domingo, 28 de marzo de 2010

Pescando en río revuelto

La proliferación de partidos, movimientos y grupos significativos de ciudadanos que se ha venido dando en el escenario político colombiano en los últimos años, y que es correlativa al debilitamiento de las dos grandes colectividades históricas, obliga a los gobiernos a apoyarse en coaliciones.

Aunque éstas no se encuentran sometidas a la misma normatividad política de aquéllos, hay, sin embargo, ciertas reglas de juego que, si bien no son de carácter jurídico, tienen importancia práctica bastante significativa.

Los juristas tendemos a examinar las normatividades políticas desde el punto de vista de lo que puede tener efectos en alguna confrontación judicial, olvidando que a menudo en la vida de los gobiernos inciden ciertas reglas que, no obstante carecer de coercibilidad, favorecen el funcionamiento de las instituciones y hacen posibles ciertos pr0pósitos cuando se las observa con lealtad. Y si se las desconoce, perturban la buena marcha de la gestión pública.

Dentro de esta categoría caben las costumbres y los usos constitucionales, así como las normas prácticas de la diplomacia.

Probablemente a ningún juez se le ocurriría acudir a estas normatividades para decidir un caso. Pero las relaciones políticas y las diplomáticas se pueden afectar severamente cuando se prescinde de ellas.

Todo esto viene a cuento al considerar el pésimo precedente que está sentando el candidato Santos al dedicarse a sonsacar gente del Partido Conservador, el Partido Liberal y Cambio Radical con miras a debilitar a esos contendores de su partido de la U.

No entraré, por lo pronto, en el tema que con la sapiencia que lo caracteriza ha planteado mi distinguido amigo y colega Ramón Elejalde Arbeláez, quien considera que esa práctica puede ser violatoria de la Constitución, la cual hace obligatorio para los partidos el resultado de las consultas sobre candidaturas y mira con malos ojos el llamado transfuguismo.

Diré, simplemente, que si Santos llegare a triunfar en la contienda por la Presidencia, tendrá necesariamente que gobernar apoyándose en una coalición, pues la fuerza política de la U no cuenta con mayoría en el Congreso.

Lo más lógico sería que esa coalición se integrara con los conservadores y con Cambio Radical, ya que les ha mostrado asco a los del PIN, aunque cuenta en sus filas con Dilian Francisca Toro, que no es ajena a los intereses que dieron origen a ese partido, y con Carlos Julio Gaitán, que no es modelo de transparencia ni de fidelidad política, por lo que no sería indigno de pertenecer a esa colectividad. Incluso, su compañero de fórmula tiene ciertos antecedentes con personajes vinculados al satanizado PIN, quienes le ayudaron a conquistar la gobernación del Valle del Cauca.

Pero su táctica de dividir al conservatismo para debilitar la aspiración presidencial de Noemí Sanín, podría resultarle suicida.

En primer lugar, todavía no le ha ganado a ella las dos vueltas electorales. Pero, en segundo término, de esa manera está generando un resquemor entre los conservadores que podría dificultarle severamente la posibilidad de hacer coalición con ellos a la hora de gobernar.

Santos se jacta de ser, más que un aficionado, un profesional del Póker. Pero está dando muestras de ser un jugador mañoso en el que no se puede confiar. Y la confianza es elemento fundamental para que las coaliciones funcionen.

Ya El Colombiano sufrió en carne propia esa peculiaridad suya cuando dio pie para que se publicara la noticia de que el presidente Uribe no se presentaría a la reelección.

Quizás piense que en su momento podría acudir al mismo recurso de que se valió Andrés Pastrana, quien por medio de Fabio Valencia Cossio logró contrarrestar las mayoría liberales en el Congreso atrayendo a los tristemente célebres liberales colaboracionistas, que terminaron extorsionándolo.

Cuando defendí a pesar de todos los argumentos que había en contra la continuidad de Uribe Vélez en el poder, lo hice pensando en que, mal que bien, él ha logrado controlar la coalición en el Congreso, no sin tener que acudir a manejos  con las Yidis y los Teodolindos que tienen a varios de sus funcionarios a las puertas de la cárcel e incluso lo han puesto a él mismo en peligro de sufrir malas consecuencias judiciales.

Pienso que el próximo Congreso va a ser muy difícil. Cualquiera sea el triunfador, tendrá que habérselas con unos congresistas que no le deben su elección y se sienten superiores a él. Si a Uribe, con su inmensa y desconcertante popularidad, le ha tocado lidiar con unos congresistas reacios y pedigüeños, al que llegue le corresponderá entrar en negociaciones muy desgastadoras con miras a lograr unos apoyos siempre condicionados e inseguros.

Hay un tema que los enemigos de Uribe, con la fobia que éste les inspira, se niegan a considerar. Si se examina la composición del gabinete ministerial, las jefaturas de los Departamentos Administrativos y las direcciones de las entidades descentralizadas del orden nacional, la gran mayoría de sus titulares son fieles del presidente Uribe. Están ahí por él, ante quién responden directamente.

Dicho en términos coloquiales, son sus fichas. Ninguno tiene jefes por fuera de la jerarquía oficial. Ya no hay cotos reservados a ciertos personajes, como sucedió en épocas pasadas con el Ministerio de Minas y Energía, con el Sena, con el ISS o con las aduanas, para citar tan sólo unos pocos casos.

Uribe les ha dejado a los políticos el servicio exterior, en donde ingenuamente cree que no hacen daño, así como algunas granjerías de orden interior. Pero los ha desalojado de muchos de sus viejos feudos.

Dudo muchísimo que quien lo reemplace pueda mantenerse en esa tónica. Si Santos seduce conservadores, liberales y vargas lleristas, no será por patriotismo, sino a cambio de gabelas. Es probable que ya esté feriando el gobierno, que igual que se dice de Dios, “tiene mucho más para darnos que nosotros para pedirle”.

Y cuando le llegue la hora de recabar el apoyo de quienes hoy están colaborando con otros candidatos, le van a pasar la cuenta de cobro por lo que está haciendo ahora.

Quizás crea seriamente lo que están diciendo algunos de sus áulicos acerca de que sonsacando gente podría triunfar en la primera vuelta, evitando así tener que negociar la segunda y los riesgos que su sobrino de Semana ha anunciado acerca de un Tocosán. Pero él no es Uribe y hasta ahora las encuestas muestran que lo más probable es que haya dos vueltas para la próxima elección presidencial.

Por consiguiente, lo más sensato sería que considerara que los contendores de hoy podrían llegar a convertirse en sus colaboradores de mañana, lo cual impone la observancia de la regla no escrita de la lealtad para con ellos.

Me referiré en próximas actualizaciones de este blog a otras peculiaridades de los gobiernos de coalición, pues el país tendrá que ir entendiendo cómo funcionan y de qué maneras es posible sacar el mejor provecho de esta figura.

miércoles, 24 de marzo de 2010

¿El Gran Debate?

Me comentó un discípulo esta mañana que lo de anoche en la televisión con los candidatos presidenciales fue algo así como un “reality”.

Es posible que tenga razón. No sólo por las limitaciones que se les impusieron, sino por la índole de las preguntas que formularon los periodistas encargados de interrogarlos, quedó la impresión de que se trataba de un concurso para definir quién proyectaría una mejor imagen ante el auditorio, bien por su presentación física, ya por la agudeza de sus respuestas o el modo de eludir cuestiones difíciles. Sólo faltó que se armara una pasarela.

Respecto de las preguntas que se formularon, hay qué mencionar las malintencionadas, las impertinentes y las sandias, entre otras.

Por ejemplo, de parte del Director de Semana, que es sobrino del candidato Santos,  la pregunta inicial que le formuló a Noemí Sanín intentó presentarla como una oportunista que ha servido bajo todos los gobiernos y así continuará haciéndolo. Parece que, según  él, haber tenido a su cargo con lujo de competencia las carteras de Comunicaciones y de Relaciones Exteriores, así como la representación diplomática en Venezuela, España y el Reino Unido, fuese un baldón y no lo que realmente es, vale decir, unos antecedentes que ameritan la aspiración que ahora tiene ella de  alcanzar la Presidencia de la República. Afortunadamente, con envidiable donosura, lo puso en su sitio.

Capítulo aparte merecen las preguntas impertinentes sobre las creencias  personales o los dramas íntimos de los candidatos. Por ejemplo, es una sandez haberle preguntado a Mockus si va a misa los domingos. Ante una pregunta similar, relativa a su creencia en Dios, Mandela contestó alguna vez que ese era un tema demasiado personal para ventilarlo en público.

Es algo similar a lo que en cierta ocasión le preguntaron a Carter acerca de si alguna vez había tenido malos pensamientos, como desear a otra mujer distinta de su esposa, o la cuestión que le plantearon a Clinton sobre si había fumado marihuana, a lo que bobamente contestó que sí, pero sin aspirarla.

Los periodistas se cebaron sobre los candidatos para tratar de acorralarlos con preguntas sobre hijas que deciden abortar, hijos sorprendidos con dosis personales de droga, hijas que declaran su condición homosexual y deciden luchar por contraer un supuesto matrimonio entre cónyuges del mismo sexo o la madre que le pide a su hijo la eutanasia o el suicidio asistido.

Son preguntas tramposas, como las que los fariseos le hacían al Señor para enredarlo en contradicciones.

Noemí  sorteó bien en este caso la trampa, aduciendo en su respuesta su condición de madre. Santos y Mockus, por su parte, salieron del paso invocando como supremo referente moral las decisiones de la Corte Constitucional, organismo bien conocido por su tendencia a sostener tesis depravadas.

Creo que el primero de ellos no fue lo suficientemente franco, pues en algún artículo de prensa hace años apoyó el aborto, no en los tres casos nada estrictos y sí muy laxos que contempló la Corte Constitucional en su tristemente célebre fallo sobre la materia, sino como instrumento para impedir que llegue gente indeseable al mundo.

Bueno, tampoco parece haber sido sincero en su negativa a tratar con el PIN, pues no le ha parecido que sea del caso rechazar a la esposa de Juan Manuel López Cabrales ni a Dilian Francisca Toro, a la que acaba de hacérsele una gravísima sindicación en términos similares a los que han conducido a la cárcel a otros políticos.

Tampoco le ha dicho que no a Carlos Julio Gaitán, al que Jaime Horta, con valor que lo enaltece, ha acusado de interceder por el Cartel de Cali como ministro de Desarrollo de Samper, poniendo término a la más exhaustiva investigación que sobre las compañías que le servían de fachada había adelantado la Superintendencia de Sociedades bajo  la conducción de Darío Laguado.

Un aspecto favorable del “reality” fue la camaradería que reinó entre los candidatos, así no hubiesen faltado algunas pullas sobre los “falsos positivos”.

También hay qué resaltar el uribismo de todos ellos, Petro incluído. Fuera de la condena unánime a lo que hacen las Farc, lo cual no es gracia pues esa empresa narcoterrorista es indefensable, hasta el mismo Petro se comprometió a que no retiraría un solo soldado de las carreteras de Colombia.

