martes, 26 de agosto de 2014

Un valeroso testimonio de fe católica

 

En buena hora la Universidad Pontificia Bolivariana ha decidido publicar una selección de artículos de opinión escritos inicialmente por Carmen Elena Villa para El Colombiano, medio del que es una muy distinguida colaboradora habitual.

 

Si bien los artículos de opinión suelen ser flores de un día, no pocas veces, bien sea por su forma o por su contenido, son dignos de conservarse y releerse, en razón de que trascienden el momento en que fueron escritos y ofrecen enseñanzas de valor permanente.

 

Es el caso de los que acá se recopilan.

 

Me atrevo a considerar que son modelos de claridad, precisión, concisión y elegancia que pueden ilustrar y orientar positivamente a quienes se aventuran en la difícil tarea de opinar para el público. Tanto los estudiantes de comunicación social como los comentaristas avezados, podrán derivar de la lectura de los textos que acá se recopilan valiosas lecciones acerca de cómo escribir artículos de prensa que estén al alcance de todos los lectores, les suministren informaciones confiables, les brinden argumentos sólidos, y susciten en ellos el interés por explorar y discutir temas de vital importancia para todos.

 

Pero, más allá de la forma impecable en que vienen presentados estos artículos, pienso que hay que destacar el hilo conductor que constituye su trasfondo y les suministra, dentro de su variedad, la unidad temática. Se trata de una corriente espiritual que los nutre y anima, dándoles vida fecunda que aspira a dejar huella en los lectores hacia los que van dirigidos.

 

En estos artículos hay, ante todo, una confesión de fe católica, una adhesión nítida a la Iglesia, un propósito expreso de dar testimonio de lo que en ella ocurre y lo que en ella se piensa, un compromiso decidido con la evangelización.

 

Este compromiso representa hoy una muestra de coraje. Siempre ha sido así desde hace veinte siglos, pero en los tiempos que corren se hace especialmente cierto que la proclamación del Evangelio exige una fuerte presencia de ánimo, un valor excepcional.

 

Hilaire Yves-Marie, en su “Histoire de la Papauté”, resume los 2.000 años de existencia de la Iglesia en dos palabras: misión y tribulaciones. La misión le fue impuesta por su Divino Fundador: “Vayan a todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15). Pero Él mismo advirtió: ”Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más que su patrón. Si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes. ¿Acaso acogieron mi enseñanza? Tampoco, pues, acogerían la de ustedes” (Jn 15,20).

 

La difusión, la defensa y la puesta en práctica del Evangelio constituyen tareas fundamentales de la Iglesia y de quienes a ella pertenecemos. Y aunque el suyo es un mensaje de paz, amor y buena voluntad, destinado a mejorar la vida de los individuos y las sociedades, elevándola a planos superiores de espiritualidad, por un designio misterioso el mundo siempre lo ha recibido, más que con desgano, con hostilidad que va desde el rechazo y la burla hasta la persecución y el martirio.

 

Transmitir los pronunciamientos de los papas, recordar la doctrina de la Iglesia, ocuparse de los problemas que la afectan y las discusiones que median en torno suyo, argumentar en su favor y poner énfasis en su presencia en los distintos escenarios del mundo contemporáneo, como se lee en estas páginas, es empresa que traerá incontables beneficios a muchos católicos que encuentran hoy pocas posibilidades de enterarse de lo que está ocurriendo hoy en el mundo y sufren la desorientación que la cultura dominante pretende imponerles.

 

No somos muchos los creyentes que tenemos clara conciencia de los desafíos que enfrenta la Iglesia en la actualidad. Unos de esos desafíos provienen de su interior mismo, y tocan sea con temas doctrinales que ponen en grave peligro su unidad, ya con la corrupción de las costumbres tanto del clero como de los fieles. Y al lado de la división y la descomposición internas, la Iglesia sufre persecución violenta en distintos lugares del mundo, principalmente en Asia y África, y una persecución solapada pero no menos letal en Norte América y la Unión Europea, que se extiende sinuosamente a nuestra América Latina y se propone llegar a todos los países bajo el impulso de la ONU y sus controlantes discretos o secretos.

 

El cientificismo materialista, el pluralismo religioso, el laicismo, el relativismo, el inmanentismo, el libertarismo y la ideología de género son los principales caballitos de batalla de que el Príncipe de este mundo se sirve hoy para contrarrestar y disipar la luz del Evangelio. A partir de estos presupuestos ideológicos, se ha puesto en marcha toda una revolución cultural, social y, en últimas, política, cuyo propósito es erradicar el Cristianismo de la faz de la tierra. Y, desde luego, el objetivo fundamental de sus promotores es la destrucción de la Iglesia Católica.

