martes, 24 de febrero de 2015

La historia vuelve a repetirse

Hace poco el Presidente de la Corte Suprema de Justicia alborotó el cotarro con unas declaraciones en que sostuvo que el ordenamiento jurídico no puede constituir un impedimento para el logro de la paz con las Farc.

Dijo literalmente:“Ninguna institución jurídica puede ser obstáculo ni camisa de fuerza para impedir la construcción de la paz”.

La reacción frente a este desaguisado no se hizo esperar y fue, como era de esperarse, vehemente a más no poder.

Destaco lo que al respecto dijo Mary Anastasia O’Grady en un artículo que publicó en Wall Street Journal:a) esta “declaración parece venir de un jurista que no cree en el estado de derecho”;b)" El afán de Bustos por calmar a las FARC es un indicio del declive de la democracia en Colombia”.(Vid. http://www.verdadcolombia.org/los-terroristas-de-colombia-quieren-amnistia-por-crimenes-de-guerra/).

Es poco probable que el magistrado Bustos haya reflexionado sobre los alcances de su declaración, pues de ella se sigue inequívocamente que para él los diálogos con la subversión son eminentemente políticos y no están sometidos en su desarrollo, su decisión final y su ejecución a la normatividad jurídica o al menos a la que pueda entrabarlos de algún modo.

Así las cosas, el Presidente de la Corte Suprema de Justicia parece adherir a la tesis de quienes ya andan diciendo por ahí que Santos goza de suyo de poderes amplios para aprobar y poner en ejecución lo que se acuerde en La Habana con las Farc.

Hay mucha tela para cortar alrededor de todo esto, como por ejemplo lo atinente a las relaciones entre Política y Derecho o a los poderes implícitos del Jefe de Estado, particularmente en un régimen presidencialista, por no hablar de la parte más difícil de la Filosofía del Derecho que es la concerniente a la estimativa o axiología jurídica.

Pero no es el caso de entrar ahora en esas materias, pues lo que me interesa es recabar en lo dicho por O’Grady acerca de la debilidad de nuestro estado de derecho y el declive de la democracia en Colombia.

Que yo sepa, nadie a traído ahora a cuento el funesto precedente que se sentó en 1990 para derribar la centenaria Constitución de 1886 y darle vía libre al proceso que culminó con la expedición de la de 1991 que todavía malamente nos rige.

Como por esas calendas se creía que el Congreso no podía reformar satisfactoriamente la Constitución y que aún en el caso de que lo hiciera se corría el riesgo de que la Corte Suprema de Justicia lo impidiese, tal como  ocurrió con reformas que se promovieron bajo los gobiernos de Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay Ayala, se fue aclimatando la idea de que ello solo sería posible acudiendo al pueblo, como titular del Poder Constituyente Primario.

Pero una disposición del Plebiscito de 1957 según la cual las reformas constitucionales solo podrían  decidirse por el Congreso mediante el procedimiento previsto en la Constitución, vedaba jurídicamente esa posibilidad.

Desde el gobierno de Virgilio Barco se urdieron distintas estrategias para aclimatar lo que evidentemente sería un golpe a la Constitución entonces vigente. Ese proceso se justificaba in péctore por la necesidad de facilitar los acuerdos con el M-19 y otros grupos subversivos que estaban negociando sigilosamente con el gobierno.

Más tarde, bajo el gobierno de César Gaviria, apareció otro ingrediente: la negociación con los narcotraficantes para prohibir constitucionalmente la extradición de colombianos.

En el trasfondo del ímpetu reformista obraba, además, la inquina del Nuevo Liberalismo, así como la de  las clases medias y altas, amén de  la prensa bogotana, contra la clase política que controlaba el Congreso.

Después de muchos ires y venires, el equipo que acompañaba a Gaviria creyó encontrar la vía jurídica indicada a través de un decreto legislativo fundado en las atribuciones del tristemente célebre artículo 121 de la Constitución. Aduciendo la alteración del orden público, el gobierno decidió llevarse de calle el ordenamiento constitucional para convocar a la ciudadanía para que manifestara si aprobaba que por medio de una Asamblea Constituyente se reformara el ordenamiento constitucional y, en caso afirmativo, procediera a elegirla.

Fue una maniobra digna de las raposas jurídicas que denostó Laureano Gómez en su célebre discurso contra Ospina.

