viernes, 27 de noviembre de 2015

La Ciudad de la Vida

Por generosa invitación de mi apreciado amigo Alonso Sanín Fonnegra, director de la Fundación Berta Arias de Botero (Fundarias), tuve el privilegio de asistir con distinguidas personalidades a la ceremonia de postura de la primera piedra de la construcción de la Ciudad de la Vida, ambicioso proyecto con que Fundarias aspira a poner en funcionamiento un centro gerontológico modelo con capacidad de atender dignamente a mil ancianos.

El proyecto arquitectónico, diseñado por el recientemente fallecido arquitecto Cristian Sarria Molina, se desarrollará en el corregimiento de El Hatillo, municipio de Barbosa, Antioquia.

La idea es convertir la Ciudad de la Vida en un centro de pensamiento que tendrá la vejez como recurso, desarrollando el mejor centro de gerontología para Latinoamérica  con miras a generar conocimiento alrededor de la vejez y así poderlo irradiar hacia otros centros, prestar asistencia integral a ancianos en condiciones de vulnerabilidad, y asistencia técnica a instituciones similares, según reza el folleto explicativo del proyecto.

Fundarias se propone con ello hacer que la sociedad entienda y reconozca la vejez como un recurso y no como una carga, de suerte que los ancianos sean incluidos y valorados como lo merecen.

Para ambientar el evento, se llevó a cabo un estimulante coloquio acerca de la condición  de los ancianos en nuestra sociedad, su importancia para la misma y las acciones que deberían emprenderse para asegurar su bienestar y aprovechar los aportes que ellos puedan hacer en pro del bien común.

La triste realidad de los tiempos que corren da cuenta del menosprecio y el abandono que sufre la llamada Tercera Edad, tanto de parte de las familias como de las políticas públicas.

A medida que aquellas se van desintegrando en medio de la crisis de valores reinante hoy día, a los ancianos se los va relegando a lo que un diciente verso de Homero Manzí llama “el rincón de los recuerdos muertos”, o sea, una especie de cuarto de San Alejo de la sociedad.

Hay en “La culpa es de la vaca”, preciosísimo libro que Jaime Lopera y su esposa Marta Inés Bernal escribieron para promover la reflexión sobre valores cuyo deterioro amenaza con arruinar la convivencia en los tiempos que corren, un elocuente capítulo que ilustra sobre esta deplorable realidad.

Su título es “El Tazón de Madera” y viene con este epígrafe:

“Las culturas orientales han respetado a los ancianos de una manera especial. Los consideran una fuente de sabiduría y los honran por lo que hicieron en la vida. Occidente ha perdido el sentido del valor del anciano. Recordemos que si nos va bien, nosotros también llegaremos allá”.

Era frecuente hace años que en el seno de las familias convivieran varias generaciones, de suerte que hubiese un saludable intercambio entre ellas. Los niños podían entonces beneficiarse de los ejemplos, la orientación y el apoyo de los viejos, y estos a su vez gozaban del afecto y la alegría de los menores.

Lo que hoy se advierte es la existencia de una penosa brecha generacional que suscita el aislamiento de la ancianidad, con todas las implicaciones negativas que de ahí se siguen.

La desatención de las familias por sus ancianos no se ve compensada por las políticas públicas, que como lo pusieron de presente en sus doctas exposiciones Gabriel Poveda Ramos y José Alvear Sanín, entre otros, acusan por decir lo menos una escandalosa indolencia para ocuparse de ellos, como si de desechos sociales se tratase.

¿No dio a entender hace algún tiempo el hoy flamante ministro de Salud que la Tercera Edad amenaza con constituir una carga insoportable para la economía?

Ya nos llegarán, y no en un futuro remoto, las soluciones finales para la cuestión de la senectud, sobre la base de la legalización de la eutanasia y el suicidio asistido o estimulado, tal como hoy lo vemos en Bélgica, Holanda, Suiza y otros países en los que se está imponiendo una cultura de desprecio por la vida, so pretexto de la defensa de la dignidad humana.

Un escrito reciente, reproducido en Belgicatho, ilustra sobre las aterradoras tendencias que se están desarrollando a partir de ahí.

Se habla en él acerca de la propuesta que parece estar haciendo carrera en el sentido de facilitar el acceso libre y gratuito de la “píldora de la muerte” a los mayores de 70 años (Vid.http://belgicatho.hautetfort.com/archive/2015/11/23/la-pilule-de-la-mort-en-acces-libre-et-gratuit-aux-plus-de-7-5720971.html).

Hay que saludar, pues, con entusiasmo la loable iniciativa de Fundarias, que va en contravía de la cultura de la muerte que promueven hoy los mal llamados progresistas.

martes, 24 de noviembre de 2015

Un prodigio de blandura

Por amable invitación del Club Campestre de Medellín tuve oportunidad de participar con mis apreciados amigos Rafael Uribe Uribe y José Alvear Sanín en un importante evento que se programó con el propósito de analizar con sus socios el proceso de paz que se adelanta en La Habana.

Mi exposición versó sobre los siguientes temas:

1-Juan Gómez Martínez dijo hace poco que en sus ochenta años de vida nunca había presenciado una situación de tanto riesgo para Colombia como la que ahora vivimos a raíz de los diálogos que ha entablado el gobierno del presidente Juan Manuel Santos con las Farc.

2- Es una situación que exige que la ciudadanía reflexiones cuidadosamente acerca de sus posibles desarrollos, por cuanto los mismos podrían afectar decisivamente la vida de todos.

3- Los socios del Club hacen parte de la clase dirigente del país. Es una clase que goza, desde luego, de múltiples ventajas que no es del caso enumerar en esta oportunidad, pues saltan a la vista. Pero esas ventajas acarrean responsabilidades. Y la principal responsabilidad de una clase dirigente es precisamente la de dirigir. Para ello, se hace menester que ´se informe adecuadamente de las situaciones que vive la sociedad colombiana y reflexione con buen criterio sobre ellas.

