombiano.com/en-terrorismo-colombia-esta-entre-los-20-peores-del-mundo-LM842793).

 

Hasta ahora, lo que han sembrado se resume en muerte, destrucción y angustia para millones de colombianos. ¿Por qué creer que ahí anida la esperanza de una vida mejor para nuestro sufrido pueblo?

 

Presentar al revolucionario como modelo de ser humano cabal, digno de ser imitado y de servir de guía de la realización de la sociedad llamada a satisfacer las necesidades profundas de nuestra especie, no deja de ser una cruel impostura. Ese revolucionario es, en realidad, un psicópata delirante que ha perdido la noción de la realidad, carece de toda conmiseración para con sus prójimos, ha desarrollado una hipertrofia maligna de su ego y actúa movido por sus más perversos impulsos. Es un resentido sediento de sangre.

 

No es el altruismo lo que lo anima, sino su carácter demoníaco, tal como lo describió admirablemente Dostoiewsky en “Los Poseídos”(Vid. http://www71.zippyshare.com/v/16417050/file.html). De ese carácter tenebroso han dado muestras elocuentes las Farc a lo largo de más de medio siglo de crueles depredaciones.

 

Todo pensamiento político contiene alguna reflexión sobre la violencia. El punto de partida es su realidad en todas las esferas de la vida de relación. Pero hay diferentes maneras de interpretarla y evaluarla, que dan lugar, desde  luego, a diferentes ideologías. Estas, en términos generales, pueden clasificarse en dos grandes grupos: las que promueven el control de la violencia y las que la estimulan.

 

El pensamiento civilizado se mueve en torno de lo primero. Ante la imposibilidad de erradicarla de la vida social, que es ante todo un sistema de atracción, simpatía o consenso, se esmera en ofrecer razones para que la monopolice la autoridad pública, pero siempre que se la ejerza dentro de rigurosos condicionamientos morales, jurídicos y políticos.

 

Pero otros modos de pensamiento político consideran que la violencia es un hecho determinante en las sociedades,  que recorre a todo lo largo y ancho las estructuras colectivas y las penetra, bien sea de manera abierta o solapada. A partir de la constatación de ese hecho, consideran que las sociedades son esencialmente conflictivas y la gran cuestión a dilucidar radica en establecer en manos de cuáles actores sociales han de quedar sin talanqueras los recursos del poder y contra cuáles otros habrá qué enderezarlos de modo implacable.

 

El Marxismo-leninismo adhiere, como el Nazismo, el Fascismo y, en general, los Totalitarismos, a esta segunda  concepción, que es radicalmente incompatible con la primera.

 

Como las Farc no han renunciado a esa ideología de la violencia, insisto en que un acuerdo con sus delegados en La Habana, cualquiera sean sus términos, no lo será de paz, sino de tregua. Las Farc, en consecuencia, lo tomarán como un hito en su proceso de asalto del poder y continuarán actuando dentro del esquema bien conocido ya de combinación de las formas de lucha, unas dentro del orden de la legalidad y otras tendientes a subvertirla, siempre con el fin de imponernos un régimen totalitario y liberticida. No nos matarán para que otros vivan mejor, sino para sojuzgar a los que sobrevivan a su dictadura.

 

Como lo ha dicho el hoy senador Uribe Vélez, no solo es inconcebible que la agenda de la patria se negocie con el terrorismo, sino que, en función de una tesis muy parcializada sobre la naturaleza del delito político, se considere que su lucha contra un sistema de democracia y libertades, todo lo imperfecto que sea, es de índole altruista.

 

En mis cursos universitarios solía advertirles a mis estudiantes que el mito no es exclusivo de las religiones y que hoy lo encontramos firmemente arraigado en el derecho y en la política. Lo de los crímenes altruistas de los guerrilleros colombianos no es otra cosa que un mito, pernicioso como el que más.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

¿Paz o tregua?

Las Farc constituyen una tenebrosa organización criminal animada por una no menos tenebrosa ideología política.

 

Sobre lo primero parece haber consenso, pues está claro que no solo son uno de los más poderosos actores del narcotráfico mundial, sino el segundo o tercer grupo terrorista más rico en todas las latitudes. Bien ganada tienen la calificación de  narcoterroristas. Su prontuario es espeluznante.

 

Hay que admitir, sin embargo, que sus motivos y sus finalidades son políticos. Lo que buscan es destruir las estructuras de poder existentes en la sociedad colombiana e instaurar otras que obedezcan al credo marxista-leninista que las inspira. Son, en efecto, una organización revolucionaria. Sus dirigentes así lo reiteran sin esguince alguno: el suyo es, como lo he dicho muchas veces, un proyecto totalitario y liberticida.

 

Esto plantea de entrada la cuestión de en qué medida es posible la convivencia pacífica entre proyectos políticos inspirados en el liberalismo que Raymond Aron consideraba como el techo común capaz de albergar a la derecha no extremista y la izquierda no totalitaria, y proyectos radicalmente antiliberales como los de las Farc y el Eln.

 

Después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países del mundo occidental encontraron unas fórmulas de convivencia civilizada entre diversos proyectos  fundados en ideologías y programas de acción muchas veces divergentes, pero todos ellos fundados en la idea de que la lucha por la conquista del poder, así como el ejercicio del mismo, deben someterse a reglas de juego claras aceptadas lealmente por todos los actores políticos. Fue de ese modo como lograron instaurar la democracia pluralista que garantiza tanto la libre expresión de todas las opiniones, cuanto lo que en los albores del constitucionalismo moderno se denominaba el gobierno alternativo y responsable. Este es, evidentemente, resultado de la idea de que el poder debe ejercerse de acuerdo con las variaciones que se produzcan en el seno de la opinión pública.

 

En el fondo, el régimen que terminó imponiéndose puede considerarse como el de la opinión soberana. De ahí que sus reglas fundamentales giren en torno de cómo se forma esa opinión, cómo se manifiesta, cómo accede al poder y cómo debe de ejercérselo de suerte que el libre juego de opiniones lo nutra y ponga a tono con las necesidades comunitarias.

 

Quizás hoy ese régimen esté en dificultades en distintos países, tal como se advierte hoy en Francia, en España, en Italia, en Grecia e incluso en Estados Unidos, según lo insinúa sobre este último un libro de reciente aparición que alerta sobre los riesgos de guerra civil que se ciernen sobre su futuro inmediato (Vid.http://www.renewamerica.com/columns/vernon/141125).

 

Pero es un régimen que no solo ha garantizado la paz política en países que en el siglo pasado estuvieron sometidos a gobiernos dictatoriales, sino la paz social entre las fuerzas del capital y del trabajo. Resultado de ello ha sido una época de progreso económico y bienestar humano nunca antes conocidos en toda la historia.

 

No fue fácil consolidarlo. Por ejemplo, la presencia en Francia y en Italia de unos partidos comunistas que al término de la guerra contaban con votos suficientes para ponerlos en vilo, exigió altísimas dosis de sabiduría política y buen manejo gubernamental para neutralizarlos. Es una historia que convendrá examinar más en detalle para extraer de ella las mejores lecciones en torno de la realidad colombiana de hoy.