Ese decreto tenía que someterse a la revisión oficiosa de la Corte Suprema de Justicia, que en términos generales había desarrollado un cuerpo de doctrina jurisprudencial bastante riguroso acerca de los alcances de los poderes gubernamentales dentro de la vigencia del estado de sitio.

Hubo intensos debates sobre el asunto y todo parecía indicar que el decreto iba a ser declarado inexequible. Entonces, se dejó venir la más inaudita de las presiones sobre los magistrados, advirtiéndoles sotto voce que la suerte de la paz de Colombia dependía de ellos y que no era el momento de apoyarse en remilgos jurídicos para frenar una iniciativa redentora para el país.

Haciendo uso de un derecho ciudadano, me atreví a enviar a la Corte un memorial de impugnación de ese decreto, que aparece publicado en los Anales del Congreso de aquella época. Mi argumento de fondo era muy simple: los decretos que se dictaran bajo el régimen del estado de sitio tenían que guardar conexidad directa con los motivos de quebrantamiento del orden público invocados expresamente para declararlo y estar orientados precisamente a superar esos motivos. Ahora bien,¿podía considerarse razonablemente que la Constitución era causante de la perturbación del orden  público y que destruyéndola el mismo quedaría restablecido?

La Corte se dividió a punto tal que la decisión quedaba pendiente de un solo voto, el del entonces magistrado Hernando Gómez Otálora, quien dirimió el asunto con idénticas consideraciones a las del actual magistrado Bustos: la paz es un valor supremo que prevalece sobre cualquier consideración jurídica. En tal virtud, apoyó la declaratoria de exequibilidad del decreto e hizo viable el proyecto político de Gaviria, que con la ordinariez que lo caracteriza había tomado el nombre del "Revolcón".

Al M-19 y compañía se les sirvió en bandeja la Constitución. Es cierto que no reincidieron en la acción violenta y, en general, han sido leales a la institucionalidad, excepción hecha de los desafueros del alcalde Petro.

Con todo,¿podemos afirmar sin ruborizarnos que la Constitución de 1991 trajo consigo la paz? ¿No ha coincidido su vigencia con la época más violenta de nuestra historia política? ¿Corrigió los vicios clientelistas y nos dotó de mejores instituciones legislativas, administrativas y judiciales? Pródiga en derechos,¿los ha garantizado satisfactoriamente?

Bolívar decía que la elecciones frecuentes son el azote de las repúblicas. So pretexto de profundizar la democracia, hemos multiplicado los procesos electorales y diluído el poder en un sinnúmero de instancias.¿Ha resultado de ahí un “buen gobierno”, que fue una de las banderas con que Santos pretendió darse a conocer y que, por supuesto, fiel a su talante ha traicionado descaradamente?

La paz es, a no dudarlo, un anhelo muy arraigado en los seres humanos. Si somos razonables, apetecemos la paz en nuestro interior, la paz con quienes convivimos, la paz en las sociedades en medio de las cuales transcurre nuestra existencia, la paz planetaria y diríase que incluso la paz cósmica. Pero no es fácil lograrla. No es en todo caso obra de charlatanes y saltimbanquis, ni se la obtiene, en el ámbito colectivo, prescindiendo de la juridicidad.

domingo, 15 de febrero de 2015

Las encrucijadas morales de los diálogos con las Farc

El padre Francisco De Roux S.J. publicó el pasado 10 de febrero en El Tiempo un elocuente escrito sobre que tituló “Nuestra encrucijada moral”(Vid.http://app.eltiempo.com/opinion/columnistas/nuestra-encrucijada-moral-/15227776).

Sostiene, con toda razón, que “La obligación moral pública más grande que tenemos en este momento es terminar el conflicto armado y emprender la construcción de las condiciones de la paz desde las regiones”. Añade que “Este deber moral pide un cambio espiritual y estructural, porque el fracaso humano de nosotros y de nuestras instituciones, con nuestros seis millones de víctimas de todos los actores de la guerra degradada y absurda, nos pone ante la disyuntiva de jugarnos a fondo por la paz o hundirnos en otros 50 años de inhumanidad.”