Se habla de que es necesario modular la política de seguridad democrática, introduciéndole ingredientes sociales y resolviendo las situaciones de pobreza e incluso indigencia que sirven de caldo de cultivo de la subversión, lo que parece obvio.

Todos pusieron énfasis, además, en el tema de la igualdad, que es muy atractivo para la propaganda electoral, pero bien difícil de poner en práctica. No sobra recordar que por la vía de la igualdad suelen ir quedando tendidas las libertades y que cuando pretende instaurarse una situación igualitaria, a menudo se generan nuevas inequidades.

Aunque no es santo de mi devoción, tengo que admitir que me pareció fenomenal Vargas Lleras. Le pasó el paquete con sus documentos programáticos a Pardo, con la amable sugerencia de que no se los plagiara, y no cargó agua en la boca al referirse al caso de nuestro mal vecino venezolano. Y si Santos alega que él es quién puede derrotar a las Farc, porque ha venido haciéndolo a lo largo de los últimos tres años, Vargas replica que él fue quién primero llegó a la Seguridad Democrática y no la abandonará sino cuando cumpla su cometido de hacer habitable el territorio colombiano para todas las personas de buena voluntad.

Me quedó la impresión de que Mockus no conoce bien el pensamiento conservador. Al fin y al cabo, si no va a misa, tampoco debe de estar enterado de la Doctrina Social de la Iglesia, que es bastante más igualitaria que lo que piensa. No sobra recordar que el tema de la igualdad lo introdujo en el pensamiento moral el Cristianismo, como lo sostiene un libro que tengo al frente: “The Origins of Pagan and Christian Beliefs”, de Edward Carpenter.

Mockus y Fajardo se presentan como los candidatos de la transparencia. El problema está en que cuando uno se declara adalid de la decencia a los otros les da por escudriñar su vida. Y, como en el Evangelio del domingo pasado, ese preciosísimo de la mujer adúltera, “Aquel que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”.

Veo que a Noemí se le han venido encima por lo de las interceptaciones telefónicas, cuando es un  procedimiento al que con las debidas precauciones no puede renunciar ningún país, así sea el más civilizado. Recuerdo, a propósito de ello, algo que hace años leí en Le Monde Diplomatique: Suiza es el pueblo en dónde más se espían los unos a los otros.

El formato de estos eventos debería de modificarse para que cada uno de los partícipes tuviese tiempo de presentar sus propuestas de suerte que la gente se entere de ellas y las digiera.

Con lo sucedido anoche, le doy toda la razón a mi admirada amiga Ana Cristina Restrepo en lo que publicó esta mañana en El Colombiano acerca de “La Caja Trágica”.

lunes, 22 de marzo de 2010

Ni tanto honor, ni tanta indignidad

“El campo al que el almirante dirigía su actividad era el campo de la política, tierra donde se fermentan todas las pasiones y donde se crían las plantas más venenosas. La envidia, la venganza, la ingratitud, la codicia, la calumnia, cuanto guarda de peor el corazón, prospera en ese campo, donde no se presenta al espíritu sino la contemplación de la miserable naturaleza humana, que sólo sobrenaturalmente puede amarse.”(Marco Fidel Suárez).

Tomo del discurso que pronunció Don Marco Fidel Suárez para conmemorar el IV Centenario del descubrimiento de América, estas palabras que, en lo que a él mismo se refería, resultaron proféticas, pues de modo similar a lo que sufrió Cristóbal Colón por obra de sus enemigos, él mismo fue víctima años después del cruel ensañamiento de los propios, como Alfonso López Pumarejo y Laureano Gómez, quienes a su vez también con el tiempo hubieron de padecer los rigores de la vida política.

El asunto viene a colación porque ahora que ha empezado el conteo regresivo de la administración de Álvaro Uribe Vélez, se están dando cita sus contradictores para caer, todos a una, no sólo sobre sus ejecutorias, sino sobre su persona misma.

Todos los días recibo correos y leo artículos de prensa cuyo denominador común son esas plantas venenosas de que hablaba Don Marco. Es impresionante el odio que rezuman. Es tinta que hiede, como si se la hubiese procesado en albañales.

Por supuesto que es explicable, aunque no siempre justificable, la animadversión que media contra Uribe.

Los envidiosos y los resentidos están, desde luego, en lo suyo, y dentro de ese grupo hay qué contar a los liberales que no creían que uno que había hecho política con ellos pudiese llegar a tamaña altura sin contar con su respaldo. Eso se ha visto en Antioquia, por lo de que nadie es profeta en su tierra, y se puso de manifiesto con los deplorables décuples que asumieron la Dirección del partido después del retiro de Serpa. Algo de ello hubo quizás en las actitudes de los ex presidentes Samper y Gaviria.

La enemiga contra Uribe se explica también en el caso de los viudos del programa de paz de Pastrana, así como en el de los compañeros de ruta de la subversión, cuando no en los copartícipes de esa funesta empresa narco-terrorista.

Los hay que desconfían del pasado de Uribe y lo vinculan con ciertos capos del narcotráfico y con el paramilitarismo. Son los que sorbieron las letales dosis de veneno de “El Señor de las Sombras”, libro en que colaboró cierto “Señor de las Moscas”. En este segmento se hallan también los críticos de la Ley de Justicia y Paz, así como los que encuentran sospechosos nexos con los involucrados en la parapolítica.

Otros críticos ponen énfasis en la incongruencia de lo que se ofreció en el programa de los 100 puntos de Uribe y las realizaciones concretas, especialmente en lo que toca con la lucha contra la politiquería y la corrupción.

Son respetables, a no dudarlo, las posiciones de principio que se han esgrimido contra los tres pilares de la gestión presidencial, es decir, la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social. Dentro de este orden de ideas, se señalan las deficiencias en las políticas de infraestructura, de vivienda, de salud, de educación, de agricultura, de finanzas públicas, etc., asuntos en los que siempre habrá tela para cortar.

La política exterior, la acción del DAS  y las relaciones con la justicia constituyen tal vez las áreas que ofrecen el  mayor número de flancos débiles frente a la acción de la crítica, no injustificada en buen número de casos.

La sumatoria de glosas a estos ocho años de gobierno ha llevado a algunos a poner el grito en el cielo, aduciendo ´como Schopenhauer que nos hallamos en el peor de los escenarios posibles. Dentro de esta tónica, por ahí anda alguno escribiendo sobre “Uribe y sus secuaces”.

En contraste con tamaño sartal de críticas de toda laya,  abundan los panegiristas de Uribe, que no vacilan en proclamarlo como el mejor gobernante en toda la historia de Colombia, por encima o a la par de Bolívar, Santander, Núñez, Olaya, López Pumarejo o los Lleras, para sólo mencionar algunos de los que nuestro imaginario histórico ha consagrado como gobernantes epónimos.

Creo que conviene darle tiempo al tiempo y esperar que los ánimos se sosieguen, antes de emitir juicio definitivo acerca de la gestión de Uribe Vélez.

Lo cierto es que es un político fuera de serie, con una concepción muy suya del liderazgo presidencial y su compromiso con las comunidades, a quien por su conocimiento de los problemas públicos, su reciedumbre de carácter y su rapidez para decidir, será muy difícil  remplazar. No cabe duda de que el país lo va a echar de menos y desde ya, por lo que hizo al arrinconar a la guerrilla y enfrentar a los vecinos que la han patrocinado, no será excesivo afirmar que pertenece a la preclara estirpe de los Libertadores.

Pero éstos, con todo lo que hicieron en bien de la Patria, quedaron sin embargo sometidos al juicio de la posteridad, que se encargó después de matizar las alabanzas con el juicio de responsabilidades.

Los gobernantes son humanos, quizás demasiado humanos. Y la personalidad de Uribe Vélez ofrece matices ciertamente  paradójicos y hasta contradictorios. Alguno ha dicho que en ella convergen el Dr. Jekill y Mr. Hyde, los célebres personajes de la novela de Stevenson.

Al lado de ciertos arrebatos de idealismo cercanos a la mística y de la expresión de estados interiores de profunda emoción patriótica, parecidos a los de Guillermo León Valencia, anda el político calculador y pragmático que, en aras de lo posible, transige quizás más de la cuenta con lo que no debería. No ha sido, a la hora de la verdad, lo suficientemente selectivo con sus colaboradores y sus aliados, lo que de seguro afeará su imagen histórica, lo mismo que ciertos impromptus no bien meditados.

No me quedó, la verdad sea dicha, buen sabor de mi colaboración con él. No obstante ello, no le guardo animadversión personal y estuve dispuesto a apoyar su segunda reelección, porque aún siendo consciente de sus defectos y sus errores, creo que la situación colombiana exige hoy un gobernante fuerte que sepa imponerse y llevar con mano diestra las riendas del poder.

Aspiro a que Noemí Sanín sea fiel a las enseñanzas de Mrs. Thatcher y se erija como una verdadera Dama de Hierro frente a las tendencias delicuescentes que amenazan con enseñorearse en el país.

Todo da a entender que tendremos qué habérnoslas con un Congreso no propiamente admirable, si es que alguno lo ha sido a lo largo de la historia.

domingo, 21 de marzo de 2010

Noemí, viento en popa

Todos los candidatos tienen peros. Si se trata de darle gusto al feminismo radical en su empeño de adaptar el lenguaje a sus consignas mal llamadas de género, acerca de Noemí Sanín, la recién elegida candidata del Partido Conservador a la Presidencia de Colombia, habría qué decir que tiene peras.

De sus defectos y sus equivocaciones darán cuenta sus detractores. Pero este bloguero, que quizás equivocadamente  prefería que Uribe, pese a todo, continuara ejerciendo el mando, saluda con entusiasmo el triunfo de Noemí y declara su intención de votar por ella en los próximos comicios.

Para sustentar el apoyo a Noemí no es necesario desacreditar a los otros. Basta con examinar su experiencia tanto en el sector privado como en el público, siempre signada por el buen suceso.

Conozco a varias personas que han trabajado con ella. Todas coinciden en que es ordenada, exigente, acuciosa, emprendedora,  responsable.

Para los que creemos que el hontanar de las virtudes radica en la cuna, pese a cualquier defecto que se le haya adherido en la calle, sobre todo en un medio tan deletéreo como es el capitalino, Noemí cuenta con el respaldo de una edificante tradición familiar.

Tiene ancestros qué respetar y eso cuenta muchísimo a la hora de tomar decisiones, cuando de seguro pensará en cómo actuaría su padre, con quien tengo una incancelable deuda de gratitud, o recordará la dulce pero profunda sabiduría de su madre, a quién cualquiera que la haya conocido nunca podrá olvidar.

Lo de que su candidatura zarpa en medio de aguas turbulentas no es más que una salida en falso de El Colombiano, que en vez de felicitarla, aconsejarla y desearle éxitos, le dedica un editorial que deja traslucir no poca amargura.

No es el caso de poner en tela de juicio su firme decisión de mantener lo que sea digno de conservar de la política del presidente Uribe, que se traduce en las consignas de la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social. Pero esta trinidad estratégica es susceptible de ajustes tácticos y cada uno de los candidatos que dicen ser fieles al legado de Uribe seguramente piensa en que algo de su cosecha habrá qué intentar, no sólo en razón de la dinámica de la sociedad, sino de su paso por la historia.

