lunes, 29 de noviembre de 2010

¿Otra terna de uno?

Uno de los aspectos más discutidos de la primera terna que presentó para la Fiscalía el hoy ex presidente Uribe Vélez  fue el sesgo manifiesto que exhibía en favor del ex ministro y ex embajador Ospina, un hombre decente que fue injustamente vilipendiado por los enemigos de Uribe.

Esa terna fracasó por los ataques que se hicieron contra Ospina y el ex consejero Palacio, así como por el mal momento que Virginia Uribe tuvo cuando se presentó ante la Corte Suprema de Justicia para que la evaluaran. Los tres, por distintas razones cada uno, hubieron de renunciar a la postulación, dando así lugar a que el gobierno presentara una segunda terna con los nombres del ex magistrado Gómez, el consejero Velilla y la procuradora Cabello, contra ninguno de los cuáles hubo objeción alguna de principio, salvo la solapada e insidiosa de provenir de la iniciativa de Álvaro Uribe Vélez.

Sin decirlo explícitamente, la Corte Suprema de Justicia ha dado a entender que esa circunstancia configura una extraña y repelente causal de “decaimiento” de la postulación. Ya se dice por las famosas “fuentes de altísima fidelidad” que varios magistrados, por lo menos, se dedicaron a entorpecer la elección para darle tiempo al Fiscal interino para adelantar las investigaciones sobre las interceptaciones ilegales de que se acusa al DAS y así demostrarle a Uribe  que eso era cierto.

Como los  ánimos están muy caldeados, los que defienden a la Corte poco sosiego han tenido para examinar la gravedad del precedente que ese alto organismo ha generado, comenzando por el mal ejemplo que les ha dado a los demás integrantes de la Rama Jurisdiccional.

Concedamos que el entonces presidente Uribe se equivocó de medio a medio con la primera terna. Para ser justos, hay que admitir que enmendó el error con la segunda, pues no se ve favoritismo alguno de su parte respecto de Gómez, Velilla o Cabello, fuera de que todos han mostrado idoneidad profesional y moral  para el ejercicio del cargo.

Pero también se hace menester que se conceda que la reacción de la Corte acerca de la segunda terna es censurable a más no poder, lo que ha contribuido a que no falte quien diga que la inviable es precisamente ella y no la terna que, con toda razón, dice el consejero Velilla que es la de derecho, en contraste con la de hecho que postuló hace poco el presidente Santos.

Como no se conoce el dictamen de la Sala de Consulta del Consejo de Estado acerca del tal “decaimiento” de la terna de derecho, resulta difícil enjuiciar sus razones. Pero, a ojo de buen cubero, se le ocurre a uno pensar que, como en otras infelices oportunidades, aquí se ha echado mano sin mucho discernimiento de una figura del Derecho Administrativo que se regula como pérdida de fuerza ejecutoria de los actos administrativos en el C.C.A., o del poder vinculante de los mismos en los estatutos urbanísticos.

En síntesis, lo que uno advierte en todo este tejemaneje  es la desviación de poder de parte de la Corte Suprema de Justicia, la posible distorsión de conceptos jurídicos fundamentales de parte de la Sala de Consulta del Consejo de Estado y  una muy lóbrega actuación de los agentes presidenciales, a uno de los cuáles se señala como inspirador de las maniobras de la Corte  y la Sala de Consulta para darles visos jurídicos a la terna de hecho.

Lo he manifestado públicamente y aquí lo sostengo. En un país serio, las lúcidas y valerosas  insinuaciones que ha hecho el consejero Velilla habrían dado lugar a que el ministro Vargas tuviera que dar las explicaciones que no ha sido capaz de ofrecer sobre su comportamiento en este caso. La verdad sea dicha, nadie ha salido a desmentir a Velilla, aunque sí ha sido objeto de vejámenes por cierta claque capitalina que es incapaz de entender que a un caballero no se lo puede ofender en su dignidad sin que él se dé por aludido.

Pero, ¿es tan maravillosa y equilibrada la terna de hecho que propuso Santos sin la firma de Vargas Lleras?