4- Lo primero que hay que examinar es la naturaleza de los conflictos que padece la sociedad colombiana. Hay una presentación muy simplista que trata de hacernos ver que el conflicto básico es entre las Farc y otros grupos insurgentes contra las autoridades legítimas del Estado. Esa es apenas una parte de la situación conflictiva que nos aqueja. En realidad, hay muchos actores violentos en juego, como las bacrim y los grupos delincuenciales que actúan sobre todo en las ciudades. Es un cuadro muy complejo que pone de manifiesto las múltiples debilidades de nuestra configuración social, una crisis generalizada de autoridad y la presencia conspicua del narcotráfico, que es, según lo ha reiterado hasta el cansancio el expresidente Uribe Vélez, el combustible que alimenta todas nuestras guerras.

5- Se sigue de ahí que un acuerdo bueno, regular o malo con las Farc no promete la paz, dado que apenas alcanzaría a solucionar quizás una parte del gran problema de deterioro del tejido social en nuestro país.

6- Las Farc no son , como parecen creerlo ciertos pastores de la Iglesia, unas ovejas descarriadas, sino lobos feroces que eventualmente pueden disfrazarse de ovejas. En efecto:

- Son una organización revolucionaria marxista-leninista fuertemente aferrada a esa ideología. De hecho, son unos fundamentalistas que aspiran a la toma del poder para imponernos un régimen totalitario y liberticida.

- Es una organización terrorista que ha dado atroces muestras de crueldad.

- En el ámbito internacional se considera, en fin, que son la segunda o tercera organización terrorista más rica del mundo, después de Isis, y una de las organizaciones narcotraficantes que lideran la producción y el comercio de la cocaína.

-Características suyas son la mendacidad, la brutalidad  y el cinismo, que suscitan justificada desconfianza acerca de la sinceridad de sus propósitos.

7- El gobierno del presidente Juan Manuel Santos ha cometido graves errores en la negociación con las Farc. El primero de ellos fue equipararlas a las autoridades legítimas del Estado. Después ha habido una seguidilla de claudicaciones que han convertido en letra muerta los tales inamovibles que dijo haber trazado aquel en su discurso de posesión del 7 de agosto de 2010.(Vid. http://wsp.presidencia.gov.co/Prensa/2010/Agosto/Paginas/20100807_15.aspx).

8-Ignoró el presidente Juan Manuel Santos dos serias recomendaciones que había hecho desde tiempo atrás el hoy finado presidente López Michelsen, a saber:

-Que para entrar en negociaciones con las Farc era necesario doblegarlas primero. Eso lo logró el expresidente Uribe Vélez bajo su gobierno, pero el presidente Santos dejó perder la ventaja que aquel había conseguido.

-Que hay guerras que no se pierden en los campos de batalla, sino en las mesas de negociación. Así sucedió con la de Vietnam y lo mismo está ocurriendo hoy por hoy en Colombia.

9-Ya es claro que las Farc solo firmarán un acuerdo que les brinde la posibilidad de tomarse rápidamente el poder en virtud de las ventajas que se les otorguen, a las cuales se agregarían los ingentes recursos que poseen debido al narcotráfico y la minería ilegal, así como su infiltración en distintos escenarios institucionales y el dominio que han recuperado sobre vastos territorios de nuestro país.

10- Es cierto que Colombia padece severas deficiencias en materia de justicia social. Hay inequidad, pobreza  extrema, desempleo, desnutrición, crisis de la salud, etc. Sus indicadores son deficientes.

Pero la fórmula socialista que ofrecen las Farc ha mostrado que no resuelve esta problemática, sino que más bien la agrava. Ya es claro que sin libre empresa y economía de mercado no hay desarrollo posible.

Otra cosa es orientar los frutos del crecimiento hacia la mejoría de la calidad de vida de los diferentes sectores de la población.

Los hechos son tozudos: Cuba y Venezuela demuestran el fracaso del socialismo, como lo demostraron también la Unión Soviética, los países de Europa oriental, China y Vietnam, así como los países africanos que lo adoptaron después de la descolonización.

Por consiguiente, es irresponsable proponer que para que las Farc supuestamente cesen sus agresiones contra la institucionalidad colombiana y sus depredaciones contra la población, y se convenga la desmovilización de sus frentes, la dejación de sus armas y su inserción en la vida política normal, sea necesario entregarles a cambio las libertades que harían posible el desarrollo ordenado y equitativo de la economía colombiana.

11- Ciertas medidas que se están proponiendo dizque para resolver los problemas del agro, como la multiplicación de las zonas de reserva campesina, la elevación de los avalúos catastrales y la revisión de todos los títulos de propiedad con miras recuperar las tierras usurpadas por paramilitares, narcotraficantes y otros delincuentes, si se las maneja sin las debidas precauciones suscitarán nuevos y quizás  peores focos de violencia que los que se pretende superar mediante ellas.

12- Decir que el problema del narcotráfico se resolverá dándoles a las Farc la posibilidad de que sean ellas las encargadas de convencer a los campesinos cultivadores de coca para que accedan a la sustitución de esos cultivos por otros que sean benéficos para la sociedad, equivalen simple y llanamente a amarrar gato con longaniza.

A las Farc no se les está exigiendo que entreguen los capitales mal habidos, ni las rutas del narcotráfico. Y se les ofrece, además, algo estrambótico a más no poder: que el narcotráfico que han ejercido a troche y moche goce del tratamiento de favor del delito político por su conexidad con el mismo.

13- Se supone que Colombia vive bajo un régimen de democracia. Pero nada más alejado de esta que las profundas y todavía desconocidas transformaciones que se están cocinando en La Habana.

Este proceso se inició y desarrolló contrariando el voto abrumadoramente mayoritario que se depositó en 2010 por la continuidad de la seguridad democrática.

Su gestación obedeció a la voluntad del presidente Santos y una reducida camarilla que lo rodea. Se lo ha llevado a cabo en medio de mentiras, traiciones, disimulo y secreto, de modo que la opinión pública se ha mantenido desinformada acerca de sus conclusiones.

Ahora se tramita en el Congreso un proyecto de Acto Legislativo reformatorio de la Constitución Política en virtud del cual los acuerdos a que se llegare con las Farc se decidirán solo por una fracción del cuerpo legislativo, con prerrogativas exorbitantes en favor del Presidente y el otorgamiento al mismo de facultades tan amplias e incontroladas que harían de él un verdadero dictador.

