sábado, 28 de junio de 2014

¿Ganó la paz?

Con la frivolidad que le es habitual, la revista “Semana” exalta con estas palabras el triunfo electoral de Juan Manuel Santos.

 

Hay que preguntarse, sin embargo, si hay motivos suficientes para hacer tamaña afirmación.

 

Dejando de lado las discusiones sobre si lo que triunfó fue el anhelo de paz de los colombianos y no más bien el fraude, la compra de votos, la presión sobre los electores y el más desaforado clientelismo nunca antes visto en nuestra historia, conviene reflexionar si la ilusión de un acuerdo razonable con las Farc y el Eln es apenas eso, una ilusión, o es un proyecto que cuenta con adecuado respaldo en los hechos.

 

En otras palabras, hay que preguntarse si median razones válidas para el optimismo, así sea moderado, o si subsisten las reservas de quienes nos hemos mostrado escépticos frente a estos diálogos.

 

En toda acción política hay tres asuntos básicos a considerar: la realidad de la que se parte, la situación a la que se quiere llegar, los medios para hacer el tránsito de la una a la otra.

 

Las situaciones políticas se caracterizan por su complejidad, su opacidad y su dinamismo. Son muchos los elementos que las integran y no es fácil discernir los esenciales de los superfluos o accesorios. En ellas se superponen, por así decirlo, varias capas, unas superficiales que se manifiestan a simple vista y otras con distintos grados de profundidad que muchas veces permanecen ocultas pero pueden ser decisivas. Y, por su propia naturaleza, son cambiantes a punto tal que sus mutaciones escapan, como diría el poeta, “a toda humana previsión”.

 

En mis cursos universitarios solía echar mano de la noción física de “campo de fuerzas”, para tratar de describir las situaciones políticas, en las que, en efecto, actúan fuerzas centrífugas y centrípetas, que bien pueden ser coincidentes, paralelas, divergentes o encontradas, y de hecho son más difíciles de examinar que las del mundo de la naturaleza, dado que no son cuantificables matemáticamente.

 

El gran arte de la política consiste en buena medida en identificar y valorar adecuadamente las fuerzas decisivas que obran en la sociedad, con miras a encauzarlas hacia la realización del bien común. La identificación y la valoración presuponen conocimiento, casi siempre intuitivo, de las realidades, y recto criterio para apreciarlas. El encauzamiento es tarea propia del liderazgo, de lo que Nietszche llamaba la “voluntad de poder”.

 

Pues bien,¿cuál es la realidad política colombiana hoy por hoy en lo que concierne a la confrontación con los grupos subversivos?

 

A mi juicio, es necesario diferenciar para el análisis los hechos y las valoraciones sobre ellos, si bien los seguidores de la gnoseología nietszcheana que hoy está de moda niegan que pueda hacerse tal distinción, dado que se ciñen al dogma que reza que “no hay hechos, sino interpretaciones de los mismos”.

 

Se cuenta que cuando a Luis XVI le comunicaron la toma de La Bastilla, él exclamó:"¡Esa es una revuelta!". Su interlocutor se atrevió entonces a corregirlo:"No, Sire, es una revolución”. Ahí está la diferencia entre la percepción de un hecho, la famosa toma, y su interpretación:¿se trataba, como pensó el infortunado monarca, de un motín?¿era, en efecto, el síntoma de una revolución, como dictaminó su lúcido informante?

 

Aparentemente, lo que sucede en Colombia es una rebelión armada vieja de más de medio siglo de unos grupos comunistas contra un sistema político demoliberal que tiene una accidentada historia cercana a los dos siglos de existencia.

 

Para unos, entre los cuáles me cuento, se trata de una agresión narcoterrorista, liberticida y totalitaria contra una democracia imperfecta, pero arraigada en nuestra sociedad y con posibilidades de mejorarse pacíficamente. Otros dicen que es  un “conflicto armado” que amerita la aplicación de la normatividad internacional prevista para ese tipo de eventos, que contempla, entre otras medidas, el reconocimiento del estado de beligerancia de parte de los grupos guerrilleros. Unos más creen que estos grupos son la avanzada del pueblo en armas que se rebela contra la opresión y la injusticia que ejercen unos sectores minoritarios para mantener sus privilegios.

 

¿Cuál es la fuerza real de esos grupos subversivos?¿Cuál, la fuerza real del gobierno que los combate?

 

A buena parte de la opinión pública se la ha convencido de una apreciación simplista: como las fuerzas de la institucionalidad no han logrado vencer a las de la subversión, pero estas tampoco han conseguido imponerse, es indispensable, entonces, ponerlas de acuerdo mediante el diálogo, sustituyendo el combate físico por la persuasión, es decir, cambiando el “plomo” por las palabras, o al menos dándoles a estas espacio aun en medio de la balacera, con miras a llegar a un término medio que concilie las aspiraciones de unos y otros.

 

Este reconocimiento ya es de por sí una derrota para la institucionalidad y un triunfo para la subversión, que ha logrado de hecho que se la ponga en el mismo nivel de su antagonista. Así lo dice el extravagante acuerdo que dio inicio formal a los diálogos de La Habana, que aparece suscrito por “plenipotenciarios” que lo son entonces de “altas partes contratantes”.

 

Y, querámoslo o no, es lo que formalmente acaba de aprobar la ciudadanía al reelegir a Santos con su oferta de proseguir los diálogos sin sujetarlos a los condicionamientos que todos sus contendores pedían, unos con más convicción y vigor que otros. Recordemos que en los debates pudieron medirse grados de dureza frente a al proceso de La Habana que iban en grado descendente desde las posiciones de Óscar Iván Zuluaga y Marta Lucía Ramírez hasta las de Clara López Obregón y Enrique Peñalosa, siendo las de este las más débiles.

 

No es cierto, entonces, como lo predican Santos y sus áulicos, que estos diálogos se dan con una subversión que se encuentra acorralada, pues no lo está en la forma ni en el fondo.

 

Si fue el gobierno el que pidió los diálogos y si para darles vida se puso él mismo en igualdad de condiciones con los subversivos, negándose incluso a exigirles algo tan elemental como suspender el reclutamiento de niños, el minado de los campos, los ataques contra la población civil y la infraestructura, las actividades relacionadas con el narcotráfico o las atrocidades contra la fuerza pública, no parece lógico afirmar que estamos en el mejor momento para llegar a acuerdos de paz con aquellos.

 

De hecho, mientras que las fuerzas gubernamentales tienen que obrar dentro de las camisas de fuerza que les impone la normatividad tanto nacional como internacional en materia de derechos humanos y derecho humanitario, los subversivos se sienten a sus anchas frente a un Marco Jurídico para la Paz, que en el fondo es de impunidad, y una jurisdicción internacional que, por su proclividad hacia la izquierda, confían que les sea favorable.

 

Santos y sus áulicos exaltan como avances sustantivos en los diálogos con las Farc el hecho de que ya se han suscrito  acuerdos sobre tres de los cinco puntos de la agenda convenida, ignorando que lo que se conoce de esos acuerdos son vaguedades en que hay muchísima tela para cortar, que las Farc han dicho que quedan temas sustantivos por definir y que, según lo dispuesto en el documento que rige los diálogos,"nada está acordado hasta que todo esté acordado".

 

A las ventajas inherentes al hecho de reconocerlas como partes de un “conflicto armado”, lo cual les confiere cierta legitimidad, al tiempo que demerita la legitimidad de las autoridades, se suman las que otorga la vocería nacional e internacional que ya se hace patente en los medios de comunicación, que compiten en divulgar los pronunciamientos y las acciones de la subversión. De ese modo, le abren espacio ante la opinión pública y generan la posibilidad de que en un momento dado soplen vientos que la favorezcan. Basta con recordar que en 1985 el M-19 sufrió tremendo descalabro con la toma demencial del Palacio de Justicia, pero un lustro después, por obra de la prensa, estuvo a punto de obtener mayoría en la Asamblea Constituyente. Hubo un momento en que las encuestas le daban el 56% de los votos.

 

Es verdad que, según las encuestas más recientes, las Farc y el Eln adolecen de enorme impopularidad. Pero también lo es que aquellas reflejan una grave crisis de credibilidad en las instituciones, que se puso de manifiesto con la abstención y el voto en blanco en las últimas elecciones. Así, mientras que el congreso, la rama judicial, los partidos políticos y el gobierno mismo registran bajos índices de credibilidad, y se tiende a minar el apoyo de la población a su fuerza pública, los subversivos cuentan con la posibilidad de dar golpes de opinión que les den nuevos aires que mejoren su imagen.

 

Sugiero que se lea con detenimiento lo que dijo hace poco John Frank Pinchao en inquietantes declaraciones para “El Tiempo”(Vid.http://www.eltiempo.com/politica/justicia/entrevista-de-maria-isabel-rueda-al-exsubintendente-john-frank-pinchao/14160423).

 

No obstante sus descalabros administrativos, la izquierda que simpatiza con la subversión ya se tomó a Bogotá: tiene alcalde y contribuyó con copiosa votación a reelegir a Santos.¿Qué sucedería, pregunta Pinchao, si lograra penetrar la franja de los abstencionistas?

 

Sugiero, además, que se lea la siguiente información, según la cual las Farc son el segundo grupo terrorista más rico del mundo: http://linkis.com/actualidad.rt.com/ac/7eKlc. Apenas las supera el grupo yihadista Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), que aterroriza actualmente a Irak y amenaza, como dijo hace poco un analista en La Hora de la Verdad, con producir el más profundo cambio en las fronteras de la región desde 1915.