Pienso que es, como la primera de Uribe, terna de uno, que no es otro que mi apreciado y admirado amigo Juan Carlos Esguerra, que merece este y muchos otros honores por sus señaladas cualidades intelectuales, profesionales y morales.

Veamos. El ex procurador Arrieta es de inequívoca estirpe uribista, aunque ahora trate de deslindarse de recientes iniciativas de los seguidores de Uribe en torno de la defensa de los funcionarios de su administración. Siéndolo, incurre en la causal de inhabilidad  que el odio de la Corte contra aquél ha dado lugar a que se esgrima contra los integrantes de la terna de derecho. Si éstos no son elegibles porque los propuso Uribe, tampoco lo es Arrieta por su cercanía con él.

En cuanto a Vivian Morales, no podemos olvidar que fue una de las más celosas defensoras de Samper en el proceso que se le siguió en la Cámara de Representantes y, sobre todo, que fue la impulsora de la tristemente célebre tutela que dio lugar a que la Corte Constitucional, con el abracadabrante artilugio de la vía de hecho prospectiva, abortara la acción que la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia había iniciado contra los congresistas que votaron en favor de dicho ex mandatario.

No tendría mucho sentido que, después de haberle entregado al samperismo las relaciones con Venezuela y quizás con Ecuador, Santos también le ofreciese la gabela de la Fiscalía.

Así, aunque formalmente parece que la terna de hecho es de tres, habida consideración de las circunstancias el elegible es solo uno: Juan Carlos Esguerra Portocarrero.

Uno no sabe si felicitarlo, pues se le está ofreciendo el puesto de guardián del infierno. No otra cosa cabe predicar, por más que se diga, de ese monstruo burocrático que es la Fiscalía General de la Nación. Tiempo habrá para mostrar que es uno de los más nocivos inventos del que sigo llamando el Código Funesto.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La commedia dell’arte

Una de las peculiaridades del régimen que se instauró con la Constitución de 1991 es lo que los periodistas han denominado los choques de trenes, vale decir, los conflictos entre los titulares de los poderes públicos. 

Algunos de esos conflictos son moneda corriente en todas partes, como los que enfrentan a los congresos con los gobiernos, y su manejo es uno de los temas más importantes dentro de los ordenamientos constitucionales. Pero con nuestro Código Funesto han aparecido otros conflictos, como los de las altas cortes entre ellas y uno particularmente dañino e insoluble por las vías institucionales, el del Presidente de la República con la Corte Suprema de Justicia.

El origen y las vicisitudes de la confrontación del ex presidente Uribe Vélez con la Corte Suprema de Justicia son hoy materia de debate en los medios de comunicación social, en los que no siempre prevalece la objetividad. Tal vez haya que dejarles a los historiadores la tarea de establecer más adelante cómo sucedieron los hechos de un proceso que probablemente incidirá de modo decisivo en la institucionalidad colombiana en el inmediato porvenir.

Conjeturo, para mí, que Uribe y sus agentes cometieron graves errores en el manejo de tan delicado asunto. Pero conviene examinar la otra cara de la moneda, para ver si la Corte las tiene todas consigo en ello y ha sido la víctima inocente de un gobierno que no se paró en pelillos para obstruir su empresa justiciera, o si también de su lado sus integrantes han contribuido a agudizar la confrontación, con grave desmedro para la institucionalidad.

Sus contradictores han dicho cosas que ameritan investigarse, como que la Corte decidió erigirse como instancia política para oponerse al gobierno anterior, que varios de sus integrantes se comportaron de manera inapropiada para el alto rango que ostentan, que con el Fiscal interino media un “roscograma” o que ha habido algún género de concierto con el el ministro Vargas para entorpecer la elección de Fiscal en propiedad.

¿Qué tal que todo esto o al menos algo de ahí resultara cierto?

Lo que salta a la vista es la crisis interna que padece la Corte, pues no ha podido elegir Presidente, ni quienes llenen las vacantes dentro de su seno, ni Fiscal. Y solo a la hora de Nona vino a designar su candidato a la Contraloría General.