 

El gran contendor de la democracia pluralista no fue el tradicionalismo, como ocurrió con los proyectos liberales del siglo XIX y principios del siglo XX, sino el totalitarismo marxista-leninista que se impuso en Europa Oriental, en China, en Corea del Norte, en Cuba y en varios países africanos. Fue ese sistema el que suscitó las inquietudes que expuso Revel en su famoso libro “La Tentación Totalitaria”.

 

Pero los acontecimientos de fines del siglo pasado parecieron dar al traste con él, dado que la Unión Soviética y los que antaño se llamaban países “satélites” suyos, viraron hacia el régimen pluralista. Y países en donde se han mantenido las estructuras políticas del Estado totalitario,  como es el caso de China o el de Vietnam, modificaron al menos su sistema económico para ajustarlo a los moldes del capitalismo.

 

A comienzos del siglo XXI el régimen totalitario marxista-leninista había quedado reducido a dos países que ofrecen muestras elocuentes de sus rotundos fracasos:Cuba y Corea del Norte.

 

Esto les hace pensar a no pocos ingenuos que la tentación totalitaria es cosa del pasado y que bastaría con ofrecer algo de apertura democrática para atraer pacíficamente a los guerrilleros de las Farc y el Eln al redil pluralista, del mismo modo como se logró hace ya cerca de un cuarto de siglo la inserción del M-19, el Epl y otros cuantos más al ordenamiento constitucional de 1991.

 

Resulta que la situación actual difiere sustancialmente de la de esa época, cuando se creía que la tentación totalitaria estaba totalmente superada y el proyecto comunista iba hacia su definitiva liquidación, tal como lo anunciaba Fukuyama con infundado optimismo en su libro “El Fin de la Historia”(Vid. http://firgoa.usc.es/drupal/files/Francis%20Fukuyama%20-%20Fin%20de%20la%20historia%20y%20otros%20escritos.pdf).

 

Pero la historia reserva muchas sorpresas y, como lo dijo Raymond Aron en alguna oportunidad, es trágica. Cuando se creía en la muerte del comunismo, Fidel Castro y Lula se aplicaron a reanimarlo a través del Foro de San Pablo, presentándolo con otro ropaje. Bajo su inspiración, en varios países de América Latina los comunistas han llegado al poder por la vía electoral, para ejercerlo luego con aparente sujeción a las formas del Estado de Derecho, pero distorsionándolas hasta el punto de instaurar de hecho verdaderas dictaduras. Es, a no dudarlo, el caso de Venezuela.

 

Se habla, para referirse a esta modalidad de régimen político, de “democracias iliberales”, que han perdido la noción del pluralismo y se acercan al modelo totalitario. No hay que olvidar que la idea democrática puede dar lugar a dos vertientes antagónicas, la liberal y la totalitaria.

 

Los partidarios de los diálogos de La Habana creen que es posible convencer a las Farc de su renuncia a la toma del poder por la vía de las armas, a cambio del otorgamiento de garantías para que lo busquen por la vía electoral.

 

Pero en parte alguna los voceros de esa guerrilla narcoterrorista han dado muestras de esa renuncia. Dicen que no entregarán las armas, pues pretenden conservarlas hasta que consideren que las condiciones de los acuerdos se hayan cumplido a satisfacción suya. Tampoco aceptan la desmovilización de sus efectivos, es decir, la desarticulación de sus estructuras armadas, pues aspiran a mantenerlas latentes, siempre y cuando las fuerzas del Estado se mantengan en lo mismo. En el fondo, pretenden que los acuerdos a que se llegue instauren lo que se llama un cese bilateral al fuego, que ate a la autoridad legítima y les deje las manos libres para continuar su labor de zapa en las comunidades rurales y, por supuesto, en los núcleos urbanos.

 

La paz y el postconflicto de que se habla tienen todos los visos de una tregua en que la autoridad legítima llevaría todas las de perder. De ese modo, los procesos electorales contarán con la presencia de actores armados que podrán ejercer presión sobre las comunidades para impedir que se vote por los actores desarmados y obligarlas a hacerlo por los candidatos de las guerrillas. Las fuerzas armadas de la república se verán confinadas a sus cuarteles, mientras que las fuerzas irregulares de la subversión comunista tendrán vía franca para ejercer sus depredaciones en todo el territorio nacional. Ya lo han hecho, en escala ciertamente limitada, en las últimas elecciones, cuando entrabaron las campañas del Centro Democrático y obligaron en algunas regiones a votar por Santos y la Unidad Nacional.

 

¿Están en capacidad las Farc y el Eln de tomarse el poder a través de unas elecciones? Hay quienes dicen que eso sería imposible y que más bien por ese camino cabría esperar que se adaptaran a los mecanismos democráticos. Pero cuando se conoce su ideología, no resulta aventurado pensar que los aprovecharán para sentar las bases de posteriores acciones tendientes a instaurar la dictadura a que tampoco han renunciado.

 

La dirigencia colombiana parece ignorar que la democracia solo puede funcionar adecuadamente si se dan ciertos supuestos, dentro de los cuales figura lo que Álvaro Gómez Hurtado llamaba los acuerdos sobre lo fundamental. Y entre la democracia pluralista y la totalitaria esos acuerdos son prácticamente imposibles. No hay un régimen intermedio capaz de integrar esas dos versiones que se repelen recíprocamente como el agua y el aceite.

 

Por eso pienso, retomando un planteamiento de  José Félix Lafaurie, que el rumbo que al parecer llevan los diálogos de La Habana conduce en últimas a dividir el país en dos grandes segmentos: la ciudad, regida por la política tradicional, y el campo,  sometido a la férula guerrillera. Esa división, por supuesto, no garantizaría la paz, sino la continuación del conflicto bajo nuevas condiciones muy favorables para los comunistas.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Lo que vendrá

Llamo la atención sobre tres textos que he encontrado en estos días acerca de los propósitos del Nuevo Orden Mundial (NOM).

 

El primero de ellos procede de  ELISHEAN, un sitio francés que muchos podrían considerar heterodoxo, pero ofrece informaciones que ameritan examinarse cuidadosamente. En una de sus recientes entregas, transcribe el  supuesto discurso de clausura de la última reunión del Club Bildelberg. Aunque se dice que es un documento “Top Secret”, de alguna manera se filtró a los medios, a menos que se trate de una falsificación. Pero su contenido ofrece visos de autenticidad, no obstante lo alarmante que resulta. Se lo puede consultar aquí: http://www.elishean.fr/?p=43054

 

Ofrezco a continuación el resumen de sus principales planteamientos:

 

1) El discurso parte de la base del propósito de crear una nueva especie humana, la de los superhombres, a partir de los avances de la ingeniería genética. Esta, según se cree, permitiría reparar el cuerpo humano desde su interior mediante células madre, seleccionar los patrimonios genéticos más avanzados y eficaces, frenar o retardar el envejecimiento, aumentar nuestras capacidades físicas y mentales, etc. De ese modo, cabría pensar en individuos que  vivieran doscientos años e, incluso, alcanzaran la inmortalidad física. El hombre llegaría a ser entonces su propio dios y señor. Esa transformación radical de la especie humana es lo que busca conseguir el Transhumanismo.