 

John Marulanda, voz autorizada como pocas en el tema del narcotráfico y su conexión con las Farc, dijo hace poco, también en La Hora de la Verdad, que esa organización subversiva controla el negocio de la cocaína en Bolivia, según se afirma en ese país. Por eso, Fernando Londoño Hoyos insiste en la frase de Álvaro Uribe Vélez, según la cual “el narcotráfico es el combustible que alimenta todas las guerras”. Así lo reiteró en http://www.lahoradelaverdad.com.co/editorial/la-coca-el-combustible-que-alimenta-todas-las-guerras.html

 

Omar Bula Escobar denuncia en “El Plan Maestro” que las Farc son pieza central del engranaje de esa siniestra conjura contra la paz mundial. En rigor, la supuesta paz que se busca en Colombia se encaminaría a fortalecer el eje diabólico que, con Rusia y China en el trasfondo, busca a través de Irán, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, junto con otros países que al parecer tienden a unírsele, como es el caso de Argentina, amén de las Farc, contrarrestar el poderío norteamericano mediante la dotación a Venezuela del arma atómica. El que no lea tan documentado libro, no sabe de la misa la media acerca del contexto internacional que rodea y estimula los diálogos de La Habana.

 

Según las informaciones que ofrece Bula, que concuerdan con las del coronel Villamarín y otros autorizados analistas, las Farc están estrechamente conectadas no solo con las redes internacionales de narcotráfico que penetran los mercados norteamericano y europeo, principalmente a través de Venezuela, sino con las del terrorismo, incluyendo el islámico de Al Qaeda, el de Hezbollah o el de Hamas, que ya han sentado sus reales en América Latina. Hezbollah, por ejemplo, es socia suya en el tráfico de cocaína por la ruta que a través de África conduce hacia Europa.

 

Si se ignora la naturaleza, el poderío y las intenciones de las Farc, no es dable pensar en unas negociaciones sensatas de paz con sus dirigentes, máxime cuando no contamos con un equipo óptimo de negociadores que no saben hacia dónde van.

 

Se habla, para justificar su labor, de la necesidad de ajustar el ordenamiento colombiano a las realidades del “postconflicto”, lo que implicaría sacrificios  para todos, especialmente para las clases pudientes. Pero,¿cuál es la fórmula para poner de acuerdo una institucionalidad demoliberal con las aspiraciones de unos revolucionarios marxista-leninistas, sobre todo los fundamentalistas extremos del Eln?

 

Me dice una persona que conoce de estos temas, que las Farc son evidentemente una guerrilla degradada en el bandidaje y la delincuencia internacional, mientras que, a su juicio, el Eln es una guerrilla moral a su manera, es decir, comprometida hasta el tuétano con su ideología y muy poco dispuesta a transigir.

 

No hay que hacerse, entonces, muchas ilusiones sobre la posibilidad de que estos grupos subversivos se integren al juego democrático y entren a competir según sus reglas por el favor del electorado, como creen algunos que dicen que “prefieren verlos argumentando en el Congreso, en lugar de estar echando bala en el monte”. Ellos solo aceptarían reglas que les dieran la posibilidad real de situarse en la antesala del poder, cuando no en este mismo. Y su aceptación de tales reglas sería, como la de los comunistas en todas las latitudes, de labios para afuera: reglas para los otros, no para ellos. Es decir, lo que aquí llamamos la “Ley del Embudo”.

 

El engañabobos para los colombianos estriba en que seremos nosotros con nuestros votos los que decidiremos en últimas sobre los acuerdos que se firmen con los grupos subversivos. Pero no es clara la forma como se nos convocará para ello. Además, una vez firmados esos acuerdos se procederá a satanizar a los críticos y a presionar por todos los medios a los votantes para que den el ansiado sí. No habrá debate amplio ni libre bajo un gobierno como el actual, que carece de todo escrúpulo para engañar y manipular a la opinión.

 

Como en toda negociación, en la que se ha empecinado el gobierno de Santos habrá disimulos, cuando no franco engaño, y compulsa de fuerzas en la que cada protagonista tratará de debilitar al otro y aprovecharse de sus flaquezas. Según van las cosas, la parte débil en este proceso y la llamada a sufrir los embustes se llama Colombia, con una situación social poco envidiable, una economía con pronóstico reservado, unas fuerzas armadas desmoralizadas y unas profundas divisiones en el escenario político, derivadas en buena medida de un proceso electoral lleno de turbiedades.

 

Santos es un gobernante debilitado que carece del poder de convocatoria suficiente para dirigir un proceso tan delicado como el de negociar acuerdos de paz con las Farc y el Eln.

 

No es improbable que esas negociaciones susciten nuevos y enconados conflictos, fuera de que la problemática de los grupos y las actividades criminales en nuestro país desbordan ampliamente el ámbito de la confrontación con los guerrilleros, que hacen parte de un espectro de bandidaje mucho más extenso. Como lo han señalado no pocos comentaristas, lo que se estipule con la subversión no traerá consigo la paz, dado que nuestros conflictos son muchísimo más difusos y profundos.

 

En la teoría de la acción humana se habla de la heterotelia, para aludir a los resultados contraproducentes e indeseables que pueden seguirse de aquella. A la luz de este concepto, nadie puede garantizar que las cosas resultarán como las espera el gobierno, máxime cuando este no tiene idea de qué es lo que desea obtener, más allá de que le firmen unos papeles. Pero el curso que llevan hace temer que a medida que avancen los supuestos diálogos habrá nuevos motivos de dolor, incertidumbre y decepción para los colombianos, especialmente los que de buena fe depositaron su voto por Santos creyendo en su apuesta por la paz.

 

Al fin y al cabo, de eso se trata en toda acción política: de apuestas hacia el futuro, que es por su propia índole aleatorio e incierto. Esa es la razón por la cual Aristóteles  recomendaba como virtud propia de la praxis humana la prudencia, dado que la ciencia solo es posible cuando se está en presencia de regularidades, de situaciones que permanecen idénticas a sí mismas, de hechos que se repiten. No es tal el caso de la evolución de las sociedades, que no se somete a leyes históricas precisas, salvo las muy generales que predican, como sentenció Paul Valéry, que “Vosotras, civilizaciones, ahora sabéis que sois mortales”.

 

La prudencia política aconseja orientar la acción de acuerdo con distintos escenarios posibles, identificando en cada uno de ellos fortalezas y debilidades, ventajas y desventajas, y ajustando el curso de aquella según se vayan dando las circunstancias. Pero no es esta virtud intelectual lo que se destaca en el obrar de Santos, sino más bien la temeridad, la improvisación, la falta de destreza que parece conducirnos hacia un salto al vacío.

 

En definitiva, no podemos exclamar que con su reelección ganó la paz. Tal vez, ganaron las Farc.

lunes, 23 de junio de 2014

Gobernantes granujas

No sobra volver sobre lo que, palabra más palabra menos, dijo Hernán Echavarría Olózaga cuando se hizo claro que el Cártel de Cali compró la elección presidencial de Ernesto Samper Pizano en 1994:"Duele reconocer que el Presidente de Colombia es un granuja".

 

¿Podremos afirmar lo mismo sobre Juan Manuel Santos?

 

En otra ocasión recordé su disputa con Darío Arizmendi a raíz de la publicidad que en su primera campaña presidencial presentó imitando la voz de Álvaro Uribe Vélez para recomendarle a la gente que votara por él. Sin asomo alguno de vergüenza reconoció, para poner término a las recriminaciones de ese periodista, que a él le gustaban las picardías.

 

Y a fe que las puso en práctica para hacerse reelegir el 15 de junio pasado.

 

Escribe hoy Pablo Jaramillo Vasco en “El Colombiano”(http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/R/reeleccion_non_sancta/reeleccion_non_sancta.asp):

“Santos hizo de todo por conseguir su reelección. Movió cielo y tierra, se alió con sus antiguos enemigos, compró conciencias, incluso llegando aparentemente a límites poco éticos como lo sugieren algunas denuncias instauradas ante las autoridades correspondientes, en las que se habla de aparente compra de votos y sobrepaso del tope del presupuesto electoral de su campaña.”

Y más adelante añade:

“Santos es ahora un huracán de la política. Un huracán porque barrió con la decencia y los mínimos escrúpulos que aún le quedaban a este oficio. Después de lo que se vio en su campaña, creo que es difícil que un político se avergüence por algo.”

 

Coincide la publicación de este artículo, que es digno de conservarse para futura memoria de lo que acá he denominado como una catástrofe moral para Colombia, con el despliegue que el mismo diario hace hoy de un escrito del Arzobispo de Medellín, Mgr. Ricardo Tobón Restrepo, en que denuncia con fuertes palabras las dimensiones de la corrupción que ha invadido todas las esferas de la sociedad colombiana (Vid. http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/L/la_acabamos_o_nos_acaba/la_acabamos_o_nos_acaba.asp).

 

No cabe duda de ello: la reelección de Santos se logró por obra de un monstruoso engranaje de corrupción activado principalmente desde la Presidencia y el Ministerio de Hacienda a través de congresistas, sobre todo de la Costa atlántica, pero también el resto del país, incluyendo a Antioquia. Supe de primera mano que en El Retiro ofrecieron comprar votos. Y lo mismo se dice de Santa Fe de Antioquia y otros lugares de nuestro departamento.

 

Por supuesto que el caso de la Costa es más dramático, lo que ha hecho exclamar a Mildred Márquez Rivero en “Costa Noticias” que los padres de la Patria son la madre de toda corrupción”(Vid. http://costanoticias.com/?p=17869)

 

Escribe Mildred sobre la confesión de boca sin contrición de corazón ni propósito de la enmienda que le hizo un candidato al Congreso en la pasada campaña electoral:

“Soy consciente que yo siempre he “invertido” en este negocio, pero ya esto se salió de madre, puesto que entraron “unos tipos” muy bandidos y están pagando el voto a 60 mil y 70 mil pesos, esto está degenerando grandemente la política, además de que es muy riesgosa la inversión, puesto que tienen amigos en la Registraduría y allí desaparecen al que no esté en la “rosca”. Me manifestó para la época de la campaña al Congreso, un candidato”.

Lo sucedido trae a mi mente esta inquietud que plantea   el Evangelio:"¿Puede por ventura un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?”(Lc. VI,39)

 

He escrito que Santos, cual Narciso, solo tiene ojos para su imagen. Lo ciegan su vanidad y sus apetitos.

