lunes, 2 de junio de 2014

Logomaquia santista

El discurso del Presidente-candidato se desenvuelve a través de juegos de palabras que giran en el vacío y poco tienen que ver con la realidad. Su propósito no es penetrar la verdad de los hechos políticos, sino engañar al electorado con falsos dilemas como los que presentó el pasado 25 de mayo al dar parte de su indecoroso segundo lugar en los resultados de la votación.

 

Uno de esos falsos dilemas es el que contrapone el fin de la guerra que él promete si lo reeligen, a la guerra sin fin que se seguiría del triunfo de su contendor, Óscar Iván Zuluaga.

 

Hay que ser realistas. Santos no puede ofrecer que la firma de un acuerdo con las Farc nos traerá la ansiada paz. En realidad, ni siquiera puede prometer que ese acuerdo esté cercano ni la posibilidad misma de llegar a él, salvo que esté decidido a rendirse ante ellas.

 

El discurso de los capos de las Farc y, sobre todo, los gravísimos atentados que su gente alzada en armas comete todos los días contra la población colombiana, especialmente la más humilde y desprotegida, desmienten la voluntad de paz de esa organización narcoterrorista y es por ello que el electorado, deseoso como nadie de una paz sincera, desconfía de lo que está negociando Santos a través de sus delegados en La Habana.

 

Santos y sus áulicos acusan a sus contradictores de propalar mentiras sobre esos diálogos y de haber deteriorado el ambiente público en torno de los mismos. Pero ellos se limitan a reproducir lo que a los cuatro vientos pregonan los capos y puede leerse en su página de Anncol.

 

Cuando Timochenko remata su discurso de celebración de un nuevo aniversario de la fundación de las Farc exclamando que “¡Hemos jurado vencer y venceremos!”, o cuando Iván Márquez, celebrando lo mismo, habla de los objetivos que se propone esa organización narcoterrorista, poca duda queda de que se sienten cerca de la toma del poder, gracias a los espacios que les ha abierto el Presidente-candidato.

 

Para la muestra, les ofrezco a los lectores este elocuente  botón: https://www.facebook.com/photo.phpv=710733432320774&set=vb.284414464952675&type=2&theater

 

Acusar al expresidente Uribe Vélez y sus cuadros del Centro Democrático de haber debilitado la confianza de las comunidades en los diálogos con las Farc es darle a Twitter una importancia que es dudoso que tenga hoy por hoy.

 

La Gran Prensa, especialmente la de la radio y la televisión,está en manos de amigos del gobierno que no escatiman oportunidad alguna para tratar de hacer quedar mal al Centro Democrático y su digno candidato presidencial, Óscar Iván Zuluaga, así como al expresidente Uribe. Si con semejante fuerza a su servicio, el Presidente-candidato no ha podido convencer a las mayorías acerca de las bondades de su programa de paz ni de las malas intenciones de sus contradictores, es porque definitivamente es un pésimo comunicador, -él, que dice haber ejercido por tantos años el periodismo-, o porque el programa mismo exhibe sin necesidad de mayor análisis inquietantes deficiencias.

 

Esas deficiencias proceden probablemente del modo cómo se inició y se ha ido desarrollando el proceso.

 

Todo hace pensar que fue Santos quien enarboló la bandera blanca de la paz para atraer a las Farc a la mesa de negociaciones. Hay una historia oculta cuyos pormenores quizás nunca conoceremos, pero podemos intuirlos si atamos algunos cabos.

 

Es bien sabido que el finado Chávez jugó un rol muy significativo en este asunto. Él insistía una y otra vez en la paz de Colombia, pero desde su punto de vista favorable a los guerrilleros.

 

En algún encuentro con su entonces homólogo colombiano, le preguntó: "Uribe, ¿cuándo va  hacer la paz con los guerrilleros?”. La respuesta que recibió  fue rotunda: “Cuando Ud. deje de protegerlos en su territorio”.

