viernes, 26 de agosto de 2011

¿Espiritualidad sin religiosidad ni moralidad?

Circula por la red un mensaje tendencioso según el cual la espiritualidad no sólo no implica la adhesión a creencias religiosas y la obediencia a cánones morales, sino que se opone a unas y otros. Hay, incluso, un sitio que preconiza una espiritualidad racional libre de religión y moral, cuyo enlace es el siguiente: http://www.ianlawton.com/rsindex.htm

A primera vista, estos enunciados parecen ser inconsistentes, por cuanto la creencia en el espíritu, sea que se lo tome tan sólo como un dato psicológico individual o que se lo mire como una realidad trascendente, de suyo es de índole religiosa o, por lo menos, está fuertemente permeada por la religión. Además, si se toma la espiritualidad como una opción existencial, una tarea a realizar, una construcción que cada uno libremente emprende, es inevitable asociarla con la moralidad. En efecto, no se trasciende hacia la esfera espiritual si no se siguen ciertas reglas que son específicamente morales.

En rigor, lo que trata de promoverse a través de estos mensajes es una forma de religiosidad, con la moralidad inherente a ella, que se aparta radicalmente de las religiones tradicionales y sus códigos morales, especialmente del Cristianismo y el núcleo de éste, el Catolicismo.

Esta forma de religiosidad se inscribe dentro del movimiento de la Nueva Era, que según Manuel Guerra (“La Trama Masónica”), tiene su origen en  la Masonería.

Guerra muestra el carácter fuertemente anticristiano y sobretodo anticatólico de las logias. En el mismo sentido se pronuncia Stephen Knight en “The Brotherhood”(Granada Publishing, Londres, varias ediciones), cuando muestra que, a pesar de haber surgido de organizaciones católicas como los gremios de constructores medievales, ya en el siglo XVIII fue mostrando su desdén hacia Cristo y la religión cristiana, a punto tal que es fuertemente cuestionable la posibilidad de ser al mismo tiempo un buen masón y un buen cristiano.

No pocos estudiosos consideran que la Masonería es en sí misma una religión que resulta, como lo escribió René Guénon, de la amalgama de viejas tradiciones ocultistas e iniciáticas cuyos orígenes pueden encontrarse en  las antigüedades india, babilónica y egipcia, pasando por la vertiente talmúdica del Judaísmo y por el Gnosticismo, así como por el paganismo precristiano de los mundos mediterráneo, celta y germánico.

La tradición masónica exalta la religión de la humanidad, lo que puede entenderse en dos sentidos.

El primero de ellos tiene que ver con la idea de que hay una religión originaria o esencial, la que naturalmente profesa el ser humano, que ha sido desvirtuada por la religión organizada en dogmas, rituales y estructuras eclesiásticas, de donde se sigue que hay que regresar a las fuentes no contaminadas, es decir, a lo natural, lo vital, lo espontáneo. Para ello, habría que destruír las religiones artificiales, que se considera que surgen de la voluntad de dominio de castas sacerdotales que se imponen sobre los fieles por medio de dogmas, prohibiciones y castigos o amenazas.

Esa religión originaria o natural no sería otra cosa que el Paganismo, que se caracteriza por la adoración de fuerzas naturales, cosas o  hechos de diverso género, sean tangibles o intangibles, y la negación de un Dios trascendente radicalmente distinto del mundo y creador ex nihilo del mismo.

Una variante del Paganismo es la adoración del hombre, que se ve así convertido en objeto sagrado y por consiguiente de culto. Este es el segundo sentido de la expresión religión de la humanidad y es el que en los tiempos que corren trata de imponer la ideología dominante. Sea porque el hombre es partícipe de una “Chispa divina”, por ser emanación de la Divinidad y no mera creación suya, o porque al estar dotado de razón goza de autonomía moral y tiene la dignidad de ser un fin en sí mismo, según la trajinada fórmula kantiana, él constituye el Alfa y el Omega de cuanto existe dentro de su entorno y es a su exaltación a lo que deben tender todos sus esfuerzos.

Hay un libro que aparentemente es una suma de charlatanería, pero que en realidad debe tomárselo en serio. Se trata de “La Senda de Lucifer”, escrito por Gabriel López de Rojas y editado por Martínez Roca y Planeta en 2004. El subtítulo es revelador: “Confesiones del Gran Maestre de Los Illuminati”.

La traducción de la fórmula kantiana de la autonomía moral en la doctrina del Thelema difundida por el siniestro Aleister Crowley es la siguiente:"Haz lo que quieras. Eso debe ser la totalidad de la Ley". Así lo recuerda López.

