sábado, 19 de diciembre de 2015

La lucha por el Derecho

En estos días he visto dos películas excelentes que, si bien tratan de temas que difieren el uno del otro, tienen en común su significado político y jurídico.

Me refiero a “Las Sufragistas” y “La Conspiración del Silencio”, que extrañamente estuvieron durante pocos días en las carteleras de los teatros de estreno, no obstante su calidad.

La primera versa sobre la lucha por el sufragio femenino y otros derechos de las mujeres en Inglaterra en la segunda década del siglo pasado. Es una película fuerte, de denuncia política, que suscita no pocos cuestionamientos.

Hoy nadie debate la participación de la mujer en la vida política. La igualdad de derechos con los varones está consagrada en la gran mayoría de los ordenamientos civilizados, aunque del dicho al hecho todavía queda un buen trecho.

Para lograr la igualdad de derechos políticos fue necesario cambiar la mentalidad dominante que estaba plagada de prejuicios sobre la capacidad mental y moral de la mujer para merecer la titularidad de aquellos.

Pero ese cambio de la mentalidad dominante no se logró solo sobre la base de la argumentación racional, sino que fue necesario un intenso activismo político no pocas veces impregnado de violencia. La película muestra que a la violencia policial que con brutalidad se ejercía contra las sufragistas en la civilizada Inglaterra postvictoriana, las promotoras del voto femenino hubieron de responder también con violencia, pero no contra las personas, sino contra las cosas. Sin embargo, lo que abrió los ojos del público a la legitimidad de sus reclamos fue un terrible episodio de autoinmolación con que remata la película.

El ideal de la civilización jurídica es que la lucha por los derechos se ejercite dentro de los cánones de la juridicidad, es decir, mediante procedimientos institucionales que garanticen al mismo tiempo la estabilidad de los sistemas, que conlleva paz y seguridad, junto con los cambios que los mismos requieren para ajustarse a la dinámica de las sociedades, que siempre traerá consigo nuevos requerimientos.

Peo el tema que plantea la película en mención muestra cuán difícil es lograr y preservar ese ideal de cambio ordenado. De hecho, les da la razón a quienes llevan sus demandas hasta extremos colindantes con el desacato violento a la normatividad instituída. “Solo respetaremos la ley que sea ella misma respetable”, vociferan las sufragistas más radicales.

Recuerdo que en mis años de estudiante leí un escrito de Camus en que censuraba con acrimonia a Goethe, quien proclamó que “la mayor injusticia es el desorden”, tesis que se emparenta con los argumentos de Sócrates para no eludir la injusta condena a que se lo sometió, por cuanto la desobediencia al mandato legal traería consigo severos perjuicios para la colectividad y, en últimas, contra los derechos.

Estas discusiones ponen de manifiesto que el mundo del derecho se mueve en medio de un mar de contradicciones y no avanza de modo lineal, sino dialéctico.

“La Conspiración del Silencio” trata sobre los procesos que se abrieron a fines de la década del cincuenta en la República Federal Alemana para procesar a responsables de crímenes de lesa humanidad que se cometieron en Auswitch.

Acá el debate versa sobre el derecho de las víctimas a su reconocimiento y el de la sociedad a sancionar de modo ejemplar unos crímenes atroces, con miras a que no quedasen impunes y, en últimas, a precaver su repetición.

Es una película que nos interesa especialmente a los colombianos en las actuales circunstancias, en las que precisamente se debate acerca de los incontables y horribles crímenes que se han cometido a lo largo de más de medio siglo de conflicto armado entre la subversión comunista y la institucionalidad.

Es un conflicto que tiene muchos entronques con la violencia de mediados del siglo pasado entre los partidos históricos. De hecho, las Farc nacieron de grupos guerrilleros que se enfrentaron a los gobiernos conservadores de aquella época. Unos de esos grupos eran liberales, y se reinsertaron a la vida civil cuando llegó el Frente Nacional. Pero otros eran comunistas, y persistieron en la lucha armada a lo largo de la década del sesenta, cuando se transfomaron en lo que hoy son las Farc.