 

Se cree que Santos se acercó a Chávez desde que ocupaba el cargo de ministro de Defensa en el gobierno de Uribe, cuando tuvo a Sergio Jaramillo Caro, el ideólogo del proceso según Enrique Santos, como su viceministro. Y también se dice que fue él quien influyó para que Uribe nombrara a Frank Pearl, uno de los actuales negociadores,  como Comisionado de Paz. Y ha dicho José Obdulio Gaviria que el nombramiento de María Ángela Holguín para la Cancillería se hizo para complacer al  régimen chavista.

 

Por consiguiente, hay buenas razones para creer no solo que uno de los temas de fondo del llamado Pacto de Santa Marta, que Maduro dijo que Santos violó después al entrometerse en la política venezolana, fue protocolizar la intermediación de Chávez frente a las Farc, sino que esta gestión venía de atrás, tanto a espaldas del presidente Uribe como del electorado colombiano, que votó copiosamente por Santos para que siguiera combatiendo a las Farc hasta doblegarlas, y no para que les ofreciera la rendición del Estado.

 

Como para curarse en salud, Santos dio unas puntadas sobre el tema en unas sibilinas manifestaciones sobre “las llaves de la paz” en su discurso de posesión, pero precisando que la sometería a unos “inamovibles” que a la postre han resultado tan sólidos como los castillos de arena que se edifican en playas que pronto serán barridas por las olas del mar.

 

El inconcebible comportamiento de Santos y su Canciller para dejar sin piso las acusaciones que poco antes había hecho su antecesor frente a la OEA contra el gobierno de Venezuela por su protección a los guerrilleros colombianos, es muestra elocuente de la prisa que tenía para entregarle al sátrapa del vecino país la conducción del más delicado asunto de interés para Colombia.

 

Santos se jacta ahora de haber logrado la paz con unos vecinos que, según él, por las malas maneras de Uribe estaban al borde de la guerra con  nosotros, cuando bien sabe que lo que su antecesor y patrocinador estaba defendiendo frente a ellos era la dignidad y la seguridad de nuestra patria colombiana.

 

Por supuesto que Santos hizo la paz con Chávez y con Correa, pero a costa de nuestra abyección. Su mala fe no conoce límites.

 

Las gestiones con las Farc a través de Chávez se realizaron sigilosamente, lo cual no es censurable de suyo, pues en asuntos de tamaña gravedad la discreción, cuando no el secreto, son de rigor. Pero en algún momento tendrían que aflorar.

 

Santos las negó una y otra vez, sin perjuicio de promover casi que de modo clandestino y, en todo caso, con inusitada premura, la aprobación por parte del Congreso del Marco Jurídico para la Impunidad, que a todas luces fue una condición que impusieron las Farc para sentarse a la mesa de diálogo.

 

La aprobación por la Cámara en pleno de la segunda vuelta de esta reforma constitucional se produjo el mismo día que las Farc atentaron contra Fernando Londoño Hoyos. Los representantes, en lugar de haber suspendido el trámite mientras se esclarecían los hechos, corrieron a votar en favor del proyecto, lo que les envió a las Farc un nítido mensaje sobre su cobardía. Y, para disimular la claudicación, Santos y su tortuoso general Naranjo, salieron a a disculpar a las Farc, insinuando que el atentado venía de la “ultraderecha”, esa torpe entelequia que se ha inventado para desorientar a los colombianos, creyéndolos incautos.

 

Las conversaciones que el gobierno negaba a rajatabla salieron a la luz pública porque Francisco Santos, como Director de Noticias de RCN, las dio a conocer. Eso le costó el puesto, pero su primo se vio en la necesidad de divulgar el extravagante pacto que sus “plenipotenciarios” habían suscritos con sus pares de las Farc, en el que a estas se las equiparaba como parte del conflicto con el Estado colombiano.

 

Con ese pacto, el país empezó perdiendo. Las Farc, en una circular que dio a conocer Jaime Restrepo y que comenté acá hace algunos meses, les informaron a sus frentes que entraban en ese proceso de diálogos porque Santos les había hecho saber que compartía su diagnóstico y sus propósitos sobre la sociedad colombiana, aunque no sus métodos.

 

Es claro que la improvisación y la claudicación fueron claves para lograr que las Farc se prestaran a dialogar. Pero también lo son para entender el porqué de la arrogancia de sus capos.

