domingo, 19 de febrero de 2012

“Pero vino un viento malo, soplando, soplando…”

Hace días que no escribo sobre la política colombiana, salvedad hecha de algunos textos sobre la situación de la justicia, escritos para dejar constancia de una intervención en Televida, otra ante la SAI y una más ante el Congreso de Juristas Católicos que se celebró en Bogotá en esta semana.

El motivo de mi desgano para opinar sobre un tema al que desafortunadamente he dedicado muchas horas de mi vida, estriba en que es mucho lo que hay para censurar y poco lo que amerita elogiarse en lo que ha venido sucediendo en el último año y medio, desde que se posesionó Juan Manuel Santos de la Presidencia de la República.

El escepticismo se va apoderando de uno cuando advierte que las cosas van por mal camino y nada puede hacer para impedirlo. Lo único que le resta es dejar constancias para futura memoria y compartirlas con los pocos amigos que por simpatía o mera curiosidad se animan a leer estos escritos.

Mis opiniones sobre Santos y lo que probablemente se seguiría de las orientaciones que de entrada le imprimió a su gestión, quedaron expuestas en algunos artículos que publiqué en este blog a propósito de la campaña presidencial, su triunfo en las elecciones y el inicio de su administración, en los que puse de presente la posibilidad de su ruptura con el uribismo y la pérdida de apoyo por parte de las gentes sencillas que poco entienden de las volteretas de los políticos.

Esa ruptura es ya un hecho inocultable y quizás insuperable, como también lo es el descrédito que Santos está sufriendo en sectores de opinión que se sienten defraudados porque piensan que votaron por unas tesis y se está gobernando al país con otras. Basta con abrir Twitter para darse cuenta de la polarización que se está produciendo entre uribistas y santistas, que llega a veces a extremos de animosidad que nada bueno presagian.

Enrique Santos Calderón piensa, según dijo en un reportaje reciente, que se trata de la vieja confrontación entre la derecha, representada por Uribe y sus seguidores, y el centro-izquierda que aspira a liderar Santos. Según el ex-director de El Tiempo, ve a Uribe liderando una “hirsuta” oposición a Santos y a éste reviviendo el viejo Partido Liberal, lo que, creo yo, equivaldría a volver a la dialéctica de rojos y azules.

Las anteojeras ideológicas no suministran elementos de juicio adecuados para interpretar situaciones tan complejas como las colombianas, en las que entran en juego ingredientes muy variados y difíciles de captar en sus precisas dimensiones. En principio, son bastante simplistas y es más lo que desorientan que lo que ayudan a comprender los hechos.

Resulta preferible, a mi juicio, examinar los factores de división atendiendo a los múltiples aspectos que se ponen de manifiesto en lo que está sucediendo. Y, desde esta perspectiva, más allá de los rótulos adocenados que dicen mucho y no dicen nada, conviene concentrar la mirada en asuntos de poder mondo y lirondo.

Lo advertí en su momento: Santos llegó a la sombra de Uribe, pero pretende ocupar su propio puesto en la historia y, si se quiere, opacar al que le dio una oportunidad única y feliz, como dijera don José Acevedo y Gómez en la célebre jornada del 20 de julio de 1810. Por supuesto que habría preferido no entrar en conflictos con su antecesor, pero de ninguna manera quería quedar sometido a una especie de tutela incompatible con la dignidad de su cargo.

Cabe conjeturar, por otra parte, que tampoco a Uribe le habría gustado quedar como titular de un poder en la sombra, lo que no guarda coherencia con su personalidad ni con sus convicciones. De no haberse presentado ciertas circunstancias, probablemente se habría alejado del país por un tiempo prudencial, con la esperanza de que los “tres huevitos de la gallina doña Rumbo” quedasen a buen recaudo.

El asunto de fondo toca precisamente con esas ciertas circunstancias, unas de ellas propiciadas por el mismo Santos, tal vez por impericia, y otras  seguramente ajenas a sus propósitos.

En su ánimo de no heredar lo que consideraba las  peleas de Uribe y hacer, como se dice, “borrón y cuenta nueva”, Santos dio de entrada varios giros que, desde luego, podían suscitar molestias de parte de aquél y su entorno de colaboradores.

No lo hizo con elegancia ni con buen criterio, y tarde o temprano pagará por ello. Tiene un grupo de  “nuevos mejores amigos”, como Chávez y Correa, los liberales, Vargas Lleras, Juan Camilo Restrepo, la prensa capitalina, Pastrana y, según  sus detractores, la oligarquía santafereña que se cree que estaba molesta con los intrusos antioqueños, tal como sucedió hace un siglo y  algo más de siglo y medio, con sucesivas oleadas de inmigrantes que viajaron de las breñas de Antioquia para asentarse en el altiplano cundi-boyacense.