 

Muchos ven en él un grotesco personaje de comedia, un bufón. Hasta lo comparan con Cantinflas. Pero, según escribió Marx en un texto célebre, a menudo en la historia la comedia deriva en tragedia. Quiera Dios que el primer periodo de su gobierno no sea a su vez el primer acto un sí es no es cómico de otro que acarree para nuestra Colombia el soplo furibundo del huracán de las pasiones.

 

Los verdaderos líderes suscitan en torno suyo grandes amores, pero también grandes desamores. Lo ve uno en el caso de Álvaro Uribe Vélez, al que muchos quieren hasta el paroxismo, en tanto que otros lo detestan casi que a morir. No sucede lo mismo con Santos.

 

Su sobrino escribió en “Semana” que a Santos no lo quieren, pero lo respetan. No es cierto. Nadie lo quiere. Gana apoyos por motivos muy distintos del carisma personal, generalmente por interés. Y ha suscitado, más que desprecio, odios feroces y quizás devastadores.

 

A diferencia del entusiasmo que reinaba en el espíritu público hasta hace cuatro años, ahora en él se hace presente una mezcla explosiva de odio a Santos y miedo a las guerrillas de las Farc y el Eln.

 

Esos sentimientos no son deseables, pero es difícil evitarlos en medio de las circunstancias en que hoy se debate el país. Qué se pueda seguir de ello, es asunto que amerita considerarse cuidadosamente, pero no se ve en la dirigencia nacional quiénes tengan el tino que se requiere para sosegar a la gente que se siente robada y al  mismo tiempo amenazada por los tratos de Santos con los subversivos.

 

Como lo da a entender hoy Mauricio Vargas en “El Tiempo”, los que rodean a Santos están más preocupados por ver cómo les retribuye sus apoyos que en la gobernabilidad de Colombia, que se verá en calzas prietas en el inmediato futuro (Vid. http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/la-factura-mauricio-vargas-columnista-el-tiempo/14153806).

 

Hay quienes creen que las mañas de tahúr en las que Santos es maestro consumado le permitirán salir avante incluso en medio de las peores coyunturas. Por ejemplo, no faltan los dirigentes empresariales que piensan que, como es traidor por naturaleza, engañará a los guerrilleros logrando su desmovilización en beneficio del sistema que a aquellos favorece.

 

Esto indica que el cinismo se ha apoderado de nuestra elite. Y sobre esa base nada sólido puede edificarse. Esa actitud preludia, más bien, el desmoronamiento de nuestra precaria institucionalidad. Así lo iremos viendo a medida que los “patrocinadores” de Santos entren a saco en las arcas gubernamentales, de las que ya se dice que amenazan ruina.

lunes, 16 de junio de 2014

La reelección de Juan Manuel Santos es una catástrofe moral

La semana pasada, en el programa 360 grados, Juanita León, directora de La Silla Vacía, manifestó que en su concepto Juan Manuel Santos iba a ganar la elección presidencial que tuvo lugar ayer. Fundamentó su aserto en que es muy difícil vencer a un presidente en ejercicio que cuenta con todo el poder que otorga la maquinaria estatal. Agregó que, de ganar Óscar Iván Zuluaga el certamen, ello significaría una verdadera revolución en nuestra vida política.

 

Los hechos le dieron la razón. Y conviene detenerse en el examen de los eventos que le permitieron acertar en su pronóstico.

 

Creo, con miras a que en el futuro se entienda lo sucedido, que vale la pena reproducir acá el discurso que anoche pronunció el expresidente y senador electo Álvaro Uribe Vélez para dar cuenta de los resultados electorales:

Compatriotas:

En nombre del Centro Democrático nuestra felicitación al Doctor Óscar Iván Zuluaga y a su familia que son motivo de orgullo para todos los colombianos. Al doctor Carlos Holmes Trujillo y a su familia, compañeros inmejorables en la lucha;

Nuestra gratitud a la doctora Marta Lucía Ramirez y a los millones de colombianos que acompañaron esta lucha;

En nombre de la paz el Gobierno Santos impulsó la mayor corrupción de la historia, caracterizada por:

Abuso de poder;

Entrega de sumas de dinero a parlamentarios para compra de votos;

Oferta de dineros del Gobierno a alcaldes y gobernadores para forzarlos a intervenir ilegalmente en la campaña en favor del Presidente candidato;

Compra de votos;

Violación de la ley de garantías;

Propaganda ilegal con dineros del Estado con pauta que coincide con la publicidad del candidato Presidente;

Propaganda ilegal con personajes que cumplen funciones públicas;

Presiones del ejecutivo para intervenciones políticas de la justicia;

Amenazas de masacres e intimidación por parte de grupos terroristas como la Farc y las bandas criminales a los electores de Zuluaga;

Omisión del Presidente  Santos para contrarrestar esas amenazas;

Presión violenta de grupos terroristas sobre los electores para que votaran por el Presidente candidato;

Omisión del Presidente Santos para desautorizar la acción terrorista en su favor;

El Centro Democrático seguirá su tarea y reanuda el trabajo para cumplir con su agenda legislativa y ser fiel a sus principios;

Colombia necesita un sistema electoral diferente, garante de transparencia y que evite los abusos como los cometidos por el Gobierno Santos;

Debemos levantarnos en contra de la pedagogía del miedo convertida en política que pretende que la compra de votos sea institución nacional.

Seremos fieles a nuestras convicciones de Patria no a la trampa vencedora;

Álvaro Uribe Vélez

Junio 15 de 2014

 

En escritos anteriores he señalado que en este proceso nada edificante se ha evidenciado una guerra sucia de Juan Manuel Santos contra la democracia colombiana. Esta no será la misma después de haberse hecho reelegir de manera tan turbia. De hecho, hay quienes creen que estamos asistiendo a su desaparición. En todo caso, su inmediato futuro puede considerarse, como se dice en la jerga hospitalaria, como de pronóstico reservado.

 

Me detendré en dos temas de especial importancia: la extraña coalición que hizo posible que un gobernante que no se ha caracterizado por el respaldo popular a su persona y su gestión lograra hacerse reelegir con cerca de un millón de votos de mayoría; las perspectivas de que obtenga la ansiada y prometida paz con las guerrillas de las Farc y el Eln.

 

Churchill decía que a menudo la política junta a muy extraños compañeros de cuarto. Pero acá no se trata de parejas, sino de varios conglomerados que no caben en una habitación, sino más bien en un teatro, que para el caso podría ser alguno de “varietés” capaz de albergar al variopinto colectivo que se fue aglutinando en torno de la campaña reeleccionista.

 

Creo que desafía toda lógica encontrar en  la  misma empresa a los políticos más desacreditados del país, conocidos principalmente por sus maquinaciones electoreras y su afición a medrar en el presupuesto público, trabajando codo a codo con los hijos de líderes asesinados que hicieron de la lucha contra la corrupción y el clientelismo las banderas que  aseguraron su presencia en la historia, con el pseudomoralista Mockus que apostrofó a Uribe con lo del “Todo vale” y cerró los ojos ante el cinismo de Santos, y con dirigentes de la extrema izquierda que dejaron constancia de que rechazan su gobierno y sus propuestas políticas, pero avalan sus diálogos con los guerrilleros. No creo haber exagerado cuando observé que en el último tramo de la campaña esta parecía un vehículo recolector de desperdicios.

 

Pues bien, los resultados electorales muestran que en el triunfo de Santos obraron dos grandes actores: los políticos clientelistas de la Costa atlántica y la izquierda capitalina.

 

Los primeros, con fuerte apoyo del Ministerio de Hacienda, lograron elevar sustancialmente la votación con lo que se piensa que es la más grande empresa de compra de votos que se ha montado en toda la historia de Colombia, diciéndolo con palabras que no son mías, sino de la candidata presidencial del Polo Democrático, Clara López Obregón, pronunciadas antes de caer bajo la seducción de Santos. La segunda, representada por la dicha candidata y el alcalde Petro, junto con los extremistas Cepeda y Piedad Córdoba, le aseguró las mayorías de Bogotá.

 

El Evangelio, que es Palabra de Dios, asevera que no es posible servir a dos señores a la vez. Pero Santos, cuyo sincretismo lo acerca más a la santeria afro-cubana y las deidades indígenas que a la Religión Revelada, cree que puede estar bien al mismo tiempo con las aspiraciones del Partido de la Musaraña, los godos “enmermelados” y los liberales-radicales ávidos de puestos, por un lado, y las de la extrema izquierda, por el otro.

 

Yendo al fondo de las cosas,¿qué hará para resolver la confrontación que en el seno de tan heterodoxas huestes no tardará en aparecer entre las aspiraciones presidenciales de Vargas Lleras y las de Petro, por no hablar de los apetitos del niño Gaviria y los niños Galán?

 

Todos dicen rodear a Santos porque supuestamente ha prometido jugársela toda por la paz hasta el punto de rechazar los condicionamientos evidentemente justos que propuso su contendor.

 

Según Santos, no se puede hablar de ponerles condiciones a los diálogos porque eso molestaría a los guerrilleros y conduciría al fracaso de las negociaciones.

 

Es claro que los capos narcoterroristas se fincarán en esto para endurecer sus posiciones y, sobre todo, sus acciones contra las comunidades, diciendo que estas mismas los autorizaron con su voto para proseguir la guerra con toda la intensidad que juzguen necesaria.

 

La derrota de Zuluaga significa, en efecto, que no se les podrá pedir que dejen de reclutar niños, de sembrar minas, de atemorizar a las comunidades, de extorsionar y secuestrar, de destruir la infraestructura, de atacar a la fuerza pública, de mantenerse en el negocio del narcotráfico y, en general, de perseverar en las atrocidades que bien han dado lugar a que se los considere como hordas salvajes.

 

Nada verdaderamente significativo se ha producido para desvirtuar el escepticismo de vastos sectores de la sociedad colombiana sobre la duración, los contenidos y las conclusiones del proceso de La Habana y, muchísimo menos, del que se anuncia que se intentará con el Eln.