No obstante la promesa que desde el principio se hizo acerca de que los acuerdos se someterían a refrendación popular, el gobierno ha venido dando palos de ciego respecto del mecanismo idóneo para dicho efecto.

En este momento promueve un plebiscito para cuya validez está solicitando que se reduzca a la mitad el umbral que señala la Ley Estatutaria vigente, lo que equivaldría a consagrar la democracia al 13% (vid. http://periodicodebate.com/index.php/opinion/columnistas-internacionales/item/10168-colombia-la-democracia-al-13).

Pero como las Farc saben que el plebiscito no es el instrumento adecuado para legitimar los acuerdos que le darían pie para tomarse el poder por una vía legítima,fuera de que con una votación irrisoria en favor de los mismos tendrían que enfrentar a una ciudadanía escéptica e incluso opuesta a sus designios, insisten en que el modus operandi de la refrendación popular sea convenido con ellas y consista en una asamblea constituyente.

Mas esta asamblea no sería elegida de conformidad con los principios que consagra nuestro sistema electoral, sino de acuerdo con su peculiar concepción de la democracia, que no reposa sobre el voto individual, sino sobre el de organizaciones sociales que ellas controlarían.

No cabe duda de que el gobierno terminará aceptando las exigencias del narcoterrorismo, pues está urgido de llegar a un acuerdo con sus líderes.

En dos palabras, la suerte de Colombia está en vilo y su clase dirigente parece no haberse percatado de ello.

La institucionalidad democrática se está viendo severamente distorsionada con estos ejercicios de mala imaginación conducentes a formalizar unos acuerdos concebidos a espaldas de la opinión mayoritaria de los colombianos.

Mejor dicho, todas las instituciones jurídico-políticas amenazan ruina a causa de la trapisonda gubernamental.

14- Ahora se está poniendo de manifiesto una nueva y ominosa perspectiva, derivada de la pretensión de las Farc de ubicar estos acuerdos dentro de la categoría de los acuerdos especiales contemplados por el Derecho Internacional Humanitario para regular los conflictos internos.

De hacer carrera esta tesis, lo cual es bastante probable dada la abyecta actitud del gobierno frente a los narcoterroristas,  no se requeriría ni siquiera la ratificación por parte del Congreso de lo que se llegare a convenir en La Habana, ni muchísimo menos la refrendación popular. Es una tesis que ya ha venido siendo sugerida por el Fiscal.

15- A propósito de todo esto, conviene recordar un debate que le hizo Churchill al primer ministro McDonald en torno del estatuto que se discutía hace unos noventa años en el parlamento británico sobre el estatuto de la India.

Palabra más palabra menos, dijo en ese entonces el ilustre estadista lo siguiente:

“Cuando era niño, se presentaba en los circos un espectáculo repulsivo. Se trataba de un individuo al que se exhibía como el “Hombre sin huesos”. Como tal, era una masa informe con menguada apariencia humana, una verdadera monstruosidad. Mis padres, con sobra de razones, no me permitieron presenciar ese horrible espectáculo, pues temían que pudiera afectarme severamente. Pero hoy, para sorpresa mía, lo tengo a la vista ocupando en el sillón del Primer Ministro del Imperio Británico.¡Usted, señor McDonald, es un prodigio de blandura!”.

Ya en los circos, por consideraciones atinentes a la dignidad humana, no se permite explotar estas monstruosidades. Pero ellas se dan en el escenario de la moralidad y, para no ir muy lejos, aquí tenemos una de ellas ocupando lo que con cierta ampulosidad llamamos el solio presidencial en la Casa de Nariño.

Usted, señor Santos, es un prodigio de blandura.

16- Con justificada preocupación la gente pregunta qué hacer.

Lo primero, que despierte; lo segundo, que reaccione.

Llegará el momento no lejano en que la ciudadanía tendrá que ejercer la resistencia civil. Tal vez ello no pueda esperarse de una dirigencia amorcillada, pero sí de la gente del común, especialmente la clase media y la gente del campo, que son la más llamadas a sufrir la tiranía de las Farc.

¡COLOMBIA, DESPIERTA ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE!

martes, 17 de noviembre de 2015

Cortigiani, vil razza dannata

 

Viene a mi memoria lo difícil que era presentarse como liberal en la universidad pública cuando hice mis estudios de Derecho en la primera mitad de la década del sesenta en el siglo pasado. Y si a ello se agregaban la condición de católico practicante y la pertenencia a una familia por ese entonces distinguida, la discriminación que se sufría, vecina del matoneo de que ahora se tanto se habla, se acentuaba aún más.

Recuerdo que muchos de mis compañeros, más o menos influenciados por los dogmas del marxismo-leninismo, consideraban anatema la defensa del sistema de libertades y los procedimientos democráticos consagrados en la Constitución, pues sostenían que eran meramente formales e irreales. Y, por supuesto, les resultaba intolerable apoyar la economía de mercado, que para ellos era la fuente de todos los males de la sociedad.

Eran los años iniciales de la Revolución Cubana, que para ellos representaba la ilusión de una sociedad verdaderamente libre y justa, en la cual podrían lograrse las esperanzas de una patria soberana, una democracia verdaderamente actuante, un progreso social nítido en todos los órdenes, acompañado de mejorías sustanciales en la calidad de vida de toda la población y la garantía de libertades reales para todos en el seno de una sociedad igualitaria.

No pocos de mis compañeros despreciaban la Constitución como un texto obsoleto y oligárquico. Alguno llegó a decirme que al pueblo no le interesaban las libertades, sino el pan. Y cuando uno replicaba censurando la violencia castrista, la respuesta que se dejaba venir era justificativa de la misma. Sus ideales legitimaban, según su parecer, todos los atropellos: el paredón, el encarcelamiento de los opositores, la privación de todo derecho de defensa, la eliminación de la libertad de opinar, la desaparición de los derechos políticos, el exilio forzado, etc.