 

Todo comienza imprimiendo en el espíritu comunitario unas ideas simples y harto sesgadas, como que la religiosidad es asunto meramente emocional y subjetivo, del todo refractario a la racionalidad; que la diversidad de credos no es susceptible de llevar a quienes los profesan a acuerdos racionales que hagan posible su convivencia pacífica; que el argumento religioso es de suyo impertinente dentro del debate colectivo, que debe sujetarse a las reglas de una hipotética “razón pública”; que la moralidad está desligada de las creencias religiosas y debe fundarse estrictamente en acuerdos intersubjetivos que respeten la dignidad, la autonomía y la igualdad de los individuos humanos, concebidas como supuestos formales a priori y no como categorías existenciales ancladas en la realidad del hombre como ser natural con vocación de trascendencia espiritual; que la medida de todo valor es relativa a la variedad y la intensidad del deseo humano; que todo proyecto humano se agota en la existencia temporal; que la realización del ser humano parte de emanciparse de todo condicionamiento natural, social y religioso o metafísico; y que su dimensión histórico-cultural, que no espiritual, hace de él una criatura radicalmente dúctil y maleable.

 

Acabo de leer acerca de un debate que está en el orden del día en Francia, dado que los mismos que en 1968 tenían como divisa “prohibido prohibir”, hoy promueven toda una serie de prohibiciones tendientes a reprimir las libertades de conciencia, de acción, de expresión y hasta de participación política de quienes descreemos de los postulados y las aspiraciones de esta revolución cultural que, según un ministro del actual gobierno francés, pretende culminar el trabajo interrumpido de la Revolución Francesa, que a su juicio es incompatible con la existencia de la Iglesia católica.

 

De ahí se sigue un proceso que ha sido objeto de minucioso estudio por parte de Janet L. Folger en su libro “The Criminalization of Christianity”, que muestra cómo la ideología de género y en particular los activistas del colectivo LGTB, se han propuesto, sobre todo a través de la dictadura instaurada por el activismo judicial, desterrar al Cristianismo de la vida pública. Los instrumentos jurídico-políticos urdidos para ello son diversos, pero todos apuntan hacia los mismos resultados, esto es, la destrucción de la familia tal como la configuró la Cristiandad, la prohibición de toda manifestación pública de creencias y hasta de sentimientos cristianos, la imposición forzada a los creyentes de prácticas contrarias a sus creencias, etc. La autora lo dice en serio: hay que leer su libro antes de que se prohíba su circulación.

 

No estamos lejos de que estas tendencias se impongan entre nosotros. Ya están presentes en ciertas interpretaciones de la Constitución; en los textos de leyes, ordenanzas, acuerdos, decretos y circulares administrativas; en fallos de las altas cortes; en instrumentos internacionales; en la enseñanza; y, sobre todo, en medios de comunicación abiertamente hostiles a la cultura católica.

 

Más temprano que tarde, los católicos colombianos, que poco nos fijamos en las ideas y los propósitos de aquellos a quienes beneficiamos con nuestros votos, tendremos que someternos entonces a la condición de exiliados en nuestra propia patria.

 

No deja de ser deplorable que periódicos que otrora facilitaban la acción evangelizadora de la Iglesia y hasta las instituciones educativas católicas, a menudo sirvan de vehículos de la descristianización de nuestra sociedad.

 

Ojalá que este valeroso y meritorio esfuerzo de Carmen Elena Villa, a quien no conozco personalmente, pero he aprendido a admirar a través de sus escritos para El Colombiano, contribuya en algo a contrarrestar el aflictivo proceso de descomposición espiritual que estamos viviendo en Colombia.

1 comentario:

  1. ¡Excelente artículo de verdad! Colombia vive un degradante proceso de descomposición moral, social y ESPIRITUAL que la lleva al abismo. Estamos pasando por un delicado y descarado proceso de persecución a la Fe Católica, aprovechado por esas iglesias de garaje que se registran todos los días, al amparo del bodrio Constitución del 91 y que descatolizan y descristianizan los principios Cristianos Católicos de los HOGARES (casi desaparecido este concepto) que se habían formado bajo esa Fe, esa que nos enseñaron nuestros padres y transmitieron abuelos, tatarabuelos y generaciones pasadas, que nunca imaginaron la tragedia. Juanfer

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