 

Ese escepticismo se alimenta principalmente con las declaraciones de los voceros de las guerrillas y la actitud claudicante que en momentos decisivos ha mostrado Santos, como cuando se produjo el brutal atentado contra Fernando Londoño Hoyos, por no hablar de otros no menos graves como los de Inzá, Tumaco, Quibdó o Pradera, para mencionar tan solo unos pocos.

 

A esa actitud claudicante se suman las imprecisiones y contradicciones flagrantes en que a cada rato incurren Santos y el fiscal Montealegre, entre otros, o las insinuaciones que hace entre líneas Sergio Jaramillo Caro en sus ocasionales explicaciones sobre lo que se espera que resulte de los diálogos.

 

Santos nunca dio respuesta al requerimiento que le hizo Zuluaga sobre lo que estaría dispuesto a entregarles a las Farc. Ya se sabe que para él perdieron toda vigencia los inamovibles que planteó en su discurso de posesión el 7 de agosto de 2010. Su elasticidad suscita el temor de que, por quedar bien ante la historia que tanta preocupación le ocasiona, estaría dispuesto a firmar una paz aparente que no pondría término a los conflictos y más bien los agravaría.

 

Es cierto que el riesgo de que la política de Santos derive hacia el castro-chavismo es remoto, pero no es, como lo afirman algunos de sus defensores, una hipótesis malintencionada ni delirante. Es una eventualidad que está en el programa de las Farc, de la extrema izquierda de Petro, Cepeda y Piedad, y de los gobiernos de Cuba y Venezuela, que ansían integrar a Colombia al Plan Maestro que denuncia Omar Bula Escobar en el libro que con ese título alerta sobre el contexto geopolítico de extrema peligrosidad en que se mueven las negociaciones con los guerrilleros.

 

No se puede opinar sobre los riesgos del proceso de diálogo con las guerrillas colombianas si no se conoce este libro, lo mismo que si se ignoran los propósitos del Foro de San Pablo y el contenido de un libro que ha rescatado hace poco Fernando Londoño Hoyos, escrito y publicado en Venezuela, que muestra que la bitácora de La Habana ha sido impuesta en la práctica por el régimen dictatorial del vecino país.

 

Los titulares de prensa sobre el espaldarazo del electorado colombiano a la paz de Santos son fatuos a más no poder, pues nadie sabe, ni siquiera el propio Santos, en qué consiste ella. Los que tienen la llave del proceso, para decirlo en palabras frívolas que le gustan al gobernante, son los propios guerrilleros, que en su interior saben cuáles serían los requisitos mínimos de los acuerdos que estarían dispuestos a firmar.

 

Pero, cuando uno exclama, como lo hizo Timochenko en estos días, “Hemos jurado vencer y venceremos”, poca duda cabe de cuáles pueden ser esos mínimos.

 

Termino con un asunto escandaloso a más no poder.

 

Con base en denuncias que se hicieron en el exterior (http://vivavenezuelalibre.blogspot.com/2014/06/alerta-prueba-reina-de-enriquecimiento.html) , La Hora de la Verdad investigó y divulgó lo atinente a un muy sospechoso enriquecimiento de Bance SAS, que a toda luces es una sociedad familiar de Juan Manuel Santos con su esposa y su hijo Martín.

 

Esa sociedad arrojó utilidades por el orden de $ 8.500.000.000 en el año de 2010, cuando Santos inició su período presidencial. Su patrimonio muestra que sus titulares podrían figurar entre las personas más ricas de Colombia. Y cuando Juan Carlos Iragorri le preguntó a Santos en RCN por este espinoso asunto, se limitó a responder que él no se ocupa de acusaciones que pueda hacer Londoño Hoyos.

 

Resulta sin embargo que estos hechos constan en documentos presentados por la misma sociedad a la Cámara de Comercio de Bogotá. Si nada hay de irregular en el enriquecimiento de la familia presidencial a través de este ente societario,¿por qué no se dicen las cosas como son, en lugar de entrar en descalificaciones personales que resultan del todo irrelevantes para el esclarecimiento del asunto?

 

Es de suponer que estas inquietudes correrán la misma suerte que hasta ahora han corrido las muchas que se han planteado respecto de los negocios de amigos de Santos con el ministerio de Defensa.

 

Pero el próximo Congreso ya no será de “enmermelados” o “paniaguados” de Santos, como el actual. Y allá tendrá que afrontar los debates sobre la famosa “Urna de Cristal” que quizás sea tan solo una figura retórica para ocultar lo que tal vez sea una caneca de basura o una “olla podrida”.

martes, 10 de junio de 2014

Lecciones de esta campaña electoral

Por amable invitación de la tertulia conservadora que se reúne desde hace cuarenta años cada lunes, y que coordina don Carlos Vélez Londoño, tuve oportunidad de disertar ayer sobre el tema enunciado en el título de este escrito.

 

Lo más destacado del proceso electoral en curso, que ojalá culmine el próximo domingo con el triunfo Óscar Iván Zuluaga, es la “Guerra Sucia”, no entre las campañas, como sesgadamente quieren presentarlo los medios, sino de Juan Manuel Santos contra Óscar Iván Zuluaga y Marta Lucía Ramírez, o mejor dicho, de Juan Manuel Santos contra la democracia colombiana.

 

Los incidentes de esa “Guerra Sucia” son muy bien conocidos y aquí las he mencionado varias veces, pero conviene recapitular por lo menos algunos de ellos.

 

El más significativo es el montaje que se hizo a la campaña de Óscar Iván Zuluaga por medio del español que infiltró la Fiscalía para que hiciera grabaciones ilegales con las que se pretendía comprometerlo en una cadena de delitos.

 

Tal como creo haberlo demostrado en escritos anteriores, sí hubo cadena de delitos, pero ella apunta hacia Juan Manuel Santos, el fiscal Montealegre, los cabecillas de la Mesa de Unidad Nacional y la Gran Prensa que difundió piezas procesales protegidas por la reserva sumarial e incluso, como lo hizo la revista “Semana”, las presentó alteradas para deteriorar la imagen del candidato que hoy representa a la alianza del Centro Democrático y el Partido Conservador.

 

Tal como está sucediendo con la justicia espectáculo que se ha instaurado en nuestro país, el novelón del famoso “hácker” viene ofreciendo cada día las más horripilantes sorpresas.

 

Ayer publicó Ricardo Puentes Melo un valeroso escrito que se agrega al expediente de la ominosa infiltración de la Fiscalía a la campaña de Zuluaga. Se lo puede leer pulsando el siguiente enlace:http://www.periodismosinfronteras.org/la-fiscalia-infiltro-la-campana-de-zuluaga.html.

 

En las horas de la tarde, cuando terminaba mi intervención ante la tertulia, uno de los asistentes anunció que por orden de una juez se había ordenado la libertad de Sepúlveda. Y, en la noche, Hassan Nassar entrevistó a Lina Luna, la esposa de Sepúlveda, quien corroboró lo escrito por Puentes y agregó otros detalles escabrosos de la acción desplegada por la Fiscalía para atropellar los derechos de su esposo y hacer un despliegue mediático orientado a todas luces a hacerle un escándalo a Óscar Iván Zuluaga (Vid. https://www.youtube.com/watch?v=IhM-8x9LUS0).

 

Pero hoy se anunció que Sepúlveda fue de nuevo privado de su libertad por obra del fiscal Montealegre, que además amenazó con investigar penalmente el juez que ayer ordenó liberarlo. Como se dice en las series de misterio, continuará…

 

El contubernio de la campaña de Santos con la Fiscalía es pieza central de la acusación de “Guerra Sucia” que aquel ha arrojado contra Óscar Iván Zuluaga, cuando todo indica quién es el promotor de la misma y contra quién se la ha declarado.

 

El santismo acusa al Centro Democrático, además, de “sabotaje” contra los diálogos en La Habana, dando a entender que es inadmisible ejercer el derecho de criticarlos y mostrarse escéptico frente a ellos. Así, en lugar de brindarle claridad al país acerca de tan vital asunto, adopta una posición dogmática que trata de imponer un pensamiento único, cuando es materia esencialmente opinable en la que todo planteamiento debería examinarse con la debida atención.

 

La “Guerra Sucia” contra Marta Lucía Ramírez comenzó con la impugnación de su elección ante el CNE, que estuvo a punto de darles gusto a sus promotores y probablemente no lo hizo porque entonces habría tenido que adoptar la misma decisión respecto de las diligencias que inició Juan Lozano contra la candidatura de Santos. Mejores razones había en este caso que en el de la candidatura conservadora, a punto tal que el CNE se ha abstenido de decidir hasta el momento, y probablemente ya no lo hará, esperando que el próximo domingo se resuelva el litigio por sustracción de materia.

 

El CNE aceptó la validez de la elección de la candidata conservadora, pero con un extraño condicionamiento que al parecer se orientaba a legitimar la desobediencia de los conservadores “enmermelados”. Y su demora en resolver la impugnación dilató la recepción del anticipo de fondos para su campaña, así como la dinámica de ella. No obstante, en unas pocas semanas Marta Lucía Ramírez logró obtener casi dos millones de votos que la situaron en tercer lugar, después de Zuluaga y de Santos.