Traigo esto a cuento porque desde aquella época en el sistema educativo, tanto el público como después el privado, se impuso una visión en extremo sesgada hacia la izquierda de la sociedad y, por ende, de la política y la economía.

Al tenor de esa visión, se consideraba, y se sigue considerando todavía, que la sociedad justa es la socialista y que la sociedad liberal adolece de un severo déficit estimativo por las desigualdades que inevitablemente suscita. El rechazo moral a la misma ha justificado a los ojos de unos la acción violenta de los movimientos subversivos. Otros no apoyan la respuesta armada, pero ven con simpatía sus propósitos y experimentan desgano frente a la institucionalidad demoliberal y el régimen de libre empresa.

Muchos de los que así piensan hacen parte de hecho de una dañina secta, la de los “mamertos”, que se ha enquistado en distintos escenarios de la colectividad, incluso en los más influyentes, tales como las instituciones educativas, las judiciales, la burocracia administrativa, los cuerpos colegiados de elección popular, los partidos políticos, la prensa, la elite empresarial o la jerarquía eclesiástica.

Esa secta configura en el fondo una quinta columna dentro del Estado y las demás instituciones, que enerva su defensa frente a los embates de una subversión con la que a la hora de la verdad se siente identificada en cuanto a sus propósitos, cuando no en sus procedimientos.

Hace algunos meses circuló un documento atribuido a las Farc en el que su Secretariado les comunicaba a sus frentes que se iniciarían negociaciones con el gobierno de Juan Manuel Santos, pues este les había hecho saber que coincidía con sus diagnósticos sobre la sociedad colombiana, aunque sin compartir sus procedimientos violentos. Santos sería entonces uno de los capos de esa secta de los “mamertos” y por eso no serían extrañas las claudicaciones en que ha incurrido en su trato con los negociadores de tan perversa organización criminal.

En su “Plaidoyer pour l’Europe décadente” señalaba Raymond Aron que uno de los factores de debilidad de los países de Europa occidental, sobre todo Francia, frente a las amenazas de la Europa del este, radicaba en el “sinistrismo” de la intelectualidad, que disculpaba los excesos en que incurrían los regímenes de izquierda y censuraba con acritud los mismos excesos si provenían de la derecha.(Vid.http://rogergaraudy.blogspot.com.co/2010/12/leurope-vue-par-le-lannou-aron-et.html).

Colombia es víctima de ese mismo “sinistrismo”, que al decir del procurador Ordóñez “llora por un solo ojo”.

Dan ganas de lanzarles a esos “mamertos” la injuriosa imprecación de Rigoletto a los cortesanos:”Vil razza dannata”.

Es, en efecto, enorme el daño que hacen. Por obra suya, caeremos en el despeñadero del populismo, cuando no del comunismo.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Moral y salud pública

En mi reciente intervención en el seminario sobre mística que se celebró en la Universidad Católica de Oriente recordé el célebre pasaje en que Kant declara su asombro ante dos fenómenos impactantes: el maravilloso orden que se pone de manifiesto en el cielo estrellado y la presencia de la ley moral en el interior del hombre.

El primero de ellos toca con la legalidad que rige inexorablemente el mundo natural en todas sus esferas y hace posible la ciencia. Si la naturaleza no estuviera ordenada conforme a leyes susceptibles de descubrirse mediante el ejercicio combinado de la experiencia y el razonamiento, la ciencia sería tan solo un cúmulo de proposiciones más o menos arbitrarias, meras conjeturas y no certidumbres.

Kant encuentra que el fenómeno humano escapa de cierto modo a ese orden inexorable de la naturaleza, por cuanto en el mismo se hace presente la libertad. Pero, a su juicio, ese precioso atributo está regulado por el orden moral, que es de índole racional. Si la naturaleza está regida por leyes deterministas (asunto que hoy se pone en duda, por lo menos en los niveles macro y micro de la realidad), la acción humana lo está por normatividades racionales, tal como lo postularon los grandes filósofos de la Antigüedad clásica y, después, los Padres de la Iglesia y sus sucesores en esa ingente tarea de explorar el fundamento racional de la Civilización.

La racionalidad moral, que toma atenta nota de la libertad  para guiarla de modo que conduzca al ser humano hacia su cabal realización, se proyecta tanto en la conducta individual como en la ordenación de la sociedad.

Respecto de la primera, su función consiste en buscar la armonía del individuo consigo mismo, esto es, su paz interior. Esta es resultado de una vida espiritual intensa, que conlleva el amor, entendido este en la más elevada de sus acepciones. La plenitud de vida no es la satisfacción de los apetitos naturales ni la hipertrofia del ego, sino la trascendencia del individuo natural hacia la personalidad moral en que se pone de manifiesto la realidad del espíritu. La ley moral apunta, en consecuencia, hacia la santidad.

Pero la moralidad, tal como siempre se consideró hasta que el individualismo y el relativismo corroyeron el pensamiento de muchos, tiene también funciones sociales muy significativas, que se traducen en un viejo y venerable concepto que los juristas de hoy desdeñan: el de las buenas costumbres que sustentan el buen orden de las colectividades.

Para el pensamiento clásico, el bien individual es inconcebible sin el bien de la sociedad, pues solo una sociedad rectamente ordenada hace viable la vida buena de los individuos. Ese concepto de vida buena es, valga la ocasión para recordarlo, clave en el pensamiento político de Aristóteles, el viejo Aristóteles a quien con familiaridad, pero con enorme admiración, solía referirme en mis cursos de Teoría Constitucional y de Filosofía del Derecho.

La moralidad, sea que se la mire desde la perspectiva individual o desde la comunitaria, se proyecta entonces sobre todos los aspectos de la vida humana, de suerte que ninguno escapa a ella.

No es un fenómeno adventicio, algo así como un adorno de individuos y colectividades, sino algo constitutivo de la existencia humana. Somos necesariamente sujetos morales, a punto tal que ha podido afirmarse, con sobra de razones, que cada individuo se define, en últimas, como resultado de aquello en que cree, aquello que valora, aquello que guía para bien o para mal su comportamiento.