Hasta aquí sus apreciaciones son incuestionables. Pero más adelante fustiga a los críticos de las conversaciones con las Farc por sus prejuicios y sus miedos, por su falta de confianza en Santos, porque no se han informado, porque la politización torpe los ha polarizado o  porque no captan la centralidad del problema rural en la crisis. No se le ocurre pensar que ellos pueden tener razones sólidas y, desde luego, respetables, para mostrarse escépticos sobre este proceso, ni que el mismo entraña tremendas encrucijadas morales que no se sintetizan, como él cree, en una sola: sí o no a la paz.

Llama la atención que un eclesiástico que por su formación y su experiencia debería de estar familiarizado con las hondas dificultades que entrañan los juicios morales, se pronuncie de modo tan simplista sobre algo que es susceptible de repercutir severamente sobre la suerte de nuestra sociedad.

Lo que dice puede resumirse en las siguiente proposiciones: quienes no creen en las Farc ni en Santos son unos ignorantes de mala voluntad que padecen un grave déficit moral, pues están apostando por la muerte contra la vida, por el mal contra el bien, y están eligiendo la maldición, según cita bien traída de los cabellos del Deuteronomio que consigna al final de su escrito.

¿Qué diría si uno le respondiera con  aquel pasaje del Evangelio en que el Señor nos advierte:"Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces"(Mateo 7:15)?

Él cree, por supuesto que de buena fe, que los diálogos con las Farc traerán consigo la paz para Colombia. Pero,¿qué sucedería si en lugar de ello acarrearan unas situaciones como la que hoy padece Venezuela o una escalada de violencia igual a la que nos aflige o, quizás, peor?

Hay un arte en extremo difícil que es el de predecir el futuro político, tema sobre el que versa un libro poco conocido de Bertrand de Jouvenel, uno de los analistas más lúcidos que produjo Francia en el siglo pasado.

En la línea de pensadores tan diferentes como Aristóteles y Tocqueville (Vid.http://www.aigob.org/leer-a-tocqueville-reflexiones-intemporales-sobre-despotismo-y-democracia/), se advierte que toda acción política se decide y lleva a cabo en medio de contextos complejos que no alcanzamos a conocer a cabalidad, y produce efectos aleatorios de muchas clases. Rara vez, al enfrentar el mundo de lo real, suscita exactamente lo que se pretende con ella, y a menudo sus consecuencias son contrarias a lo esperado. Es el fenómeno de la heterotelia.

Como enseñó el Estagirita, la virtud propia para enfrentar los hechos políticos no es la de la ciencia, sino la de la prudencia, que sopesa factores en pro y en contra, positivos y negativos, así como tendencias de distinto orden y  efectos a corto, mediano y largo plazo con distintos visos de probabilidad. El arte político exige ser prudentes, cautelosos, previsivos. Bien decía Bismarck que es el arte de lo posible, no según los deseos, sino al tenor de las realidades.

Pues bien, ¿qué nos enseñan estas sobre los diálogos de La Habana?

Lo primero, que nuestro conocimiento de lo discutido y acordado es fragmentario y a todas luces insuficiente para formarnos un juicio razonado sobre sus contenidos. Lo que nos pide el padre De Roux entonces es que creamos en lo que no vemos ni sabemos, vale decir, un acto de fe.

Ahora bien, en segundo término, ¿hay suficientes consideraciones de prudencia que nos aconsejen creer en Santos y en las Farc?

Si bien la fe apuesta a imponderables, hay que basarla en hechos. Y estos muestran que en lo que concierne a la credibilidad de Santos y las Farc no hay más remedio que decir que entre el Diablo y escoja, pues tanto aquel como estas ejercen con maestría el dudoso arte de la mentira. Son mendaces a más no poder, y las pruebas son tan abundantes como el catálogo de las seducciones de Don Giovanni que con tanta gracia describe su criado Leporello.(Vid. “Madamina, il catalogo è questo”, en https://www.youtube.com/watch?v=nqDES9KwWJg).

Se supone que el padre De Roux S.J.conoce al dedillo el Evangelio. Por consiguiente, ha de recordar el largo pero decisivo y profundísimo pasaje del Evangelio de San Juan que va del versículo 31 al 59 del capítulo 8, en el que el Señor proclama que “La verdad os hará libres” y declara que el Maligno es el Padre de la Mentira. Los que siguen a los mentirosos son entonces secuaces de Satanás. Y si tan connotado jesuíta nos recomienda que creamos en mentirosos de la calaña de Santos y los cabecillas de las Farc, nos está poniendo en manos de gente perversa.

