Convicciones, lealtad y gratitud
En Youtube quedan huellas de la discusión que dos personajes acerca de los que bien puede decirse “que entre el diablo y escoja” sostuvieron a través de la radio Caracol.
El debate enfrentó a Juan Manuel Santos y Darío Arismendi cuando aquel, en su campaña presidencial, se sirvió de un locutor que imitaba la voz de Uribe para invitar a que se votara por él.
Por esas mismas calendas, el propio Santos asumió el papel de Uribe para presentarse ataviado con sombrero aguadeño y poncho de algodón, el que los arrieros antioqueños llamaban mulera.
Arismendi, que no es conocido propiamente por sus escrúpulos, se escandalizó con esa burda patraña y le dijo a Santos públicamente que esa era una picardía. Santos respondió haciendo alarde de cinismo:"A mí me gustan las picardías".
El comportamiento de Santos durante su campaña presidencial mostró el talante moral de lo que iba ser su gobierno, duramente señalado por Luis Carlos Restrepo como “el gobierno de la mentira”. Hay que añadir que concomitantemente con ella, es el del disimulo, la deslealtad y la traición.
Bien dijo hace poco Oscar Iván Zuluaga, en declaraciones para El Espectador, que no le aceptó el ofrecimiento que le hizo del cargo de ministro del Interior porque “Uno en política tiene que tener convicciones, lealtad y gratitud”, que es lo que precisamente se echa de menos en Santos.
Ya la gente ha olvidado su falta de lealtad con Noemí Sanín y, por ende, con el Partido Conservador, cuando al tiempo que este la proclamaba como su candidata oficial, después de una ardua consulta popular, Santos le armó una disidencia con ayuda de Carlos Rodado y varios destacados personajes de la colectividad azul que hoy se arrepienten amargamente de ese mal paso que dieron.
El mismo Santos que en su deplorable discurso ante la U reclamó en fuertes términos la lealtad partidaria, alentó descaradamente la disidencia conservadora para minar así a su antagonista en la primera vuelta de la elección presidencial.
Es, además, el mismo que, según su portavoz oficial, la revista Semana, disgustado por el mal ambiente que encontró en el pasado evento de la U, "Al otro día llamó a Camilo Sánchez y concretó una comida que tenía pendiente con los 17 senadores liberales, a la cual asistió también el expresidente Gaviria", comida en la que "todo fue una luna de miel y todos quedaron felices"(Semana, Ed. 1592, p. 13).
Después de haberse atribuido mendazmente la paternidad del partido de la U, que dijo haber fundado para que sirviera de vehículo de sus ideas sobre la Tercera Vía, de haberlo declarado “su partido” y de haber exigido en duros términos lealtad para con él y obediencia para sus determinaciones estatutarias, en forma similar a lo que hace años se definió como una “disciplina para perros”, corrió a exaltar a los liberales haciéndose designar por Simón Gaviria como “jefe natural del partido”.
Es dudoso que en la historia de Colombia pueda haberse dado un caso semejante de promiscuidad política, como también es dudoso que el que les jura lealtad a todos pueda ser leal con alguno.
Comenté en Twitter que las palabras de Zuluaga que atrás cité iban dirigidas al “ojo de Filipo” de Santos, pues el distinguido aspirante a sucederlo en la jefatura del Estado, al hablar de convicciones, lealtad y gratitud como presupuestos necesarios para hacer política dignamente, le arrojó muy elegantemente un dardo mortal a quien ha dado muestras de carecer de todas tres.
En su excelente biografía de Rafael Reyes, recordaba Eduardo Lemaitre a esos jefes conservadores de la transición del siglo XIX al XX que hacían política sobre principios asentados firmemente en bases movibles.
El siglo XXI nos da en Santos una muestra cabal de esa caterva de políticos sin convicciones que con la misma retórica e igual tono afirmativo sostienen hoy la conveniencia o la necesidad de una línea de acción, y al otro día, sin ruborizarse, proclaman la contraria.
Santos no resiste la prueba de la “mortal doble columna”, pero se le da una higa que la practiquen, pues cree que el mundo de los políticos no se mueve por las convicciones, sino por la “mermelada” o el látigo de la “disciplina para perros”, y que a la opinión se la manipula por medio de una prensa y una dirigencia empresarial subyugadas y obsecuentes.
Sería interminable la lista de contradicciones en que ha incurrido Santos. Además, dadas las circunstancias actuales de postración moral de la política, ese ejercicio resultaría inocuo, pues solo a la indefensa gente del común, “el oscuro e inepto vulgo”, le molesta que la lleven a votar por unas consignas y los elegidos gobiernen con otras muy diferentes.
Es la gente sencilla la que se escandaliza con la incoherencia de los políticos, pero a estos no los inquieta el sentir popular, pues están convencidos de que los rebaños electorales terminarán obedeciendo a sus falaces consignas, salvo que los hechos tozudos las desvirtúen.
El pragmatismo extremo de esta “realpolitik” deteriora la institucionalidad de modo tal que, cuando llegan los momentos de crisis, fácilmente se viene abajo porque la gente ha dejado de creer en ella.
Santos, como los políticos de su estirpe, ignora que las instituciones reposan sobre fundamentos morales, representados precisamente por la coherencia y la lealtad que dan pie para que se consolide la confianza ciudadana. Cuando esta se pierde, la institucionalidad se hunde, como lo prueba con múltiples ejemplos la historia que Santos al parecer ignora o, al menos, desafía.
En un libro de Guglielmo Ferrero que debería de ser texto de lectura obligada para todos los que aspiren a entender la política y actuar en ella, “El Poder o los genios invisibles que gobiernan la ciudad”, el ilustre historiador italiano demuestra que la legitimidad que sostiene a las instituciones reposa sobre actos de fe, es decir, de confianza de las comunidades. Cuando esa fe se pierde, vienen las crisis de legitimidad que dan al traste con el orden político.
Nuestras instituciones son débiles en extremo y Santos no ha hecho otra cosa que degradarlas. El precio se pagará tarde o temprano.
El desastre institucional está ya a la vista. El inescrupuloso Santos no ha hecho más que abrirle todos los caminos para que el desastre sea total. Al final de su mandato los mejores nuevos amigos del Presidente estarán haciendo fila para refundar la patria colombiana.
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