Los procesos de que da cuenta la película se iniciaron por circunstancias casuales. Fue la tenacidad de un fiscal novato que logró el apoyo del fiscal general lo que logró que a cerca de una veintena de inculpados por crímenes atroces en el campo de concentración de Auschwitz se los condenara por ello. Pero fueron procesos que desafiaban la ignorancia y la indiferencia generalizadas sobre lo que había ocurrido en ese tenebroso lugar y la voluntad de los alemanes de sepultar el pasado nazi, de cuyos desvíos muchísimos habían sido responsables por activa o por pasiva. No en vano Karl Jaspers, esa nobilísima figura del pensamiento germano, hubo de escribir sobre la culpa colectiva por los crímenes del nazismo.

Pues bien, en Colombia a lo largo de medio siglo la violencia se trató de superar mediante leyes de indulto y amnistía que dejaron impunes muchísimas atrocidades, la peor de las cuales fue, a no dudarlo, el holocausto del Palacio de Justicia que perpetró el M-19 en lo que el presidente Betancur en su momento calificó de hecho demencial.

Pero las situaciones que se discuten hoy con las Farc y las que seguirán luego con el Eln tropiezan con el enorme escollo de la justicia penal internacional, cuyo régimen ya no autoriza esos tratamientos de favor para crímenes de lesa humanidad.

El proyecto de justicia transicional que se acaba de dar a conocer no hace sino buscar esguinces de dudosa ortodoxia a la normatividad internacional que obliga al Estado colombiano a no ser indulgente con las atrocidades que se han cometido a lo largo del conflicto armado.

Los voceros de las Farc han dicho que confían que los jueces internacionales acepten estas soluciones en aras de la paz. Pero queda el interrogante que ha planteado con toda claridad el hoy senador Uribe Vélez acerca de la moralidad de este tipo de acuerdos y el pésimo precedente que sientan hacia el futuro.

Podrá haber acuerdos entre el gobierno y los narcoterroristas y quizás los mismos logren el aval de un plebiscito amañado, pero el acuerdo de fondo con la sociedad colombiana y en especial con los millones de víctimas de lo que en un escrito precedente no vacilé en calificar como un despliegue de maldad, quedará pendiente.

Sin ese acuerdo de fondo con la Colombia profunda no habrá paz. Quizás se produzca una tregua inestable, pero los anhelos de justicia se verán frustrados, y ello suscitará de seguro nuevas y dolorosas confrontaciones.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Escenas del Teatro del Absurdo

A mediados del siglo XX se puso de moda en Francia el llamado teatro del absurdo, del que fue distinguido exponente el autor rumano Eugène Ionesco.

Eran piezas que llamaban la atención por la extravagancia de los personajes, de las situaciones, de las tramas y hasta del lenguaje. Mediante ellas se desafiaban los cánones que desde la Retórica de Aristóteles se habían considerado como fundamentales para configurar obras teatrales admisibles para el buen gusto.(Vid. http://www.unioviedo.es/rafanura/Separatas/absurdo.pdf).

Dante pensaba que “ El arte imita a la naturaleza lo mejor que puede, al igual que el discípulo sigue a su maestro”(Vid. http://www.omarmacias.com/frases-celebres/quote/el-arte-imita-a-la-naturaleza-lo-mejor), pero igual suele ocurrir que la vida humana reproduzca las pautas que se trazan en las obras de arte, sea para bien o para mal.

Los ejemplos abundan en la historia de los pueblos y en las vidas individuales. Y, para muestra, baste con examinar lo que viene sucediendo en nuestro país a propósito de los fementidos diálogos de paz que se adelantan con las Farc en La Habana, en los que se pone de manifiesto una seguidilla de situaciones absurdas que habría envidiado Ionesco para armar alguna de sus obras teatrales.