Recuerdo las discusiones que hubo en mi querido Chile hace cuatro años cuando se eligió a la señora Bachelet. ¡Qué no se dijo! Y los que de todo hablaron, hoy han tenido que guardarse sus palabras, pues la primera mujer que fue elegida para el oficio presidencial en ese país hizo tan buen gobierno que salió con las más altas calificaciones que haya obtenido gobernante alguno. Y eso que la precedió esa figura descomunal que es Ricardo Lagos.

Dan ganas de cambiar el viejo dicho que afirma que detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer, por otro en cuya virtud después de un gran hombre en el gobierno debe de seguirse una gran mujer en la jefatura del Estado.

Varios amigos me han hecho comentarios elogiosos acerca del modo cómo Noemí jugó esta partida decisiva para sus aspiraciones. Fue capaz de desafiar a Uribe, ante quien los áulicos se doblan en genuflexiones, y de derrotar a Fabio Valencia, Luis Alfredo Ramos, Carlos Holguín Sardi y, por supuesto, la vigorosa y muy aceitada  maquinaria que se montó para detenerla.

Detrás de su sonrisa y su encantadora coquetería hay de veras una mujer fuerte, que no en vano recibió lecciones privadas de la Dama de Hierro, la Mrs. Thatcher que transformó a Inglaterra a fines del siglo pasado.

Me habría gustado que su compañero de fórmula hubiese sido Carlos Rodado Noriega, pero en mala hora éste se dejó tentar por el santismo. Ya habrá otro igual o mejor que se empeñe a fondo con ella.

Por lo pronto, formulo mis mejores votos por que haya buen tiempo y buena mar para esta candidatura.

viernes, 19 de marzo de 2010

El Neo-trotskismo emancipatorio

Leo en uno de los blogs que me alimentan, “Embajador en el Infierno”, los siguientes textos de un libro sobre el pensamiento de León Trotsky:

- "Una estructura socialista completamente desarrollada es aquella en la
que la técnica ha liberado al hombre de toda dependencia respecto a la
naturaleza."
-  "....cuando todas las necesidades humanas tengan respuestas estrictamente
técnicas, se podrá jubilar a dios."
-  "La relaciones humanas se regirán por la lucidez de los algoritmos.".
-  "La metáfora, en una sociedad socialista completamente desarrollada,
sería contrarrevolucionaria."
-  "Una sociedad socialista completamente desarrollada estaría habitada por
seres completamente racionales desprovistos de cuerpo."

Si me hubiera llegado antes, habría incluído estos enunciados en mi último escrito sobre Naturaleza y Cultura, porque ahí se pone claramente de manifiesto el leitmotiv de las tendencias emancipatorias que mandan la parada hoy en día.

Ahí se habla del propósito de  liberar al hombre de toda dependencia respecto de la naturaleza, de suerte que en cierto estado del desarrollo social la sociedad esté integrada por “seres humanos totalmente racionales desprovistos de cuerpo”, no porque éste desaparezca, sino porque todas sus necesidades estén satisfechas por los medios de producción.

Este objetivo, desde luego, es muy difícil de obtener, pero los ideólogos de la emancipación piensan que puede anticipárselo en parte por la   liberación de las ataduras de la costumbre, la moral tradicional, la organización familiar y la sexualidad

Como decía por ahí  un personaje de alguna película española relativamente reciente, por lo menos hay que apoyar a los cubanos, que si bien no autorizan la libertad de pensamiento ni sus expresiones, ni pueden ofrecer pan hasta el punto del hartazgo, en asuntos de follar no ponen talanqueras. Ahí está la emancipación que pueden hoy ofrecer las izquierdas, como lo acredita el gobierno de Zapatero.

La lucha de clases, que ha mostrado sus pésimas consecuencias y ya no puede planteársela en el nivel teórico como un paradigma explicativo idóneo, ha sido reemplazada por la lucha de sexos, o la mal llamada confrontación de géneros.  Las  reivindicaciones no se plantean hoy en favor de los hambrientos, los desocupados o los desposeídos, sino de los que sufren discriminación y violencia por consideraciones de género. Y se cuenta toda una historia sobre la opresión que los varones hemos ejercido sobre las mujeres a lo largo de siglos. Anda por ahí un rabiosa feminista que habla de que fue algo que empezó hace la friolera de 5.000 años.

El Manifiesto Comunista ya se lee en clave de Manifiesto Feminista. Razón tenía Aldous Huxley cuando en “El Mundo Feliz” le adjudicó a uno de sus personajes el nombre de Lenina Marx.

No sabemos hacia dónde nos conduce ese nuevo fantasma que recorre el mundo con las consignas de la Revolución Sexual. En el pasado, las épocas de relajación de costumbres han derivado en otras de puritanismo.

Hay algo que suele desconocerse, entre otras  cosas porque sucedió hace mucho tiempo y los registros documentales que quedaron no son muy abundantes ni explícitos. Se trata de la Revolución Cristiana, pues en rigor el ascenso y el triunfo del Cristianismo en la sociedad romana fue algo revolucionario, más en el sentido moral que en el social, el económico o el político.

Se me queda dentro del tintero otra propuesta emancipatoria que es precisamente en la que creo: la que ofrece la denigrada religión.

jueves, 18 de marzo de 2010

Apuntes sobre Naturaleza y Cultura

¿Qué idea tenemos acerca de nuestra relación con la Naturaleza?

Suele pensarse que las comunidades primitivas se relacionaban con su entorno natural como si hiciesen parte del mismo. Su actitud era entonces de incorporación a la Naturaleza y, por ende, de aceptación de sus eventos, fuesen éstos favorables u hostiles.

De acuerdo con ello, el hombre vive de lo que le da la tierra y a ésta vuelve al morir, haciendo parte entonces de la cadena alimenticia. Tanto el nacimiento como la muerte y su antesala, la enfermedad, son acontecimientos naturales que acepta con resignación. Su ideal es adaptarse a las circunstancias. La naturaleza le ofrece los modelos de ordenación social, condiciona sus acciones, es el marco de su trayectoria vital.

En un momento dado, su actitud evoluciona. El libro del Génesis ilustra sobre esta transformación cuando ordena: "Creced y multiplicaos; henchid la tierra y enseñoreaos de ella…”. Entonces el ser humano deja de considerarse a sí mismo como un elemento más del orden natural y se destaca respecto del mismo. Se considera como el término de la Creación y busca efectivamente ejercer su señorío sobre ella.

Lo intenta primero a través de la magia, que supuestamente le da poder para aprovechar en su favor las  fuerzas bienhechoras y mitigar el efecto de las que no le son propicias o enderezarlas contra sus enemigos.

Más tarde, como lo señala Jules Michelet en su “Historia del Satanismo y la Brujería”, esta actitud de posesión y dominio sobre la Naturaleza se desarrolla a través de la ciencia experimental, mediante la cual se identifican relaciones causales que le permiten ejercer el control sobre las fuerzas naturales.

Ello ha sido posible gracias a actitudes trasgresoras de lo que se considera el orden natural. El desarrollo de la ciencia entraña siempre desafíos que ilustra el mito de Prometeo, quien desvela el secreto del fuego para ponerlo a disposición de los seres humanos, generando con ello la animadversión de los dioses.

Hay, pues, una larga historia de avasallamiento de la Naturaleza por parte del hombre, que no empieza propiamente en el Renacimiento, como frecuentemente se dice, sino que viene desde mucho más atrás, vale decir, desde los tiempos primitivos, según lo pone de manifiesto un libro que ya no recuerdo en el que se destaca el espíritu investigador y experimentador de los primitivos. Pero, evidentemente, ha sido en los últimos siglos cuando ese proceso se ha acelerado vertiginosamente.

Dentro de este contexto todavía queda espacio, sin embargo, para alguna idea de naturaleza humana.

Un tema pedagógico y moral viejo de siglos tiene que ver con el cuidado del cuerpo, que se mira como instrumento precisamente de la acción de la mente sobre el mundo exterior, y con el autocontrol de la inteligencia, los afectos y los apetitos, esto es, con la disciplina del alma.

A la luz de estas consideraciones, se piensa  que hay unos modelos que no sólo conviene, sino que es imperativo seguir para la autorrealización del ser humano. Esos modelos vienen dados precisamente, según se cree, por la naturaleza misma. Y a partir de ello, se cree además que hay modelos naturales de la interacción, de las colectividades yde las instituciones, así como de la estructura social en general.

De ese modo, igual que sucede con los entes naturales, se piensa que puede haber dominio y control sobre los individuos y los grupos, siempre y cuando se conozcan, como decían los clásicos, sus principios operativos, los resortes de sus tendencias, los mecanismos que condicionan sus acciones e interacciones.

En la tradición aristotélica, alma y cuerpo van unidos como la forma sustancial a la materia prima. Aquélla corona el mundo natural, ejerce por medio de la razón su supremacía sobre él, pero no le es ajena. Sus seguidores medievales no vacilan en hablar de una razón natural de que cada uno de nosotros está dotado y participa de la razón universal que informa a los entes reales. Sólo el Ser Supremo, que es pura forma, escapa a todo condicionamiento natural.

A principios de la Edad Moderna, el naturalismo de Maquiavelo y el materialismo de Hobbes van dejando de lado la idea del alma. Pero el paso decisivo lo dará Descartes al separar tajantemente el alma, como res cogitans, y el cuerpo, como res extensa. De ahí se extraerá más adelante la idea de que en el ser humano coexisten dos  principios que no se tocan, el espiritual y el material.

Kant lo dirá de modo perentorio. Una cosa es el cuerpo, sometido al determinismo que rige en el mundo natural, y otra es la conciencia, que es libre.

Mientras que Aristóteles consideraba que toda realidad es teleológica, Kant piensa  que la finalidad es una categoría que sólo se da en el orden natural, en el que cada ente obra según leyes que lo determinan inexorablemente, en tanto que la libertad humana consiste precisamente en que el hombre es dueño de sus propios fines y de su elección respecto de los mismos. Lo que lo limita son los imperativos categóricos que son racionales, no naturales.

Razón y Naturaleza, entonces, se escinden. La racionalidad se da en el orden de la inteligencia, pero no en el de lo real. Las normas y los modelos del obrar, de la edificación de la personalidad y de la ordenación de la sociedad  ya no tienen como referente el sustrato natural. Su fundamento está en otra parte: en la racionalidad formal y en la autonomía moral.

Hay unos proceso  conceptuales que sería prolijo detallar aquí, en cuya virtud la forma kantiana deriva en la nada sartreana, el reino de la libertad como contrario al del determinismo natural se transforma en el mundo de la cultura, y la autonomía moral desemboca en la libre elección del individuo adulto que se supone suficientemente informado sobre las consecuencias de sus acciones.