 

2) Este proyecto viene de tiempo atrás, cuando en las primeras décadas del siglo pasado se logró el mejoramiento de razas animales mediante cruces adecuados. Se pensó, entonces, que lo mismo podría hacerse respecto de los seres humanos. Pero los fracasos del nazismo obligaron a modificar los proyectos eugenésicos, que hoy se sustentan, según se dice, sobre bases más firmes que abren la posibilidad de un nuevo mundo que convendría construir.

 

3) Esa empresa es de proporciones colosales. Resultaría incompatible con un crecimiento indefinido de la población humana y del consiguiente consumo de recursos, por lo que se imponen las consignas de crecimiento cero de la natalidad y la economía. Por otra parte, sería imposible dividir la población en dos castas, la de los inmortales y la de los perecederos. De ahí, la necesidad de obrar con cautela y siguiendo un minucioso plan de acción.

 

4) El objetivo inicial es la despoblación humana, que se lograría mediante un tríptico: hundimiento económico, guerras civiles y epidemias masivas. Mediante esta triple acción se podría reducir el tamaño de la población de 7.000 a 10.000 millones, antes de llegar a la meta de 500 millones de individuos, que es la cantidad que se considera ajustada a las exigencias del crecimiento sostenible. Pero a esto solo se llegaría después de devolver a amplios sectores a las condiciones de la vida salvaje, en las que sería más fácil eliminarlos.

 

5) El gran obstáculo son los Estados nacionales, a los que sería preciso debilitar mediante políticas que favorezcan las migraciones masivas y el fomento de conflictos interiores que conducirían a la aniquilación de grandes masas. Una vez devastados los países por obra de las guerras civiles, se pondría en marcha la difusión de virus letales, como el ébola.

 

6) La gran resistencia se centraría en el eje Rusia-China. Pero sería posible superarla por cuanto el hundimiento económico de China la sumiría en catastróficos conflictos sociales. En cuanto a Rusia, el plan para debilitarla ya está en marcha.

 

7) El desarrollo de la robótica permitiría resolver el problema de mano de obra. Si Mao decía que cada boca para alimentar sostenía dos brazos para producir, con humanoides capaces de realizar el 955 de las tareas que hoy se confían a los humanos, estos sobrarían.

 

8)"Nosotros hemos llegado a ser demasiado numerosos, el planeta no puede soportar el número actual de seres humanos mediante el sistema económico en vigor, nuestro modelo económico es insostenible y no tendremos necesidad de mano de obra. En fin, nosotros podríamos aspirar a vivir eternamente, o casi, realizando entonces una ambición humana cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos".

 

El segundo escrito que quiero destacar es una entrevista con el profesor Carl Djerassi, uno de los inventores de la píldora anticonceptiva. Es posible leer su resumen en el siguiente sitio: http://leblogdejeannesmits.blogspot.com/2014/11/en-2050-on-choisira-la-pma-comme-un.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+blogspot%2Fjeannesmits+%28Le+blog+de+Jeanne+Smits%29

 

También presentaré una síntesis de lo que ahí se dice:

 

1) Para el año 2050, estima el profesor Djerassi que una buena parte de los bebés en el mundo occidental nacerán por fecundación in vitro, es decir, mediante procreación médicamente asistida (PMA).

 

2) Los jóvenes, tanto hombres como mujeres, congelarán sus gametos y luego se harán esterilizar.

 

3) De ese modo, la procreación se dejará para después, cuando las circunstancias se consideren oportunas y aprovechando la conservación del esperma y los óvulos juveniles, que se consideran de mejor calidad. Se tratará de una procreación no “coital”. Por consiguiente, llegará a su extremo la separación entre la actividad sexual y la reproducción.

 

4) Observa Jeanne Smits que así se conjugarán el dominio absoluto de la fecundidad, el eugenismo total y la desnaturalización de la sexualidad, así como de la paternidad y la maternidad.

 

5) La maternidad por encargo se incrementará, pues para muchas mujeres resultará preferible que otras hagan el trabajo de gestación, mientras ellas se liberan de sus incomodidades.

 

6) La sexualidad, privada de su función reproductiva, se limitará a una función recreativa, sin responsabilidades ni consecuencias. Señalo, al margen, que tal es la concepción que se está imponiendo en los cursos de instrucción sexual que se imparten en la educación pública, no solo en los países avanzados, sino en el nuestro.

 

El tercer documento versa sobre los métodos de despoblación del NOM y puede consultarse en el siguiente sitio:

 

http://socioecohistory.wordpress.com/2014/11/14/methods-of-depopulation/

 

Acá se hace referencia a un estudio de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos que va en la misma dirección del discurso atrás mencionado del Club Bildelberg: las consecuencias ambientales de la superpoblación humana podrían resolverse por medio de guerras y pandemias capaces de eliminar a más de 6.000 millones de individuos. Estas serían medidas radicales complementarias de otros, como el agregado de ingredientes esterilizantes al agua potable, los abortos forzados o políticas ambientales que se califican como fascistas por su carácter, más que autoritario, tiránico.

 

¿Qué opinan los lectores acerca de estos proyectos a través de los cuales se aspira a modelar la sociedad del futuro?

viernes, 21 de noviembre de 2014

Muestras del Mal

Nota: Publiqué este escrito en otro blog hace unos años. Para futura memoria, lo incorporo a este Pianoforte.

He escrito varios artículos sobre la trascendencia de la persona hacia estados superiores de espiritualidad que otorgan sentido pleno a la vida humana. Son los estados de santidad a que todos estamos llamados, si bien sólo podemos alcanzarlos mediante el auxilio de la Gracia. Por nuestros propios medios, apenas logramos elevarnos un poco sobre nuestro estado natural.

 

Esto es importante retenerlo, dado que hay una idea muy difundida según la cual la espiritualidad es asunto de técnicas de meditación, de ejercicios mentales y de actitudes positivas que nada tienen que ver con creencias y prácticas religiosas que más bien serían un lastre para su desarrollo. Pero, si así fuera, las altas cumbres que han alcanzado los santos católicos estarían a disposición de los maestros espirituales a la moda y los que siguen sus pasos, a través de manuales que, por ejemplo, nos enseñarían en veinte lecciones cómo igualar a San Francisco de Asís, a San Pedro Claver, a San Vicente de Paúl, a Santa Teresa de Lisieux o a la Beata Teresa de Calcuta, etc.

 

A mis estudiantes solía decirles que todos tenemos la posibilidad de llegar a ser como San Francisco, pero ciertamente con la ayuda de Dios, o la de descender a los peores niveles, por debajo incluso de las bestias. A menudo les citaba el dicho de Pascal: “El hombre no es ángel ni bestia”.  Pero es en potencia  lo uno o lo otro, y en ello reside el drama de su libertad.

 

Como ejemplo de la segunda alternativa acostumbraba mencionarles el penoso ejemplo de Pablo Escobar.

 

Para exaltar a mis discípulas, les ofrecía el paradigma de la Beata Madre Teresa. Mas, para no ofender a alguna en particular, les presentaba un modelo imaginario de los extremos a que podría llegar la maldad de la mujer: el de la atroz Rosario Tijeras.

