Cortigiani, vil razza dannata
Viene a mi memoria lo difícil que era presentarse como liberal en la universidad pública cuando hice mis estudios de Derecho en la primera mitad de la década del sesenta en el siglo pasado. Y si a ello se agregaban la condición de católico practicante y la pertenencia a una familia por ese entonces distinguida, la discriminación que se sufría, vecina del matoneo de que ahora se tanto se habla, se acentuaba aún más.
Recuerdo que muchos de mis compañeros, más o menos influenciados por los dogmas del marxismo-leninismo, consideraban anatema la defensa del sistema de libertades y los procedimientos democráticos consagrados en la Constitución, pues sostenían que eran meramente formales e irreales. Y, por supuesto, les resultaba intolerable apoyar la economía de mercado, que para ellos era la fuente de todos los males de la sociedad.
Eran los años iniciales de la Revolución Cubana, que para ellos representaba la ilusión de una sociedad verdaderamente libre y justa, en la cual podrían lograrse las esperanzas de una patria soberana, una democracia verdaderamente actuante, un progreso social nítido en todos los órdenes, acompañado de mejorías sustanciales en la calidad de vida de toda la población y la garantía de libertades reales para todos en el seno de una sociedad igualitaria.
No pocos de mis compañeros despreciaban la Constitución como un texto obsoleto y oligárquico. Alguno llegó a decirme que al pueblo no le interesaban las libertades, sino el pan. Y cuando uno replicaba censurando la violencia castrista, la respuesta que se dejaba venir era justificativa de la misma. Sus ideales legitimaban, según su parecer, todos los atropellos: el paredón, el encarcelamiento de los opositores, la privación de todo derecho de defensa, la eliminación de la libertad de opinar, la desaparición de los derechos políticos, el exilio forzado, etc.
Traigo esto a cuento porque desde aquella época en el sistema educativo, tanto el público como después el privado, se impuso una visión en extremo sesgada hacia la izquierda de la sociedad y, por ende, de la política y la economía.
Al tenor de esa visión, se consideraba, y se sigue considerando todavía, que la sociedad justa es la socialista y que la sociedad liberal adolece de un severo déficit estimativo por las desigualdades que inevitablemente suscita. El rechazo moral a la misma ha justificado a los ojos de unos la acción violenta de los movimientos subversivos. Otros no apoyan la respuesta armada, pero ven con simpatía sus propósitos y experimentan desgano frente a la institucionalidad demoliberal y el régimen de libre empresa.
Muchos de los que así piensan hacen parte de hecho de una dañina secta, la de los “mamertos”, que se ha enquistado en distintos escenarios de la colectividad, incluso en los más influyentes, tales como las instituciones educativas, las judiciales, la burocracia administrativa, los cuerpos colegiados de elección popular, los partidos políticos, la prensa, la elite empresarial o la jerarquía eclesiástica.
Esa secta configura en el fondo una quinta columna dentro del Estado y las demás instituciones, que enerva su defensa frente a los embates de una subversión con la que a la hora de la verdad se siente identificada en cuanto a sus propósitos, cuando no en sus procedimientos.
Hace algunos meses circuló un documento atribuido a las Farc en el que su Secretariado les comunicaba a sus frentes que se iniciarían negociaciones con el gobierno de Juan Manuel Santos, pues este les había hecho saber que coincidía con sus diagnósticos sobre la sociedad colombiana, aunque sin compartir sus procedimientos violentos. Santos sería entonces uno de los capos de esa secta de los “mamertos” y por eso no serían extrañas las claudicaciones en que ha incurrido en su trato con los negociadores de tan perversa organización criminal.
En su “Plaidoyer pour l’Europe décadente” señalaba Raymond Aron que uno de los factores de debilidad de los países de Europa occidental, sobre todo Francia, frente a las amenazas de la Europa del este, radicaba en el “sinistrismo” de la intelectualidad, que disculpaba los excesos en que incurrían los regímenes de izquierda y censuraba con acritud los mismos excesos si provenían de la derecha.(Vid.http://rogergaraudy.blogspot.com.co/2010/12/leurope-vue-par-le-lannou-aron-et.html).
Colombia es víctima de ese mismo “sinistrismo”, que al decir del procurador Ordóñez “llora por un solo ojo”.
Dan ganas de lanzarles a esos “mamertos” la injuriosa imprecación de Rigoletto a los cortesanos:”Vil razza dannata”.
Es, en efecto, enorme el daño que hacen. Por obra suya, caeremos en el despeñadero del populismo, cuando no del comunismo.
Solo recuerdo de mi parte en aquellas calendas ataques contra "la bota yanqui" e infinidad de cosas de suyo alusivas, al tiempo sembrando en el ambiente aquella corriente comunista como la salida al sometimiento y a la injusticia social que se pregonaba, que, como se concluye en la actualidad no es ni lo uno ni lo otro. El altruismo enarbolado se quedo en verso, al igual que el sofisma de la igualdad social ya que la pobreza no se elimina volviendo a todos pobres con excepción de ellos. Si Colombia fuese mayoritariamente de esa corriente, sin duda, ya hubiesen llegado al poder, pero no ha sido así; por tal razón aquel "mamerto" mayor se confabuló para entregarles el poder traicionando el mandato popular que no era ese propiamente.
ResponderEliminarCreo que la oportunidad de Colombia de no caer en el populismo corrupto de la actual Venezuela ni en el comunismo de Cuba es grande, pero no hay que dilapidar esa oportunidad. Antes del gobierno de la seguridad democrática reinaba la ley del más fuerte, del garrote, entre los extremos de la izquierda y la derecha, y el Estado era un rey de burlas para los dos bandos. La seguridad democrática cortó de tajo, no la violencia misma, sino la posibilidad de que por la violencia se imponga alguno de los bandos sobre el otro y sobre la sociedad entera.
ResponderEliminarSantos y las Farc sabían muy bien que la violencia ya no era viable ni para unos ni para otros. Santos y la burocracia que lo acompaña representan (o son) la corrupción, “el régimen”, y las Farc representan el comunismo ortodoxo, dogmático, mas no la corrupción. El sueño de Santos es Venezuela, es decir, el populismo, que es el extremo de la corrupción, donde los poderes del Estado y los partidos políticos actúan al unísono, en consenso, en lugar de actuar con independencia entre unas y otras y controlándose entre sí. En contraste, el sueño de las Farc no es Venezuela, sino Cuba, es decir, el control absoluto de la sociedad para imponer el comunismo.
Lo que quiere Santos es corromper a las Farc haciéndolas parte de la burocracia glotona que lo rodea, y así reinar y saquear la sociedad sin contrapeso alguno que lo limite. Las Farc lo saben muy bien, pero guardan la esperanza de que el pacto con Santos les dé una oportunidad de llevar el país al comunismo.
Sin embargo, la inmensa mayoría de la sociedad detesta tanto “el régimen”, porque es la corrupción en sí misma, y el comunismo, que es un proyecto político imposible porque nunca sale de la dictadura o tiranía. Entonces, solo hace falta liderar a las mayorías, para no caer ni en el populismo ni en el comunismo. ¡Bienvenidos los estrategas, para esta interesante lucha!
¡Excelente artículo!
ResponderEliminarDefinitivamente, lo peor que le ha sucedido a Colombia en toda su historia se llama Juan Manuel Santos Calderón ,unido a su perverso hermanito Enrique...Esos son los siniestros sobrinos de EL TÍO.
Saludos,
Juanfer