Como bien se ha dicho, si la segunda terna que presentó Uribe para la Fiscalía se consideró viable por la misma Corte, el impedimento para la elección no procede de aquella, sino de los magistrados, que votan y votan sin que ninguno de los candidatos obtenga los 16 sufragios que se requieren para el efecto, pues siempre aparecen unos votos en blanco.

Si la terna es viable, pues no hay objeciones de fondo contra ninguno de los candidatos, el voto en blanco tal vez se explique por el propósito de obstruir la elección. Y si dicho propósito ha sido estimulado desde fuera, tal vez desde el alto Gobierno, reitero que con ello no sólo se está sentando un pésimo precedente, sino que se están bordeando los linderos del Código Penal.

He señalado que la práctica en las corporaciones en materia electoral consiste en agilizar los procesos mediante el descarte de los candidatos menos opcionados, de modo que se los vaya decantando para concentrar el debate entre los que cuenten con mayor respaldo. Esto es lógico, pues si las posiciones iniciales se mantienen indefinidamente, nunca será posible cumplir con el cometido propuesto.

Ahora bien, si el cometido no es elegir, sino impedir que se elija, se distorsiona el poder asignado a la corporación y se produce una crisis que, de generalizarse, ocasionaría un severo detrimento institucional.

Es lo que ha advertido, con claridad y entereza que lo honran, el magistrado Velilla, a quien María Isabel Rueda ha pretendido descalificar con epítetos que más daño le hacen a ella que a él.

Que por incumplir quizás dolosamente su deber de elegir Fiscal entre los integrantes de la terna que propuso el entonces presidente Uribe, la Corte haya dado lugar al decaimiento del acto de nominación, y por consiguiente el actual mandatario recuperó su atribución de proponer candidatos, es uno de los esperpentos jurídico-políticos más groseros que sea dable imaginar.

Me resisto a creer que mi discípulo y muy apreciado amigo Jaime Arrubla sea el promotor de esta teoría que desvergonzadamente le atribuyó el ministro Varguitas en recientes declaraciones para El Colombiano.

Como bien lo ha señalado Velilla, el decaimiento de la terna puede ocurrir por circunstancias atinentes a los que la componen, pero de ninguna manera a la omisión en que ha incurrido la Corte.

El presidente Santos y su ministro Varguitas han obrado con poco tino en el manejo de esta situación. Ahí se va viendo que poco los inquieta faltar a la elegantia juris  e incluso al buen sentido que, según dice un clásico, no sólo preside la creación, sino la interpretación y la aplicación del derecho.

Es claro que Colombia necesita que haya Fiscal en propiedad, pero no al precio de claudicar ante la Corte Suprema de Justicia, ni de contradecirse flagrantemente, ni de llevarse de calle la institucionalidad tolerando que la ilicitud de un comportamiento ajeno a los ternados dizque dé lugar a que quede sin piso su nominación.

Conviene recordar que poco antes de enviar nuevos candidatos, el presidente Santos dijo que le pedía a la Corte que eligiera alguno de los integrantes de la terna que el magistrado Velilla llama de derecho, en contraposición a la de hecho que surgió de la claudicación gubernamental.

No faltó quien creyera que de ese modo Santos estaba desautorizando a Varguitas y exigiéndole a la Corte que cumpliera con su deber. Pero, de un momento a otro, cambió de opinión y se plegó a lo que Varguitas dice con descaro  que insinuó Arrubla.

¿Fue éste entonces el propulsor de esa maniobra que pone de manifiesto que Santos es, además de inteligente y camaleónico, saltarin, tal como lo ha descrito mi admirado amigo Carlos Villalba Bustillo?

Vaya uno a saber si de salto en salto terminará cayendo de bruces.

En Brasil acaban de elegir  como congresista a un payaso. Nosotros no nos quedamos atrás: nos gobiernan unos saltimbanquis.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Mis razones contra Santos y Vargas Lleras

Ana Rosa Camacho, una de mis amables corresponsales de internet, me escribió hace poco una nota relacionada con el mensaje que le hice llegar a William Calderón acerca del cambio  de la terna para la Fiscalía General de la Nación que decidió en estos días el presidente Santos.