 

Una de las artimañas del Presidente-candidato contra Marta Lucía Ramírez ha sido la seducción de un grupo de activistas conservadores que, contra todo sentido de disciplina partidista y sin ninguna consideración doctrinaria, se han declarado partidarios suyos. Alguien grabó y difundió una conversación con ellos que muestra el nivel tan bajo a que ha caído la acción política por obra de la degradación moral de Juan Manuel Santos. Acá se puede escuchar la exposición de lo que él ha llamado su estrategia para la”guerra” en su etapa final, con el reparto de “municiones” que ha guardado para ese momento decisivo: http://lahoradelaverdad.com.co/hace-noticia/extra-audio-de-presidente-candidato-santos-prometiendo-mas-mermelada-a-conservadores-para-la-segunda-vuelta-presidencial.html

 

Estas palabras de Santos son muestra cabal de la “Guerra Sucia” que ha emprendido contra la democracia colombiana, a la que ha pretendido corromper en aras de su obsesión reeleccionista. La lucha que eminentes colombianos han librado para depurar los vicios de nuestra política, especialmente el clientelismo y el uso torticero de los recursos del Estado para distorsionar el auténtico querer popular, ha quedado en nada con estas sucias maquinaciones que lo llevan a uno a  preguntarse  por la suerte del sacrificio de Rodrigo Lara Bonilla, el de Luis Carlos Galán o el de Álvaro Gómez Hurtado, cuando ve uno a los hijos de los dos primeros aliados con las fuerzas más oscuras de la política colombiana, o a personajes como Roberto Gerlein, que crecieron a la sombra de la herencia política y las enseñanzas de Laureano Gómez, dedicados a medrar con gula pantagruélica en los fondos del Erario.

 

En un escrito anterior me ocupé del triste papel que ha jugado la “Gran Prensa” al hacerse cómplice de esta empresa devastadora de nuestra institucionalidad política. Pocas veces se ha visto en nuestra historia semejante contubernio de los medios con un gobierno corruptor de las buenas costumbres democráticas. Si al declarar su triunfo relativo en la primera vuelta de la elección presidencial hubo de reclamar Óscar Iván Zuluaga equilibrio informativo de parte de los medios, fue porque su parcialización en pro del reeleccionismo de Santos ha sido tan evidente como censurable.

 

Uno se pregunta por qué y la respuesta llega al instante: no solo media el amiguismo con un presidente que viene de una familia de poderosos periodistas, sino también la nutrida cauda de dinero que a guisa de presupuesto de publicidad de los actos de gobierno se ha repartido a diestra y siniestra para saciar el apetito de una prensa que ya solo se mueve por intereses económicos.

 

Y acá aparece en el escenario un actor cuyo desempeño ha sido altamente sospechoso: el Gran Capital. Dueño de los medios de comunicación más influyentes y, por supuesto, de los más cómodos recursos financieros, ha decidido jugársela a fondo por la causa reeleccionista en una movida que difícilmente se entiende, salvo que se la conecte con las especulaciones de “La candidata.com” (@LaCandidata), sitio que revive de algún modo esos intentos de política novelada que hace medio siglo efectuó Carlos Lleras Restrepo a través de un personaje de ficción, “Cleofás Pérez”.

 

Insinúa en efecto “La Candidata” en una de sus últimas entregas, que la comodidad del Gran Capital con el proceso de diálogos con las Farc se explica porque sus detentadores están convencidos de que Santos logrará hacer que le firmen un acuerdo de paz que después, según corresponde a su mala entraña, terminará desconociendo. O sea que ese Gran Capital le apuesta a la traición de Santos a sus contertulios de La Habana.

 

El papel que ha desempeñado la Fiscalía en la “Guerra Sucia” de Santos contra la democracia colombiana es de lo más vergonzoso y letal que haya podido verse en toda nuestra historia. Ya me he referido a ello más arriba y en otros artículos para este blog. Me limitaré a observar por lo pronto que el extremo de politización de la Fiscalía a que se ha llegado bajo el contubernio de Montealegre con Santos sienta uno de los precedentes más ominosos que quepa concebir para el futuro de nuestra institucionalidad. Como lo he escrito en Twitter, Montealegre les está mostrando da las Farc de qué modo actúa un fiscal estalinista.

 

Pero, no obstante estos episodios de “Guerra Sucia”, la democracia colombiana ha dado sorprendentes e inequívocas muestras de vitalidad con el ascenso de esas dos nuevas luminarias de nuestro firmamento político que son Óscar Iván Zuluaga y Marta Lucía Ramírez.

 

Lo que ellos han logrado, diríase que desde la nada y contra viento y marea, superando todas las trabas que la maquinaria gubernamental dirigida por un personaje carente de todo escrúpulo les ha presentado, abre una promisoria luz de esperanza para Colombia. Son dos personas de vida ejemplar, profundamente espirituales e intensamente comprometidas con sus convicciones, que animarían a toda una comunidad que no estuviera tan degradada moralmente como la nuestra. Invitan, como solía decir en sus discursos Alfonso López Michelsen, a exclamar con todo entusiasmo el Sursum Corda del Prefacio de la venerable Misa Tridentina: elevad los corazones.

 

Este verdadero soplo del Espíritu no puede cegar nuestros ojos ante fallas ostensibles que exhibe nuestra democracia y ameritan profunda reflexión para idear las soluciones que podrían regenerarla.

 

Resumo algunas de esas fallas: los elevados índices de abstención electoral, que muestran el escepticismo que corroe a grandes sectores del pueblo; la demagogia gubernamental a que descaradamente se han dedicado Santos y su carnal Vargas Lleras, algo que solo a Samper se le había ocurrido, desesperado por mantenerse en un cargo que conquistó deshonrosamente; la desinformación del electorado, así como su corrupción y el constreñimiento que sobre él ejercen las maquinarias políticas y los grupos al margen de la ley.

 

Capítulo aparte merecen la crisis de los partidos políticos y la ya mencionada mercenarización de la Gran Prensa.

 

Sobre lo primero, pienso que el Centro Democrático, ya próximo a obtener el estatus de partido político, ofrece unas muy interesantes perspectivas de renovación de nuestra institucionalidad política sobre las que habré de ocuparme en algún escrito posterior. Y de la jefatura de Marta Lucía Ramírez, por su parte, se espera que traiga consigo una muy saludable renovación del Partido Conservador, llamada a depurarlo de la repugnante escoria que se ha adherido a esa especie náufraga que se hunde bajo la bandera del santismo.

 

Acerca de cómo resolver la crisis moral de la prensa colombiana, no me atrevo a ofrecer propuesta alguna, Es cosa en extremo delicada. Me limito acá a hacerme eco de lo que acaba de escribir con su habitual maestría mi caro amigo José Alvear Sanín para “El Mundo”:

¿Aniquilar o fletar?

José Alvear Sanín

El destacado periodista Juan Gossaín llamó hace poco la atención sobre el lamentable comportamiento de muchos periodistas durante el actual debate electoral, en cuanto vienen informando de manera sesgada, carente de objetividad, mesura y equilibrio. Inmediatamente después de esas importantes declaraciones, varios comentaristas señalaron, con toda razón, la conducta bien diferente de los medios regionales, que informan a sus lectores, oyentes y videntes observando las normas de independencia y veracidad que tenemos el derecho de esperar.

La democracia exige que los sufragantes tengan libertad para elegir. Por tal razón, es fundamental disponer de una prensa (o medios) independiente, porque solo ella puede ofrecer libertad de información. La democracia rechaza, desde luego, la propiedad de la totalidad de los medios por parte del gobierno (Alemania nazi, URSS, China, Cuba, etc.). Por eso miramos con la mayor preocupación las actuaciones de la dictadura venezolana, tanto cuando cierra los medios como cuando deja sin papel a los que informan sobre las lamentables condiciones que ese pueblo soporta.

La libertad de información es tema bien difícil, porque no basta con tener medios de propiedad privada para que un país disfrute de información veraz y objetiva. Con frecuencia, grandes intereses económicos y financieros logran distorsionar la información, bien sea a través de la adquisición de medios, o inundando con pauta las publicaciones que les son favorables y retirándola de las que no siguen la línea trazada.

Esa situación es reprobable, pero lo es aun mas cuando es el gobierno el que “fleta” los medios con abundante propaganda oficial directa, o pagando páginas y programas de aparente información, o subsidiando con dádivas a periodistas, directores, locutores, etc.

Muchos gobiernos logran así mantener la ilusión de la “prensa libre”, cuando en realidad la manipulan totalmente para engañan al electorado y mantenerse en el poder.

Desde luego, la tentación de “dejarse comprar” crece en estos tiempos de penuria, por la incesante reducción de los tirajes y las audiencias, a medida que las gentes emigran hacia las redes sociales como proveedores de información, no siempre fiable, como sabemos.

Muchas gentes sensatas en Colombia lamentan que los grandes medios den la impresión de haberse puesto incondicionalmente al servicio de la campaña reeleccionista, tanto de manera activa como en forma pasiva, omitiendo información esencial en temas tan importantes como el de las exorbitantes y absurdas concesiones a las Farc en las negociaciones de La Habana.

Todo esto da pábulo a interpretaciones muy desfavorables sobre sus propietarios y varios columnistas; y les resta la credibilidad de la que depende el futuro de esos órganos. Incluso hay quienes afirman que lo anterior es tan grave como la aniquilación de la prensa en la desventurada Venezuela.

Como escribo en un diario que tirios y troyanos reconocen como independiente, equilibrado y objetivo, tengo la fortuna de poder comentar libremente grandes y delicados temas nacionales, como este.

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Don Juan Carlos también puede ser recordado como alguien infiel siempre a sus juramentos, ávido comanditario de proficuas influencias y cazador de grandes y maravillosos animales en peligro de extinción.

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Así como el calculado silencio llevó al Dr. Villegas a la Embajada en Washington, similar retribución puede esperar al General Mora Rangel, por su asentimiento oportunista y felón.

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Admirable la protesta de los brasileños en rechazo de la alienación futbolera que roba a los pueblos hospitales, escuelas y carreteras para construir opulentos estadios, cuando los mismos partidos podrían celebrarse en las canchas existentes.

 

Cierro estas líneas alertando sobre las severas dificultades que tendrá que afrontar el próximo gobierno, cualquiera sea el triunfador el próximo domingo: una opinión dividida, un congreso difícil, una economía con inquietantes síntomas de deterioro, una coyuntura internacional incierta, unos diálogos de paz con pronóstico reservado.

sábado, 7 de junio de 2014

Montajes, debates y encuestas

Hay consenso acerca de que la campaña en curso es una de las más sucias que recuerde la historia de Colombia.