La más reciente de esas situaciones, aunque por desventura temo que no será la última, toca con la refrendación de los acuerdos a que eventualmente se llegue con esos narcoterroristas obsesionados con la instauración del Socialismo del Siglo XXI en Colombia.

A nadie escapa que nos hallamos frente al asunto más delicado con que tenemos que habérnoslas los colombianos en los tiempos que corren. Y parece lógico que en circunstancias de tamaña envergadura, lo mejor de las mentes pensantes con que contamos se esmere en la búsqueda de las soluciones más razonables, para de ese modo ilustrar a las comunidades acerca lo que más les convenga. Esa debería ser conditio sine que non para demandar la refrendación ciudadana de los referidos acuerdos, pues la democracia en que se dice que estamos exige amplia, libre y bien informada deliberación en torno de las decisiones colectivas.

Pues bien, lo que viene sucediendo y, de contera, lo que se propone para darles vía libre a los acuerdos del gobierno con las Farc, peca en materia gravísima contra cualquier concepto de democracia que se tenga.

En efecto, a la ciudadanía se la quiere presionar para que diga sí o no en un plebiscito a lo que a sus espaldas se ha venido concertando en La Habana por una camarilla que carece de toda titularidad para representarla. Y luego se pretende que el desarrollo normativo de esas estipulaciones  quede al arbitrio de un congreso emasculado, que no sería el mismo que aquellos eligieron en 2014, y de la voluntad omnímoda de un presidente erigido en dictador por ese mismo corpúsculo, todo ello dizque para facilitar la búsqueda de la paz con una guerrilla que viene agrediendo al pueblo colombiano desde hace más de medio siglo.

Del ordenamiento jurídico se espera un buen grado de racionalidad. Pero casi todo lo que se viene haciendo en aras de una ilusoria paz con las Farc desafía el buen sentido, que al tenor de los grandes juristas que en el mundo han sido debe presidir la creación, la interpretación y la aplicación del Derecho.

Santos y sus secuaces arrastran la juridicidad para tratar de  darles gusto a las Farc, desoyendo sabias y muy autorizadas opiniones como las que ha formulado el exmagistrado y hoy decano de la Facultad de Derecho de la UPB, el profesor Luis Fernando Álvarez, en sus artículos para “El Colombiano”.

En el más reciente de ellos pone el dedo en la llaga para señalar que el plebiscito que se pretende llevar a cabo para refrendar los acuerdos carece de fuerza jurídica vinculante, dado que este procedimiento de democracia participativa solo es idóneo para  “ para apoyar o rechazar una determinada decisión relacionada con políticas del ejecutivo que no requieran aprobación del Congreso”, mas no para pronunciarse sobre temas que sean de competencia de este, como los atinentes a reformas constitucionales y legales.(Vid. http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/una-nueva-normita-BB3223056).

La reforma a la ley estatutaria que acaba de aprobarse en el Congreso para facilitar el tal plebiscito por la paz parece una maltrecha y deforme criatura traída al mundo mediante fórceps. Y las autoridades que representan la majestad de la Republica la ofrecen sumisamente a las Farc como prenda de su buena voluntad para entregarles en bandeja los derechos y las expectativas de los colombianos, pese a que los voceros de las mismas la desdeñan ignominiosamente diciendo que el tal plebiscito no les sirve, pues nada les garantiza ni es útil para lo que esperan que resulte de este proceso.(Vid. http://www.lafm.com.co/nacional/noticias/una-vez-m%C3%A1s-las-farc-rechazan-194140).

Los voceros de las Farc tienen en esto toda la razón. Lo que se les está brindando es un bastardo remedo de democracia y no la fórmula que estaría llamada a legitimar los profundos cambios políticos, económicos y sociales que esperan promover para justificar su más de medio siglo de lucha cruel, implacable y devastadora que ha cubierto de sangre la geografía colombiana.