Lo cierto es que a partir de unas premisas implícitas que se encuentran en las tesis de Kant, se va llegando a la idea que hoy prevalece, bajo distintas presentaciones, tanto en los medios académicos como en el pensamiento vulgar, en virtud de la cual la tarea que hoy se impone es la de emancipar al ser humano de sus condicionamientos, sus limitaciones y sus cargas naturales.

Si, como lo decía Ortega, siguiendo a Dilthey, “El hombre no es naturaleza, sino cultura o historia”, y ésta, como en el célebre texto de Croce, es el escenario en que se realiza la hazaña de la libertad, la moral individual y toda ordenación social resultarán de la iniciativa incondicionada de los seres humanos, vale decir, de lo que Castoriadis denomina la autonomía de la sociedad.

Las derivaciones concretas de estos enunciados vienen  por cuenta del culturalismo contemporáneo, según el cual el mundo de la cultura es autónomo respecto del orden natural y no tiene por qué inspirarse en el mismo.

De ahí se siguen conclusiones como la de que el lenguaje sigue sus propias reglas de construcción que no necesariamente coinciden con la lógica natural, si es que la hay; o que no puede hablarse de un orden moral objetivo, sino de meras  preferencias culturales bastante aleatorias por cierto.

Estos puntos de vista se reflejan en las concepciones vigentes acerca de las costumbres, la organización familiar y la vida sexual, que ya no se conciben en función de lo que se considera natural, sino de la libre elección de los individuos y de los grupos.

Se habla hoy del género, como categoría cultural, en lugar del sexo, que es una categoría natural. A partir de ahí, se sostiene que las identidades y las funciones de los géneros son creaciones culturales que cada individuo puede adoptar o modificar a su arbitrio.

Pues bien , el trasfondo de toda esta elaboración ideológica es la tesis según la cual llegó el momento en que el hombre debe de emanciparse del orden natural. El sueño de Marx de hacer el tránsito del Reino de la Necesidad al Reino de la Libertad cobra nuevo aliento. Pero acá no se trata tanto de emanciparse del trabajo y de las condiciones de la vida material, que son inexorables, sino de los limitantes de la sexualidad y el goce del tiempo libre. Tanto en la primera como en el segundo se refugian hoy los anhelos libertarios, que buscan protegerse bajo el manto del derecho a la intimidad, a la vida privada, a la disposición del cuerpo.

Alguno ha llamado la atención acerca de que, de ese modo, se pasa de la  ética tradicional del deber a la del placer. Aquél no deja de manifestar las presiones del Reino de la Necesidad; el segundo, en cambio, parece ser el escenario de la Libertad, por lo menos en la acepción negativa que ha planteado Isaiah  Berlin, de conformidad con la cuál ser libre consiste en obrar como a uno le plazca, sin verse sometido a constreñimientos ni limitaciones.

Las consignas emancipatorias promueven la idea de que cada uno pueda ser como es o como quiera serlo, es decir, que el imperativo moral es ser auténtico, tema que en el área de la sexualidad se traduce en el reclamo de los derechos del colectivo GLBT, en la igualdad de género, en los matrimonios homosexuales, en la adopción por parte de parejas del mismo sexo, en la tolerancia, en la educación sexual, en la penalización severa de la violencia de género y las discriminaciones por motivo de la preferencias sexuales, etc.

Pero el asunto es de más amplio espectro. Se considera que la mujer ha sido discriminada por la Naturaleza con la carga de la maternidad, que entraña fecundación, gestación , alumbramiento y crianza de los hijos. La idea de disociar el placer sexual del instinto de reproducción ha llevado a darle prelación al primero sobre el segundo, de modo que se plantea la tesis de que la mujer tiene no sólo derecho al placer, sino a librarse de sus consecuencias embarazosas para ella. De ahí lo de los famosos derechos sexuales y reproductivos, que son un eufemismo para referirse a un derecho soberano de abortar.

Dejemos ahí el tema del aborto, que amerita muchísimas consideraciones adicionales.

Quiero llamar la atención sobre dos aspectos inquietantes de la idea de emanciparse de las constricciones y limitaciones que nos impone la Naturaleza. Se trata de que, en términos generales, nuestra vida comienza y termina por obra del azar o de lo que los creyentes denominamos los designios de la Providencia.

Cada uno de nosotros ha surgido de un acto sexual que ha dado lugar a que de manera del todo aleatoria se unan un espermatozoide y un óvulo, cada uno con su respectiva información genética. Pero la reproducción programada mediante la selección de los embriones que se consideren más aptos para el disfrute de la vida, trata de controlar la obra del azar o de la Providencia.

No está lejano el día en que se disponga que sólo los embriones que pasen la prueba de aptitud genética tendrían acceso lo que S.S. Paulo VI denominó alguna vez el “Banquete de la Vida”.

En efecto, dentro de la tesitura de librarse de las cargas de la naturaleza se halla el propósito de que no nazcan sujetos no sólo tarados, sino indeseables. Ya Juan Manuel Santos dijo en algún artículo de prensa  hace varios años que los críticos del aborto olvidan que este es un medio adecuado para impedir que lleguen a la vida delincuentes y otros seres poco atractivos. Y una magistrada de la Corte Suprema de los Estados Unidos manifestó en julio del año pasado que el leitmotiv del fallo Wade fue precisamente ése, que el mundo no se llene de lo que los costeños llaman con mucha gracia “gente maluca”.

A mis estudiantes les dije en nuestra última clase que yo, que fui un niño enfermizo, quizás no habría pasado la prueba que sugiere Santos.

El sentido de la vida para los muy discutibles filósofos éticos de moda está en el placer como cada cuál lo conciba. Por consiguiente, aquél cuya vida no sea placentera tiene derecho de librarse de ella mediante la eutanasia o el suicidio asistido. No podemos dejar, según se dice, el término de duración de la vida individual  en manos de la Naturaleza ni de un Dios cuya existencia se niega.  Cada uno es dueño de su vida y puede decidir, por consiguiente, si es el caso de ponerle fin cuando  la encuentre despojada de sentido.

El pensamiento tradicional consideraba que el sentido de la vida no es tema de libre elección, pues viene dado por la realidad misma, vale decir, por la naturaleza humana y las circunstancias en medio de las cuáles le toque desenvolverse. Pero cuando se niega dicha naturaleza y se afirma que cada ser humano define su propio proyecto vital sin ataduras referidas a las costumbres, a lo que se considere natural o a los mandatos religiosos, sino según su propio talante, la decisión acerca de si vale la pena de vivir o no, queda deferida al libre albedrío de cada uno.

Como estos planteamientos chocan con una sensibilidad impregnada por más de 1.500 años de Cristianismo, suele matizárselos con llamados a  la piedad cristiana en favor de quiénes evidentemente ya poco pueden esperar de la vida por el estado terminal de sus achaques de salud. Pero, igual que sucedió con el caso del aborto, una vez aceptados ciertos planteamientos se avanza luego  hacia otros más radicales. Y ya en Holanda se está discutiendo un proyecto que autoriza la eutanasia y el suicidio asistido para los mayores de setenta años, edad que estoy próximo a alcanzar.

En síntesis, de la adaptación al mundo natural propia de las sociedades  primitivas y la tendencia al control del mismo que caracteriza  a las sociedades modernas, estamos moviéndonos, en el sentido de una verdadera revolución cultural, hacia un tipo de sociedad en que la consigna es liberarse de las ataduras naturales.

En “La Estructura de las Revoluciones Científicas”, Thomas Kuhn sostiene que el desarrollo teórico de la ciencia obedece a cambios en los paradigmas explicativos, que son de orden cultural. Esta tesis ha sido objeto de severos cuestionamientos que no es el caso de mencionar aquí, pero es bastante plausible en los ámbitos del pensamiento social, político, moral y jurídico, y en general en la filosofía de la cultura.

Aunque el asunto se puede discutir confrontando hechos y sometiendo las opiniones a examen crítico, el fondo de la controversia es metafísico y toca en últimas con la concepción que se tenga del hombre y, como decía Max Scheler, de su puesto en el Cosmos. Hay, pues, varias concepciones del mundo en pugna y es difícil armonizarlas, ni siquiera a través de los ilusorios procedimientos de razón comunicativa propuestos por Rawls, Habermas y otros que trasiegan el mismo camino.

Consciente, cuando no de la debilidad, por lo menos sí de la dificultad filosófica de sus posiciones supuestamente emancipatorias, no pocos juristas han decidido que la Filosofía del Derecho ya no se justifica, por cuanto los ordenamientos constitucionales han resuelto con fuerza de verdad jurídica las discusiones sobre estos temas, al consagrar en los textos las garantías  de la dignidad, la igualdad, la libertad, la tolerancia e incluso la laicidad del Estado, como si las mismas se hubiesen adoptado dentro de los contextos ideológicos que ellos promueven.

Así las cosas, cuando se dice en el ordenamiento jurídico que cada persona es libre, se lee que esa libertad se traduce en el derecho de la mujer a su elección soberana respecto de la maternidad. Y cuando se proclama la neutralidad del Estado frente a las concepciones religiosas  y las  iglesias, se la interpreta afirmando que en la discusión pública no son de recibo los argumentos religiosos, lo que conduciría también a sostener que deben excluirse los morales, los filosóficos y los ideológicos.

Aquí hay un filón interesante para explorar, pues ciertos radicales llegan a sostener que en la discusión pública sólo pueden hacer acto de presencia los argumentos científicos, como si la ciencia pudiera decir la última palabra en asuntos en que están en juego los valores.

En rigor, cuando se dice que la Constitución y las declaraciones de Derechos de la ONU y otras entidades internacionales ya definieron el tema de la emancipación humana tal como lo consideran los que se llaman a sí mismos progresistas, se está acudiendo a posiciones de poder para imponer coercitivamente unas tesis que son harto discutibles, por fuera de los escenarios de discusión que sería conveniente poner en juego.

Por ejemplo, nuestra Corte Constitucional impuso por sí y ante sí el fementido derecho fundamental a drogarse, el no menos cuestionable a la eutanasia, la más atroz solución imaginable para el aborto o los efectos patrimoniales de las uniones homosexuales que el Congreso había negado, mediante interpretaciones que, si bien se las mira, afectan de tal modo el eje temático de la Constitución, que sólo podrían haberse adoptado mediante Asamblea Constituyente convocada como lo ha dicho la mencionada Corte en varias sentencias.

Dicho de otro modo, si ni a través de Acto Legislativo ni de Referendo es posible reformar sustancialmente la Constitución, menos lo será, como lo ha hecho la Corte Constitucional, mediante Sentencia suya.

lunes, 15 de marzo de 2010

La Gran Encuesta

Echa uno de menos aquellos tiempos en que, al cerrarse las votaciones, las emisoras de radio se dedicaban a informar  sus resultados con todo el detalle posible, pero dejando siempre constancia de que faltaban “datos de otros municipios”.

Con la televisión las cosas suceden de diferente manera. Los datos que se transmiten son globales y el espectador se queda sin saber muchas informaciones que pueden ser de su interés, como la votación en determinado municipio o la de cierto candidato.