Es cierto que la mentalidad dominante hoy en día se inclina por distintas vertientes a demeritar la realidad moral. El relativismo es, en efecto, un disolvente del orden moral en los individuos y las comunidades. Conlleva la idea de que hay parcelas morales, esto es, escenarios de la vida humana que están regidos por moralidades diferentes e incluso antitéticas, y hasta sectores en los que el orden moral debe excluirse.

Así, unos piensan, con Maquiavelo y sus seguidores, que la política y la moral van por caminos opuestos; otros afirman lo mismo acerca de las relaciones entre derecho y moral, o las de esta con la economía. Y el abandono o el demérito de la noción de buenas costumbres ha conducido a que se afirme a rajatabla que el orden moral no rige para las relaciones familiares y muchísimo menos para la vida sexual. O, si alguno rige, es el imperativo de la tolerancia y el respeto por el fuero íntimo de cada uno, así como por las libres decisiones (“Free Choice”) de adultos que solo tienen que responder ante sí mismos y no ante sus semejantes.

Esta perversión de la idea de moralidad hace posible que un sujeto que se cree que es ilustrado y ejerce enorme influencia sobre la sociedad, como lo es el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, diga con pasmoso simplismo que el aborto legal no implica una cuestión moral, sino un problema de salud pública, según puede leerse en “El Colombiano” de hoy, página 10.

Es poco probable que este tosco funcionario haya leído lo que escribió don José Ortega y Gasset en “Misión de la Universidad” sobre los bárbaros ilustrados.(Vid. http://www.esi2.us.es/~fabio/mision.pdf). De haberlo leído, tal vez matizaría más sensatamente sus declaraciones, pues, si bien es cierto que los problemas de salud pública entrañan discusiones morales a menudo muy complejas, el tema del aborto implica además consideraciones de fondo acerca de la inviolabilidad de la  vida humana que se consagra en el artículo  11 de la Constitución Política que el funcionario juró solemnemente respetar y defender, fuera de otras muchas cuestiones de no poca monta.

Viene a mi memoria lo que dijo premonitariamente Raymond Aron poco antes de su muerte en un serio reportaje que dio  para “L’Express”:"La civilización occidental marcha hacia su ruina: ya quiere aceptar el aborto".

Europa no se reproduce; los musulmanes, en cambio, son prolíficos y la están invadiendo de modo inevitable e inclemente (Vid. http://forosdelavirgen.org/98347/migracion-musulmana/).

viernes, 13 de noviembre de 2015

La libertad en peligro

 

En su célebre discurso de Gettysburg, que bien convendría que repasara Juan Manuel Santos, si es que alguna vez lo leyó, el presidente Lincoln definió la democracia como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. (Vid.http://amhistory.si.edu/docs/GettysburgAddress_spanish.pdf)

La definición es impactante, pero si se la examina cuidadosamente a la luz de las realidades, no deja de dar pie para algunas glosas.

En primer término, aunque según la etimología la democracia es, en efecto, el gobierno del pueblo, hay que convenir acto seguido en que el pueblo muy rara vez se gobierna a sí mismo, pues siempre dará lugar a que se establezca en su interior una distinción ineludible entre gobernantes y gobernados.

En rigor, cuando se habla de democracia se alude a cierto tipo de regímenes en los que los gobernantes derivan de diversas maneras la legitimidad de su poder del consenso de los gobernados. En su “Democracia y Totalitarismo”, Raymond Aron pone énfasis en que aquella se caracteriza por la apertura de las elites.(Vid.http://www7.uc.cl/icp/revista/pdf/rev61/ar1.pdf).

En segundo término, el pueblo no deja de ser un producto de la imaginación, digno de figurar en “El Libro de los seres imaginarios” que escribió Jorge Luis Borges con la colaboración de Margarita Guerrero (Vid. http://biblio3.url.edu.gt/Libros/borges/imaginarios.pdf).

Lo que hay en realidad son individuos humanos que se agrupan en colectivos muy diversos, y a la sumatoria de los que habitan en un territorio dado o guardan con el mismo nexos afectivos que hacen que lo consideren como su patria, es a lo que se denomina pueblo. Pero ello no quiere decir que exista algo como el “Volkgeist” o espíritu popular que el romanticismo alemán predicaba en el siglo XIX, ni como la famosa, irreal y totalitaria Voluntad General que Rousseau consideraba como titular de la soberanía.

Según lo recuerda también Aron, es a  Georg Simmel, entre otros, a quien se debe esta observación, la cual confiere sólido fundamento a la democracia pluralista.

Lo que asegura la configuración y la continuidad de un régimen político no es una voluntad popular, sino el acuerdo o el consenso de múltiples actores individuales y colectivos que no por ello renuncian a sus respectivas identidades para subsumirlas en alguna unidad de más alto rango. De hecho, la unidad estatal tiene que contar con los pareceres muy variados de las colectividades menores de muchas clases que se agrupan en su seno.(Vid.http://colegiodesociologosperu.org/nw/biblioteca/Cuestiones%20Fundamentales%20de%20Sociologia%20-%20Simmel.pdf).

Este dato fundamental debe retenerse para analizar y comprender la realidad colombiana, que es la de “una nación a pesar de sí misma” y “un país fragmentado y una sociedad dividida”, tal como lo han hecho ver los historiadores que mejor se han ocupado de explorar nuestro devenir. Para más detalles, remito al lector a mi artículo “Colombia Invertebrada”, que publiqué no hace mucho en este blog.

Pero aún centrando el concepto de democracia en la idea de pueblo, en la práctica se dan por lo menos tres versiones diferentes, a saber:

-La democracia como régimen en que gobiernan los que el pueblo elige.

-La democracia como régimen en que se gobierna como el pueblo quiere.

-La democracia como régimen en que se gobierna de acuerdo con lo que el pueblo necesita.

La primera versión apunta hacia los regímenes electivos. Pero el hecho de que haya elecciones no significa que los elegidos asuman compromisos nítidos con sus electores, a quienes aquellos no pocas veces manipulan, engañan y traicionan, tal como lo muestra de modo fehaciente la realidad colombiana actual.