Esos “nuevos mejores amigos” cierran filas en torno de Santos y hacen todo lo posible para ahuyentar a los amigos de Uribe que no hicieron a tiempo la transición hacia el nuevo monarca. Como lo dije en su oportunidad, la “Unidad Nacional” parece haberse gestado para que en ella cupieran todos, menos los uribistas.

Hasta aquí tenemos un problema de poder y no de confrontación ideológica ni programática, pues en ninguna parte el santismo ha abjurado de los tres principios claves que formuló Uribe y se comprometió Santos a mantener: la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social.

Lo que se ha visto, como decía López Michelsen, son las nuevas caras en los carros oficiales, tal como resultaba previsible, pero no los cambios programáticos que el “Lambicolor” del régimen, la revista “Semana”, anuncia como un giro hacia el centro-izquierda al estilo del que dio en su época Carlos Lleras Restrepo.

El mal manejo de la situación con Uribe bien podría haberse superado mediante los procedimientos protocolarios, tales como alguna reunión, las declaraciones de amistad, los nombramientos que ofrecieran satisfacción, etc., si otras circunstancias no se le hubieran salido de las manos a Santos.

Señalo en primer término la andanada mediática de la prensa capitalina contra Uribe y sus colaboradores.

Dadas las relaciones de Santos con lo que Alberto Zalamea llamaba hace medio siglo la "Gran Prensa”, ahora enriquecida con la radio y la televisión, los uribistas no creen que aquél sea ajeno a esa insidiosa campaña de difamación que pretende presentar a Uribe como el capo de una empresa criminal con múltiples ramificaciones.

Puede ser que, en efecto, esa empresa mediática esté por fuera de su control, pero el daño ya esta hecho.

Unida a la acción de los medios y quizás en sintonía con ella, se ha dado la de la Corte Suprema de Justicia y la de la Fiscalía en contra de conspicuos colaboradores de Uribe, como Arias, Aranguren, Gutiérrez, Palacio y ahora Restrepo, fuera de otros no tan significativos o con más indicios comprometedores, como es el caso de Noguera.

No entraré en el análisis de cada uno de ellos. Me limitaré a señalar que todos se han desarrollado dentro del contexto de la confrontación entre el gobierno de Uribe y la Corte Suprema de Justicia, así como de la titularidad del cargo de Fiscal General de la Nación por parte de Viviane Morales.

Hago memoria y no encuentro en la historia de Colombia algo similar a dicha confrontación entre el Poder Ejecutivo y el Judicial, sobre la que debería escribirse algo así como un Libro Blanco, Negro o como se quiera, que dejase constancia de cómo se inició y se fue desarrollando, así como de sus perniciosos efectos institucionales. Lo cierto es que con ella perdió el ex presidente Uribe, pero también se deterioró  la Corte, cuya imparcialidad quedó inevitablemente en tela de juicio en lo que a las medidas contra los funcionarios del anterior gobierno respecta.

Escribí en Twitter que los debates en torno de Viviane Morales la enlodan a ella, pero también a la Corte Suprema de Justicia, que la eligió, y a Santos, que la propuso. Uribe ha dicho algo supremamente grave, a saber: que esa elección fue fruto de una componenda política enderezada en su contra. Y el modo como la Fiscal ha manejado los casos de Arias y de Restrepo parece darle la razón.

Si me ha parecido inconcebible que Uribe llevara la pugna con la Corte hasta el extremo de querellar por calumnia a su entonces presidente, el hoy ex magistrado Valencia Copete, por unas muy desafortunadas declaraciones que éste dio a la prensa sobre el caso de Mario Uribe, igual desconcierto me ha producido que Santos ternara para la Fiscalía a una activista del samperismo, estrechamente ligada al funesto Gómez Méndez, y que la Corte, habiendo dos excelentes candidatos como Esguerra y Arrieta, la hubiera elegido, además irreglamentariamente, según da cuenta un documento estremecedor: el acta de elección de la Fiscal.

Lo que mal empieza, mal acaba. Ese error le costará caro, dado que el país no entiende cómo el segundo cargo en orden de poder en todo el esquema institucional pueda estar ocupado por una persona tan cuestionada por sus antecedentes y el entorno que la rodea.

No supongo que detrás de las decisiones de la Fiscal estén Santos ni su ministro Esguerra, que es todo un señor y un jurista de aquilatadas virtudes.