 

Traigo esto a colación porque hace unos días tomé un taxi para ir al centro de Medellín. Tenía una deuda pendiente con mi amigo Juan Hincapié, el de “Los Libros de Juan”, y quería pagarla antes de Navidad. Lo menciono debido a que el relato que sigue tiene dos colofones y uno de ellos toca precisamente con Juan. Además, me propongo escribir en otra ocasión sobre un tesoro que entre sus libros viejos encontré.

 

Pues bien, como de costumbre, me puse a charlar con el taxista, que resultó bastante locuaz. En un momento dado, me contó que vivió en Aruba varios años y allá se convirtió en el rey de los recicladores. Le pregunté cómo fue a parar a la isla y me contestó que tenía parientes que le dieron albergue para huir de sus enemigos en Medellín. Sentí curiosidad por las “culebras” que lo perseguían y, entonces, soltó la lengua para contar lo que sigue.

 

Comenzó su relato recordando que de niño había sido muy díscolo y proclive a hacer maldades. Desde los 10 años portaba armas de fuego y llegó a capitanear en el Inem de la avenida Las Vegas una banda de 70 jóvenes delincuentes. La puso al servicio de los capos del narcotráfico y se convirtió en sicario de Pablo Escobar. Ascendió en la jerarquía del crimen organizado hasta el punto de tener bajo su control una zona de Medellín. Le tocó subir muchas veces a “La Catedral”, el sitio de reclusión que el capo convirtió en sede de sus fechorías, llevando gente que, según sus palabras, entraba caminando y salía después en bolsas que a él le tocaba botar al río.

 

Todo comenzó porque en Castilla, un barrio de la zona noroccidental de Medellín en donde vivía, un vecino tenía la costumbre de darle golpes en la cabeza cuando pasaba a su lado. Como vio en una película que alguien se defendía apretando entre el puño una piedra con la que le partía la cara a su contrincante, decidió hacer lo propio con el que lo molestaba. No sólo le partió la cara con la piedra, sino la cabeza.

 

Pasó en esos momentos por ahí el tristemente célebre Dandenys Muñoz Mosquera, alias “La Quica”, que hoy purga condena por la voladura del avión de Avianca. Muñoz se asombró de su coraje y le pidió que lo acompañara. Le regaló un arma de fuego para que en lo sucesivo no tuviera que defenderse con piedras, lo entrenó y lo hizo guardaespaldas suyo. Al pasar los retenes, él guardaba las armas, pues como era un niño no lo requisaban.

 

Me dijo: “Usted me pregunta por mis maldades. Pues le voy a contar que yo estaba al servicio de un lugarteniente de Escobar y en un partido de fútbol el árbitro pitó un penalty que no correspondía a la realidad. El jefe me dijo que había que matarlo, y así lo hice”.

 

Más adelante, añadió: “La última vez me encomendaron que matara a un personaje que estaba en un restaurante. Llegué con mi gente y como el hombre estaba reunido con otros seis, los matamos a todos. Nuestros jefes decidieron castigarnos porque se nos fue la mano. A mí me hirieron de siete balazos, pero me salvé. Al salir del hospital, me fui para Aruba, en donde estuve seis  años. Cuando regresé a Medellín me alejé de ese mundo, aunque a veces me buscan; pero yo les digo que soy hombre de paz y no quiero andar en peleas. Así se lo dije al que mató a un hermano mío por problemas que había entre ellos. Muchos de los que fueron mis compañeros están muertos, presos o desaparecidos”.

 

Mientras escuchaba estas historias, yo no sabía si bajarme del taxi o pedirle que alargara la carrera para dar pábulo a mi curiosidad. Pero no hice lo uno ni lo otro. Llegamos a lo de Juan, pagué y me despedí diciéndole que Dios le había dado una segunda oportunidad que no debía desaprovechar.

 

Le conté a Juan por las que acababa de pasar. Y Juan siguió con su propia historia, pues su padre, el célebre abogado Julio Hincapié Santamaría, fue asesinado a raíz de un pleito cuya contraparte era un personaje de apellido López, llamado “El Padrino”, que fue probablemente el iniciador del narcotráfico en Medellín y para quien trabajaba Pablo Escobar.

 

Dice Juan que un escritor muy conocido en el país tiene muchísimo material sobre Escobar, pero piensa dejarlo inédito. Dentro de las confesiones que le hizo el capo, hay una que coincide con las circunstancias del asesinato de su padre, lo que lo ha llevado a creer que Escobar conducía la Lambretta roja de donde se bajó el sicario que le disparó.

 

Juan conoció años después a un personaje que trabajó con Escobar y le contaba sobre la perversión que le tocó presenciar en la hacienda Nápoles. Por ejemplo, allá llegaban modelos, reinas de belleza, presentadoras de televisión, divas de la farándula, etc., atraídas por los montones de billetes que les ofrecían. Pero el precio que pagaban era oprobioso. La primera noche la pasaban con el capo y sus íntimos. La segunda ya era para el deleite de los segundones. Y en la tercera quedaban a merced de la soldadesca. Se ofrecían sumas exorbitantes a las que se atrevieran a hacer cosas tales como sexo oral con un caballo padrón o tragar cucarachas vivas…Y las descastadas peleaban entre ellas para que las eligieran para tan torpes menesteres.

 

El día de Navidad, una parienta que trabaja en la Fiscalía me contó que tuvo hace un tiempo su despacho en lo que fue la residencia de Escobar, el edificio Mónaco. Ahí hubo que hacer exorcismos, pues se presentaron casos espeluznantes. Por ejemplo, a una alta funcionaria se le apareció un espectro sin cabeza; un vigilante tuvo una visión que lo privó del susto y hubo que hospitalizarlo; mi parienta oyó pasos una noche en que no había nadie más adentro del edificio; y su hijita no quiso que la volviera a llevar a su oficina, porque, según le dijo, en ese lugar había “monstruos”.

 

Todo este relato ilustra sobre aspectos tenebrosos de los extremos de maldad a que puede llegar el ser humano.

 

El papa Benedicto XVI ha dicho que esas manifestaciones no son susceptibles de explicación natural. Sólo una realidad que supera los datos de la naturaleza puede darnos a entender por qué sucede el mal. Esa realidad es espiritual y, más precisamente, demoníaca, como bien los saben tanto quienes han sido víctimas de fenómenos de posesión u otros conexos, como los exorcistas que los enfrentan. Ni los neurólogos, ni  los psicólogos, ni los psicoanalistas, ni los psiquiatras , pueden dar razón de su ocurrencia, pues nada en el mundo natural ofrece analogías convincentes para explicarlos.

 

Esta mañana, uno de mis corresponsales de Twitter, @Mike_friesen, difundió este mensaje que viene oportunamente al caso: “Religion is lived by people who are afraid of hell. Spirituality is lived by people who have been through hell.-Richard Rohr”.

 

“La religión se vive por gente que le teme al Infierno; la espiritualidad, por gente que lo ha atravesado”. Esta reflexión de Richard Rohr es análoga a la que hace Papini al cierre de su presentación de “El Diablo”: “Se puede entrar al reino de Dios hasta por la puerta negra del pecado”.

