sábado, 28 de marzo de 2015

El Estado soy yo

Es poco probable que esta afirmación haya sido pronunciada por Luis XIV, el célebre “Rey Sol”.

A pesar de que es un lugar común atribuírsela, el historiador Louis Madelin niega su autenticidad (Vid. http://www.lovapourrier.com/letat-cest-moi-na-jamais-ete-prononcee-par-louis-xiv). Sin embargo, resume el talante del absolutismo monárquico, de suerte que de su tenor bien puede decirse, acudiendo a la conocida expresión italiana, que “se non è vero, è ben trovato”.

Quizás, entonces, esta frase corresponda al estado de ánimo del monarca, sobre todo en los primeros años de su largo reinado. Pero, como lo observa Madelin, años después "Luis el Grande se tornó más humilde, afirmando que era necesario someterse a los designios de Dios, sobre todo después de los terribles duelos que afligieron a su familia”. Y añade:"Dios me ha castigado y yo lo he merecido, es el credo de sus días finales”.

Viene esto a cuento a propósito de de la fuerte tendencia autocrática que se observa en el modo de gobernar de Juan Manuel Santos, cuyas actitudes reflejan más la arrogancia propia  de un monarca que la discreción y la modestia que se esperan de un dirigente republicano.

Es dudoso que tenga alguna conciencia de la necesidad de someterse a la voluntad de Dios y muchísimo menos a la del pueblo que, según el dogma democrático, se pone de manifiesto en la Constitución. Esta, para él, es una baraja marcada que maneja a su amaño con trucos de tahúr.

El programa principal de su gobierno es la búsqueda de un acuerdo de paz con la insurgencia colombiana, comenzando por la de las Farc.

A él se lo eligió en 2010 para combatirla y doblegarla, de modo que llegara a la mesa de diálogos con un sincero ánimo de reconciliación y de inserción a nuestra institucionalidad democrática y liberal. Pero Santos, por sí y ante sí, consultando tan solo el parecer de un círculo cerrado, tomó la decisión de desconocer sus compromisos de campaña para emprender lo que ya se está viendo claramente como un salto al vacío. Ni siquiera consultó a los integrantes de su Mesa de Unidad Nacional, a quienes les impuso el cambio de rumbo por medio de la reforma constitucional mal llamada del Marco Jurídico para la Paz, cuyo trámite se hizo casi sin discusión y se aprobó por el Congreso bajo el estímulo de la repugnante “mermelada”.

Para Santos, el contenido de la agenda legislativa no se acuerda con el Congreso, sino que se negocia con cada congresista a cambio de prebendas presupuestales y burocráticas que conllevan corrupción. La consigna es "Tómelo o déjelo". Para guardar ciertas apariencias, solo se les concede cierto margen de iniciativa propia, siempre y cuando no se afecten los propósitos gubernamentales. Por consiguiente, la mal llamada representación popular no es para él en su conjunto una correa de transmisión de las inquietudes de las comunidades, sino instrumento de imposición de los dictados gubernamentales.

Podrían multiplicarse los ejemplos que muestran cómo se distorsiona y pervierte en beneficio del poder presidencial todo el andamiaje de frenos y contrapesas  previsto por la Constitución.

El poder presidencial, bajo el ímpetu autocrático de Santos, se instaura no solo sobre el Congreso, sino también sobre los cuerpos judiciales, los órganos de control, el poder electoral y la autonomía de las entidades territoriales, para expandirse luego hacia las organizaciones gremiales del sector privado y los medios de comunicación social.

No se admiten las voces discrepantes; ni siquiera son de recibo las que aconsejan cautela y discreción. Como en la vieja y venerable imagen de los discos de  fonógrafo, solo es posible que se oiga la voz del amo. Para las otras, solo caben tres alternativas: sumarse al coro laudatorio, sufrir los improperios o someterse a la campana neumática que condena al silencio.

La crisis que se ha desatado en el sector judicial es bien diciente. Si se toman en serio las declaraciones del magistrado Pretelt, el matoneo en contra suya se origina en el propósito del Fiscal y, en últimas del Presidente, de controlar la Corte Constitucional, eliminando un protagonista indócil para la elección de Registrador del Estado Civil, que corresponde a los presidentes de las Altas Cortes, y para las votaciones sobre temas complejos, como los que conciernen a los acuerdos a que eventualmente se llegare con los narcoterroristas.

¿Cómo ha respondido el gobierno a esta crisis?

Nada menos que con la idea de que el Tribunal de Aforados, llamado a investigar y procesar a los altos funcionarios del Estado, se integre por primera vez con magistrados que nombre el Presidente de la República. Y luego sale el Superministro, que en contravía de la Constitución designó Santos hace unos meses, a proponer que al Fiscal General también lo nombre el Presidente, como si el contubernio de la dupla Santos-Montealegre no mostrase facetas infernales que tienen aterrados a los colombianos de bien.

Denunció La Hora de la Verdad el viernes pasado que se rumora que el gobierno estudia fórmulas jurídicas para convocar un referendo que le otorgue plenos poderes a Santos para suscribir y poner en ejecución los eventuales acuerdos con las Farc y quizás también el Eln, lo que implicaría algo peor que las leyes habilitantes que el chavismo copió del régimen hitleriano, pues el alcance de las facultades comprendería nada menos que reformar sustancialmente la Constitución. Ello significa entonces que el dictador Santos quedaría investido del poder constituyente.

Ardiendo de ira contra el Procurador General de la Nación, que ha hecho muy sensatas observaciones sobre los diálogos de La Habana en defensa de la integridad del ordenamiento jurídico y de los intereses superiores de la sociedad, Santos ha resuelto pedirle que se abstenga de intervenir porque el único facultado para tratar los temas de paz es él, como si el mismo se identificara con el Estado y los colombianos tuviéramos que resignarnos a ser espectadores pasivos de sus claudicaciones.

¿Qué es todo esto, sino autocracia monda y lironda?

Mucha gente se burla de Santos, pero, como a los sátrapas africanos, lo que hay es que temerle. Podría hacer mucho daño. Mejor dicho, ya lo ha hecho.

3 comentarios:

  1. ¡Excelente artículo! JuanPa realmente se cree el estado, la PAZ y la institucionalidad y parece no darse cuenta, que sólo le pertenece la IMPUNIDAD.
    #EstoyConEl Procurador.
    Juanfer

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  2. Y cada día que pasa Santos acrecienta su delirio de grandeza combinada con un acrecentamiento de su ineptitud para solucionar problemas de gobierno.

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