Ellos saben bien que un plebiscito cuestionado en cuanto a sus consecuencias jurídicas y en el que hubiese una irrisoria participación ciudadana como la que espera la obtusa coalición que nos mal gobierna, no les daría el poder que ansían y más bien los confrontaría con el grueso de la población. En suma, de ahí no vendría la paz, sino otra guerra.

En el paupérrimo lenguaje de Santos, la expresión favorita que él usa para decir que alguien está equivocado es la de “tacar burro”, y eso es lo que a todas luces están haciendo él y sus paniaguados del congreso, la prensa, los gremios empresariales y otros más al promover estas iniciativas que, repito, bien parecen urdidas por alguno de los dramaturgos del Teatro del Absurdo.

Absurdo es, en efecto, ese plebiscito, en el que, de salir avante su convocatoria, lo cual pongo en duda, habrá que votar no, en lugar de abstenerse como lo aconsejan algunos.

Acudo en favor de esta solución a los muy juiciosos argumentos que ha esgrimido Eduardo Mackenzie en comunicación que nos dirigió a Juan David Escobar Valencia y a mí, la cual transcribo íntegramente , dada su importancia:

“2 de diciembre de 2015

Estimados Juan David y Jesús,

Lamento que el presidente Uribe, según nos dices, en lugar de proponer una línea ya para el CD de votar NO en el plebiscito, quiera abrir una discusión entre esa postura y otra de irnos a la abstención.

Eso, para mí sería un error. Si hay discusión habrá polarización (yo sé muy bien como “discutimos” los colombianos) y de eso no quedarán sino dos fracciones públicas del CD con posiciones divergentes. Es el mejor regalo que le podemos hacer a Santos y a las Farc.

Habría que hacer, por el contrario, un esfuerzo pedagógico, pienso yo, desde ya para que el partido adopte la única posición razonable: participar masivamente en el plebiscito y votar NO en el mismo.

Participar votando NO en el plebiscito, no quiere decir que estimamos que es un plebiscito muy bello y muy garantista y muy leal y todo lo demás. Votar NO no es legitimar al gobierno de Santos. En cambio, votar “si” termina siendo una legitimación, no de su gobierno, sino del peor aspecto de su gobierno, los pactos secretos con las Farc.

Ese plebiscito es un adefesio, desde luego. Es una improvisación santista tramposa y detestable. Pero no por eso vamos a cometer el mismo error de los venezolanos, como tú, muy sabiamente lo recuerdas: dejar el camino sin obstáculos a los totalitarios, no votar, creyendo que la indignación moral sola y el abstencionismo podrán vencer a los violentos en el poder.

A esos violentos hay que enfrentarlos con todo. Empecemos, al menos, por usar el enfrentamiento en las urnas y en las calles con manifestaciones pacíficas (cosa que el CD no ha querido organizar oficialmente como arma política, a pesar de que es un arma muy legítima. El derecho de reunión y el derecho de expresión son dos derechos consagrados por nuestro ordenamiento jurídico. Hacer abstención es renunciar al triunfo y renunciar a un derecho que habíamos conquistado.

Creo que hay que despejar otra confusión que, al menos, yo tengo. ¿Qué pasa si hay un 13% por el sí y hay un 14 o un 15% por el no?

Para mí, no hay duda, el sí perdió y ganó el no, en ese caso.

Me parece que algunos estiman otra cosa muy diferente, que si hay un 13% de votos por el sí, ya con eso ganó Santos aunque haya un guarismo más elevado por el no. Eso sería el colmo de los absurdos y de la antidemocracia: dejar que una minoría cuantitativa se imponga sobre una mayoría cuantitativa.

¿No creen que ese problema de falsa aritmética ronda en algunos espíritus?

Juan David, la abstención no solo sería inútil sino que sería fatal. La abstención es la mejor manera de dejarle ganar al bloque Santos-Farc.