Me dice que, si bien no comparte mis algunos de mis planteamientos, celebra volver a leer mis escritos, pues le había llamado la atención mi silencio de varios meses.

Este mensaje de estímulo, al igual que los que me han hecho llegar otros queridos amigos, ha dado pie para que reanude el contacto con mis pacientes lectores, haciendo que venza el desgano que me había invadido y la decepción que algunos desaires me causaron.

Así le respondí a mi gentil corresponsal, en texto que quiero compartir con los lectores del blog:

“Apreciada Rosa Ana:

Gracias por su comentario. Aprecio que, al igual que otros buenos amigos, haya echado de menos mis escritos. Por lo pronto le he dado vacaciones a mi blog, no sólo por algo de cansancio, sino por la idea de que se trata de una acción estéril, que es lo que según un poeta austríaco no se perdona.

El amigo William Calderón me invitó esta semana a participar en su programa La Barbería, que se transmite por Cablenoticias. Lo pasó el jueves a las ocho de la noche, pero lo repite varias veces a lo largo de la semana. De ese modo, me hizo romper el silencio que he venido guardando acerca del reciente acontecer político.

Como suele sucederme, ando en contravía. Aunque las encuestas muestran un alto grado de satisfacción con el gobierno actual, descreo de sus manejos y sus orientaciones. Veo una preocupante tendencia a la claudicación en asuntos de enorme gravedad. Y si bien cada alcalde manda en su año, lo que significa que pone su propio sello en sus actuaciones y se deslinda así de sus antecesores, no dejo de observar que el trazado de fronteras con la administración Uribe se ha hecho a veces de modo que invita a algunos a pensar que Santos no es del todo leal con un gobierno del que hizo parte y le dio la oportunidad de llegar al poder que ahora ejerce.


Soy escéptico acerca del giro que se ha dado en torno de las relaciones con Venezuela y Ecuador.


Lo de la nueva mejor amistad que ahora pregonan Santos y Chávez se parece a mi juicio a la de Hitler y Stalin cuando se firmó el pacto germano-soviético de no agresión en 1939, porque es de dientes para afuera, oportunista e hipócrita. No puede ignorarse que el propósito de Chávez respecto de Colombia es avasallarla o, por lo menos, neutralizarla. Tampoco es un secreto que el incremento de su poder militar, incluyendo el nuclear, va mucho más allá de la agenda de la legítima defensa y entraña proyectos de amplio espectro, como la destrucción del imperio norteamericano. Chávez continúa de ese modo el sueño delirante del joven Castro que tanto mal les ha hecho a los cubanos.


No veo cómo aplaudir el giro de las negociaciones con Ecuador, cuando el gobierno de Correa mantiene su actuación ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos buscando que a Colombia se la condene como país agresor por el bombardeo del campamento que Raúl Reyes tenía al parecer a ciencia y paciencia del gobierno ecuatoriano.


Nunca me gustó el conflicto del presidente Uribe con la Corte Suprema de Justicia y así se lo dije por escrito en alguna ocasión. Consideré también un error la integración de la primera terna que presentó para reemplazar al fiscal Iguarán, y así lo manifesté públicamente. Pero en la gestión del ministro Vargas Lleras e incluso la de Santos a esos respectos se advierte no poco de espíritu de claudicación y hasta de componenda.


No hay que olvidar que la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia pidió por unanimidad que se investigara a Santos por falso testimonio en el sonado caso del contraalmirante Arango Bacci. Ese es un delito de enorme gravedad cuando se trata de una figura de la vida pública. Fue ese precisamente el delito que provocó la caída del presidente Nixon. Estando sub júdice por ese delito, me pareció que Santos no debía de ser candidato ni mucho menos ser elegido Presidente. Pero el país ignoró esa circunstancia y lo eligió como tal.


No creo, sin embargo, que él haya olvidado que su conducta en ese oscuro asunto está hoy bajo el escrutinio de la Fiscalía, a la que la Corte remitió su investigación. No era elegante, pues, que él cambiara la segunda terna que presentó el presidente Uribe por otra en cuya confección es de presumirse que consideró que podría favorecerlo en la investigación que sobre sus actuaciones ordenó la Corte Suprema de Justicia.