 

Pero hay que hacer una aclaración indispensable: la guerra sucia no es entre las campañas de Juan Manuel Santos y la de Óscar Iván Zuluaga, sino de la primera contra la segunda, así la Gran Prensa se empecine en sindicar a ambas de hechos que con justa razón han escandalizado a la ciudadanía.

 

Ayer publicó “El Tiempo” una entrevista con Rafael Revert, el asistente de Sepúlveda que grabó clandestinamente la reunión de este con Óscar Iván Zuluaga. Esa filmación dio lugar al “escándalo del hácker” con que se pretendió mostrar al candidato del Centro Democrático como cómplice de delincuentes o, al menos, como persona de poco criterio que asiste a sitios en donde se están cometiendo delitos.

 

Tal como lo advertí en artículos anteriores, ese video se obtuvo ilegalmente mediante la comisión de un delito que apunta, entre otros, hacia la Fiscalía. Y así lo acredita la entrevista con Revert, que puede leerse pulsando el siguiente enlace:

http://www.eltiempo.com/politica/justicia/entrevista-con-rafael-revert-en-la-w/14083721

 

Ya en las redes sociales se está pidiendo no solo la renuncia del Fiscal, sino que se abra investigación en su contra por estos hechos escandalosos que muestran el abismal grado de deterioro a que ha descendido nuestra institucionalidad.

 

Juan Carlos Pastrana, en su cuenta de Twitter (@jcpastrana), trae a colación el caso Watergate, que dio lugar a la condena de un fiscal norteamericano que participó en el espionaje ordenado por Nixon contra la campaña demócrata: “El Fiscal John Mitchell fue condenado en 1975 a 8 años y medio de cárcel en caso Watergate por, entre otras, infiltrar campaña contraria”.

 

Desde un principio he dicho que el montaje contra Óscar Iván Zuluaga es, ni más ni menos, el “Watergate de Santos”, por el que este tendrá responder algún día que ojalá no esté lejano.

 

Pasemos al tema de los debates entre candidatos.

 

A partir del célebre debate televisado entre los candidatos Nixon y Kennedy en 1960, que se dice que le dio el triunfo a este último por una apretada ventaja, se cree que los eventos de este tipo son necesarios para que los votantes obtengan suficiente ilustración sobre la personalidad de cada uno de los candidatos presidenciales y su modo de abordar los problemas públicos.

 

En teoría es así, no obstante estas dos observaciones que formulo, dejando otras en el tintero. La primera, que se sospecha que el triunfo de Kennedy no provino del carisma que exhibió sobre su rival, que ese día estaba enfermo, ante las cámaras de televisión, sino de un monstruoso fraude orquestado por la mafia de Chicago con el entonces alcalde de esa ciudad; la segunda, que dada la importancia que se asigna a esos debates, es fácil caer en la tentación de manipularlos.

 

Parece que así ha sucedido en esta campaña que he denominado como poco edificante.

 

Los debates que se han programado respectivamente en Caracol Televisión entre los candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia han dejado muy mal sabor por lo que se cree que ha sido un sesgo del todo inaceptable en beneficio del Presidente-candidato.

 

Recordemos que en realidad no se programan debates en los que cada candidato pueda entrar, dentro de las evidentes limitaciones de tiempo, a presentar a fondo sus propuestas y discutir las de sus competidores, sino unas preguntas que formulan los periodistas invitados con tiempo muy limitado para responderlas y posibilidad también muy limitada para contrainterrogar.

 

A las claras se ha visto que al Presidente-candidato y su compañero de fórmula no les hacen preguntas comprometedoras, como sí se las hacen a sus contradictores, y se evitan los temas que podrían ponerlos en dificultades, fuera de que a los otros candidatos los presionan para que se sujeten a los minutos estipulados y las materias sobre los que versan las preguntas.

 

Juan Gossaín formuló hace poco un severísimo cuestionamiento ético a los medios por el modo cómo se han comportado a lo largo de esta campaña. De ello me ocupé en un artículo anterior para este blog.

 

Vuelvo sobre el punto para observar que si la ética ha desaparecido en los procederes de la Gran Prensa,¿qué habría de raro en que los cuestionarios de los periodistas se consultaran previamente e incluso se prepararan con el Presidente-candidato y su coequipero?

 

Uno y otro dejan, en efecto, la impresión de saberse de memoria y tener bien aprendidos sus respectivos libretos, con cifras a la mano, más agravios y mentiras por doquier.

 

Señalo por ejemplo la pregunta que hizo una periodista de apellido Villamizar en el último debate de Caracol Televisión, acerca del compromiso de cada candidato de no “sabotear” lo que su contraparte triunfadora se esfuerce en adelantar en pro de la paz.

 

La pregunta, de entrada, es tonta, pues nadie va a contestar diciendo que se compromete a no sabotear lo que el otro haga. Pero, además, es malintencionada, porque va contra el candidato Zuluaga, que ha criticado la política de Santos con las Farc, y recoge el “ritornello” de sus secuaces acerca de que toda glosa a lo que se está haciendo en La Habana es, en efecto, un sabotaje contra la paz.

 

El debate entre los candidatos a la vicepresidencia le permitió a Germán Vargas Lleras decir mentiras descomunales sobre las casas gratis. Afirmó sin ponerse colorado que se entregaron las 100.000 que había prometido, cuando, según datos oficiales, quizás se construyeron unas 45.000. Un colega en Twitter me aclaró, además, que solo se han entregado unas 14.000.

 

Pero el campeón en materia de mentiras y agravios es el Presidente-candidato.

 

En el debate de antenoche, se jactó de ser el promotor del programa de familias en acción, lo que dio lugar a una rectificación inmediata del expresidente Pastrana a través de su cuenta de Twitter, para recordarle que ese programa fue iniciativa de su gobierno y no de Santos como ministro de Hacienda suyo.

 

Santos aprovechó el espacio que le asignaron para atacar con alevosía a Óscar Iván Zuluaga por el supuesto déficit que dice que dejó al término de su gestión, la enorme corrupción que encontró en el sistema de salud y las reformas laborales que se aprobaron por el Congreso bajo el gobierno del expresidente Uribe Vélez.

 

No tengo cifras a la mano para afirmar si Zuluaga dejó o no un abultado déficit al concluir su gestión ministerial. Lo que sí se sabe es que Santos, como vulgarmente se dice, “raspó la olla” como ministro de Hacienda de Pastrana, de suerte que al iniciarse el mandato de Uribe su ministro Junguito le informó que no había recursos para librar la batalla prometida contra la subversión. Uribe, en lugar de acudir al espejo retrovisor, se las ingenió para arbitrar los fondos que se requerían, lo que dio muestras de su destreza como hacendista.

 

Santos ha atacado a Zuluaga por la limitación de las asignaciones a los miembros de las Fuerzas Armadas, pero no recuerda, como lo hizo ver Alejandro Arbeláez en 360 grados, que su gestión como ministro de Defensa dejó un hueco descomunal que afectó precisamente las disponibilidades para atender los justos reclamos de tan abnegados servidores de la patria. Y ayer, en “La Hora de la Verdad”, el recientemente retirado general Rey hizo gravísimas denuncias sobre la reducción del presupuesto para las operaciones de ofensiva militar bajo este gobierno, que afecta la posibilidad de hacer uso de helicópteros y contar con medicinas para atender a los heridos en combate.

 

Con la detestable inverecundia que lo caracteriza, el Presidente-candidato pretendió enlodar a su rival por la corrupción que encontró en el sistema de salud, olvidando los nexos que con las entidades que se han señalado como parte de ese engranaje han tenido familiares de su coequipero y, además, el flamante Fiscal que coopera tan obsecuentemente con su guerra sucia.

 

La gota que rebosa esa copa envenenada de agravios y mentiras es la acusación que hizo contra el gobierno de su antecesor por la flexibilización laboral que aprobó el Congreso con los votos de muchos de quienes hoy hacen parte de la fementida Mesa de Unidad Nacional que apoya al Presidente-candidato.

 

Según http://www.elempleo.com/colombia/noticias_laborales/flexibilizacion-laboral-sera-por-decreto-/6585302, esa iniciativa comenzó bajo el gobierno de Pastrana y fue impulsada por sus ministros de Hacienda Juan Manuel Santos, y de Trabajo, Angelino Garzón, quienes esperaban contar con el respaldo de los trabajadores.

 

Se lee en esta información de “El Tiempo”, que es hoy el equivalente del “Diario Oficial” que se creó para apoyar al dictador Rojas Pinilla, que “Santos Calderón en la clausura de la Asamblea de la Andi le dijo a los industriales que es un esfuerzo grande que exige su compromiso en materia de generación de nuevos puestos”.

 

Ahora le parece mala a Santos una iniciativa que él mismo prohijó como ministro de Hacienda de Pastrana y que bien habría podido revisar en estos últimos cuatro años de su mandato, pues ningún gobernante en la historia de Colombia ha tenido a sus plantas un Congreso tan abyecto como el que lo ha venido acompañando.

 

Con justa razón, acaba de manifestar el expresidente Uribe que Santos padece un deplorable déficit en su condición humana.

 

Por último, ayer se divulgaron varias encuestas, una de la cuales, la de Gallup, registra la posibilidad de un triunfo arrollador de Óscar Iván Zuluaga sobre Juan Manuel Santos en las elecciones del próximo 15 de junio. En otras se registra bien sea un empate técnico o el triunfo de Santos.

 

Pero llama la atención que la encuesta que publica “EL Tiempo”, elaborada por Datexco, no registre la intención de voto de los encuestados, sino su opinión sobre quién cree que será el próximo presidente, que favorece a Santos.

 

Salta de una la pregunta elemental: ¿Por qué “El Tiempo” solo publica esa opinión y no el resultado de la encuesta sobre intención de voto? ¿No contrató con Datexco ese ítem tan significativo? ¿No les gustó el resultado y lo callaron?