Hay que recordar que en el plebiscito de 1957, que le puso fin a la guerra fratricida entre liberales y conservadores, y donde triunfó, por fortuna, el sí y muy ampliamente, la línea adoptada por el PCC en ese momento no fue de votar no, sino de recomendar votar en blanco, una forma de abstención, para que el plebiscito no pasara. Se equivocaron y perdieron. Los colombianos respondieron al llamado de la Junta Militar y de los partidos liberal y conservador. Pero los mamertos siguieron impulsando en los años siguientes la retórica de base de la abstención durante todo el periodo del Frente Nacional, para minar los dos grandes partidos, aunque ellos sí participaban en cada elección valiéndose de formaciones que aparecían como liberales o como conservadoras y, después, como anapistas. Ese juego que combinaba dos líneas fue devastador para la democracia colombiana. Ellos no han cambiado de óptica. Esa gente ahora podría lanzar lo de votar el “sí”, para sus clientelas electorales, y popularizar al mismo tiempo el voto en blanco, o la abstención a secas, entre los sectores de oposición, para que les dejemos ganar este plebiscito.

Quedo pendiente de sus comentarios, estimados Jesús y Juan David.

Cordialmente,

Eduardo”

 

Tal como lo manifesté en un escrito de hace días, creo que a pesar de todo lo dicho por Santos, la constituyente será inevitable y el debate que habrá que dar es sobre su integración, su elección y sus cometidos.

Pese a los peligros que entraña, me parece que en las circunstancias que nos rodean es mil veces más preferible esa solución que la dictadura que este congreso de descastados le está ofreciendo a Santos.

martes, 1 de diciembre de 2015

Marx a la carta

Hay dos comentarios de Raymond Aron sobre el marxismo que conviene traer a colación para lo que sigue.

El primero de ellos reza que el pensamiento de Marx es simple para los simples y sutil para los sutiles. El segundo señala que dicho pensamiento es inagotable y equívoco.

Significa ello que hay Marx para todos los gustos. Les sirve a los ignaros que necesitan apoyarse en cualquier armazón ideológica, pero también, a los que gustan de discutirlo todo al estilo de los famosos teólogos bizantinos que debatían hasta el cansancio sobre el sexo de los ángeles.

Hay muchos desarrollos posibles de lo que Marx dejó escrito con envidiable profusión, y es así como se habla, por ejemplo, del Marx joven y del Marx maduro para sustentar en el uno o en el otro diferentes posturas ideológicas que lo ubican bien dentro del humanismo, ora dentro del estructuralismo. De ahí la equivocidad de su pensamiento, tal como lo observa Aron.

Es un pensamiento que está vivo, no obstante la caída del comunismo en Europa oriental y sus inesperadas metamorfosis en el continente asiático.

En rigor, la revolución cultural que devasta al mundo occidental hoy en día, y de la que estamos padeciendo severos coletazos, se inspira en muy buena medida en el marxismo cultural, si bien en ella obran otros ingredientes, como los que proceden del pensamiento freudiano.

Recomiendo a propósito de ello dos interesantes artículos publicados hace poco en Crisis Magazine y en el sitio de Henry Makow: http://www.crisismagazine.com/2015/cultural-marxism-is-at-the-heart-of-our-moral-disintegration y http://henrymakow.com/2015/10/Guy-Carr-Globalists-are-Satanists%20.html.

El primero de ellos sitúa en el marxismo cultural que impulsó la famosa Escuela de Frankfurt y ha influido decisivamente en la educación pública norteamericana a través de la Universidad de Columbia, el núcleo de la desintegración moral de los Estados Unidos. Pero el segundo va más allá y destaca la influencia de Freud y de las hoy desacreditadas investigaciones de Kinsey en las transformaciones que ya en los años cincuenta del siglo pasado denunciaba el célebre sociólogo de origen ruso Pitirim Sorokin en “The American Sex Revolution”.(Vid.http://cliffstreet.org/index.php/writings-pitirim-sorokin/278-reviews/158-sorokin-american-sexual-revolution).