De todas maneras, las elecciones constituyen la gran encuesta sobre el estado de la opinión y es a partir de sus resultados como debemos plantear los escenarios del futuro inmediato.

Aunque todavía faltan datos, como los de la consulta conservadora, lo que se conoce pone de manifiesto que la gran mayoría del país es uribista. Y ello es explicable, pues precisamente gracias a Uribe la gente pudo salir a votar libremente en muchas regiones en las que antes no se podía. El inesperado crecimiento del volumen de electores no es ajeno al hecho de que ya las Farc no pueden impedir en vastos territorios que las comunidades ejerzan su sagrado derecho al voto.

Todas las elecciones traen consigo sorpresas, gratas para unos y desagradables para otros. Los más sorprendidos casi siempre somos los que nos damos de zahoríes con vaticinios que rara vez se cumplen.

No se esperaba el caudal que arrojó el partido de la U, que lo consagra como la primera fuerza política del país. El Partido Conservador respondió a lo que se esperaba. Por su parte, el Liberal obtuvo más votos que los que presagiaban las encuestas que ubicaban a su candidato presidencial en un lugar muy discreto en la justa electoral.

Los fracasos del Polo y Cambio Radical estaban cantados. El resultado del Partido Verde también coincide con mis expectativas. Al PIN no le había prestado atención y resulta que es una fuerza digna de considerarse.

El que definitivamente se quedó con los crespos hechos es Fajardo. Aunque las encuestas presidenciales lo han hecho figurar como un contendor de cuidado, la irrisoria votación que obtuvieron sus patrocinados no lo avala como un protagonista serio en los comicios venideros. No tiene sentido, en efecto, buscar la Presidencia si no se cuenta con representación adecuada en el Congreso.

No sabemos si el Congreso venidero será mejor, igual o peor que el que está por terminar su período. Tampoco es posible formular augurios creíbles acerca de la competencia presidencial. Sólo cuando se conozca el resultado de la consulta conservadora podrá hacerse un pronóstico más realista.

Lo interesante, pese a los altos índices de abstención, es que el pueblo colombiano ha participado en elecciones periódicas durante  cerca de doscientos años. Como lo dijo en su hora Marco Fidel Suárez, “Colombia es tierra estéril para las dictaduras”.

Ojalá siga siéndolo.

sábado, 13 de marzo de 2010

Encuentro con Mockus

Hace algunos días tuve oportunidad de asistir en la Universidad Pontificia Bolivariana a un evento con los llamados “Tres Tenores” del Partido Verde, Antanas  Mockus, Enrique Peñalosa y Luis Eduardo Garzón.

Presencié  sólo las intervenciones de los dos primeros,  pues el compromiso académico con mis estudiantes me impidió escuchar a Garzón.

Diré que Mockus me fascinó, en tanto que Peñalosa me decepcionó.

No veo a Mockus presidiendo un pueblo de demonios como es el nuestro. Pienso en él desde la perspectiva del liderazgo moral. Es, en efecto, un moralista, en el mejor sentido de la palabra. Ve que no se puede prescindir del aspecto moral al examinar la racionalidad de nuestras acciones, la cual exige, por lo menos, congruencia entre los fines que nos proponemos, así como en los juicios que formulamos, amén de algo que a falta de una expresión más castiza podríamos llamar ejemplaridad, la virtud de dar ejemplo, de mostrar modelos de comportamiento que sean susceptibles de generalizarse.

De cierta manera, ello obedece a la cuestión que planteaba Kant acerca de cómo obrar de suerte que el comportamiento dado pueda erigirse como modelo universal,

Mockus le pregunta al auditorio sobre las diferencias que encuentra entre apropiarse de algo que pertenece a otro y hacer lo mismo, pero respecto de bienes públicos, pues sabe que el juicio corriente es más drástico frente al que hace lo primero que respecto de quien entra a saco en lo que es de todos.

Continúa su interrogatorio preguntando si se encuentra alguna diferencia entre el robo de hostias sin consagrar y el de hostias consagradas, con el fin de explorar cuál es la consideración que se tiene acerca de lo sagrado.

Pasa a señalar algunas de las incongruencias en que incurre el juicio moral corriente, que suele ser más severo, por ejemplo, con el consumidor de droga que con el narcotraficante.

Induce, pues,  a quienes lo escuchan a cuestionarse acerca de sus opiniones morales y a buscar el fundamento de las mismas

La comparación entre el robo de hostias consagradas y sin consagrar lo lleva a plantear con todo rigor el tema del fundamento de la moral. El ejemplo le sirve para afirmar que en último término la regla moral se apoya en tabúes, en lo sagrado, en algo que  por alguna consideración misteriosa que  es refractaria al examen estrictamente racional,  se impone sin embargo en nuestra conciencia.

Sin mencionarlo, recuerda el célebre planteamiento de Max Weber acerca del encantamiento del mundo, actitud espiritual que lo puebla de tabúes, de presencias místicas, de lo que otros han denominado lo numinoso.

También sin referirse a los análisis weberianos, da a entender que para la mentalidad de hoy, debido al desencantamiento del mundo que se ha producido por el intento de aprehenderlo, apropiárselo y dominarlo a través de la razón, el orden moral que las sociedades requieren debe apoyarse en convenios entre los individuos.

Agrega que estos convenios pueden ser de dos clases. Por una parte, convenios pragmáticos, por así decirlo, en los que cada cual cumple lo suyo siempre y cuando los demás hagan lo propio. Por la otra, lo que él llama convenios o pactos constitucionales, cuya obligatoriedad no depende del juego del cumplimiento por parte de los demás, sino que cada uno se vincula, como diría Kant, de modo categórico, independientemente de lo que haga el resto.

Podría decirse que por ese camino Mockus propone unos tabúes consensuados como cimiento del edificio moral de la sociedad.En el fondo, su propuesta se estructura a partir del famoso “como si” kantiano.

Ahí está la irremediable debilidad del razonamiento moral contemporáneo. Pero hay que abonarle a Mockus su preocupación pedagógica, su esfuerzo por crear una conciencia moral reflexiva, su propósito de estimular a la gente a  que piense en función de las necesidades comunitarias por encima de su egoísmo individual.

Tal vez fue Lasky en su lección inaugural del curso de Ciencia Política en la Universidad de Londres -cito de memoria, pero el texto puede consultarse en “El peligro de ser gentleman”-, quien llamó la atención acerca de que  igual  inquietud embargaba a Rousseau, para quien el tema fundamental de la política estribaba en cómo transformar al individuo en ciudadano. Para Rousseau, la voluntad general, a pesar de ciertas ambigüedades de su pensamiento, no era la suma de voluntades individuales, sino el todo resultante de la conjunción de voluntades virtuosas, capaces de sacrificar los propios apetitos en razón del interés colectivo.

A propósito de ello,  ignoro si en la Biblioteca de la Universidad de Antioquia se conserva todavía el precioso texto del profesor Bigne de la Villeneuve en que se muestran esas ambigüedades e imprecisiones de Rousseau cuando trataba de definir su concepto clave de la Voluntad General.

Remato con una observación cara al profesor Villey. Rousseau, Kant y Mockus  no ofrecen un sólido fundamento racional de la regla moral. Lo de ellos se inscribe en una discutible tendencia que arranca del nominalismo de fines de la Edad Media, la que destaca el papel de la Voluntad sobre la Razón en el orden de las normatividades humanas.  Pero esto es harina de otro costal.

jueves, 11 de marzo de 2010

Alfonso Valdivieso

Aunque Cambio Radical no es santo de mi devoción y ya he comprometido mi voto por la causa pro-vida que lidera Selma Samur, debo hacer un reconocimiento especial en torno de Alfonso Valdivieso, quien aspira a permanecer en el Senado.

Si bien es hombre discreto y de pocas palabras, su fortaleza moral encuentra pocos parangones en nuestra vida pública.

Si algún colombiano merece que en todos los rincones de la patria se lo recuerde con admiración y gratitud, es precisamente Valdivieso, por los logros que alcanzó en ejercicio del cargo de Fiscal General de la Nación.

Fue él, desde luego que con la colaboración y por la iniciativa de otros meritorios servidores públicos, quien libró la batalla para desenmascarar los oprobiosos vínculos de la clase política colombiana con el narcotráfico.

Para los jóvenes que apenas ahora tendrán oportunidad de acercarse a los puestos de votación, este episodio de la historia colombiana probablemente sea cosa del pasado, y bien vale la pena refrescarlo en esta oportunidad.

Cuando Samper asumió la Presidencia todo parecía blindado para ocultar esa proditoria alianza. Lo de los narcocassetes se consideraba decidido en contra de Andrés Pastrana, a quien se juzgaba como un mal perdedor y hasta como un apátrida. El Cartel de Cali tenía ya sus fichas aseguradas en la Procuraduría y la Contraloría. Quizá también contaba con agentes de su confianza en otras esferas gubernamentales, pero afirmarlo tajantemente podría dar lugar a que Samper, valiéndose de la preclusión que le otorgó la Cámara de Representantes,  inicie acciones judiciales contra quien así lo afirmare. Dejémoslo, pues, como una simple conjetura.

Pero no se contaba con que el Fiscal era un hombre de bien, un colombiano ejemplar, un personaje con la talla de los próceres, que con parsimonia y discreción fue atando los cabos de la peor de las conjuras que ha habido en una historia que no ha sido propiamente avara en ignominias. Y así fueron cayendo uno tras otro Medina, Botero, Mestre, Turbay, Vásquez y tantos más que habían enlodado la dignidad de Colombia.

Ya tendré oportunidad en otros comentarios de mencionar algunos recuerdos que tengo de esa época, sobre todo respecto de asuntos en los que decidí actuar, como cuando formulé denuncia penal por prevaricato ante la Corte Suprema de Justicia contra la tristemente célebre Comisión de Investigación y Acusación de la Cámara de Representantes que, siguiendo al pintoresco Heyne Mogollón, decidió archivar la actuación que se adelantaba acerca de Ernesto Samper en virtud de la denuncia que contra el mismo presentó el fiscal Valdivieso.

Quizás en algún momento me anime a hacer la lista de los colombianos más meritorios que actúan hoy en la dirigencia política, aquellos a quienes conviene oir y seguir. Dentro de ellos, no vacilo en contar a Alfonso Valdivieso y Marta Lucía Ramírez, por la que sí votaré en la consulta conservadora, pues reitero que deseo hacerle un efusivo homenaje a su inteligencia, su entereza y sus ejecutorias.

martes, 9 de marzo de 2010

Partidos, Movimientos y Equipos Políticos

Aunque el ordenamiento del derecho es un fenómeno social, la teoría jurídica y la sociológica –para el caso, la politológica- no suelen ir de la mano, pues suele considerarse que la primera es de tipo normativo o prescriptivo y las segundas son principalmente explicativas.

La diferencia tiene que ver con la distinción entre ciencias del ser y del deber ser. Aquéllas tienen el propósito de investigar la realidad tal como es; su universo es el de los fenómenos, lo que efectivamente sucede; su propósito último es identificar relaciones de causalidad. Las ciencias prescriptivas, en cambio, se ocupan de las normatividades que postulan lo que se aspira que sea, pero no necesariamente es o llega a ser. Su reino es el de los valores y las normas mediante las cuáles se busca su realización.