 

En efecto, el mal nos revela la realidad del Infierno y de su patrón, el Demonio. Los que hemos experimentado el descenso a sus simas sabemos bien de qué se trata. Y sabemos bien, igualmente, que sólo por la Gracia de Dios no nos hemos hundido en él, en ese “mar profundo” que recuerda la intensa letra del tango “Madre”.

 

Ello significa que muchas veces, para poder apreciar la luminosidad de las altas esferas, es preciso haber conocido antes la pavorosa negrura de los abismos.

 

La espiritualidad exhibe, por consiguiente, dos caras: la del Bien y la del Mal. Es un mundo invisible que se pone de manifiesto en el mundo visible, pero es refractario a las mediciones y los experimentos de laboratorio. Pero ello no significa que lo sea a toda experiencia, tal como lo acredita en lo que a su lado oscuro concierne el padre Juan Gonzalo Callejas en su impresionante libro “En Contra de la Brujería”, que publicó recientemente Intermedio Editores en Bogotá.

 

Hace poco me permití “trinar” esta reflexión: el mal radical hace que muchos duden de Dios, pero acredita sin lugar a dudas la existencia del Demonio.

 

Agrego ahora que por esta vía oscura llegamos a establecer como requisito sine qua non de la racionalidad del mundo y, sobre todo, de nuestra existencia, la creencia en Dios, pues sin éste todo sería absurdo y tendríamos que admitir, como lo han hecho ciertas tendencias gnósticas, que su lugar lo ocupa una entidad maligna. Pienso que el argumento de razón práctica que esgrime Kant para defender la existencia de Dios y la supervivencia del alma después de la muerte del cuerpo, va en esta dirección: hay que suponer a Dios, porque de lo contrario habría que prosternarse ante el Demonio.

 

De hecho, abundan hoy en día los que han adoptado esta última alternativa. El satanismo y el luciferismo constituyen siniestras realidades de la sociedad contemporánea, aún en los países más avanzados. Malachi Martin calculó que en  la última década del siglo pasado había más de ocho mil templos satánicos en Estados Unidos. Y en Europa occidental se mencionan numerosos casos que ilustran sobre su conspicua presencia en muchas partes. Llega a creerse, incluso, que la criptocracia que controla los hilos del poder en el mundo es de índole satánica. Tal es el tema del libro que varias veces he citado,  “Blood on the Altar”, de Craig Heimbichner.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Oh libertad que perfumas las montañas de mi tierra

Traigo a colación las palabras de Epifanio Mejía con que empieza el Himno de Antioquia, para contar algunas anécdotas y hacer unas breves reflexiones sobre lo que le espera a nuestra libertad en medio de las circunstancias que ahora nos rodean.

 

Resulta que hace ya no sé cuántos años sufrí una agudísima dolencia en la columna vertebral que me llenó del temor de quedar inválido. Un tiempo atrás había padecido lo mismo, que es terrible, y hube de someterme a una muy exitosa cirugía que alivió mis dolores y me permitió volver a caminar, a montar a caballo y, en fin, a mi vida normal. Pero la dolencia renació y estaba prácticamente baldado. Como no quería repetir la experiencia de los medicamentos tan fuertes que tuve que tomar la primera vez, ni tampoco la de la intervención quirúrgica, a pesar de lo positiva que esta resultó, me puse en manos de una terapeuta rusa que anunciaba tratamientos de acupuntura china.

 

En la primera sesión que tuve con ella hizo el diagnóstico de mi dolencia y me dijo que en unas quince o dieciséis sesiones me aliviaría. Cada sesión duraba una hora o algo más. A lo largo de ella, actuaba sobre el ciático mediante técnicas de dígitopuntura. Pacientemente lo iba desengarrotando hasta que por fin logró volverlo a su estado normal, de acuerdo con el término que había señalado.

 

Mientras hacía su trabajo, conversábamos animadamente. Era una mujer mayor con mucho recorrido e innumerables experiencias para contar. Como conocía más de medio mundo, alguna vez le pregunté por el país que más le gustaba. Me devolvió la pregunta:"¿Para visitar o para vivir?". Le dije que lo segundo. Entonces, sin vacilar, me dijo:"Este país, el de ustedes". Elogió el clima, la gente, las comodidades, pero destacó una nota que aquí quiero también subrayar:

 

“Ustedes son libres. Imagínese que tengo parientes en Estados Unidos y allá no hay libertades. Compraron un auto y al otro día los funcionarios de impuestos empezaron a averiguar de dónde habían sacado el dinero para comprarlo”.

 

Tiempo después, recibí en mi oficina de abogado la visita de un ingeniero que trabajaba con una empresa alemana. Quería hacerme alguna consulta profesional y al comenzar mi conversación con él noté que hablaba perfecto castellano. Le pregunté por su origen y me dijo que era cubano. Le dije que si había salido desde niño de Cuba y replicó que no, pues allá se crió y se educó, para después proseguir sus estudios de Ingeniería en la Unión Soviética y Alemania Oriental. Le tocó la caída del comunismo y decidió quedarse en Alemania, pues en Cuba no tenía futuro profesional. Según él, en su país los profesionales terminaban manejando taxis o vendiendo legumbres. Añadió algunos comentarios sobre el régimen, diciéndome que es de carácter militar:"Los altos funcionarios, así vistan de civiles, son militares; militares son, además, los encargados del manejo de las empresas”.

 

“Como usted ha viajado mucho, creo que puede haberse formado ya su concepto sobre Colombia y tener criterios de comparación con lo que se vive en su país”, le dije. Acto seguido, respondió:"Desde luego, el mío vive bajo una dictadura. En cambio, Colombia es el país más democrático del mundo. Es tan democrático, que es un relajo".

 

Mi finado amigo Luciano Londoño me contaba que por su afición a la música caribeña, que combinaba con la de los tangos, se hizo muy amigo de una musicóloga cubana con la que compartía comentarios sobre nuestros países. Ella le hablaba de las penurias que afligían a sus compatriotas. Mi amigo, tal vez para consolarla, le hacía ver la pobreza de nuestros barrios periféricos. Le tapó la boca esta tajante observación de su interlocutora:"Es cierto, acá también se vive en medio de muchas dificultades, pero con la diferencia de que ustedes tienen esperanza".

 

En 1987, cuando por obra de “una escasez que hubimos” fui a parar a la Corte Suprema de Justicia, tuve oportunidad de asistir con varios de mis colegas de magistratura a la celebración de los 75 años del Tribunal Superior de Pamplona. Uno de sus integrantes  que nos sirvió de amable guía me llevó con dos de mis compañeros de Sala a Cúcuta y luego a la vecina San Cristóbal, en donde enriquecí mi colección gardeliana con un álbum doble que contenía 50 grabaciones de antología. El álbum valía por una sola pieza: la zamba “Por el camino”, que nunca antes había salido al mercado. No sonaba bien, pero al menos era audible. Tiempo después, el embajador venezolano Juan Moreno Gómez, conocedor como pocos de todo lo atinente al “Zorzal Criollo”, me contó la historia de esa grabación que había quedado inédita porque, después de oírla, Gardel dijo:"Esta no va; es mucho mejor la versión de Corsini”. Estaba en lo cierto.