La falta de compromiso responsable de los elegidos frente a los electores conduce a demeritar los regímenes meramente electivos y a proponer que, en aras de una democracia que sea real y no meramente formal, aquellos se apliquen a satisfacer las demandas populares tal como las mismas se ponen de manifiesto. Aparecen entonces los regímenes populistas, a los que hace referencia un artículo reciente del profesor Francisco Cortés Rodas cuya lectura recomiendo  (Vid.http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/la-crisis-de-la-izquierda-AJ3092233).

Ahí se menciona el caso paradigmático del populismo latinoamericano que lideró Juan Domingo Perón en Argentina.

La concepción comunista de la democracia está muy lejos del populismo. Su énfasis radica en lo que ellos consideran que son las necesidades fundamentales de los pueblos, que no siempre coinciden con lo que estos reclaman.

Quienes se apliquen a estudiar la dogmática comunista se encontrarán con los muy ardorosos debates que en su interior se han librado para identificar cuáles son esas necesidades y quiénes son los legitimados para interpretarlas y darles curso.

La respuesta a lo último suele ser la siguiente: la capa más consciente de las clases oprimidas y que, por ello, debe ir a la vanguardia de sus luchas emancipatorias. Esta consideración es lo que legitima la dictadura del proletariado o, simple y llanamente, la de quienes, como los Castro, se autoerigen como intérpretes calificadísimos de las necesidades objetivas de los oprimidos.

Frente a estas pretensiones se esgrimen unas consideraciones elementales, como la que señala que el más calificado para saber qué es lo que necesita es precisamente quien experimenta la necesidad, o la que hace ver que para resolver las necesidades comunitarias el punto de partida es permitirles a las personas que las expresen y deliberen sobre ellas libremente.

Colombia está ad portas de modificar sustancialmente el diseño institucional de su democracia. La meramente electiva está corrompida y desacreditada. Y lo que parece dejarse venir es el populismo del Foro de San Pablo o el totalitarismo mondo y lirondo que impera en Cuba. Ya somos muy pocos los que pensamos con el presidente Lincoln que merece lucharse para que “esta nación, bajo la ayuda de Dios, vea renacer la libertad”.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Como juega el gato maula con el mísero ratón

Esta  conocida figura de Celedonio Esteban Flores, el célebre “Negro Cele”, viene como anillo al dedo para ilustrar el grado de dominio que ejerce el narcoterrorismo de las Farc sobre Juan Manuel Santos, quien como Jefe de Estado supuestamente simboliza la unidad nacional y, al jurar el cumplimiento de la Constitución y de las leyes, está obligado a garantizar los derechos y las libertades de todos los colombianos, según lo dispone el artículo 188 de nuestra Constitución Política.

Ya nadie duda de que el proceso de diálogos con las Farc en La Habana no es otra cosa que una seguidilla de claudicaciones de quien dice representar la soberanía popular, frente a un puñado de criminales que las naciones civilizadas señalan como promotores de más de la mitad del tráfico de cocaína en el mundo y los califican como terroristas.

Circula una caricatura que lo dice todo, en la que aparece Santos abanicando en una playa cubana a alias Iván Márquez y preguntándole con obsecuencia de mesero si se le ofrece algo más.

Santos es, en definitiva, un pelele, un fantoche, un mísero ratón.

Sin embargo, como bien lo ha señalado Fernando Londoño Hoyos en “La Hora de la Verdad”, exhibe ínfulas de un Julio César o de un Napoleón que lo llevan a pedirle al Congreso, después de emascularlo, poderes dictatoriales que pretende legitimar por medio de un plebiscito, con el propósito de llevar a cabo, él solo, su proditorio empeño de someter a la férula de las Farc al pueblo cuyos derechos y libertades juró solemnemente defender.

El proyecto de acto legislativo que sobre el tema se discute hoy en el Congreso implica nada menos lo que en fallo histórico la Corte Constitucional ha llamado una iniciativa de subversión de la Constitución.

Léase bien: de acuerdo con jurisprudencia que en otros escritos de este blog he citado sobre el particular, el contenido de ese nefando proyecto no es una mera reforma de la Constitución vigente y ni siquiera entraña una nueva Constitución, sino que es la subversión del ordenamiento constitucional.

¿A quién se le ocurre que si el Congreso capitisdisminudo no reprueba por mayoría absoluta de sus miembros una iniciativa gubernamental, esta deberá entenderse aprobada por cualquier número de votos que se depositen en su favor?

¿Y a quién más puede ocurrírsele que a un gobernante tan desacreditado como Santos podrían otorgársele poderes plenos para dictar todos los estatutos que se requirieren para dar pleno efecto normativo a lo que se acordare con los narcoterroristas de las Farc en La Habana?

Todos los que la Corte Constitucional ha considerado que son los “elementos basilares” de nuestra institucionalidad política sufrirían severísima mengua  de aprobarse este esperpento.

Pero hay mucha más tela para cortar en este delicadísimo asunto.

Los promotores de la claudicación pretenden justificarla bajo el sagrado manto de la paz,  olvidando que todos estos desafueros no harán otra cosa que  favorecer a las Farc, no para instaurar un régimen de convivencia pacífica con las demás fuerzas políticas, sino en su proyecto final de tomarse del poder.

Se olvida, además, que lo que está en marcha suscitará la indignación de buena parte de la ciudadanía cuando esta se percate de lo que realmente ello significa, y que unos acuerdos con las Farc no garantizan en modo alguno la paz, dado que en el país obran hoy otros actores violentos cuya fuerza está creciendo de modo alarmante. Se trata de las tristemente célebres “Bacrim”, que agrupan a quienes viven del narcotráfico, los remanentes de las autodefensas y los integrantes de Farc-Eln reacios a las estipulaciones de La Habana.

¿Qué podría hacerse frente a estos fenómenos con una fuerza pública disminuida, desmoralizada y desprestigiada, y con un aparato judicial politizado y corrompido hasta la médula?

El grado de desinsititucionalización a que está llevando Santos al país, es alarmante en grado sumo. Y lo más grave es que se trata de una tendencia que ya parece irreversible.