Como esta fórmula es de suyo disolvente, se la matiza agregando que "siempre que no dañes a otro", lo que la hace más potable, o "que cuentes con el consentimiento del otro", lo que autoriza entonces el daño consentido.

Pero,¿qué significa dañar a otro?¿Cuáles son los límites del daño consentido?¿Hay daños, más que individuales, sociales?

Conviene observar que el “Haz lo que quieras” significa la exaltación del deseo individual, pero éste no es neutro respecto de los deseos de otros, pues su satisfacción suele implicar el sacrificio de los mismos e, incluso, la utilización de los demás como medios para satisfacer los deseos propios.

Esa utilización trae consigo la manipulación, la seducción, el engaño. Así, para obtener mis propósitos hedonistas, te convenzo de que lo que te propongo no hace daño alguno y hasta te aprovecha a ti también, pues, en el fondo, te estoy liberando de las ataduras de la convención, de la falsa moralidad, de los prejuicios sociales.

Para llegar a esto, hay que realizar un arduo trabajo de lo que los filósofos llaman ahora la “deconstrucción”, es decir, el desmonte de las ideas en que se basan nuestras actitudes morales y la crítica de las mismas como ideas “castrantes” o “mutiladoras” de las que es preciso emanciparse.

Hay dos concepciones que facilitan esa emancipación. La primera sostiene que la moralidad versa exclusivamente sobre el tema de la felicidad y es asunto del resorte exclusivo de cada individuo. De ahí se sigue que no hay espacio para una moralidad social y, por lo tanto, nada que pueda considerarse como atinente a un bien común, ya que éste sería tan sólo resultado de la sumatoria de las preferencias subjetivas de todos los individuos.

La relativización del daño y la eliminación de toda idea de daño social per se, conducen a restringir a lo mínimo las restricciones que formalmente se admite que pesan sobre la regla de oro del “Haz lo que quieras”.

Las tradiciones ocultistas e iniciáticas promueven unos pasos de supuesta liberación espiritual inspirados en la idea de la muerte del viejo hombre que ha sido aprisionado por los prejuicios sociales y su renacimiento a través del despertar de la conciencia que le permite acceder a la Luz. Pero ésta no es la de la beatitud de los místicos cristianos, sino más bien la iluminación o el destello  de la voluntad omnipotente  de un  superhombre al estilo del que concibió Nietszche. Esa iluminación es tema central del pensamiento gnóstico.

La transformación alquímica que dichas tradiciones promueven no tiene por objeto el ascenso a un plano espiritual en el que el ser humano se despoja de sus ataduras terrenales, sino, por el contrario, el reforzamiento de éstas, tal como se advierte en las diferencias tan profundas que hay entre la concepción cristiana de la sexualidad y la del neopaganismo contemporáneo. En efecto, mientras aquélla tiene, por así decirlo, una visión funcional de la sexualidad que la vincula ante todo con la procreación, y destaca además sus facetas oscuras, las cuales se esmera en controlar por la vía de la sublimación, el neopaganismo la considera como manifestación de la fuerza de la naturaleza, como plenitud vital y como parte de una esencia divina.

De ese modo, para la tradición cristiana el hombre espiritual que se acerca a Dios y logra la bienaventuranza es precisamente eso, un ser venido de la naturaleza pero transformado por el espíritu. En cambio, para el neopaganismo la transformación espiritual lo ancla más aún en lo natural, si bien lo proclama como señor de sus instintos y amo de las fuerzas telúricas que pone a su servicio. Ese hombre transformado a partir de la iniciación y la iluminación no es semejante a los dioses, sino un dios.

Cuando se habla de espiritualidad es necesario, entonces, discernir de cuál se trata, si de la que promueve la tradición cristiana o la que predica el neopaganismo.

1 comentario:

  1. A propósito de la espiritualidad sin religiosidad ni moralidad, soy de los que me pregunto cómo es posible que se diga que se cree en Dios, sin ser espiritual y moral, es decir, sin la honestidad que significa parecer y ser? De hecho, la moralidad y la espiritualidad comportan sus enseñanzas, luego entonces quien, a más de sencillamente pregonarlo o hacer eco, no asume una actitud coherente con esas voces, sin duda que lejos está de catalogarse como católico o cristiano. En este orden, abundan las inconsistencias humanas que de hecho evidencian soterrados propósitos. Si Dios es uno solo, coincidencia en la cual confluyen todos, resulta absolutamente claro y apodíctico el afán embustero de tanto grupos, grupetos, congregaciones, etc. Ese juego con la moralidad, con la espiritualidad, con la sensibilidad humana, constituye finalmente el motor del caos que viene carcomiéndose la sociedad.
    Ahora, si la masonería constituye una religión según algunos estudiosos, igual sucede con el rosacrucismo?

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