El padre De Roux muestra ser sencillo como una paloma, pero falto de la prudencia de la serpiente, ignorando así la sapientísima recomendación de Mateo 10:16. Sus palabras nos invitan a ir como corderos en medio de los lobos de las Farc, advirtiéndonos que si no creemos en sus buenas intenciones Dios nos castigará con sus maldiciones, tal como lo advierte el texto de Deuteronomio 15-20 con que cierra su amenazante escrito.

Con todo respeto, digo que con estas admoniciones el padre De Roux S.J. se aleja bastante, igual que suele hacerlo su colega el padre Javier Giraldo S.J., de la imagen del Buen Pastor que describe el Evangelio de San Juan en su capítulo 10, especialmente en el versículo 12, que dice:

"Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye,-el lobo hace presa en ellas y las espanta- porque es asalariado y no le importan nada las ovejas”.

Estos eclesiásticos hacen algo peor: toman el partido del lobo contra las ovejas.

Hay que adolecer de una temible ceguera moral para dejar de lado, al recomendarnos que creamos a ciegas en Santos y en las Farc, los innumerables y atrocísimos crímenes con que estas han cubierto de sangre y lágrimas los campos de Colombia.

Las Farc no solo son mentirosas, sino criminales de lesa humanidad. Su crueldad es inenarrable. La Ley Penal Internacional considera que lo que han cometido ofende la conciencia moral de la humanidad y constituye gravísimo peligro para la paz de los pueblos.

Se cree, además, que constituyen una de las más poderosas organizaciones narcotraficantes del mundo, y se las clasifica como la segunda o  tercera organización terrorista más rica, casi al nivel de ISIS. La impresión que dejan no es la del Buen Ladrón que se arrepiente de sus pecados e implora misericordia a la hora de la muerte (Lc 23.40-43), sino la de un orgullo y una arrogancia verdaderamente satánicos.

He llamado la atención en escritos anteriores acerca de dos cosas que ha dicho el papa Francisco acerca del proceso de paz en Colombia, a saber: a) que este proceso debe adelantarse con un sincero ánimo de reconciliación; b) que la paz es fruto de la conversión del corazón.

El padre De Roux S.J. cree en la sinceridad de las Farc, pero reitero la pregunta:¿han dado muestras sus cabecillas de obrar con un sincero ánimo de reconciliación?

Le cuento que un allegado mío recibió a poco de iniciarse los diálogos de La Habana la visita de Pablo Catatumbo, quien le exigió que volviera a pagar la vacuna que había suspendido cuando estaba en vigencia la seguridad democrática, y que lo hiciese con retroactividad para compensar lo que había dejado de pagar durante ese lapso. Cuando el extorsionado le habló de los famosos diálogos, le respondió que no creyera en eso, pues las cosas se iban a poner peores. Y en el pasado diciembre, cuando las Farc anunciaron su cese unilateral al fuego, tuvo que desembolsar una millonada  para poder sacar los productos de su finca.

¿Quién es , entonces, el mal informado, el padre De Roux S.J. o mi pariente que sigue sufriendo la inicua extorsión de las Farc?

La paz supone la conversión del corazón, dice el Santo Padre. Díganme, distinguidos dignatarios de la Jerarquía Eclesiástica y demás sacerdotes que lanzan denuestos contra los que no creen en Santos ni en las Farc, si ven en sus desalmados cabecillas signos elocuentes de la conversión que reclama el Sumo Pontífice. Yo, francamente, no los veo. Todo lo contrario, los encuentro desafiantes, retadores, agresivos.

El padre De Roux S.J. habla de los prejuicios y los miedos que “no permiten aceptar que las Farc están en serio en la negociación irreversible”.

Entonces, para él lo de que las Farc son narcoterroristas que aspiran a instaurar en Colombia un régimen totalitario y liberticida es apenas un prejuicio. Dan ganas de exclamar como dicen que dijo el otro:"O sancta simplicitas".

Y en cuanto a los miedos, que los amigos de la negociación a todo trance fustigan, bueno es recordar que los hay que constituyen sanos mecanismos de defensa contra peligros reales, como el que se experimenta cuando se está frente a un verrugoso, aunque también los hay irracionales, tal como acontece con las fobias.