 

Pues bien, al recorrer las calles de San Cristóbal me llamó la atención que en cada esquina había placas con textos de Bolívar. Nuestro cicerone me advirtió que al pasar frente a cada una de esas placas me descubriera la cabeza, para evitar así problemas con la policía.¡Algo impensable en Colombia!

 

Nuestra libertad y nuestra democracia son evidentemente imperfectas. Y, por supuesto, no nos faltan los abusos policivos. Pero, si nos comparamos con muchos de nuestros vecinos, bien podremos afirmar con Don Marco Fidel Suárez que “Colombia es tierra estéril para las dictaduras”.

 

Esa tradición libertaria está a punto de romperse con las claudicaciones de Santos frente al narcoterrorismo de las Farc, a las que ya ha equiparado con la institucionalidad legítima de nuestro país.

 

Esa equiparación es de por sí inconcebible si se considera la naturaleza criminal de esa organización. Peor todavía: no solo sus actividades y procedimientos son detestables; también lo es la ideología totalitaria y liberticida que la anima.

 

Conviene volver sobre ello. Las Farc no han dado muestra alguna de querer adaptar sus métodos y sus fines a nuestra institucionalidad democrática y liberal. Por el contrario, pretenden que sea esta la que se acomode a su propósito final de conquista del poder para instaurar entre nosotros un régimen de inspiración castro-chavista. Para ello, aspiran a unos acuerdos que les garanticen el control de buena parte de la Colombia rural, desde donde estarían en capacidad de tomarse por asalto el resto, la Colombia urbana. Su idea no es competir dentro de unas reglas de juego limpio con los demás proyectos políticos, sino imponer los suyos con la arbitrariedad de que han hecho gala a lo largo de más de medio siglo de depredaciones.

 

Uno quisiera ser optimista sobre los resultados de los diálogos de La Habana. Pero, como decía Lenin, uno de los más conspicuos ideólogos de las Farc, “los hechos son tozudos”. Lo que Santos ha entregado es ya irreversible. Las Farc, en cambio, nada significativo han cedido, partiendo de la base de que se niegan a admitir verdades de a puño y  a reconocer a sus víctimas.

 

Es probable, como lo dicen en “La Hora de la Verdad”, que el gravísimo episodio del secuestro del general Alzate culmine en otro rotundo triunfo estratégico suyo, lo del cese bilateral del fuego que amarraría a la fuerza pública a la hora de proteger a las comunidades.

 

No soplan buenos vientos en la Colombia de hoy.

lunes, 27 de octubre de 2014

¿Quo Vadis, Colombia?

Recuerdo que hace algo así como un cuarto de siglo, Alfonso López Michelsen dijo en una conferencia en el Club Unión de Medellín que la guerras se pueden perder en las mesas de negociación.

Hablaba específicamente del conflicto colombiano, con el propósito de advertir sobre las implicaciones que podrían acarrear los diálogos con los alzados en armas en nuestro país.

Es lo que estamos presenciando en estos momentos en La Habana con las sucesivas claudicaciones que viene exhibiendo el gobierno frente a las pretensiones de las Farc.

Hasta la semana pasada, el Centro Democrático llevaba contabilizadas 68 concesiones desmedidas hechas a ese colectivo narcoterrorista. Y a medida que se vaya acercando el plazo angustioso que al parecer se ha fijado el gobierno para firmar un acuerdo que pueda someterse a la aprobación de la ciudadanía, sus reculadas serán cada vez más visibles y preocupantes.

No hay que ser zahoríes para adivinar que ese plazo se relaciona con las elecciones de octubre del año entrante, dado que la Corte Constitucional acaba de avalar la exequibilidad de la disposición que permite que de modo simultáneo el electorado concurra a ejercer del derecho al sufragio y a decidir sobre acuerdos suscritos con la insurgencia en virtud de negociaciones de paz.

Los últimos acontecimientos demuestran que el gobierno ha resuelto, como se dice coloquialmente, activar el acelerador de los diálogos. Y como es él quien tiene prisa, está a merced de su contraparte, que es hueso bien duro de roer, tal como lo acredita este documento que acabo de recibir por el correo electrónico: http://colombiasoberanalavozdelosoprimidos.blogspot.com/2014/10/cdte-pastor-alape-presenta-comando.html

Así las cosas, en el próximo certamen electoral la ciudadanía tendrá que votar por candidatos a asambleas, gobernaciones, concejos, alcaldías y juntas locales, al tiempo que le corresponderá pronunciarse sobre lo que el gobierno le presente a título de acuerdo convenido con las Farc y, de pronto, con el Eln.

Dejemos de lado el espinoso asunto del modus operandi de la aprobación de ese acuerdo desde el punto de vista jurídico-constitucional, para concentrarnos en sus aspectos políticos.

Lo primero que salta a la vista es la interferencia del tema de los acuerdos con el del voto por los candidatos. Parece lógico pensar que las campañas de estos se centrarán en la discusión sobre los acuerdos para recomendar que se vote en favor o en contra de ellos. En consecuencia, los temas regionales y locales pasarán a segundo plano, que es justamente lo que no quería el constituyente de 1991 que ocurriera.

En segundo término, tanto el gobierno como las guerrillas presionarán al electorado para que vote en favor de los acuerdos y de los candidatos que los apoyen. Se reproducirá, entonces, el esquema perverso de las elecciones de este año, con un gobierno que muestra una total carencia de escrúpulos para poner a sus servicio las maquinarias políticas, y una subversión fortalecida con la presencia territorial que ha venido ganando gracias al abandono de la seguridad democrática y que tampoco tiene escrúpulos a la hora de intimidar a las comunidades.

Dentro de un año estaremos en presencia de uno de estos tres escenarios, a saber:

-El gobierno y los subversivos logran un apoyo contundente a los acuerdos que sometan al escrutinio del electorado.

-La ciudadanía se divide tajantemente, de suerte que el voto en favor o en contra ´no sea políticamente decisivo.

-La población rechaza por amplia mayoría los acuerdos.

Lo que hoy dicen las encuestas es que la mayoría de la gente aprueba que se dialogue con los guerrilleros para ponerle fin al conflicto, pero esa misma mayoría está en desacuerdo con que se les otorgue algo que equivalga a la impunidad por las atrocidades que han cometido ni que se les permita a los cabecillas aspirar a cargos de elección popular. Por consiguiente, parece que en la largada el gobierno y la subversión van de perdedores, pues les tocará vencer el escepticismo dominante en la opinión acerca de las concesiones a que aspira la segunda y, sobre  todo, la falta de confianza que la misma inspira. La gente no cree que se llegue a algún acuerdo; lo que es peor, no confía en que los guerrilleros cumplan lo que eventualmente llegue a convenirse.

Ninguno de esos escenarios es halagüeño.

El primero crearía en Colombia una situación prerrevolucionaria. Estimuladas por una amplia votación en favor de los acuerdos, las guerrillas pondrían en marcha todos los dispositivos que han venido preparando a lo largo de años para la toma del poder. Ya no habría fuerzas armadas dispuestas a enfrentarlas y los poderosos que han apoyado a Santos se irían en masa para el exterior. Comenzaría el gran éxodo de los colombianos y toda la institucionalidad colapsaría.