Claudicar ante ésta se inscribe también dentro de la lógica de aplacarla en relación con el caso Arango Bacci.


Es bien sabida la enemiga que se profesan recíprocamente Uribe Vélez y Vargas Lleras, por cuanto éste fue uno de los artífices del fracaso de la reelección de aquél.


Es claro que Vargas tenía el propósito de frustrar la elección de alguno de los integrantes de la segunda terna para la Fiscalía que presentó Uribe. Y nadie ignora que Vargas Lleras tiene agentes y amigos en la Corte Suprema de Justicia. Así, a pesar de las declaraciones que inicialmente dio su jefe, Santos, pidiéndole a la Corte que eligiera fiscal de entre los integrantes de esa terna, Vargas se dio a la tarea de insinuarle a esa corporación que pidiera otra.


Con la arrogancia y la desfachatez que lo caracterizan, ha salido a decir que lo que hizo el presidente Santos en este caso no es susceptible de demanda alguna y que había que destrabar a como diera lugar la elección de nuevo Fiscal, pues el país no resiste más la interinidad en ese alto cargo.


Alto ahí.

Un funcionario no puede decir en un Estado de Derecho que las decisiones gubernamentales no son susceptibles de control jurisdiccional, pues éste es cada vez más amplio y se extiende a campos que antaño se consideraban exentos del mismo, como el de los actos políticos o de gobierno. Y nadie puede hoy en día garantizar el resultado de los procesos judiciales.


¿Qué pasaría si eventualmente la jurisdicción le diera la razón al magistrado Velilla en las muy sensatas y disertas apreciaciones que ha hecho acerca del descalabro jurídico que entraña la presentación de nueva terna para le elección de Fiscal que acaba de hacer el presidente Santos?


Tratando de curarse en salud, Vargas, a quien sus conocidos en Bogotá llaman Varguitas, obtuvo de la Sala de Consulta y Servicio Civil del Consejo de Estado un concepto favorable al cambio de la terna. Como no se lo ha dado a conocer al público, nada se sabe a ciencia cierta sobre le enjundia jurídica de ese proveído. Lo que se sabe es que con base en el mismo, el Presidente presentó una nueva terna a la Corte, sin cuidarse de darles aviso de ello a los integrantes de la que estaba en juego ni de producir un acto administrativo que la revocara. Así, con extrema informalidad, Santos le escribió a la Corte manifestándole que tenía nuevos candidatos para el cargo en cuestión.


Lo que ha trascendido en un país en que nada queda oculto y los sapos cantan hasta La Marcha de Garibaldi, por no decir La Marsellesa, es que antes, durante y/o después de la expedición del concepto, los que lo emitieron andaban por la Casa de Nariño haciéndole el mandado al Ministro.


Insinúa el magistrado Velilla que, además, el Ministro ha tenido en la Corte Suprema de Justicia amigos que le han hecho diligentemente la tarea de entorpecer la elección de Fiscal de entre los miembros de la segunda terna que presentó Uribe Vélez.
Este es un episodio bochornoso a más no poder. Que la Corte por animadversión a Uribe se haya negado a elegir Fiscal es algo que colinda con el prevaricato.


Recuerdo que cuando los escándalos de Samper, en el ascensor del edificio de EDA en Medellín alguien tuvo la feliz iniciativa de poner un letrero con este enunciado:"Cuando los de arriba pierden la vergüenza, los de abajo pierden el respeto". Y es lo que dolorosamente está sucediendo en Colombia. El mal ejemplo que ha dado la Corte al dejarse llevar, más que por la pasión política, por una animadversión personal, contribuye a corromper a los jueces del país.


Y si el mal proceder de la Corte ha contado con la colaboración del ministro Varguitas, al asunto no hay otro término para asignarle que el de contubernio o, como decía el viejo Derecho de Familia,  el de "Dañado y punible ayuntamiento".


Lo que ha dicho el magistrado Velilla es de tremenda gravedad.  Si él miente, sea anatema. Pero si está en lo cierto, andamos en muy malas manos y, como decimos los zafios antioqueños, "Moliendo con yeguas".