 

Hay otros aspectos que vale la pena examinar para entender las razones por las  que este proceso no solo nació mal, sino que se ha desarrollado también de mala manera.

 

Santos lo ha concebido y manejado como su propio proyecto, el que según su megalomanía le asegurará un sitio de honor en la historia. No lo consultó con quienes podrían haberlo aconsejado bien y le habrían prestado un valioso concurso para sacarlo avante. Es su proyecto, y a sus socios de la Mesa de Unidad Nacional se los impuso de grado o por fuerza. Para obtener su apoyo a conversaciones cuyo contenido solo conocen unos pocos iniciados, los presionó con las armas de que dispone un gobernante dispuesto a todo: “Tómenlo o déjenlo”, fue su mensaje. “Déjenlo”, eso sí, al precio de perder todas las gabelas que representa hacer parte de la coalición gubernamental, lo que ahora se denomina la “mermelada”.

 

En su momento, denuncié desde este blog la ignominiosa negociación que se hizo con los congresistas para que tramitaran simultáneamente una reforma a la justicia que los beneficiaba indebidamente y el Marco Jurídico para la Impunidad. De hecho, lo que se tramitaba de modo paralelo eran dos marcos de impunidad: la de los congresistas y la de los guerrilleros.

 

Dice la sabiduría popular que lo que mal comienza, mal termina.

 

De ahí, el creciente y muy justificado escepticismo de los colombianos acerca de los resultados que cabría esperar de los diálogos en La Habana, que tal como están las cosas hoy solo podrían ofrecer perspectivas de finiquitarse con algún acuerdo si la institucionalidad les ofreciera a los guerrilleros unas ventajas tales que la pondrían en grave peligro de desquiciarse.

 

Se ha señalado, además, que la paz que ofrece Santos es ilusoria porque no hay garantía de que buena parte de los efectivos de las Farc que están comprometidos a fondo en el narcotráfico se plieguen a lo que eventualmente se acuerde en La Habana. Además, las Farc son solo una parte de los actores criminales que asuelan a Colombia. Tanto nuestros campos como nuestras ciudades son víctimas de poderosísimas orgnanizaciones delictivas que no entraría ni podrían entrar en ese hipotético acuerdo y, tal vez, se verían reforzadas por el mismo.

 

Dicho de otro modo, no es lo mismo firmar unos acuerdos con las Farc que lograr la paz en Colombia.

 

La reelección de Santos no garantiza el fin de la guerra. Lo más probable es que esta continuaría con otros actores y bajo otras modalidades, y que el promisorio postconflicto de que ahora se habla sea la simiente de confrontaciones quizás peores.

 

Óscar Iván Zuluaga, lo mismo que sus demás contendores en la primera vuelta, salvo el Presidente-candidato, ha sido crítico y con sobra de razones del actual proceso de paz, que a su juicio requiere ajustes fundamentales. El más importante, que las Farc pongan término a sus ataques contra la población civil, al reclutamiento de niños, al minado de campos, al secuestro y a la extorsión, vale decir, como lo pidió el papa Francisco cuando Santos fue a implorarle su bendición, cuando medie de su parte un sincero ánimo de reconciliación con los colombianos y reconozcan el agravio que han perpetrado contra sus víctimas, sobre lo que el monstruoso Santrich se ha limitado a decir con diabólico sarcasmo “quizás, quizás, quizás”.

 

Zuluaga no es un guerrerista a ultranza, como tampoco lo es Uribe. Este tendió bajo su gobierno muchos puentes, pero las Farc declararon que nunca negociarían con él, pues eran sabedoras de que no lo podrían manipular, como sí lo han hecho con Santos. Lo que el Centro Democrático propone no es el exterminio físico de los guerrilleros, ni la “guerra sin fin” de que habla la vacua retórica presidencial, sino que se hagan ajustes al proceso de La Habana a fin de hacerlo viable en términos institucionales y políticos.

 

Santos afirma que eso equivale a reventar el proceso. Con vergonzosa estulticia da a entender que no se puede molestar a la Farc exigiéndoles que abandonen prácticas tan atroces como la de los “niños-bomba” de Tumaco. Y mientras esas hordas salvajes continúan reclutando niños en los campos de Colombia para convertirlos en asesinos, se atreve a pedirles a las madres de soldados y policías que velan por nuestra seguridad aún al precio de sus vidas, de su integridad física o de sus libertades, que no sigan prestando sus hijos para la guerra.