El segundo traería consigo probablemente la guerra civil.

El tercero no solo representaría una gran frustración, sino el regreso a la situación del año 2002, con unos guerrilleros fortalecidos militarmente, pero debilitados en lo político y dispuestos a incrementar sus depredaciones.

Quisiera estar equivocado en el diagnóstico, pero el examen de las tendencias que se ponen de manifiesto en los hechos no invita al optimismo. Ya lo he dicho: este proceso no conduce a que las Farc y el Eln se conviertan a la socialdemocracia, como sucedió con el M-19 y ha ocurrido en otras latitudes, sino a que perseveren en la línea dura del marxismo-leninismo, con el apoyo de la izquierda que reina en Unasur.

Que Dios nos tenga de su mano.

sábado, 4 de octubre de 2014

¿Soy capaz de creer en las Farc?

 

Por iniciativa de la Andi, según se dice, se ha lanzado una costosa campaña publicitaria tendiente a promover en los colombianos actitudes favorables a los diálogos que en La Habana llevan a cabo representantes del gobierno y de las Farc.

 

No obstante este masivo despliegue publicitario, nuestra opinión pública, tal como se refleja en las encuestas, sigue siendo pesimista acerca de los resultados probables de este proceso. No cree en la buena voluntad de las Farc y la mayoría de los encuestados desaprueba el modo como lo ha venido gestionando el gobierno.

 

El escepticismo en torno de sus resultados es comprensible, pues las Farc no han dado muestras sinceras del ánimo de reconciliarse con el país y el gobierno parece no saber hacia dónde va por este camino. Muchos lo ven como un barco que navega al garete, sin otro rumbo que el que le tracen las olas y el viento.

 

Es comprensible que los empresarios se presten a ayudarle al gobierno en lo que es sin lugar a dudas su programa bandera. A ellos no les interesa que el día de mañana se diga que la anhelada paz se frustró por su egoísmo o su falta de compromiso. Además, el peso del gobierno sobre el empresariado es enorme y a ninguno le conviene que lo señalen como opositor, máxime si estamos en presencia de un mandatario que no se para en pelillos a la hora de perseguir a quienes disientan de sus políticas.

 

Dice la historia que el gremio empresarial más importante del país, la Asociación Nacional de Industriales(ANDI), se creó en 1944 por iniciativa del entonces presidente López Pumarejo, que consideraba con sobra de razones que para atender las peticiones de la industria, que a la sazón sufría las dificultades propias de la guerra mundial, era necesario establecer canales institucionales adecuados.

 

La ANDI y, en general las agremiaciones empresariales, justifican su existencia porque llevan la vocería de sus afiliados poniendo de manifiesto sus necesidades y sus propuestas no solo acerca de sus requerimientos, sino del bien común. No son, en principio, instrumentos de oposición política, aunque en muchos casos les toque enfrentar a los gobiernos porque consideran sus políticas lesivas para los intereses legítimos que representan o para el conglomerado social. Pero tampoco son instrumentos de las políticas gubernamentales, así les corresponda de acuerdo con las circunstancias prestar sus concurso para el buen suceso de las mismas.

 

Es evidente que el tema de los diálogos con las Farc es asunto que interesa a todo el país, por lo que los gremios empresariales deben ser proactivos en su desarrollo. Pero su colaboración no implica que pierdan la independencia para señalar los puntos débiles de esta empresa política. Sobre ellos pesan severas responsabilidades históricas, no solo respecto de sus afiliados, sino del país entero. Y si  bien deben cuidarse de que en el futuro los señalen como culpables del fracaso de las negociaciones, igualmente deben pensar en la posibilidad de que se les impute el cargo de haber facilitado por activa o por pasiva la adopción de unos malos acuerdos.

 

Lo que está en juego en Colombia hoy por hoy es de veras crucial para su porvenir y exige de parte de sus dirigentes las mayores dosis posibles de talento político.

 

Clemenceau afirmaba que la guerra es asunto demasiado complejo para dejarlo exclusivamente en manos de los militares. Conviene parafrasear ahora estas palabras para  decir que, en las condiciones en que estamos, la paz es asunto demasiado complejo para dejarlo exclusivamente en manos de los políticos, sobre todo si se trata de personajes tan sinuosos como Santos.

 

No es la primera vez, desde luego, que Colombia se ve envuelta en una terrible encrucijada. A lo largo de su historia le ha correspondido afrontar graves crisis políticas que han puesto en vilo su institucionalidad, y las ha resuelto de distintas maneras, no siempre con buena fortuna. Pero la situación creada con las organizaciones guerrilleras de las Farc y el Eln no se compara con ninguna de las que en otros momentos hemos padecido, ni siquiera con la que dio lugar a la desmovilización del M-19 y otros movimientos subversivos hace cosa de un cuarto

 

Es notorio que Colombia padece una situación anómala por la presencia a lo largo y ancho de su territorio de grupos subversivos viejos de más de medio siglo  que no han sido derrotados militarmente, pero tampoco han logrado el anclaje territorial que se requiere para considerarlos como beligerantes de acuerdo con la normatividad internacional.

 

No se discute, pues, que constituyen un gravísimo desafío para el orden público interno, ni que esa perturbación desborda las posibilidades de las atribuciones ordinarias de las autoridades de policía, motivo por el cual la misma ha tenido que manejarse por las fuerzas militares dentro de su función de defensa del orden constitucional. Por consiguiente, está fuera de discusión que la vía más indicada para buscar la normalidad es el diálogo.

 

Suele decirse que cuando fracasan las palabras, esto es, la fuerza de los argumentos, se hace inevitable acudir a la fuerza de las armas. Pero también es cierto que cuando fracasa esta última, se hace inevitable, por mera cuestión de supervivencia, volver al diálogo.

 

Este cuenta con ventajas que le son inherentes. Pero al mismo tiempo genera riesgos que deben precaverse, como los de malas negociaciones que no deriven en la anhelada paz, sino en  situaciones anómalas capaces de producir nuevas y más graves alteraciones del orden.

 

En aras del diálogo, el gobierno ha superado una discusión que no deja de ser importante. Se trata de definir si lo que padecemos es un conflicto interno con visos de guerra civil o, como muchos lo creemos, una agresión narcoterrorista contra nuestra institucionalidad. Es más, y desde luego algo peor: el gobierno ha decidido renunciar a presentarse en la mesa de diálogos  como titular legítimo de la representación del pueblo colombiano, para autoseñalarse como parte de un conflicto interno en el que sus contendores son los grupos subversivos. Por eso se dice en el pacto que dio origen a los diálogos  que estos se dan entre “Altas partes contratantes”.

 

En la mesa de diálogo actúan unos negociadores del gobierno que dice representar al pueblo colombiano, tal como lo postula nuestra Constitución Política. Pero, ¿a quiénes representan los negociadores de las Farc?