Uribe duda, sin embargo, de Vargas Lleras, con cuyo concurso debió de postulársela. Y Restrepo, justamente dolido, ha proclamado a los cuatro vientos que tras la inaudita imputación de cargos en contra suya está la fina mano del Presidente.

Hago memoria sobre estos hechos y tampoco encuentro antecedentes de tamaña gravedad, salvo que nos remontemos al conflicto de Mosquera con los radicales en 1867 o al de Bolívar y Santander en 1828.

Pues bien, Santos heredó de Uribe una fuerte coalición que él quiso vigorizar con nuevos elementos provenientes de los partidos Liberal y Conservador.

Ya se ve claro que esa coalición quedará dependiendo principalmente de las cuotas burocráticas, pues no hay identidad de propósitos entre sus integrantes que pueda consolidarla. En efecto, el Partido de la U no tiene futuro; al Partido Conservador no le resulta halagüeño colaborar en la resurrección de su rival histórico; y el Partido Liberal ya no tiene el poder de convocatoria de ahora tiempos.

En el próximo mes de agosto, se cumplirán dos años de la actual administración, lo que significa que a partir de ese momento, como se dice coloquialmente entre nosotros, comenzará a tener el sol sobre sus espaldas.

Dudo mucho que Santos conserve un prestigio suficiente para aspirar a que se lo reelija, a menos que opte por un populismo desenfrenado, cosa que ha sido tradicionalmente imposible en Colombia, habida consideración de nuestras  dificultades financieras crónicas.

Se sigue de ahí  que a mediados de este año se irán poniendo de manifiesto otras aspiraciones presidenciales, dentro de un clima de división que nada positivo presagia.

No creo que Uribe, con el descrédito a que lo han sometido sus enemigos, esté en capacidad de imponer un candidato con fuerza para triunfar en una primera vuelta. Pero tampoco lo están el propio Santos, ni Vargas Lleras, ni Angelino Garzón, ni Pardo, ni cualquiera otro que aspire a continuar la obra de gobierno del primero. Y como dudo que entre Santos y Uribe haya posibilidades de acuerdo, lo más probable es que el proceso electoral para el que apenas faltan ya dos años tenga un desenlace del todo inesperado.

Los errores de conducción política en que ha incurrido Santos están arrojando al país a un salto al vacío. Ya ha dividido a la clase dirigente y desconcertado a vastos segmentos de opinión que no entienden, como lo escribió su primo Francisco Santos, por qué ha dilapidado de tan mala manera la herencia que recibió de su antecesor. Vino hace poco a Medellín y lo recibieron con frialdad. No falta mucho para que le toque sufrir una silbatina, sobre todo si continúa deteriorándose el orden público debido a su falta de liderazgo y la desmotivación de las fuerzas armadas.

La izquierda que se tomó el Poder Judicial y la Alcaldía de Bogotá bien podría dar una sorpresa, metiéndose por el camino del medio entre uribistas y santistas. Ya veo a Santos diciéndoles a sus amigos  algo similar a  lo que exclamó Bolívar  ante la ruina de su poder : “No habernos compuesto con Uribe nos ha perdido a todos”.

Otrosí:

Comenta un “trinador” que leyó estas notas,  que en Twitter no hay santistas. Y creo que tiene razón. La algazara se da más bien entre uribistas y anti-uribistas, pero a nadie he visto que defienda a Santos en ese medio.

Por otra parte, un destacado dirigente empresarial de Antioquia, cuando le expliqué el sentido de mi artículo, replicó que la impresión que se tiene es que, como Santos sabe que no podría aspirar a la reelección si Uribe conservase su ascendiente en la opinión pública, lo que quiere es liquidarlo rápidamente, pera que cuando llegue el momento ya no lo necesite ni pueda oponérsele.

Me parece una hipótesis atroz y me niego a creerla. Sin embargo, dije para mis adentros: Si de uno se cree algo así, es porque ha suscitado la peor de las impresiones.

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Estoy completamente de acuerdo con lo palnteado por el Doctor Jesús Vallejo Mejía. Pero creo que Santos aún no se da cuenta del problema creado a raíz de sus acciones hostiles hacia el uribismo; parece que él piensa que lo que él está haciendo es perfecto o cercano a la perfección. A Uribe, en cambio, no le han dejado otra alternativa que la de defenderse, por los ataques a él y a su obra de gobierno. Yo lamento mucho que todo el legado de Uribe se esté dilapidando por la inexperiencia o la falta de talento de Santos.

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  2. Magistral escrito, imparcial y justo al momento que estamos viviendo en Colombia. Gracias por compartir sus ideas Dr. Jesús Vallejo Mejía.
    Saludos
    Colombiano en Chile.

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