 

Francisco Santos hizo anoche esta publicación en su cuenta de Twitter @PachoSantosC, sobre la que sobran las palabras:

 

 

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Pregunta Francisco Santos:"¿Este chat es cierto? Si lo es, es muy grave para Cifras y Datexco. Caracol, la W y El Tiempo deberían averiguar.”

 

Son, en efecto, muchísimas las cosas graves que deberíamos averiguar sobre la guerra sucia promovida por el Presidente-candidato contra la democracia colombiana.

miércoles, 4 de junio de 2014

En el lugar equivocado

De acuerdo con la Constitución Política, el Presidente de la República acumula varios oficios de gran importancia para la comunidad. Es, al mismo tiempo, Jefe del Estado, Jefe del Gobierno, Suprema Autoridad Administrativa y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas ( art. 89).

 

Una de sus obligaciones constitucionales es, de acuerdo con el numeral 4 del artículo citado, “Conservar en todo el territorio el orden público y restablecerlo donde fuere turbado”. Esta atribución comprende, llegado el caso, la de declarar el estado de conmoción interior, en cuya virtud goza de las facultades estrictamente necesarias para conjurar las causas de una grave perturbación e impedir la extensión de sus efectos (art. 213).

Para el cumplimiento de tan graves cometidos, el Presidente cuenta desde luego con la Fuerza Pública, que está integrada exclusivamente por las Fuerzas Militares y la Policía nacional (Art. 216).

 

Pero, además, según el inciso segundo de este artículo, “Todos los colombianos están obligados a tomar las armas cuando las necesidades públicas lo exijan para defender la independencia nacional y las instituciones públicas”.

 

¿Quién duda hoy que nuestras instituciones públicas peligran gravemente por la acción de grupos armados subversivos de carácter narcoterrorista que cuentan con el apoyo de gobiernos extranjeros que tienen el propósito de instaurar en Colombia un régimen totalitario y liberticida?

 

Si ello es así, el Presidente de la República tiene el deber ineludible de enfrentar tan temible amenaza, convocando a los colombianos no a que le “presten” sus hijos para la guerra, sino para que cumplan la sagrada obligación de defender la independencia nacional y las instituciones públicas.

 

Dice el art. 192 que el Presidente, al tomar posesión de su cargo, debe prestar juramento en los siguientes términos:

 

“Juro a Dios y prometo al pueblo cumplir fielmente la Constitución y las leyes de Colombia”

 

Sugiero a mis lectores que pongan sus ojos sobre el siguiente escrito de Eduardo Mackenzie y sus anexos:

 

“Santos y su video infame y desinformador

“Señora, ¿Ud. prestaría un hijo para la guerra?”. “¡Levante la mano  quien prestaría un hijo para la guerra”, ordena el presidente-candidato, Juan Manuel Santos, a un grupo de personas en un sainete de propaganda electoral.

Santos insinúa en ese clip que las Fuerzas Armadas de Colombia son las que impulsan la guerra y no las Farc.

Santos miente cuando sugiere que las Fuerzas Militares colombianas les quitan a los hogares colombianos sus hijos

para llevarlos a una guerra caprichosa, sin sentido, que ellas, las Fuerzas Armadas de la patria, se han inventado

contra unos pobres tipos que quieren firmar la paz: las Farc.

Quienes lanzaron la guerra desde los años 1940 son las Farc.

Quienes no quieren cesar la guerra son las Farc.

Quienes reclutan por la fuerza a los niños y a los jóvenes colombianos, son las Farc.

Quienes asesinan, secuestran, destruyen, incendian y mienten al país son las Farc.

El presidente-candidato Santos olvidó todo eso.

Y este video que él difunde lo prueba.

Ahora miren la realidad, miren quiénes son los que reclutan niños y jóvenes para inmolarlos en la guerra subversiva:

http://www.youtube.com/watch?v=_XmW_YWtRp0&hd=1

http://www.youtube.com/watch?v=ILLfRGgjYXE&hd=1

¡Exigimos que el Consejo Nacional Electoral ordene el retiro de ese video infame!”

Visto lo que precede, pregunto ahora si lo que, no se sabe si como Presidente o como candidato a la reelección, Juan Manuel Santos les dice a los padres y madres de Colombia, entraña o no flagrante violación del juramento que solemnemente prestó el 7 de agosto de 2010  ante el Congreso y el pueblo, invocando a Dios, de cumplir fielmente la Constitución y las leyes de Colombia.

 

Estas lo obligan, según dije atrás, a defender la independencia nacional y las instituciones públicas, pidiéndoles a los colombianos su concurso, llegado el caso, para tomar las armas contra quienes por el mismo medio pretenden subyugarnos al Eje Castro-Chavista y destruir nuestra institucionalidad para imponernos por la fuerza un régimen comunista llamado a conculcar las libertades que a costa de tantos sacrificios nos legaron los fundadores de la república.

 

No creo que exista en los anales de la historia de las instituciones ni de la historia militar un caso semejante, en el que un Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de un Estado soberano, que hace frente a amenazas letales como pocas, en lugar de pedirle a la ciudadanía que le ayude a proteger la independencia y la institucionalidad contra quienes pretenden destruirlas por la fuerza de las armas, la exhorta a que le niegue su concurso y “no le preste sus hijos para la guerra”, como si esta fuera injusta.

 

Cuando en medio de una confrontación bélica el Comandante Supremo de quien sufre el ataque grita a voz en cuello “No queremos más guerra”, el mensaje que les envía a sus subordinados es, ni más ni menos, el de la rendición.

 

Por eso he dicho en Twitter que a ese penoso video del Presidente-candidato solo le falta el colofón:”Rindámonos ya”.

 

Su empresa de debilitamiento moral de nuestras Fuerzas Armadas y de destrucción de la mística de la ciudadanía viene acompañada de una serie de mensajes coreados por sus secuaces de la fementida Mesa de Unidad Nacional, según los cuales los recursos que hoy gastamos en la guerra para la defensa de nuestra independencia y nuestra institucionalidad, podrían tener un mejor empleo en la garantía de la seguridad de las ciudades, la distribución de casas gratuitas, la prestación de mejores servicios de salud y educación, etc.

 

Es decir, nuestra rendición inmediata ante las hordas salvajes del narcoterrorismo traería consigo como por ensalmo la solución de los grandes problemas de nuestro pueblo, como si el de la inseguridad y la pérdida de nuestras libertades fuera asunto de poca monta.

 

Viendo estas cosas, traigo a colación la campaña publicitaria de una entidad financiera que les advierte a los tenedores de fondos que “en este momento su dinero puede estar en el lugar equivocado”.

 

No me cabe duda de que Juan Manuel Santos está en el lugar equivocado. Su puesto no debería ser el que ahora ocupa, con las connotaciones que arriba he mencionado, sino el de un procesado por indignidad en el ejercicio del cargo o el de jefe de un frente de las Farc.

 

Parece tener toda la razón Fabián Lacouture cuando afirma que las Farc ya están instaladas en la Casa de Nariño y lo que procede es sacarlas de ahí en las elecciones del próximo 25 de mayo, votando por Óscar Iván Zuluaga para que Colombia retome el rumbo que perdió con el traidor Santos.

 

 

lunes, 2 de junio de 2014

Logomaquia santista

El discurso del Presidente-candidato se desenvuelve a través de juegos de palabras que giran en el vacío y poco tienen que ver con la realidad. Su propósito no es penetrar la verdad de los hechos políticos, sino engañar al electorado con falsos dilemas como los que presentó el pasado 25 de mayo al dar parte de su indecoroso segundo lugar en los resultados de la votación.

 

Uno de esos falsos dilemas es el que contrapone el fin de la guerra que él promete si lo reeligen, a la guerra sin fin que se seguiría del triunfo de su contendor, Óscar Iván Zuluaga.

 

Hay que ser realistas. Santos no puede ofrecer que la firma de un acuerdo con las Farc nos traerá la ansiada paz. En realidad, ni siquiera puede prometer que ese acuerdo esté cercano ni la posibilidad misma de llegar a él, salvo que esté decidido a rendirse ante ellas.

 

El discurso de los capos de las Farc y, sobre todo, los gravísimos atentados que su gente alzada en armas comete todos los días contra la población colombiana, especialmente la más humilde y desprotegida, desmienten la voluntad de paz de esa organización narcoterrorista y es por ello que el electorado, deseoso como nadie de una paz sincera, desconfía de lo que está negociando Santos a través de sus delegados en La Habana.

 

Santos y sus áulicos acusan a sus contradictores de propalar mentiras sobre esos diálogos y de haber deteriorado el ambiente público en torno de los mismos. Pero ellos se limitan a reproducir lo que a los cuatro vientos pregonan los capos y puede leerse en su página de Anncol.

 

Cuando Timochenko remata su discurso de celebración de un nuevo aniversario de la fundación de las Farc exclamando que “¡Hemos jurado vencer y venceremos!”, o cuando Iván Márquez, celebrando lo mismo, habla de los objetivos que se propone esa organización narcoterrorista, poca duda queda de que se sienten cerca de la toma del poder, gracias a los espacios que les ha abierto el Presidente-candidato.

 

Para la muestra, les ofrezco a los lectores este elocuente  botón: https://www.facebook.com/photo.phpv=710733432320774&set=vb.284414464952675&type=2&theater

 

Acusar al expresidente Uribe Vélez y sus cuadros del Centro Democrático de haber debilitado la confianza de las comunidades en los diálogos con las Farc es darle a Twitter una importancia que es dudoso que tenga hoy por hoy.

 

La Gran Prensa, especialmente la de la radio y la televisión,está en manos de amigos del gobierno que no escatiman oportunidad alguna para tratar de hacer quedar mal al Centro Democrático y su digno candidato presidencial, Óscar Iván Zuluaga, así como al expresidente Uribe. Si con semejante fuerza a su servicio, el Presidente-candidato no ha podido convencer a las mayorías acerca de las bondades de su programa de paz ni de las malas intenciones de sus contradictores, es porque definitivamente es un pésimo comunicador, -él, que dice haber ejercido por tantos años el periodismo-, o porque el programa mismo exhibe sin necesidad de mayor análisis inquietantes deficiencias.