Dos últimas observaciones, por lo pronto.


Una de las características de la cultura santafereña es el aprecio por las buenas maneras. Al fin y al cabo, en Santa Fe hubo virrey y algo así como una corte virreinal, en las que prima el imperio de las formas. El protocolo es algo sagrado en esos medios.


Este tipo de cultura ofrece aspectos positivos y negativos. Los primeros tienen que ver con que brinda canales adecuados para facilitar la vida de relación, en la que el respeto recíproco es condictio sine qua non. Otro aspecto positivo es de orden estético. No en vano se habla de la distinción que exhiben las personas bien educadas. Da gusto encontrarse con ellas y cultivar su trato. Suscitan admiración, se las llama distinguidas. No entraré en el detalle de sus aspectos negativos, como la hipocresía o la altivez.


Uno de los peores pecados dentro de ese medio es comportarse como un guache, con vulgaridad e irrespeto hacia los demás.

Pues bien, Santos y Varguitas son de rancia estirpe santafereña, por no decir cundi-boyacense. Y uno esperaría de ellos que obrasen haciendo honor a sus ancestros. Pero no ha sucedido así con los integrantes de la terna que ha estado sometida al escrutinio de la Corte Suprema de Justicia, con quienes se ha pretendido barrer el suelo.

Los ternados no sólo han recibido la invitación de parte del gobierno para que se los honre con una elección y participen de los gajes del poder: remuneración, influencia, prestigio, etc. Ellos, además, han ofrecido sacrificarse para prestarle un dificilísimo e ingrato servicio a la comunidad. Son dignos de respeto por esta sola consideración. Además, desde el punto de vista personal, el magistrado Velilla, el ex magistrado Gómez y la procuradora Cabello merecen todas las consideraciones, a punto tal que la retrechera Corte no ha podido declararlos inviables para la alta posición a que legítimamente aspiran.


Ellos no padecen de otro impedimento que haber sido candidatizados por el hoy ex presidente Álvaro Uribe Vélez. Pero Santos y Vargas los han maltratado de tal manera que uno se inclina a pensar que el gobierno de los peones no es el de Uribe, como perversamente se ha dicho, sino precisamente el de los que ahora posan de cachacos.


El odio contra Uribe, del que se ha hecho eco este gobierno a través del ministro Varguitas, ha llevado a afirmar que todo candidato suyo resulta sospechoso de favorecer sus crímenes. A la Casa de Nariño trajeron a uno de sus más apasionados detractores, el vocero de HRW, quien dijo que convendría que  la elección se hiciera prontamente, pero con otros protagonistas que no estuvieran vinculados con Uribe, como si Santos no hubiese sido su ministro de Defensa y, como tal, protagonista de la política de seguridad democrática que ahora se pretende presentar como una política criminal.


En fin, Santos y Vargas no le han dicho al país cuáles son las ventajas de la nueva terna sobre la anterior, vale decir, en qué supera mi apreciado amigo Juan Carlos Esguerra a mi discípulo Marco Antonio Velilla, por qué resulta preferible el ex procurador Arrieta  al ex magistrado Gómez, o cuáles son las prendas y tesoros que hacen más atractiva a la ex congresista Vivian Morales que a la doctora Cabello Blanco.


He dicho que en este tema de tamaña importancia todos los protagonistas, comenzando por el presidente Uribe y su ministro Valencia Cossio, no han hecho sino acumular error sobre error.
A decir verdad, la Fiscalía, que se creó con las mejores intenciones por los constituyentes de 1991, es una figura que está en crisis, como también lo está todo el sistema judicial y, por qué no decirlo, todo el sistema constitucional. He dicho que nos rige, con la Constitución de 1991, un Código Funesto. Pero no me atrevo a pedir que la cambien, pues el espíritu de los tiempos sopla  hoy hacia lo peor.


Le ruego perdonar la extensión y el tono de estas reflexiones, pero su comentario pulsó ciertas cuerdas en mi interior.


Cordialmente.


Jesús Vallejo Mejía”