Guy Carr recuerda en “Pawns in the game” cómo Lenin proclamaba que “El mejor revolucionario es un joven absolutamente desprovisto de moralidad”, como los que, dicho sea de paso, nutren las filas de las Farc y han envejecido en ellas.

Quizás lo que ha perdurado del copioso arsenal ideológico del marxismo sea el tema de la emancipación del hombre. Pese a sus derivas totalitarias, el pensamiento de Marx se centra en la libertad humana y más precisamente en las condiciones sociales que a su juicio la hacen posible.

La lucha por la emancipación se libra contra las alienaciones que según creen Marx y sus seguidores le impiden al hombre ser él mismo y frustran lo que en términos heideggerianos sería su existencia auténtica. Se trata de liberarse de las cadenas de la naturaleza, de la historia, de la moralidad, de los convencionalismos sociales y, en suma, las que forja la idea de Dios.

Recordemos la conocida frase "Si Dios no existe, todo está permitido", que proclama Iván Karamazov, el desafiante personaje en que el vigoroso genio de Dostoievsky encarna al ateo revolucionario.(Vid. https://es.wikiquote.org/wiki/Los_hermanos_Karam%C3%A1zov).

Dios o el hombre, es la disyuntiva que plantea Sartre para afirmar su negación de Aquel, a quien, no obstante, terminó rindiéndose al final de su vida, gracias a los buenos oficios de un rabino que lo convenció de que en modo alguno “el hombre es una pasión absurda”, dado que es un ser que no solo se esfuerza en buscarle sentido a su existencia, sino que en efecto lo encuentra precisamente abandonándose a Dios.

Pues bien, a pesar de su manifiesto ateísmo, el pensamiento emancipatorio de Marx ha permeado al catolicismo a través de la Teología de la Liberación, sobre la cual acaba de publicar Julio Loredo de Izcue un importantísimo ensayo que con dicho título  presentó la semana pasada en la Universidad de Medellín.

“Teología de la Liberación, un salvavidas de plomo para los pobres” es un excelente aporte para entender el origen, el desarrollo, las vicisitudes y, sobre todo, las tesis y los entronques ideológicos de un movimiento que por obra de los ires y venires de la historia ha vuelto a ubicarse en posición preferente dentro de la Iglesia bajo el actual Pontificado.

El libro aclara que el papa Francisco no es seguidor de esa corriente teológica, sino de otra de raigambre argentina que se presenta como Teología del Pueblo. Pero las afinidades de una y otra lo han llevado a reivindicar el papel de los teólogos de la liberación que fueron marginados por los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Tiempo habrá más adelante para examinar las profundas divisiones que agrietan hoy en día la Barca del Pescador.

Me limitaré a mencionar la enorme herejía que proclaman los teólogos de la liberación al enseñar que “El comunismo y el Reino de Dios en la tierra son la misma cosa”. Así lo dijo Ernesto Cardenal, agregando que “La misión de la Iglesia es predicar el comunismo” (vid. página 148).

A la luz de estos teólogos, el Reino de Dios es una “utopía popular libertaria e igualitaria” (página 144).

Sus horizontes en nada difieren de los que plantea el pensamiento libertario contemporáneo, para el que, parafraseando las conocidas palabras de Lucrecio (“Homo homini lupus”),  bien cabe afirmar que “Homo homini deus” (“El hombre es dios para el hombre mismo”).

El libro en mención nos permite entender por qué ciertos sectores de la Iglesia colombiana  contemporizan con las Farc y el Eln, y hasta cooperan activamente con sus empresas subversivas.

Los interesados en este libro indispensable para el esclarecimiento de lo que significa la Teología de la Liberación en las palabras y en los hechos, pueden dirigirse al Centro Cultural Cruzada, cra. 30A No. 9-66, casa 102, teléfono 4174505, Medellín.