La Hora de la Verdad inició hoy la serie de grandes reportajes de fin de año con unas valerosas y muy sesudas declaraciones de la senadora Paloma Valencia que pueden consultarse en http://www.lahoradelaverdad.com.co/hace-noticia/grandes-reportajes-con-paloma-valencia-senadora-del-centro-democratico.html
Ahí se pasó revista a los temas de fondo que deberían ocupar la atención de la gente pensante en Colombia hoy por hoy. Remito a lo que ella conversó con Fernando Londoño Hoyos, que no tiene pierde, como coloquialmente se dice. Sin perjuicio de recomendarles a los lectores que entren al sitio indicado para enterarse de todo lo que se dijo en la entrevista, centraré la atención, en aras de la brevedad, en algunos de sus tópicos.
Pienso que el trasfondo del reportaje constituye una crítica frontal a la desinstitucionalización del Estado en que están empeñados el presidente Santos y su fementida Mesa de Unidad Nacional. De ese modo, ellos les están suministrando a las Farc y sus conmilitones las enseñanzas más elocuentes acerca de cómo distorsionar el ejercicio del poder público y el funcionamiento de las instituciones para el no improbable evento de que lleguen en un futuro nada remoto a hacerse al gobierno de Colombia.
Lo primero que debe considerarse es lo que en plata blanca y sin rodeos constituye la traición de Santos y los congresistas de la U, salvo contadísimas excepciones, a los compromisos que asumieron con el electorado en 201O.
Este es un asunto de hondas implicaciones políticas y morales sobre el que los responsables de la suerte del país no han reflexionado lo suficiente. Engañar a la gente y jactarse de ello, dando explicaciones especiosas para tratar de convencerla de la necesidad del giro por el que se optó en la conducción de los negocios públicos, mina a no dudarlo los fundamentos éticos de la autoridad y hace que los gobernados le pierdan el respeto, tal como lo muestran de modo reiterado las últimas encuestas. Estas reflejan la gravísima crisis de confianza ciudadana en casi todas las instituciones.
La senadora Valencia se extiende en la exposición de los vanos argumentos que aducen los congresistas de la Mesa de Unidad Nacional para sustentar sus posiciones. Esa exposición lo deja a uno pensando bien sea en la mala fe de ellos, ora en la superficialidad y el oportunismo de sus concepciones políticas. Trátese de lo uno o de lo otro, queda la sensación de que asistimos a una deplorable crisis tanto conceptual como moral en el seno de la dirigencia política colombiana. Como ha acontecido con tantas otras sociedades que en un momento dado han sufrido terribles conmociones, la miopía o el estrabismo de nuestros dirigentes, que no les permite tener visión sino de lo inmediato y muchas veces distorsionada, amenaza con llevarnos al borde de un tenebroso precipicio.
En las reflexiones sobre su experiencia como congresista hace ver aspectos de extremada gravedad.
Por una parte, los atropellos de que es víctima la bancada opositora por parte de quienes controlan las cámaras legislativas. Si el modelo de democracia que afirmamos haber adoptado en nuestra flamante Constitución se funda en la idea de que el de la oposición es necesario para el buen gobierno y por ello debe rodeárselo de garantías eficaces, la forma como actúa la Mesa de Unidad Nacional la contradice flagrantemente. Su política parece seguir la consigna del montonero de una milonga que ejecutaba el gran Pichuco acompañando a su cantor Ángel Cárdenas:"Para los amigos, la mano; y pa’ los otros, el cuchillo…”
La cápitis diminutio del Congreso, impuesta por sucesivas disposiciones constitucionales y por los usos políticos, lo ha convertido no solo en un apéndice del Ejecutivo, sino en una especie de chivo expiatorio a manos de la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado.
El análisis que hace la Senadora acerca de cómo debe arrodillarse el congresista ante el ministro de Hacienda, o cualquier otro dignatario gubernamental, para servirles a las regiones que han contribuido a elegirlos, es alarmante y explica por qué los senadores y representantes no pueden votar, como lo exige la Constitución, consultando la justicia y el bien común, sino sometiéndose indignamente a las imposiciones gubernamentales. Y su situación ante las Cortes no es menos indecorosa: la Corte Suprema de Justicia podría dar cuenta de todo el Congreso, si se lo propusiera.
La teoría democrática pretende que el ejercicio del poder público se supedite a la voluntad que la ciudadanía expresa en los certámenes electorales. De ese modo, tanto los titulares de la Rama Ejecutiva como los de la Legislativa serán meros agentes de la voluntad popular, que es la que legitima sus decisiones y sus empresas. Pero lo que ha demostrado Juan Manuel Santos es que tras esa fachada puede instaurarse, más que una Monarquía, un verdadero Despotismo cuyas acciones políticas pueden surgir de la voluntad presidencial y la de sus más íntimos allegados. Una vez decididas a puerta cerrada, se las impone por las buenas o por las malas, haciendo uso de todos los recursos jurídicos y fácticos que estén al alcance de los titulares de los altos órganos estatales, mediante técnicas que más parecen propias de una “blitzkrieg” que de los procesos de persuasión que caracterizan a la democracia pluralista.
Los defensores de la reelección presidencial han sostenido que es una figura que permite asegurar la continuidad de los buenos gobiernos. Un gobernante que haya cumplido a cabalidad tendrá entonces el premio que merece. Pero si ha fallado, se verá expuesto a la reprobación del electorado.
Con Santos se ha visto que el argumento es tan débil, que él mismo, una vez reelegido, se apresuró a proponer que se eliminara esa figura. Merecía de sobra que el electorado lo reprobara, pero a fuerza de mañas se hizo reelegir en unos de los certámenes más turbios de toda nuestra historia. De ahí la baja popularidad de que goza según las encuestas.
Capítulo aparte merece el desastroso desempeño económico de su gestión. Para que no se diga que en este concepto media la tirria uribista, invito a los lectores a que lean el comentario de Eduardo Sarmiento Palacio, nada sospechoso de simpatías con el hoy senador Uribe, que publicó en su edición de hoy El Colombiano:http://www.elcolombiano.com/opinion/contraposicion/las-cuentas-se-hicieron-con-el-petroleo-a-us-100-hoy-esta-a-50-NL951618
¡Excelente artículo! Una bofetada de a puño y con cerrado puño, a esa cascada de mentiras que brotan de la Casa de Nariño. Feliz Navidad Colombia y un 2015 repleto de buenos deseos, realizaciones y muchas esperanzas, Juanfer
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