viernes, 13 de noviembre de 2015

La libertad en peligro

 

En su célebre discurso de Gettysburg, que bien convendría que repasara Juan Manuel Santos, si es que alguna vez lo leyó, el presidente Lincoln definió la democracia como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. (Vid.http://amhistory.si.edu/docs/GettysburgAddress_spanish.pdf)

La definición es impactante, pero si se la examina cuidadosamente a la luz de las realidades, no deja de dar pie para algunas glosas.

En primer término, aunque según la etimología la democracia es, en efecto, el gobierno del pueblo, hay que convenir acto seguido en que el pueblo muy rara vez se gobierna a sí mismo, pues siempre dará lugar a que se establezca en su interior una distinción ineludible entre gobernantes y gobernados.

En rigor, cuando se habla de democracia se alude a cierto tipo de regímenes en los que los gobernantes derivan de diversas maneras la legitimidad de su poder del consenso de los gobernados. En su “Democracia y Totalitarismo”, Raymond Aron pone énfasis en que aquella se caracteriza por la apertura de las elites.(Vid.http://www7.uc.cl/icp/revista/pdf/rev61/ar1.pdf).

En segundo término, el pueblo no deja de ser un producto de la imaginación, digno de figurar en “El Libro de los seres imaginarios” que escribió Jorge Luis Borges con la colaboración de Margarita Guerrero (Vid. http://biblio3.url.edu.gt/Libros/borges/imaginarios.pdf).

Lo que hay en realidad son individuos humanos que se agrupan en colectivos muy diversos, y a la sumatoria de los que habitan en un territorio dado o guardan con el mismo nexos afectivos que hacen que lo consideren como su patria, es a lo que se denomina pueblo. Pero ello no quiere decir que exista algo como el “Volkgeist” o espíritu popular que el romanticismo alemán predicaba en el siglo XIX, ni como la famosa, irreal y totalitaria Voluntad General que Rousseau consideraba como titular de la soberanía.

Según lo recuerda también Aron, es a  Georg Simmel, entre otros, a quien se debe esta observación, la cual confiere sólido fundamento a la democracia pluralista.

Lo que asegura la configuración y la continuidad de un régimen político no es una voluntad popular, sino el acuerdo o el consenso de múltiples actores individuales y colectivos que no por ello renuncian a sus respectivas identidades para subsumirlas en alguna unidad de más alto rango. De hecho, la unidad estatal tiene que contar con los pareceres muy variados de las colectividades menores de muchas clases que se agrupan en su seno.(Vid.http://colegiodesociologosperu.org/nw/biblioteca/Cuestiones%20Fundamentales%20de%20Sociologia%20-%20Simmel.pdf).

Este dato fundamental debe retenerse para analizar y comprender la realidad colombiana, que es la de “una nación a pesar de sí misma” y “un país fragmentado y una sociedad dividida”, tal como lo han hecho ver los historiadores que mejor se han ocupado de explorar nuestro devenir. Para más detalles, remito al lector a mi artículo “Colombia Invertebrada”, que publiqué no hace mucho en este blog.

Pero aún centrando el concepto de democracia en la idea de pueblo, en la práctica se dan por lo menos tres versiones diferentes, a saber:

-La democracia como régimen en que gobiernan los que el pueblo elige.

-La democracia como régimen en que se gobierna como el pueblo quiere.

-La democracia como régimen en que se gobierna de acuerdo con lo que el pueblo necesita.

La primera versión apunta hacia los regímenes electivos. Pero el hecho de que haya elecciones no significa que los elegidos asuman compromisos nítidos con sus electores, a quienes aquellos no pocas veces manipulan, engañan y traicionan, tal como lo muestra de modo fehaciente la realidad colombiana actual.

La falta de compromiso responsable de los elegidos frente a los electores conduce a demeritar los regímenes meramente electivos y a proponer que, en aras de una democracia que sea real y no meramente formal, aquellos se apliquen a satisfacer las demandas populares tal como las mismas se ponen de manifiesto. Aparecen entonces los regímenes populistas, a los que hace referencia un artículo reciente del profesor Francisco Cortés Rodas cuya lectura recomiendo  (Vid.http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/la-crisis-de-la-izquierda-AJ3092233).

Ahí se menciona el caso paradigmático del populismo latinoamericano que lideró Juan Domingo Perón en Argentina.

La concepción comunista de la democracia está muy lejos del populismo. Su énfasis radica en lo que ellos consideran que son las necesidades fundamentales de los pueblos, que no siempre coinciden con lo que estos reclaman.

Quienes se apliquen a estudiar la dogmática comunista se encontrarán con los muy ardorosos debates que en su interior se han librado para identificar cuáles son esas necesidades y quiénes son los legitimados para interpretarlas y darles curso.

La respuesta a lo último suele ser la siguiente: la capa más consciente de las clases oprimidas y que, por ello, debe ir a la vanguardia de sus luchas emancipatorias. Esta consideración es lo que legitima la dictadura del proletariado o, simple y llanamente, la de quienes, como los Castro, se autoerigen como intérpretes calificadísimos de las necesidades objetivas de los oprimidos.

Frente a estas pretensiones se esgrimen unas consideraciones elementales, como la que señala que el más calificado para saber qué es lo que necesita es precisamente quien experimenta la necesidad, o la que hace ver que para resolver las necesidades comunitarias el punto de partida es permitirles a las personas que las expresen y deliberen sobre ellas libremente.

Colombia está ad portas de modificar sustancialmente el diseño institucional de su democracia. La meramente electiva está corrompida y desacreditada. Y lo que parece dejarse venir es el populismo del Foro de San Pablo o el totalitarismo mondo y lirondo que impera en Cuba. Ya somos muy pocos los que pensamos con el presidente Lincoln que merece lucharse para que “esta nación, bajo la ayuda de Dios, vea renacer la libertad”.

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