En algún escrito anterior pregunté quién le pone el cascabel al gato para frenar y enderezar este proceso de disolución de nuestra Colombia. El asunto hay es más inquietante, pues ya de lo que se trata es de ponérselo a ese gato maula que son las Farc.

¡COLOMBIA, DESPIERTA ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE!

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Un Despliegue de Maldad

Recomiendo a mis lectores este excelente artículo de Francisco Cortés Rodas, Director del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, que publicó ayer “El Colombiano” bajo el título de “El Olvido de las Víctimas”:

http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/el-olvido-de-las-victimas-LI3028481

Ahí se hace hincapié en un elemento que es ineludible para que haya reconciliación entre nosotros los colombianos después de más de medio siglo de violencia guerrillera y que ha sido pasado por alto por el Gobierno y las Farc en los diálogos de La Habana: la reconstrucción de la base moral de la sociedad.

Sin que desconozca las injusticias de nuestra estructura social ni los abusos que los agentes estatales han cometido en su lucha por restaurar el orden público, todo lo cual es desde luego censurable del modo más severo, me parece que la mayor responsabilidad por lo que hemos sufrido en este largo y doloroso período de nuestra historia les incumbe a los promotores de la violencia guerrillera, tanto los que aún siguen alzados en armas, como los que fueron amnistiados hace años y hoy ocupan posiciones de privilegio en el escenario político.

Ellos son responsables de una auténtica guerra de agresión contra una democracia que es ciertamente imperfecta, pero es una de las más antiguas del mundo actual. En efecto, salvo algunas interrupciones, nuestro régimen constitucional tiene más de 190 años de vigencia. Y lo que las guerrillas comunistas pretenden es sustituirlo por un régimen totalitario y liberticida que siga el fracasado modelo cubano y la vergonzosa dictadura que hoy oprime a Venezuela.

Dizque para corregir la injusticia social y derrocar la oligarquía que según ellos nos explota inmisericordemente, los comunistas colombianos, fieles a la fementida moralidad revolucionaria que predica el marxismo-leninismo y a la consigna de la combinación de todas las formas de lucha, han incurrido en toda suerte de depredaciones que justifican en aras de su abominable proyecto político.

No los arredran el asesinato, las masacres, el reclutamiento forzado de niños, la inmisericorde explotación sexual,  el secuestro, los campos de concentración, las horrendas torturas infligidas a sus víctimas, la extorsión, la destrucción de fuentes lícitas de riqueza y de trabajo,  el menoscabo del patrimonio colectivo, los gravísimos atentados  contra la ecología, la participación en todos los momentos del pernicioso negocio de la droga, ni la comisión de delito alguno así sea de los que la conciencia jurídica de la civilización ha declarado como crímenes de lesa humanidad.

Cuando se escriba lealmente la historia de esta continuada agresión contra nuestro pueblo y sus instituciones, habrá que decir con las famosas palabras de Enrique Santos Discépolo en su “Cambalache”, que toda ella no es otra cosa que un ominoso despliegue de maldad.

Y es ante esa maldad que nos estamos doblegando los colombianos por obra de un gobernante amoral y falto de carácter a quien sigue una dirigencia no menos perversa.

Las Farc, por boca de sus más conspicuos voceros, han dicho a los cuatro vientos que no tienen nada de qué arrepentirse, porque si mostrasen arrepentimiento por lo que han hecho desconocerían su condición de guerrilleros.

Por consiguiente, no están en disposición de asumir responsabilidades jurídicas, políticas, morales ni metafísicas por los incontables y atroces daños causados a las comunidades y a millones de individuos que han sido víctimas de sus inicuos procederes.

“No pagaremos un solo día de cárcel”, exclaman de modo desafiante. Y, para darles gusto, los golillas de Santos ponen a funcionar su torpe imaginación en procura de urdir dizque las fórmulas jurídicas adecuadas para ponerle fin al conflicto.

Esto significa para ellos que las Farc gocen de impunidad y puedan dar tranquilas el salto hacia la conquista de un poder que se les ofrece en bandeja de plata.

Ponerle fin al conflicto quiere decir en el “neolenguaje” del santismo arrodillarse ante las Farc, ceder cobardemente ante sus exigencias, pavimentarles el camino para que nos impongan sus delirios revolucionarios, sin importar que con ello se le tuerza el pescuezo a nuestro ordenamiento institucional y hasta a la más elemental lógica jurídica.

Piénsese tan solo en esta perla: el delito político goza de trato favorable de acuerdo con el derecho penal en razón de la supuesta filantropía de sus fines. Y al considerarse los crímenes de lesa humanidad, los de guerra y el narcotráfico como conexos con los delitos políticos, se llega a la asombrosa conclusión de que ellos también merecen trato de favor porque se los ha cometido por filantropía.

¡Qué horror!  La que el mundo civilizado considera que es una de las organizaciones terroristas más ricas del orbe y quizás la responsable de más de la mitad del tráfico mundial de cocaína, resulta que hace narcoterrorismo en grande por razones humanitarias.

Citemos de nuevo al magistral Discépolo:"Qué falta de respeto y qué atropello a la razón".

COLOMBIA, DESPIERTA ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Temas que se quedaron dentro del tintero

En mi intervención del jueves pasado en la Universidad Católica de Oriente, a la que me referí en mi último escrito, toqué algunos temas adicionales que, en razón de la brevedad, omití mencionar en el mismo, que fue tan solo una síntesis apretada de lo que allá expuse.

El punto de partida de mi deshilvanado discurso fue la tesis del filósofo Searle, quien sostiene a pie juntillas que somos bestias biológicas y nada más que eso.

Según su modo de ver, la armadura conceptual que requerimos para entender el mundo y entendernos a nosotros mismos está en la teoría cuántica, en lo que a lo físico atañe, y en la de la evolución, en lo concerniente a nuestra condición de seres vivos. A partir de ahí, todo es explicable, si bien él mismo encuentra graves dificultades para dar razón de los fenómenos culturales, los cuales relega, según el uso corriente, al mundo de lo imaginario.

