sábado, 13 de marzo de 2010

Encuentro con Mockus

Hace algunos días tuve oportunidad de asistir en la Universidad Pontificia Bolivariana a un evento con los llamados “Tres Tenores” del Partido Verde, Antanas  Mockus, Enrique Peñalosa y Luis Eduardo Garzón.

Presencié  sólo las intervenciones de los dos primeros,  pues el compromiso académico con mis estudiantes me impidió escuchar a Garzón.

Diré que Mockus me fascinó, en tanto que Peñalosa me decepcionó.

No veo a Mockus presidiendo un pueblo de demonios como es el nuestro. Pienso en él desde la perspectiva del liderazgo moral. Es, en efecto, un moralista, en el mejor sentido de la palabra. Ve que no se puede prescindir del aspecto moral al examinar la racionalidad de nuestras acciones, la cual exige, por lo menos, congruencia entre los fines que nos proponemos, así como en los juicios que formulamos, amén de algo que a falta de una expresión más castiza podríamos llamar ejemplaridad, la virtud de dar ejemplo, de mostrar modelos de comportamiento que sean susceptibles de generalizarse.

De cierta manera, ello obedece a la cuestión que planteaba Kant acerca de cómo obrar de suerte que el comportamiento dado pueda erigirse como modelo universal,

Mockus le pregunta al auditorio sobre las diferencias que encuentra entre apropiarse de algo que pertenece a otro y hacer lo mismo, pero respecto de bienes públicos, pues sabe que el juicio corriente es más drástico frente al que hace lo primero que respecto de quien entra a saco en lo que es de todos.

Continúa su interrogatorio preguntando si se encuentra alguna diferencia entre el robo de hostias sin consagrar y el de hostias consagradas, con el fin de explorar cuál es la consideración que se tiene acerca de lo sagrado.

Pasa a señalar algunas de las incongruencias en que incurre el juicio moral corriente, que suele ser más severo, por ejemplo, con el consumidor de droga que con el narcotraficante.

Induce, pues,  a quienes lo escuchan a cuestionarse acerca de sus opiniones morales y a buscar el fundamento de las mismas

La comparación entre el robo de hostias consagradas y sin consagrar lo lleva a plantear con todo rigor el tema del fundamento de la moral. El ejemplo le sirve para afirmar que en último término la regla moral se apoya en tabúes, en lo sagrado, en algo que  por alguna consideración misteriosa que  es refractaria al examen estrictamente racional,  se impone sin embargo en nuestra conciencia.

Sin mencionarlo, recuerda el célebre planteamiento de Max Weber acerca del encantamiento del mundo, actitud espiritual que lo puebla de tabúes, de presencias místicas, de lo que otros han denominado lo numinoso.

También sin referirse a los análisis weberianos, da a entender que para la mentalidad de hoy, debido al desencantamiento del mundo que se ha producido por el intento de aprehenderlo, apropiárselo y dominarlo a través de la razón, el orden moral que las sociedades requieren debe apoyarse en convenios entre los individuos.

Agrega que estos convenios pueden ser de dos clases. Por una parte, convenios pragmáticos, por así decirlo, en los que cada cual cumple lo suyo siempre y cuando los demás hagan lo propio. Por la otra, lo que él llama convenios o pactos constitucionales, cuya obligatoriedad no depende del juego del cumplimiento por parte de los demás, sino que cada uno se vincula, como diría Kant, de modo categórico, independientemente de lo que haga el resto.

Podría decirse que por ese camino Mockus propone unos tabúes consensuados como cimiento del edificio moral de la sociedad.En el fondo, su propuesta se estructura a partir del famoso “como si” kantiano.

Ahí está la irremediable debilidad del razonamiento moral contemporáneo. Pero hay que abonarle a Mockus su preocupación pedagógica, su esfuerzo por crear una conciencia moral reflexiva, su propósito de estimular a la gente a  que piense en función de las necesidades comunitarias por encima de su egoísmo individual.

Tal vez fue Lasky en su lección inaugural del curso de Ciencia Política en la Universidad de Londres -cito de memoria, pero el texto puede consultarse en “El peligro de ser gentleman”-, quien llamó la atención acerca de que  igual  inquietud embargaba a Rousseau, para quien el tema fundamental de la política estribaba en cómo transformar al individuo en ciudadano. Para Rousseau, la voluntad general, a pesar de ciertas ambigüedades de su pensamiento, no era la suma de voluntades individuales, sino el todo resultante de la conjunción de voluntades virtuosas, capaces de sacrificar los propios apetitos en razón del interés colectivo.

A propósito de ello,  ignoro si en la Biblioteca de la Universidad de Antioquia se conserva todavía el precioso texto del profesor Bigne de la Villeneuve en que se muestran esas ambigüedades e imprecisiones de Rousseau cuando trataba de definir su concepto clave de la Voluntad General.

Remato con una observación cara al profesor Villey. Rousseau, Kant y Mockus  no ofrecen un sólido fundamento racional de la regla moral. Lo de ellos se inscribe en una discutible tendencia que arranca del nominalismo de fines de la Edad Media, la que destaca el papel de la Voluntad sobre la Razón en el orden de las normatividades humanas.  Pero esto es harina de otro costal.

1 comentario:

  1. Pienso que más que un moralista, que escriba libros, columnas, de clase y algunas conferencias, es posible contar con un gobernante bien pensante que nos ponga a actuar y este "pueblo de demonios" empiece a dejar salir también el angel, mejor el Dios que cada uno lleva adentro y mirando a los ojos de cualquier transeunte, facilito aparece.

    Conjuguemos la teoría filosófica, semiótica... con la acción, que es lo que nos hacer respirar, comer, dormir y soñar cada día

    ¡Antanas Mockus Presidente!

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