 

Como se dice en ciertos programas de televisión, he ahí la pregunta del millón. Ellos se autoadjudican la auténtica representación del sufrido pueblo colombiano. Pero resulta que en las elecciones los apoyos que reciben los candidatos que tienen alguna afinidad con los grupos guerrilleros son claramente minoritarios. Y en las encuestas de opinión su imagen desfavorable siempre sobrepasa el 90%. Siendo realistas, hay que admitir que se representan a sí mismos y que su fuerza es la de los contingentes armados que mantienen gracias a las enormes ganancias que les reportan sus actividades ilegales, sobre todo el narcotráfico, la minería informal, las extorsiones y los secuestros. Pero quizás representen a alguien más que actúa en la sombra, tal como lo insinúa Plinio Apuleyo Mendoza en un artículo que publicó hace poco en “El Tiempo”.

 

La fuertemente politizada jurisprudencia colombiana ha dictaminado que, en todo caso, la actividad subversiva, no obstante sus entronques con una muy funesta delincuencia que ya no puede decirse que sea común, merece trato de favor por sus objetivos políticos.

 

Acá se presentan, por supuesto, varios temas de discusión, como el de si frente a un régimen democrático, todo lo imperfecto que sea, cabe darle al delito político un manejo menos severo que el que se reserva para el delito común, o el de si, de hecho, tanto las Farc como el Eln han dejado de ser meros grupos subversivos animados por propósitos de reivindicaciones sociales, para convertirse en peligrosísimas organizaciones narcoterroristas estrechamente ligadas con la delincuencia internacional, según lo observó John Marulanda esta semana en un escrito para “El Colombiano”.

 

Hay muchos indicios de que el gobierno también está cediendo en estos puntos decisivos. No solo insiste en el reconocimiento político de las Farc, lo mismo que del Eln, sino que parece transitar por la vía de admitir que el narcotráfico y otras graves actividades ilegales  guardan conexidad con la empresa subversiva y admiten por consiguiente el régimen favorable de los delitos políticos.

 

Pero lo que es más preocupante, el gobierno da a entender que esas actividades constituyen tan solo efectos colaterales de la acción política, llamados a desaparecer o por lo menos a atenuarse por obra de los acuerdos de paz. La idea que fluye de los documentos parciales que publicó hace unos días es muy simple, diríase que candorosa: por obra y gracia de lo que se convenga, las Farc se convertirán en aliadas suyas en la solución de los problemas que suscita el narcotráfico.

 

Es evidente que al tenor de los textos acordados parcialmente con las Farc, estas no han aceptado plegarse a la institucionalidad colombiana. Exigen todo lo contrario: que la misma se pliegue a sus aspiraciones de corto, mediano y largo plazo, que no son otras que poner en marcha una empresa totalitaria y, por ende liberticida, que culmine tarde o temprano en la instauración de un régimen comunista en Colombia. Sus voceros no han renunciado a su ideología revolucionaria y todos los pasos que dan se inscriben dentro de las consignas leninistas según las cuales es bueno todo lo que contribuya al triunfo de la revolución.

 

Para emplear un lenguaje grato a los pastores de nuestra jerarquía católica, que suelen ver en los guerrilleros unas ovejas descarriadas a las que desde todo punto de vista convendría reintegrar al redil, digo que más parece que los dirigentes de las Farc son lobos feroces que ni siquiera disimulan vistiéndose de ovejas. Viendo todo esto, llega a la mente la sarcástica referencia que hizo Churchill  acerca de su rival, Attlee:"Es una oveja con piel de oveja". Sin ánimo de ofender, creo que de los promotores de “Soy Capaz” cabe afirmar lo propio.

 

Muchos analistas han señalado que los textos que dio a conocer el gobierno están llenos de lugares comunes y palabras grandilocuentes que dicen mucho y no dicen nada. De “babosadas” los calificó mi apreciado amigo Juan David Escobar Valencia en su último artículo para “El Colombiano”, pero con la salvedad que él mismo hizo constar en el sentido de que no son inocuas, sino tan peligrosas como la saliva del dragón de Komodo.

 

En realidad, son textos sibilinos que después servirán para extraer de ellos consecuencias desastrosas. Hay que leerlos, pues, entre líneas.

 

Y lo que yo leo con mi poder de doble visión es que hay de parte del gobierno, como lo ha dicho en otras oportunidades José Félix Lafaurie, la intención de entregarle la suerte del agro colombiano a las Farc. La idea es también  muy simple: es lo que ellas quieren y ya están ahí. Que se queden entonces con las zonas de reserva campesina, las circunscripciones agrarias especiales, la bolsa de tierras y la gestión de programas que les permitan presentarse como redentoras del campesinado colombiano. El país urbano quedaría, en cambio, en manos de lo que suele llamarse impropiamente el “Establecimento”.

 

Esto es muchísimo más que lo que pedía el tristemente célebre “Tirofijo”, quien demandaba la partición de Colombia para entregarles a las Farc el control del suroriente. Lo que Santos les ofrece ahora es toda la Colombia rural. Y por eso, como lo ha señalado el hoy senador Uribe Vélez, en esos textos nada se dice sobre la garantía de la propiedad privada en el campo, ni sobre la empresa agropecuaria, ni sobre los planes de desarrollo basados en grandes inversiones de capital, y sí mucho sobre la expropiación y la extinción del dominio de grandes extensiones que se consideran inadecuadamente explotadas

 

Pero tras la Colombia rural vendrá el resto. Apertrechadas en el campo, protegidas por autodefensas que conservarían su poderoso arsenal , blindadas para ejercer su dictadura sobre el campesinado, los núcleos urbanos caerán a sus pies como fruta madura. Ya estaban a punto de lograrlo cuando bajo el gobierno de Andrés Pastrana los mandos militares le hicieron saber que no estaban en capacidad de proteger unas ciudades que se encontraban cercadas por los grupos guerrilleros. Ahora, como se dice en la jerga de los billaristas, todo les quedaría “bola a bola”.

 

Habida consideración de que con las Farc, dados sus condicionamientos ideológicos, sería imposible llega a acuerdos sobre lo fundamental, que son indispensables para la supervivencia de un régimen democrático, lo que presiento es que el gobierno pretende convenir con ellas un régimen mixto que les permitiría insertarse como un Estado dentro del Estado colombiano. Y, como lo demuestra de modo fehaciente la historia, esos regímenes mixtos no solo están condenados a la transitoriedad, sino a que los conflictos que mediante ellos se trata de superar se mantengan y se agraven.

 

Se cuenta en la biografía de Raymond Aron que cuando Giscard d’Estaign ganó la presidencia francesa, uno de sus primeros anuncios fue la apertura política frente a la URSS, una “östpolitik” al estilo de la de Willy Brandt. Aron le dijo entonces a su hija:"Ese joven ignora que la historia es trágica”. Igual le ocurre a Santos, que ya no es joven, pero gusta de actuar como un mozalbete.

 

El actual momento de Colombia, en efecto, es trágico en el sentido más riguroso de la palabra. Y de la inteligencia, la capacidad de previsión y la entereza de sus dirigentes depende en muy buena medida su destino.

 

Sería imperdonable que, por no desairar al gobierno que presiona para que lo apoyen, terminaran condenando al campesinado colombiano a la infausta suerte de los cubanos y los venezolanaos. Más imperdonable sería que esa suerte fatídica nos fuese deparada a todos los colombianos porque nuestros empresarios se negaron a ver lo que a todas luces se veía venir.