 

Esas deficiencias proceden probablemente del modo cómo se inició y se ha ido desarrollando el proceso.

 

Todo hace pensar que fue Santos quien enarboló la bandera blanca de la paz para atraer a las Farc a la mesa de negociaciones. Hay una historia oculta cuyos pormenores quizás nunca conoceremos, pero podemos intuirlos si atamos algunos cabos.

 

Es bien sabido que el finado Chávez jugó un rol muy significativo en este asunto. Él insistía una y otra vez en la paz de Colombia, pero desde su punto de vista favorable a los guerrilleros.

 

En algún encuentro con su entonces homólogo colombiano, le preguntó: "Uribe, ¿cuándo va  hacer la paz con los guerrilleros?”. La respuesta que recibió  fue rotunda: “Cuando Ud. deje de protegerlos en su territorio”.

 

Se cree que Santos se acercó a Chávez desde que ocupaba el cargo de ministro de Defensa en el gobierno de Uribe, cuando tuvo a Sergio Jaramillo Caro, el ideólogo del proceso según Enrique Santos, como su viceministro. Y también se dice que fue él quien influyó para que Uribe nombrara a Frank Pearl, uno de los actuales negociadores,  como Comisionado de Paz. Y ha dicho José Obdulio Gaviria que el nombramiento de María Ángela Holguín para la Cancillería se hizo para complacer al  régimen chavista.

 

Por consiguiente, hay buenas razones para creer no solo que uno de los temas de fondo del llamado Pacto de Santa Marta, que Maduro dijo que Santos violó después al entrometerse en la política venezolana, fue protocolizar la intermediación de Chávez frente a las Farc, sino que esta gestión venía de atrás, tanto a espaldas del presidente Uribe como del electorado colombiano, que votó copiosamente por Santos para que siguiera combatiendo a las Farc hasta doblegarlas, y no para que les ofreciera la rendición del Estado.

 

Como para curarse en salud, Santos dio unas puntadas sobre el tema en unas sibilinas manifestaciones sobre “las llaves de la paz” en su discurso de posesión, pero precisando que la sometería a unos “inamovibles” que a la postre han resultado tan sólidos como los castillos de arena que se edifican en playas que pronto serán barridas por las olas del mar.

 

El inconcebible comportamiento de Santos y su Canciller para dejar sin piso las acusaciones que poco antes había hecho su antecesor frente a la OEA contra el gobierno de Venezuela por su protección a los guerrilleros colombianos, es muestra elocuente de la prisa que tenía para entregarle al sátrapa del vecino país la conducción del más delicado asunto de interés para Colombia.

 

Santos se jacta ahora de haber logrado la paz con unos vecinos que, según él, por las malas maneras de Uribe estaban al borde de la guerra con  nosotros, cuando bien sabe que lo que su antecesor y patrocinador estaba defendiendo frente a ellos era la dignidad y la seguridad de nuestra patria colombiana.

 

Por supuesto que Santos hizo la paz con Chávez y con Correa, pero a costa de nuestra abyección. Su mala fe no conoce límites.

 

Las gestiones con las Farc a través de Chávez se realizaron sigilosamente, lo cual no es censurable de suyo, pues en asuntos de tamaña gravedad la discreción, cuando no el secreto, son de rigor. Pero en algún momento tendrían que aflorar.

 

Santos las negó una y otra vez, sin perjuicio de promover casi que de modo clandestino y, en todo caso, con inusitada premura, la aprobación por parte del Congreso del Marco Jurídico para la Impunidad, que a todas luces fue una condición que impusieron las Farc para sentarse a la mesa de diálogo.

 

La aprobación por la Cámara en pleno de la segunda vuelta de esta reforma constitucional se produjo el mismo día que las Farc atentaron contra Fernando Londoño Hoyos. Los representantes, en lugar de haber suspendido el trámite mientras se esclarecían los hechos, corrieron a votar en favor del proyecto, lo que les envió a las Farc un nítido mensaje sobre su cobardía. Y, para disimular la claudicación, Santos y su tortuoso general Naranjo, salieron a a disculpar a las Farc, insinuando que el atentado venía de la “ultraderecha”, esa torpe entelequia que se ha inventado para desorientar a los colombianos, creyéndolos incautos.

 

Las conversaciones que el gobierno negaba a rajatabla salieron a la luz pública porque Francisco Santos, como Director de Noticias de RCN, las dio a conocer. Eso le costó el puesto, pero su primo se vio en la necesidad de divulgar el extravagante pacto que sus “plenipotenciarios” habían suscritos con sus pares de las Farc, en el que a estas se las equiparaba como parte del conflicto con el Estado colombiano.

 

Con ese pacto, el país empezó perdiendo. Las Farc, en una circular que dio a conocer Jaime Restrepo y que comenté acá hace algunos meses, les informaron a sus frentes que entraban en ese proceso de diálogos porque Santos les había hecho saber que compartía su diagnóstico y sus propósitos sobre la sociedad colombiana, aunque no sus métodos.

 

Es claro que la improvisación y la claudicación fueron claves para lograr que las Farc se prestaran a dialogar. Pero también lo son para entender el porqué de la arrogancia de sus capos.

 

Hay otros aspectos que vale la pena examinar para entender las razones por las  que este proceso no solo nació mal, sino que se ha desarrollado también de mala manera.

 

Santos lo ha concebido y manejado como su propio proyecto, el que según su megalomanía le asegurará un sitio de honor en la historia. No lo consultó con quienes podrían haberlo aconsejado bien y le habrían prestado un valioso concurso para sacarlo avante. Es su proyecto, y a sus socios de la Mesa de Unidad Nacional se los impuso de grado o por fuerza. Para obtener su apoyo a conversaciones cuyo contenido solo conocen unos pocos iniciados, los presionó con las armas de que dispone un gobernante dispuesto a todo: “Tómenlo o déjenlo”, fue su mensaje. “Déjenlo”, eso sí, al precio de perder todas las gabelas que representa hacer parte de la coalición gubernamental, lo que ahora se denomina la “mermelada”.

 

En su momento, denuncié desde este blog la ignominiosa negociación que se hizo con los congresistas para que tramitaran simultáneamente una reforma a la justicia que los beneficiaba indebidamente y el Marco Jurídico para la Impunidad. De hecho, lo que se tramitaba de modo paralelo eran dos marcos de impunidad: la de los congresistas y la de los guerrilleros.

 

Dice la sabiduría popular que lo que mal comienza, mal termina.

 

De ahí, el creciente y muy justificado escepticismo de los colombianos acerca de los resultados que cabría esperar de los diálogos en La Habana, que tal como están las cosas hoy solo podrían ofrecer perspectivas de finiquitarse con algún acuerdo si la institucionalidad les ofreciera a los guerrilleros unas ventajas tales que la pondrían en grave peligro de desquiciarse.

 

Se ha señalado, además, que la paz que ofrece Santos es ilusoria porque no hay garantía de que buena parte de los efectivos de las Farc que están comprometidos a fondo en el narcotráfico se plieguen a lo que eventualmente se acuerde en La Habana. Además, las Farc son solo una parte de los actores criminales que asuelan a Colombia. Tanto nuestros campos como nuestras ciudades son víctimas de poderosísimas orgnanizaciones delictivas que no entraría ni podrían entrar en ese hipotético acuerdo y, tal vez, se verían reforzadas por el mismo.

 

Dicho de otro modo, no es lo mismo firmar unos acuerdos con las Farc que lograr la paz en Colombia.

 

La reelección de Santos no garantiza el fin de la guerra. Lo más probable es que esta continuaría con otros actores y bajo otras modalidades, y que el promisorio postconflicto de que ahora se habla sea la simiente de confrontaciones quizás peores.

 

Óscar Iván Zuluaga, lo mismo que sus demás contendores en la primera vuelta, salvo el Presidente-candidato, ha sido crítico y con sobra de razones del actual proceso de paz, que a su juicio requiere ajustes fundamentales. El más importante, que las Farc pongan término a sus ataques contra la población civil, al reclutamiento de niños, al minado de campos, al secuestro y a la extorsión, vale decir, como lo pidió el papa Francisco cuando Santos fue a implorarle su bendición, cuando medie de su parte un sincero ánimo de reconciliación con los colombianos y reconozcan el agravio que han perpetrado contra sus víctimas, sobre lo que el monstruoso Santrich se ha limitado a decir con diabólico sarcasmo “quizás, quizás, quizás”.

 

Zuluaga no es un guerrerista a ultranza, como tampoco lo es Uribe. Este tendió bajo su gobierno muchos puentes, pero las Farc declararon que nunca negociarían con él, pues eran sabedoras de que no lo podrían manipular, como sí lo han hecho con Santos. Lo que el Centro Democrático propone no es el exterminio físico de los guerrilleros, ni la “guerra sin fin” de que habla la vacua retórica presidencial, sino que se hagan ajustes al proceso de La Habana a fin de hacerlo viable en términos institucionales y políticos.

 

Santos afirma que eso equivale a reventar el proceso. Con vergonzosa estulticia da a entender que no se puede molestar a la Farc exigiéndoles que abandonen prácticas tan atroces como la de los “niños-bomba” de Tumaco. Y mientras esas hordas salvajes continúan reclutando niños en los campos de Colombia para convertirlos en asesinos, se atreve a pedirles a las madres de soldados y policías que velan por nuestra seguridad aún al precio de sus vidas, de su integridad física o de sus libertades, que no sigan prestando sus hijos para la guerra.

 

Recuerdo que la censura más fuerte que nos hacía nuestra madre cuando estábamos pequeños era la de “arrastrados”. Santos es, ni más ni menos, un arrastrado. Y pretende arrastrar también a Colombia.

 

El voto por Óscar Iván Zuluaga el próximo 15 de junio es por la dignidad de Colombia.