¿Nos dirá el candoroso padre De Roux S.J. que el miedo a los comunistas de las Farc es una fobia de la que deberíamos tratarnos consultando a los psiquiatras?

Abonémosle a Santos la buena intención de lograr la paz en Colombia. Pero recordémosle, además, que de buenas intenciones está pavimentado el camino del infierno. Y recordémosle, igualmente, que el logro de la paz no es una tarea de mecánica política, como parece creerlo además César Gaviria, sino fruto de un arduo proceso espiritual que, por definición, no puede adelantarse sino sobre sólidas bases morales.

Esto es lo que se echa de menos en las conversaciones de La Habana, reverendos padres De Roux S.J y Giraldo S.J.

lunes, 9 de febrero de 2015

El porvenir de una ilusión

Como para Juan Manuel Santos no hay talanqueras, lo más probable es que firme un acuerdo con las Farc y lo someta a algún género de aprobación por parte del electorado en los comicios que tendrán lugar en octubre.

 

El as que tiene guardado bajo la manga para hacer que la ciudadanía apoye ese acuerdo es la bendición del papa Francisco. Tal es la misión que al parecer se ha encomendado al nuevo embajador ante el Vaticano, Guillermo Escobar, que ya había ocupado esa posición bajo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y es fama que cuenta con excelentes vínculos en la Curia Romana.

 

Con el Papa a bordo, como testigo y garante del histórico acuerdo,¿quién osaría oponerse pidiéndole a la ciudadanía su voto negativo a sus términos, cualquiera sea el contenido de los mismos? Ello equivaldría a dar coces contra el aguijón, pues el prestigio del Sumo Pontífice le brindaría un soporte avasallador.

 

Ya se están dando puntadas en esa dirección, pues la jerarquía eclesiástica colombiana ha hecho inequívocas manifestaciones en favor del proceso que se adelanta en Cuba, como cuando el Cardenal Primado resuelve ponerse botas de guerrillero y se atreve a descalificar públicamente a los críticos del modo como se adelantan los diálogos con las Farc.

 

Nosotros, los que descreemos de las bondades de ese proceso, somos enemigos de la paz, guerreristas y hasta vampiros sedientos de la sangre inocente de humildes compatriotas que sufren las  funestas consecuencias de la confrontación armada que nos agobia desde hace más de medio siglo. Aunque seamos católicos practicantes y fieles hijos de la Iglesia, se nos acusa de desoír el mandato evangélico del perdón a los enemigos y el compromiso por la paz.

 

Un buen número de pastores se inclina a pensar que los guerrilleros no son lobos feroces, sino ovejas descarriadas que con trato manso podrían volver al redil.

 

Hay la sospecha de que el papa Francisco comparte esa opinión. Un agudo lector de Crisis Magazine ha llamado la atención al respecto. Comentando el artículo sobre la deriva totalitaria del movimiento por los derechos sexuales y reproductivos, que quiere imponer a toda costa la validez jurídica y moral del matrimonio homosexual (Vid. http://linkis.com/crisismagazine.com/Rw6LA), escribe que “Too many Christians think Communists are really well-meaning, decent people. One of them recently acquired the name Francis.”(“Muchos cristianos creen que los comunistas son de veras gente bienpensante, decente. Uno de ellos ha tomado recientemente el nombre de Francisco”).Cita en apoyo de su comentario la siguiente información: http://www.reuters.com/article/2014/06/29/us-pope-communism-idUSKBN0F40L020140629

 

De acuerdo con ello, el Papa resalta la identidad entre cristianos y comunistas diciendo que estos se han quedado con las banderas de aquellos, que son las de la defensa de los pobres, los débiles y los necesitados. Parece darles la razón entonces a quienes piensan que el Comunismo no es otra cosa que una herejía cristiana, una construcción ideológica que no podría entenderse dejando de lado la opción preferencial por los pobres que está en el centro del Evangelio.

 

Los teólogos de la Liberación, ahora rehabilitados por el Papa, tal como da cuenta el modo como recibió en el Vaticano al padre Gustavo Gutiérrez, han tratado de conciliar el pensamiento social católico con el marxismo, en una aproximación que  a toda luces va en desmedro de la integridad de doctrinas que la Iglesia ha sostenido a lo largo de siglos.(Vid. http://www.aleteia.org/es/religion/articulo/francisco-y-gutierrez-encuentros-y-desencuentros-con-la-teologia-de-la-liberacion-5220438259007488).