Como suele decirse en los medios académicos, las ciencias del ser son ciencias positivas, atinentes a la facticidad. Las del deber ser tocan con algo muy diferente, la validez.

Esta clasificación es muy importante para los estudios jurídicos, que examinan prioritariamente la validez de los contenidos normativos de que se ocupan y sólo de modo secundario su eficacia.

Dejando de lado lo relativo a los fundamentos y las implicaciones de esta dicotomía, señalemos que el estudio de lo real y el de lo deseable difieren notablemente por su objeto y, en consecuencia, por sus métodos, pero ello no significa que no haya conexiones que ameriten examinarse entre lo uno y lo otro.

Traigo a colación estas nociones porque hay un tema en que se ponen de manifiesto las diferencias entre la perspectiva del jurista y la del sociólogo y el politólogo. Se trata de la distinción entre partidos y movimientos políticos que estableció la Constitución de 1991 y refrendó la Ley Estatutaria 130 de 1994, dentro de la tendencia que obra en el constitucionalismo contemporáneo en el sentido de fijar reglas fundamentales para la organización y el funcionamiento de la acción política, la cual no sólo se da en el seno de los gobernantes, sino también de parte de los gobernados.

Tomo del volumen I del  libro “Constitución Política de Colombia: Origen, Evolución y Vigencia”, de Carlos Lleras de la Fuente y Marcel Tangarife Torres, publicado por Ediciones Rosaristas, Biblioteca Jurídica Diké y Pontificia Universidad Javeriana en 1996, lo siguiente:

“La propuesta que presentan los constituyentes Horacio Serpa y Augusto Ramírez no entra a definir conceptualmente qué es un partido o qué es un movimiento, para evitar dar pie a restricciones posteriores de la más absoluta libertad para conformarlos. Insinúa para los primeros como directriz para la ley, un mayor grado de estructuración y permanencia, lo cual a su turno les confiere mayores garantías como serían la financiación de su funcionamiento y la postulación de candidatos sin acreditar requisitos adicionales. Las agrupaciones políticas que por su naturaleza coyuntural o decisión autónoma, opten por un esquema de mayor flexibilidad se organizarán como movimientos los cuales, desde luego, también podrán postular candidatos que para los efectos establezca la ley, por ejemplo, acreditar un número determinado de firmas con miras a garantizar la representatividad de la propuesta” (Op. cit., pág. 424).

De acuerdo con estos antecedentes, el artículo 2 de la L. E. 130 de 1994 procedió a definir los partidos como “instituciones permanentes que reflejan el pluralismo político, promueven y encauzan la participación de los ciudadanos y contribuyen a la formación y manifestación de la voluntad popular, con el objeto de acceder al poder, a los cargos de elección popular y de influir en las decisiones políticas y democráticas de la Nación”. Respecto de los movimientos políticos, dispuso que “son asociaciones de ciudadanos constituídas libremente para influir en la voluntad política o para participar en las elecciones”.

Como puede advertirse, la diferencia entre partido y movimiento radica ante todo en el carácter permanente del primero y el ocasional o transitorio del segundo.

El origen de esta distinción se encuentra a no dudarlo en ciertas peculiaridades de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, en la que  hubo voceros de los partidos tradicionales, pero también del Movimiento de Salvación Nacional que promovió Alvaro Gómez Hurtado no sólo con copartidarios suyos, sino también con figuras vinculadas con viejos adversarios suyos, como Carlos Lleras de la Fuente, hijo de Carlos Lleras Restrepo.

La propia Constitución introdujo otra figura de menor relevancia, la de  las organizaciones sociales, que tienen derecho a manifestarse y participar en eventos políticos (art. 107). Posteriormente la Ley Estatutaria dio cabida a una figura adicional, la de los grupos significativos de ciudadanos, que con un número de firmas equivalente al 3% de los votos válidos depositados en las últimas elecciones a la Presidencia de la República, están autorizados para presentar candidatos presidenciales.

Lo interesante de este recuento es  destacar la intención del Constituyente de institucionalizar ciertos aspectos fundamentales de  la  participación ciudadana en la vida democrática.

Vuelvo sobre el libro que atrás mencioné, para poner de relieve la preocupación de los constituyentes acerca de la atomización de las colectividades tradicionales, que las había convertido en “muchos casos, en simples  agencias electorales con una menguada capacidad de convocatoria” (pág. 421), en las que “la discusión programática ha sido sustituída por prácticas clientelistas y la promoción de intereses menores”(id.).

A juicio de los constituyentes, la crisis de los partidos tradicionales llevó al “bloqueo de nuestro sistema democrático”, enunciado  éste que debe destacarse, pues constituyó tal vez el leitmotiv del revolcón constitucional que promovió César Gaviria. Es bueno recordar que en su hora, Fernando Cepeda, uno de sus ideólogos, habló de la necesidad de desbloquear el sistema como premisa para alcanzar la paz con los grupos subversivos.

El siguiente párrafo es muy significativo:
”Para recuperar la democracia es necesario recuperar el espacio para los partidos. Deben ser los partidos y movimientos políticos los cauces que permitan una auténtica expresión de la diversidad política, social y económica del pueblo colombiano. Los feudos electorales deben ceder su lugar al debate franco, productivo y genuinamente democrático. La Política –con mayúscula-, entendida como el encuentro del país en torno de los grandes temas de interés nacional, debe regresar en su plenitud al escenario de nuestra democracia. Estas las razones por las cuales la nueva Constitución ha tomado una serie de previsiones que buscan ante todo vigorizar los partidos y movimientos políticos como instrumentos de expresión ciudadana.”(id.)

Dejaré para después una  consideración más detenida acerca de si tan plausibles propósitos se han logrado obtener en la práctica.

Lo que quiero resaltar por lo pronto es que, si bien la Constitución pretendió institucionalizar la actividad democrática de la ciudadanía a través de los partidos y los movimientos, en la práctica se han generado situaciones que ubican el debate político en otros escenarios.

Los partidos y los movimientos deben adoptar sus respectivos estatutos, si bien gozan de las más amplia autonomía para decidir sobre su organización y su funcionamiento internos. Pero, cualquiera sea la modalidad que cada uno adopte, hay una estructura de poder que de hecho se superpone en casi todos a la formal o estatutaria.

En realidad, los partidos y movimientos son federaciones de equipos políticos, que constituyen el núcleo de la competencia por el poder dentro del Estado.

Cada equipo político cuenta con algún dirigente alrededor del cual se aglutinan los activistas. El dirigente orienta, resuelve sobre las aspiraciones de sus seguidores, les asigna el orden de importancia en la jerarquía del grupo, decide los apoyos externos que se van a brindar, es la cabeza visible. Ello no significa que su poder sea dictatorial, pues en el interior del equipo se ventilan diferencias y se hacen consultas. El ingreso al equipo resulta a menudo de alguna negociación y la permanencia se condiciona a la cláusula no escrita “rebus sic stantibus”, que atenúa la regla de oro que reza “pacta sunt servanda”.

Ocurre que cada activista muchas veces es cabeza de algún equipo político menor en el que se integran otras cabezas de ratón. La base última de todos esos equipos es la clientela, que se aglutina bien sea por factores de orden territorial o sectorial. Esa clientela es la que provee el voto amarrado, que por ese motivo puede ser objeto de negociación.

De ese modo, los equipos políticos se integran con personajes que dicen tener x votos en determinados lugares o sectores sociales. El número de votantes que garantizan que van a llevar a los puestos de votación y su seriedad en el cumplimiento de los compromisos políticos condiciona su precio en la feria electoral.

Contaba hace poco Selma Samur que en la costa atlántica los aspirantes al Senado hacen sus cálculos para obtener por lo menos los 50.000 votos que exige la cifra repartidora, haciendo alianzas con candidatos a la Cámara  que les ofrecen más o menos de a 10.000 votos cada uno y con concejales que controlan la votación en sus municipios.

El candidato al Senado debe pagarles a sus adherentes unas sumas que se destinan, por una parte, a sufragar los costos de cada campaña, pero, por otra, a remunerar los apoyos y comprar físicamente el voto de cada elector.

Según decires, cada voto se estima en $ 110.000, lo que significa que las campañas exceden de sobra los topes que fija el Consejo Nacional Electoral.

Por supuesto que estas inversiones están sujetas a la ley económica del retorno. Para librarlas, los ganadores tienen acceso a puestos, contratos y auxilios. Lo que hace poco se denunció acerca de que ha habido notarios obligados a entregar el 50% de sus ingresos a sus patrocinadores es cosa archisabida desde hace tiempos. No es extraño que el congresista que ayuda a conseguir un contrato o gestionar un auxilio se quede por consiguiente con su buena tajada.

Es fama que incluso los perdedores sacan provecho. Se habla, por ejemplo, de candidatos derrotados a las gobernaciones que, como les han ayudado a ganar sus puestos a unos alcaldes, se ven premiados por éstos con jugosos contratos de asesoría, que son la vena rota de no pocos presupuestos municipales.

Ahora bien, éstas cosas no sólo se dan entre los costeños, que son quienes cargan con la mala fama, sino a todo lo largo y ancho del país, a punto tal que la cacareada democratización que se jactaron de haber promovido los constituyentes de 1991 ha redundado en una corrupción sin precedente alguno en toda la historia de Colombia.

El “debate franco, productivo y genuinamente democrático” a que aspiraban los más bien intencionados de entre ellos, se ha visto sustituído por la partija monda y lironda. La política, en términos generales, se ha convertido en un negocio en el que, como decía mi admirado Discepolín, “La panza es reina y el dinero es Dios”.

domingo, 7 de marzo de 2010

La encrucijada del voto

A ocho días de las elecciones para el Congreso, el Parlamento Andino y las candidaturas presidenciales del Partido Conservador y el Movimiento Verde, muchos se preguntan por quiénes votar.

Esta pregunta no acucia a los que vendieron su voto, lo tienen ya comprometido con las maquinarias políticas o se someten con docilidad a la disciplina de partido. Pero, en cambio, inquieta al llamado voto de opinión, el que trata de inclinarse por las mejores alternativas políticas.

Es difícil cuantificar estos segmentos. Se cree que el voto comprado directamente al elector o a quienes lo controlan representa un elevado porcentaje en ciertas regiones del país. En cambio, el voto que obedece a la disciplina de partido tiende a disminuir, mientras que, sobre todo en las ciudades, cada vez tiene más importancia el voto de opinión.

Como hay una gran profusión de partidos y movimientos, así como de candidatos que aspiran a que el voto preferente les otorgue el triunfo, el ciudadano del común se ve enfrentado a múltiples opciones que a su vez le generan dudas muy similares a las encrucijadas del alma que agobiaron al presidente Uribe antes de que el fallo de la Corte Constitucional sobre la reelección se las despejara.

La cartilla que en los centros de votación se le entrega a cada elector exige un estudio previo para no dilatar el evento y no botar el voto.