 

Recuerdo que la censura más fuerte que nos hacía nuestra madre cuando estábamos pequeños era la de “arrastrados”. Santos es, ni más ni menos, un arrastrado. Y pretende arrastrar también a Colombia.

 

El voto por Óscar Iván Zuluaga el próximo 15 de junio es por la dignidad de Colombia.

 

 

4 comentarios:

  1. Excelente y sabio artículo, no apto para mamertos o ilusos de barriga llena. Definitibam,emnte Juan Manuel "Gelatino" Santos, para montar enredos y hacer cosas de muy mala fe, está solo en el universo.Para acabar de ajustar su gaguera
    y media lengua, parece que le ayudan, porque deja a todos sin entender, pero viendo un chispero.
    Con decirles, que conocí a una persona de esas que uno cree pensantes., que afirmó que no le daría su voto a Oscar Iván, porque había seguidores de él, que trataban a SANTOS CON PALABRAS OBSCENAS.Eso es lo que se llama, el gran debate en el reino de los CULEBREROS.
    El próximo 15 de Junio y con el Superior Permiso, mi voto será por ÓSCAR IVÁN ZULUAGA, CoraZón grande y mano firme para encarnar la dignidad de Colombia.
    Juanfer

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  2. Es bien sencillo atar cabos para vaticinar en qué terminarían los diálogos de la Habana, si los mismos continúan bajo la dirección de Juan Manuel Santos. Tres hechos fundamentales nos indican cuál sería ese final: (1) La ausencia de transparencia, o secreto, en los preparativos, el comienzo y el desarrollo de los diálogos nos indica que lo que el gobierno y las FARC están acordando no es del agrado ni de la conveniencia de la mayoría de colombianos; por eso no han querido que esas conversaciones se lleven a cabo en forma pública. (2) La aceptación, por parte del gobierno Santos, de todas las condiciones y exigencias que las FARC le han impuesto y le siguen imponiendo, y al mismo tiempo, la ausencia absoluta de condiciones del gobierno hacia las FARC. Esto nos indica que Santos, en nombre de la Nación que representa, está dispuesto a conceder a las FARC pretensiones políticas de gran magnitud. Y (3) El rechazo total y vehemente de Santos a cualquier sugerencia y análisis, de los entendidos en la materia, de condicionar los diálogos al cese de operaciones criminales violentas de las FARC y de no discutir con ellas la agenda política de la Nación. Este último hecho es indicativo de que Santos quiere que las FARC dirijan o cogobiernen al país y que sus ideas políticas se materialicen mediante su inclusión en la Constitución.

    En las anteriores circunstancias, no puede caber duda de que la paz que Santos quiere firmar con las FARC consiste en la rendición y la entrega del poder a esta organización.

    En contraste, me parece que lo que propone Óscar Iván Zuluaga, en conjunto con Marta Lucía Ramírez, para que esas conversaciones lleguen a buen término, en beneficio de la población colombiana y no solamente de las FARC, consiste (o debería consistir) en los siguiente, que es lo más natural y lógico: (1) Que las conversaciones y posibles acuerdos se lleven a cabo con transparencia, es decir, de frente al pueblo. (2) Que las FARC acepten como condición para seguir con las conversaciones que suspendan sus acciones criminales violentas. Y (3) Que en lugar de rechazar las sugerencias sobre condicionamientos naturales hacia las FARC, las mismas sean acogidas y sirvan para moderar las pretensiones de las FARC.

    Si las FARC se negaran a la transparencia de las conversaciones, a las justas condiciones de la suspensión de la violencia, y a aceptar moderación en sus aspiraciones, la ruptura de esos diálogos no sería lo peor que nos pudiera suceder. Lo peor que nos pudiera suceder sería que se le entregara el país a las FARC y que, así, nuestras libertades sucumban bajo su proyecto totalitario.

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  3. Bla bla,bla,bla y hasta se lo cree.

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