Parece ser más coherente la tesis de Popper, quien postula que vivimos en tres mundos: el Mundo I, que es el de los objetos exteriores a nuestra mente; el Mundo II, que es el de los procesos mentales; y el Mundo III,que es el de los productos de la mente, esto es, el de  los famosos Imaginarios.

(Vid.https://es.wikipedia.org/wiki/Doctrina_de_los_tres_mundos_de_Karl_Popper).

Uno y otro descreen de lo que podríamos llamar Mundo IV, el de lo suprasensible o los objetos metafísicos, que constituyen precisamente el tema de la mística y son materia de creencias muy arraigadas en la humanidad a todo lo largo y ancho de su ajetreada historia.

Alfred Verdross, en su excelente “Filosofía del Derecho del Mundo Occidental”, enseña que nuestro pensamiento jurídico y moral parte de la base de lo que los antiguos griegos, especialmente Hesíodo,  postularon acerca de que la existencia del hombre no se rige por las leyes de la naturaleza, que privilegian la fuerza, sino por otras que se fundan en el principio de la justicia. Habitamos, desde luego, en el mundo natural que hoy se esmeran en explicar las teorías físicas y las biológicas, pero el mundo específicamente humano es otro, el de lo justo, lo bueno, lo santo.

Recordé en mi exposición el célebre pasaje en que Kant manifiesta que hay dos hechos que conmueven su mente: el orden maravilloso de la naturaleza que exhibe el cielo estrellado (ahí le rinde homenaje a Newton) y la presencia de la ley moral en el interior del hombre. Ahí contrapone la ley natural, que es determinista, inexorable y, por así decirlo, ciega, y la ley moral, que rige racionalmente el comportamiento libre del ser humano.

La idea de que habitamos en medio de dos mundos está nítidamente expuesta en los pensamientos de Pascal, quien dice que el hombre no es ángel ni bestia, pero puede ascender a la condición excelsa de aquel o caer en los abismos de la segunda.

La idea de los dos mundos también se desarrolla en los escritos de un pensador más reciente, Martin Buber. Y ella nos conduce al examen de un dato antropológico que Fray Dwight Longenecker considera al principio de su exposición sobre la fe católica a la que se convirtió desde el anglicanismo en 1995. Según su planteamiento, la existencia humana oscila entre dos polos: el de la luz y el de la oscuridad.(Vid.http://whyimcatholic.com/index.php/conversion-stories/anglican/136-anglican-convert-fr-dwight-longenecker).

Esta idea está en el núcleo del Evangelio de San Juan. Su Prólogo se recitaba al final de la misa, pero el nuevo orden litúrgico decidió prescindir de él, para pesar de Graham Greene, según lo cuenta el P. Leopoldo Durán en el libro sobre sus conversaciones sobre el célebre novelista, también convertido al catolicismo como Fr. Longenecker.

La idea formula  entonces no solo la distinción entre el mundo de la Luz y el de las Tinieblas, sino la confrontación de ambos, que para no pocos, como por ejemplo San Agustín, suministra la clave de la explicación de la historia del hombre. De hecho, cada biografía humana puede considerarse al tenor de esta dialéctica, la del ascenso hacia lo luminoso y el descensus ad inferos.

El relativismo moral que hoy predomina niega que haya verdades admisibles acerca de lo luminoso y lo tenebroso, es decir, del bien, que es plenitud de vida, y del mal, que es su frustración y su aniquilación. Niega, por consiguiente, que podamos formular enunciados verdaderos acerca del sentido último de la existencia humana, la cual, según se cree, transcurre en medio de una absoluta aleatoriedad, sin rumbo fijo ni propósito  plausible. A la racionalidad del mundo natural, que es presupuesto ineludible de la tarea científica, se contrapone el absurdo de la existencia humana que plantea, por ejemplo, Sartre en sus escritos (“El hombre es una pasión inútil”).

El pensamiento místico abre ventanas o, mejor, senderos de esperanza hacia una vida que no solo es mejor, sino plena de armonía, de paz, de amor y, en suma, de beatitud.

"La única verdadera tristeza es no ser santos", escribió León Bloy.

A propósito de ello, yo había leído en alguna parte que este pensamiento era de Charles Péguy, pero en un acto de corrección fraterna el P. Hernando Uribe Carvajal me sacó del error. Vaya en su homenaje esta referencia a su preciosísimo artículo de antier para El Colombiano acerca de la santidad: http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/la-santidad-EG3008655

En mi disertación le propuse al auditorio un ejercicio. Pensemos, dije, en lo que sucedería si todos nos convenciéramos de que vivimos en una sola dimensión, un solo escenario, el que nos propone Searle para quien solo somos bestias biológicas movidas por el valor de lo útil. ¿Qué ocurriría entonces en las familias, en las comunidades, en el ámbito global y, por supuesto, en la vida de cada uno de nosotros?

Si rezamos a conciencia el Padrenuestro, al pedir “Venga a nosotros tu Reino” rogamos por un mundo mejor, diferente del que nos rodea, que no está muy lejos del que con sombríos tintes describe Hobbes al hablar de que "la vida en el estado de naturaleza "solitaria, pobre, asquerosa, bruta y corta" (Leviatán,Capítulos XIII–XIV).

Pero ese mundo mejor depende de nuestra conversión personal, pues, como lo anuncia el Evangelio, “El Reino de Dios ya está entre vosotros”(Lc  17, 20). No viene de fuera, no lo impone la autoridad del Estado ni ningún otro poder humano, sino nuestro impulso hacia lo alto auxiliado por la gracia.

Cité a propósito un pensamiento esclarecedor y rotundo de Paul Ricoeur, según el cual toda civilización surge precisamente del impulso hacia lo alto, sin el cual no asciende ni se sostiene. De ahí que todas se funden en creencias religiosas. Si estas decaen, las civilizaciones perecen.

Es lo que estamos presenciando. La gente se alarma porque tenemos gobernantes amorales, corrompidos y corruptores, mentirosos, traidores, codiciosos, preocupados por su provecho personal y desentendidos de la suerte de las comunidades.

¿Por qué sucede todo eso? Simple y llanamente, porque vivimos indiferentes a la Ley de Dios, a espaldas de ella e incluso en contra suya.