 

De hecho, buena cantidad de religiosos, entre los que se cuentan no pocos jesuítas, terminaron declarándose más marxistas que católicos y, en consecuencia, perdieron la fe. Es tema que examina a fondo el libro de Malachi Martin que lleva por título “Jesuítas”, del que circuló hace años una traducción castellana. De ahí que Martin, que era un destacado integrante de la Compañía de Jesús, pidiese que se lo liberara de la pertenencia a la orden y se lo adscribiera al clero regular, arguyendo que lo hacía para no poner en peligro la salvación de su alma con los desvaríos de sus correligionarios.

 

El papa Francisco pertenece a la generación de jesuítas que cambiaron la fisonomía de la orden, la enfrentaron con la Santa Sede y la pusieron al borde de su liquidación. Es posible que de alguna manera haya sufrido la influencia de ellos.

 

La afirmación que hace el Papa acerca de que los comunistas son cristianos dentro del clóset, es decir, que no se atreven a confesarse como tales, es muy poco afortunada, pues entre unos y otros median enormes discrepancias. Aquellos son ateos que profesan doctrinas de odio que estimulan la violencia. Además, su concepto de emancipación se nutre de un naturalismo del todo incompatible con el sentido cristiano de la trascendencia.

 

La idea cristiana de la libertad no es conciliable con la marxista de emancipación. Nuestro Señor Jesucristo vino a redimirnos del pecado, que según sus voces, es la mayor esclavitud que puede sufrir el ser humano. Pero la idea de pecado es completamente extraña al pensamiento comunista, salvo que se la exprese bajo la modalidad del “pecado social” inventado por la Teología de la Liberación.

 

“La violencia no es cristiana ni es evangélica”, exclamó en Bogotá el papa Paulo VI, haciendo clara alusión a los religiosos que por ese entonces se sumaron a las huestes revolucionarias. Ahora se mitiga el asunto diciendo que si los guerrilleros prescinden de su rebelión armada podría ser viable acompañarlos en su diagnóstico de los males que aquejan a nuestra sociedad y la formulación de los remedios que proponen para corregirlos. Pero se ignora que ese diagnóstico es en extremo rudimentario y simplista, que los medios que ellos proponen generan violencia y que su ideal de sociedad excluye al Cristianismo. Mal podríamos, en efecto, considerar que la visión católica del hombre y la sociedad encuentra cabida en el modelo cubano, que es el que anima al Socialismo del Siglo XXI.

 

La Doctrina Social Católica, a partir de su formulación por el papa León XIII en la Rerum Novarum y no obstante cierta desviación hacia la izquierda patente en los documentos conciliares y  postconciliares, ha desarrollado propuestas que la diferencian tanto del Capitalismo liberal como del Socialismo en cualquiera de sus modalidades. Esas propuestas parten de la base de una concepción del hombre que es de corte personalista, vale decir, irreductible tanto al individualismo liberal o el libertario, como al “hombre nuevo” que predican los socialistas.

 

Los textos fundamentales de la Doctrina Social Católica denuncian los extremos del orden económico capitalista, tal como hoy lo hace el papa Francisco, pero también la opresión y el materialismo que instauran los regímenes socialistas. No son enemigos de la propiedad privada, sino del ejercicio irresponsable y antisocial de la misma. Promueven desde luego la solidaridad social, pero rechazan la absorción de la persona humana por las colectividades. Y son insistentes hasta el cansancio en la defensa de la familia y los grupos intermedios, según lo postulan los principios de libertad y subsidiariedad que le asignan al Estado tan solo la satisfacción de necesidades que no puedan atenderse adecuadamente en las instancias familiares y grupales.

 

El papa Francisco, al apoyar los esfuerzos por la paz en nuestro país, ha hecho la salvedad de que los mismos deben estar animados por un sincero espíritu de conciliación, poniendo de presente que la paz solo es posible si media la conversión del corazón. Pero del mismo modo que Santos se acerca a recibir sacrílegamente la Eucaristía, las Farc saldrán a decir que el documento que firmen con aquel acreditará convincentemente su ánimo sincero de reconciliación y la conversión de su corazón. Y al pueblo se lo llevará a las urnas convenciéndolo de que su voto traerá consigo la paz.

 

¿Será verdad tanta belleza?