Pues bien, les sugiero a los lectores que definan, primero que todo, la tendencia política de sus preferencias, en función de las candidaturas presidenciales que estarán en juego en las elecciones del próximo mes de mayo. Para que la cosa pública funcione, es necesario que Congreso y Gobierno vayan de la mano. Si se quiere que determinado candidato llegue a la Presidencia, hay que dotarlo de un Congreso que le ayude a gobernar y no se le atraviese o lo extorsione.

Este es un tema de de enorme importancia para el ordenamiento institucional, al que desafortunadamente se le ha prestado poca atención. Insistiré en posteriores oportunidades en que en la falta de dispositivos adecuados para garantizar la armonía entre  los altos poderes reside uno de los más graves defectos de nuestro sistema político. Por lo pronto, me limitaré a aconsejarles a los electores que, al depositar su voto dentro de una semana, piensen en la persona que a su juicio debería ocupar la Primera Magistratura a partir del próximo 7 de agosto.

Nuestro sistema electoral hace que el voto de cada ciudadano beneficie ante todo al partido o movimiento político que patrocina la lista de que haga parte el candidato que se desee apoyar. De ese modo, si deseo que Fulano llegue al Senado, tendré qué  recordar que mi voto no será sólo por él, sino ante todo por la organización que lo patrocine. En otros términos, al decidir por quién votar hay que mirar a qué partido o movimiento pertenece cada aspirante. Y, en las circunstancias actuales, los partidos y movimientos son de tendencia uribista o antiuribista.

Lo de “Ni con Uribe ni contra Uribe” o lo del “Post-Uribe”  son engañabobos. El tema de fondo sigue siendo la seguridad democrática. Se puede pensar que ésta requiere ajustes, que otros podrían llevarla a mejor término, que es necesario ampliarla a las ciudades, etc., pero, si así se piensa,  hay que votar por quiénes estén dispuestos a apoyarla en el Congreso. Los que consideren que esta política ya se agotó, que es necesario dar un giro que abra posibilidades de diálogo con los subversivos o que hay que favorecerlos, entonces deben depositar su voto por quienes patrocinen el abandono de esa línea de acción.

Por supuesto que hay otros temas de discusión pública, no sólo interesantes sino apremiantes, pero no se puede perder de vista que la guerrilla y Chávez son los factores que más polarizan a la opinión en esta coyuntura.

Identificada la tendencia política de sus  preferencias, entonces toca señalar el candidato que más atracción suscite. La campaña se ha hecho a partir de individuos, pero éstos, en realidad, son secundarios respecto de los partidos y movimientos. Las promesas de cada candidato se sujetan a que la organización a que pertenezca las apoye. A la hora de la verdad, el margen de acción propia que le resta a cada elegido es bastante limitado, pero ello no significa que la índole de sus compromisos con el electorado sea algo secundario. Hay congresistas que, dentro de los límites que de hecho los constriñen, se esmeran en cumplir y lo hacen.

Esta línea metódica para decidir el voto de cada uno se quiebra cuando entran en juego simpatías y antipatías, ideales y realidades, así como escalas de valores enfrentadas.

Conviene señalar que la Constitución Política adoptó en 1991 una tesis sui generis para diferenciar el Senado y la Cámara de Representantes. El primero se elige por circunscripción nacional. La segunda, por circunscripciones departamentales.

La idea de un Senado nacional no está mal fundada en sí misma. Sus promotores pensaron que de ese modo podrían llegar a él muchos personajes que gozan de reconocimiento en el país, pero cuentan con menor influencia en las distintas regiones.

Desafortunadamente, las buenas ideas suelen sufrir tergiversaciones y distorsiones en su contacto con la práctica. Nuestra cultura política sigue viendo al Senado desde la perspectiva de la representación regional. Y, de hecho, ese sistema ha dado lugar a que políticos que desconfían de su fuerza electoral en sus respectivos departamentos, tiendan a ampliarla con disidentes , excluídos o segmentos minoritarios de otros. El Senado carece, pues, de la representación nacional que soñaron los constituyentes, pero es interesante recordarle al elector que esta figura le brinda la oportunidad de salirse del esquema regional  y decidir su voto con criterio nacional.

Aunque el voto es secreto, no hay obligación de mantenerlo en reserva. En lo que a mí concierne, votaré para el Senado por Selma Samur, la número 100 de la lista conservadora, por su compromiso con los valores católicos y particularmente con la vida. Para la Cámara de Representantes, mi encrucijada del alma oscila entre Fernando Correa y Darío Acevedo, ambos de la U, pero con perfiles muy diferentes, empresarial el primero y académico el segundo. Dado que soy godo honorario y ya casi confeso, si no me separaran de la tradición conservadora no pocas discrepancias, le haré un homenaje en la consulta conservadora a Marta Lucía Ramírez, que tiene méritos sobrados para ejercer la Primera Magistratura, aunque todavía no ha gozado de oportunidades propicias para ello . Y para el Parlamento Andino, votaré por Oscar Arboleda, porque lo conozco y sé lo que vale.

viernes, 5 de marzo de 2010

Conversación con Selma Samur

Aunque me invitaron a un conversatorio con la candidata al Senado, prefiero hablar de conversación, que es un término castizo. Conversatorio es más bien el lugar donde se conversa, lo mismo que locutorio es un sitio donde se habla y dormitorio lo es donde se duerme.

Pues bien, en la conversación que sostuvo con varias personas en Medellín, Selma se refirió primero que todo a sus temas de campaña, que versan principalmente sobre la acción pro-vida, la defensa de la familia, la educación sexual,  la  reforma del sistema de salud, la profesionalización de la política, el voto obligatorio y la lucha contra la corrupción.

La acción  pro-vida comprende varios sub-temas, tales como el no al aborto, el rechazo a la manipulación de embriones humanos, la eutanasia, la eugenesia y la protección de la mujer gestante.

Lo que entiende por profesionalización de la política, según la explicación que dio, toca con la preparación del personal sobre todo de las administraciones municipales. Por su experiencia en Sucre, se ha dado cuenta de que muchos alcaldes carecen de nociones elementales de manejo de la cosa pública, como la interpretación de un presupuesto y temas afines, por lo que caen en manos de asesores inescrupulosos que hacen de las suyas.

Su conocimiento de la administración departamental de Sucre y luego del funcionamiento del Senado, a cuyo servicio ejerció la Dirección Administrativa, la ha sensibilizado respecto del tema de la corrupción que afecta al Estado en todos sus niveles. Pruebas al canto: tuvo que frenar a un Presidente del Senado que estaba gestionando la contratación de servicios para una emisora de televisión inexistente; en el Ministerio de Transporte están inventariadas unas carreteras pavimentadas que son trochas intransitables.

Los casos de corrupción que denunció ante la Fiscalía cuando tuvo a su cargo la Dirección Administrativa del Senado dieron lugar a que sus enemigos la persiguieran con amenazas de muerte y con investigaciones exhaustivas con las que pretendían llevarla a la cárcel. Salió avante en todas ellas, pero tuvo que renunciar a su puesto.

Ese proceso tan traumático la acercó a Dios. Es persona profundamente religiosa que quiere dar testimonio de su fe dedicándose a un apostolado, el del bien común.

Cuando le preguntan qué ha hecho para justificar su aspiración al Senado, exhibe su brillante hoja de servicios en el sector público y en el privado, de lo que da cuenta al perfil que exhibe su página en red. Pero agrega que es bueno que le pregunten qué no ha hecho, a lo que responde con entereza:

-No me he sentado a negociar con guerrilleros, ni con paramilitares, ni con narcotraficantes.
-No he recibido comisiones de contratistas con el Estado, ni cuotas de servidores públicos.
-No he cometido delitos electorales.
-No he hecho nada que impida que cuando gane la elección me puedan decir Honorable Senadora.

No tiene compañeros de fórmula para la Cámara de Representantes porque el sistema que se ha impuesto en la práctica entraña que el candidato al Senado distribuya ingentes sumas de dinero entre aspirantes a la Cámara y concejales que le ofrecen los votos con que cuentan en regiones y municipios.

De ese modo, mientras que la suma autorizada para gastos en las campañas senatoriales es algo superior a los $ 600,000.000, de hecho hay campañas que cuestan hasta $ 40.000.000.000. El voto en algunas regiones se está cotizando a razón de $ 110.000 por cada uno.

Con una serenidad que conmueve, manifiesta que está en manos de Dios. Si Dios quiere que llegue al Senado a librar  sus batallas, iluminará a  los 50.000 electores que se requieren. De lo contrario, buscará otros escenarios para su misión.

Es una mujer fuerte, corajuda, de principios.

jueves, 4 de marzo de 2010

El elogio calumnioso

Mi finado amigo Fernando Uribe Restrepo, que conocía bien a los moralistas católicos, hablaba de esta figura que se refiere a ciertos aplausos que no exaltan la virtud o los aciertos, sino los errores.

Tal sucede con no pocos comentaristas que, llevados por el júbilo que les produjo la sentencia de la Corte Constitucional que frustró definitivamente la aspiración reeleccionista del presidente Uribe Vélez, afirman que de ese modo se salvó en Colombia el Estado de Derecho, con la institucionalidad que el mismo conlleva.

Dejando de lado el tema de los vicios procedimentales o formales de la iniciativa, que daban mucha tela para cortar, cuando la Corte Constitucional decidió pronunciarse sobre el fondo del asunto para afirmar que las reformas sustanciales de la Constitución no pueden decidirse por la vía del Acto Legislativo ni por la convocatoria a un referendo, sino sólo por una Asamblea Constituyente elegida de acuerdo con lo dispuesto por el artículo 376 de la Constitución Política, incurrió en un claro abuso de sus atribuciones y no honró, por consiguiente, su destacado papel de guardiana de la integridad y la supremacía del ordenamiento constitucional que le confió el artículo 241 del mismo.

Si el Estado de Derecho, según un trajinado concepto, entraña que la voluntad que se pone de manifiesto en la acción estatal no sea la  individual de los titulares de las funciones públicas, sino la abstracta y “desicologizada” voluntad soberana de la Regla de Derecho, al no ejercer la Corte Constitucional su poder dentro de los “estrictos y precisos términos” del citado artículo 241, no es el caso de elogiarla, sino de someterla a severa crítica.

En otros términos, los aplausos que está recibiendo por esa decisión no son otra cosa que elogios calumniosos, verdaderas apologías de la inequidad.

Desafortunadamente, la opinión pública, que a la postre es la que decide sobre el rumbo de la cosa política, es decir, del Estado mismo, ha sido, cuando no complaciente, por lo menos sí tolerante y hasta indiferente respecto de la larga cadena de abusos en que ha incurrido la Corte Constitucional durante la vigencia de lo que no he vacilado en llamar el Código Funesto.

Por distintas vías la Corte ha logrado, con deplorable éxito, saltar las talanqueras que la Constitución previó para que ejerciera sus tareas dando ejemplo de acatamiento a la juridicidad. Al tomar posesión de su cargo, cada uno de los magistrados juró ante Dios cumplir fiel y lealmente los deberes propios del mismo. Y ese juramento conlleva que al decidir cada caso se tome atenta nota de que los poderes de la Corte no son omnímodos, sino que están sometidos a una normatividad que se traduce en “estrictos y precisos términos”.

Si al examinar su competencia, que es lo primero que debe hacer quien ejerza funciones públicas, la Corte se hubiese fijado en esos dos adjetivos, quizás no habría llegado a la cuestionable conclusión que ha motivado tan  inmerecidos  elogios.

Pero la Corte Constitucional no se toma ese trabajo, por cuanto ha hecho carrera la tesis de que, como es dizque un “órgano de cierre”, sus decisiones como tales no son susceptibles de revisión por ninguna otra autoridad. O sea, que son soberanas, atributo éste que se robustece cuando se considera que es prácticamente imposible someter a sus integrantes a juicio por prevaricato.

Aquí aflora otro tema litigioso de la mayor importancia, por cuanto el sistema de investigación y juzgamiento previsto para las más altas autoridades judiciales e incluso para el Presidente mismo, garantiza la impunidad.

Volveré en lo sucesivo sobre estos tópicos.

martes, 2 de marzo de 2010

Adhesión a la campaña senatorial de Selma Samur

Apreciada Selma:

Aunque yo no me considero un católico ejemplar y alimento algunas heterodoxias, soy decididamente espiritualista y considero que el catolicismo contiene un tesoro invaluable que ha hecho posible lo mejor de nuestra civilización.

Me preocupa profundamente el sesgo anticristiano y claramente anticatólico del libertarianismo que se ha apropiado del pensamiento liberal contemporáneo, que ha hecho perder de vista la distinción tradicional entre libertad y libertinaje.

Creo que las doctrinas que se están imponiendo acerca del aborto, la eutanasia, el control natal, la familia y la educación sexual, así como lo que se ha dispuesto en varios países europeos y hasta en los Estados Unidos acerca de la tipificación del delito de incitación al odio de género, en que se incurre si se denuncia la  inmoralidad de prácticas sexuales desordenadas, o la decisión de la Corte Europea que ordena retirar los crucifijos de las escuelas y otros lugares públicos, dizque por considerar que la imagen del Crucificado es ofensiva para otras creencias, indican que hay un movimiento claramente diseñado y en acción para erradicar nuestras creencias religiosas.

La libertad de religión está pues en grave peligro. En alguna de las múltiples publicaciones que me llegan vía internet se menciona que la consigna hoy ya no es la libertad de religión, que entraña un valor altamente significativo, sino la libertad de la religión, mediante la cual se pretende revivir el delirio de la Ilustración que pretendía barrer de la faz de la tierra todo vestigio de oscurantismo y superstición que se identificaban con las creencias religiosas.

Estoy, desde luego, en contra del fundamentalismo y del clericalismo, pero creo que a partir de la Declaración sobre la Libertad Religiosa del Concilio Vaticano II, esos ya no son problemas del catolicismo, que ha abandonado incluso la injusta doctrina de que por fuera de la Iglesia no hay salvación y se muestra bastante abierto en materia de diálogo interreligioso.

Le recomiendo que lea un libro de Jean Sevillia que lleva por título "Cuando los católicos estaban por fuera de la ley". Ignoro si hay versión castellana, pero es una obra fundamental para entender lo que hizo el Radicalismo francés, aupado por la Masonería, para humillar a la Iglesia y aislarla de los fieles. Lo mismo se hizo en México en la funesta época de Obregón y en la España republicana.

La defensa de la libertad religiosa, de los valores morales de la civilización y de la libertad de conciencia es, por consiguiente, un tema político prioritario para quienes creemos que la civilización no se define por los logros materiales, sino por lo que Paul Ricoeur llamaba "un impulso hacia lo Alto".

Con todo respeto, le digo que el Partido Conservador ya no es el baluarte de la civilización que proyectaron sus fundadores. Desde que el inverecundo Gómez Gallo resolvió posar en la sacrílega fotografía que publicó Soho parodiando soezmente el sagrado episodio de la Última Cena, sin que sus copartidarios lo censuraran por ello, su colectividad perdió todo norte moral. Recientes episodios de corrupción en que se han visto comprometidos importantes personajes de la cúpula conservadora corroboran esa apreciación.

Mi distinguido y brillante amigo José Alvear Sanín, por otra parte, ha llamado varias veces mi atención acerca del sesgo abortista del Ministerio de Protección Social, no obstante las reiteradas manifestaciones de piedad que hace el presidente Uribe.

Es importante señalar que la causa Pro-Vida, si bien encuentra clara fundamentación religiosa en lo que S.S. Paulo VI llamaba bellamente la invitación de Dios al Banquete de la Vida, también encuentra eco en el pensamiento liberal no libertario.

Recuerdo lo que dijo Raymond Aron, a mi juicio el más importante pensador liberal de Francia en el siglo XX, en un reportaje que publicó L'Express poco antes de su muerte: "La civilización occidental marcha hacia su destrucción: ya quiere tolerar el aborto". Y algo similar expuso hace poco el filósofo español Gustavo Bueno, confesamente ateo, en un pronunciamiento acerca de la atroz legislación que acaba de aprobarse en España.

Creo que ha llegado un momento de grandes definiciones. Le sugiero que piense seriamente en un partido que, sin ser confesional ni clerical, reciba el legado conceptual de la Iglesia y lo traduzca en programas de acción política que sean capaces de  convocar a las grandes mayorías nacionales. Hay un rico magisterio que desarrolla el principio elemental de que la función básica del Estado es la promoción del bien común, concepto que es necesario hoy recuperar por cuanto entraña ineludibles connotaciones morales.

Pero aun si sus seguidores somos  pocos, dado el desconcierto reinante, no se desanime. Es posible que la suya sea una de esas voces que claman en el desierto. Pero ya se sabe que cuando lo que se anuncia es la Verdad, ésta termina conmoviendo a las muchedumbres.

Hoy les recordaba a mis discípulos que Cicerón consideraba que la política es la más noble de las actividades humanas, si se la entiende como lo planteó Aristóteles, esto es, como el arte de la edificación del bien común.


Le deseo el mejor de los sucesos en la campaña que ha emprendido y le ruego contarme entre los simpatizantes de su proyecto político.

Cordialmente,

Jesús Vallejo Mejía

Correo recibido originalmente de Selma Patricia Samur:

Apreciado Jesús,

Su carta me ha conmovido enormemente, la profundidad de sus palabras y el sentimiento que hay en ellas me hacen sentir plenamente afortunada de contar con su apoyo.

Debo serle muy sincera, porque esa es la primera obligación de la amistad, en estos días el tiempo me está resultando esquivo, no alcanzo a escribir todo lo que quisiera, ni a llamar a todas las personas que debiera.
Por eso no he podido contestarle acorde con la altura de su comunicación para darle la respuesta de fondo a tan importantes planteamientos.

Espero, si Dios me da la oportunidad, poder hacerlo personalmente muy pronto, pues es posible que el próximo viernes viaje a Medellín.

Mientras tengo la oportunidad de estrechar su mano, quiero que sepa que puede contar conmigo como defensora de todos esos principios y valores diluidos con la mal llamada modernidad.

Dios lo bendiga
Selma Samur
Pagina Web: http://www.selmasenadora.com/
Elecciones.com.com: ttp://www.elecciones.com.co/selmasamur/
Facebook:  http://www.facebook.com/pages/Selma-Samur/123475756788?ref=ts

Encuesta Mata Encuesta

La encuesta  de Napoleón Franco que difundió al medio día RCN modifica sensiblemente los datos de las de las últimas semanas, cuando  no estaba definido que el presidente Uribe Vélez  no podría aspirar a una nueva reelección. Esas encuestas registraban bajas en la popularidad presidencial hasta el punto de pensar que si la Corte le daba el pase al referendo reeleccionista, éste se hundiría en la fase final de la votación ciudadana.

La de hoy muestra un repunte de la imagen del Presidente, pues cuenta con imagen favorable del 70%. Además, un 46% de los encuestados se manifiesta en desacuerdo con el fallo de inexequibilidad, porcentaje igual al de los que lo apoyan. Pero la decisión de la Corte ha suscitado en general inquietud, aunque cerca del 20% dice haberla recibido con júbilo.

La semana pasada, cuando se planteaba un escenario hipotético sin Uribe en la  primera vuelta de la elección presidencial, la intención de voto por Santos se acercaba al 35%. Pero la encuesta de hoy la reduce a cerca del 23%. Parecidas disminuciones se observan en torno de Fajardo, que del 20% baja a menos del 10%, lo mismo que Noemí, que desciende del 15%. Petro, en cambio, sube al 11%, colocándose en segundo lugar después de Santos.Por su parte, Vargas Lleras y Pardo se mantienen cerca del 10%.

El cambio más significativo está en los posibles resultados de la consulta conservadora, pues Andrés Felipe Arias aparece con unos pocos puntos más que Noemí, que lo superaba ampliamente en las tendencias imperantes en las últimas semanas.

Todo lo anterior muestra que para  formular pronósticos relativamente bien fundados sobre la elección presidencial hay que esperar los resultados de los comicios del 14 de marzo próximo. Por una parte, habrá que ver cuál partido saca más votos, si el de la U o el Conservador. Y dentro de éste, lo decisivo será el resultado de la consulta entre Noemí y Arias.

Si el conservatismo supera en votos a la U, hay que reiterar que le quedaría muy difícil a Santos reclamar la personería de la coalición. Él aspira a unir las dos fuerzas con Cambio Radical en torno de su propia aspiración presidencial, pero ello sólo tendría presentación sobre la base de la supremacía de la U. En otros términos, el triunfo conservador alteraría todos los cálculos del santismo.

Ahora, si la consulta  conservadora favorece a Arias, ello redundará en pro de Santos si la U les gana a los conservadores. En el caso contrario, le resultaría muy difícil a Arias resignar su aspiración presidencial en favor de aquél.

Si la triunfadora en la consulta fuere Noemí, independientemente del resultado frente a la U, el Partido Conservador iría con ella a la primera vuelta. Así lo ha dicho una y otra vez.

Otro aspecto de los resultados de la encuesta de hoy muestra que la buena imagen de Uribe no redunda necesariamente en favor de Santos, pues gran cantidad de colombianos están ahora en la encrucijada de decidir por quién votar para que prosiga la obra de aquél. Los días venideros pondrán a prueba las habilidades que pregona como jugador de póker, pues todavía le quedan obstáculos por superar y voluntades por ganar para su causa.

CM& difundió en la noche  otra encuesta, realizada por el Centro Nacional de Consultoría, que le da a Santos el 27%, ubica a Fajardo en segundo lugar con un 11%, y le asigna a Noemí el tercer lugar con un 9%.

Estos resultados no alteran la  percepción que deja le encuesta de Napoleón Díaz. A  pesar de las diferencias, más bien los corroboran en lo fundamental, por cuanto muestran a Santos sensiblemente por encima de los demás, pero sin convertirlo en depositario del legado de Uribe, y les asignan a los demás menos del 10% para cada uno.