Antanas Mockus ha centrado su campaña electoral en el tema ético. Y su auge en las encuestas refleja las inquietudes que experimenta la sociedad colombiana en ese campo.
Que la gente del común se preocupe por la moralidad es, desde luego, digno de considerarse. Pero conviene preguntar cuáles son concretamente esas preocupaciones y de qué modo se aspira a resolverlas.
A juzgar por lo visto, leído y oído, Mockus se interesa ante todo por la ética pública, no por la privada.
Sigue en ello una orientación que tiene cierta fuerza sobre todo en los medios académicos, según la cual la ética privada pertenece al reino de la intimidad individual que no puede ser objeto de intromisiones por parte del poder público y, por consiguiente, de la normatividad jurídica. Pero, en cambio, la ética pública se inscribe en el ámbito de la ciudadanía, idea en torno de la cual se construye el imaginario democrático.
En efecto, se cree con buenas razones que la democracia sólo rinde sus frutos si se apoya en una ciudadanía activa, consciente de lo público y dispuesta a soportar las cargas que ello entraña en beneficio de la convivencia.
Reitero que estas ideas vienen de Rousseau, quien poco se interesaba en la moralidad privada, pero aspiraba a que los individuos pasasen de un estado de naturaleza egoísta y asocial a otro de ciudadanía en que sacrificasen sus propios intereses en función de los dictados de la Voluntad General.
Bueno es recordar que, según el punto de vista de importantes estudiosos del pensamiento contemporáneo, ahí se halla la matriz de la democracia totalitaria, que somete rigurosamente a los individuos a los dictados de la sociedad, sobre la base de que ésta no difiere de aquéllos y representa, además, la instancia dialéctica en que se supera el egoísmo en favor de la solidaridad.
Aunque los extremos totalitarios son algo así como la bestia negra para los pensadores liberales, que suelen poner el grito en el cielo cuando algo les huele a nazismo, fascismo o stalinismo, no deja de haber algo de razón en sus inquietudes sobre los gérmenes ideológicos que podrían suscitar precedentes que favorezcan las tendencias totalitarias dentro de la sociedad.
La verdad sea dicha, tal como lo vio Aristóteles en su momento y ha sido enseñanza de los grandes maestros a lo largo de los siglos, lo que mejor conviene a las sociedades es el equilibrio entre distintas tendencias, vale decir, la gran fórmula de los pesos y las contrapesas que tiempo después acuñó Montesquieu.
De ese modo, a la dictadura de la amoralidad privada que propone hoy el libertarismo, no sobra oponerle el contrapeso de la moralidad pública, que entraña que, al lado de los intereses individuales, hay otros muy valiosos de grupo e incluso unos globales, que convienen a la humanidad entera.
La fórmula de Mockus conlleva la sacralización de lo público.
Cuando dice que en su primer día de gobierno aspira a llevar un sacerdote a las cavas del Banco de la Republica para que asperja agua bendita sobre los caudales de la comunidad, de modo que los responsables de su manejo velen por ellos como si fuese algo sagrado, habla en serio. Igual sucede cuando sostiene que hay que insuflar en todos los ámbitos el respeto por la legalidad, generando una cultura de pago del IVA, de cumplimiento de las reglas de tránsito y, en últimas, de respeto por la vida, aunque no por la del que está por nacer, tema éste que el atroz dogma que rige hoy en no pocas sociedades remite a la libre elección de la mujer en su fuero interno.
Pues bien, esa cultura promueve el culto por la ley, particularmente la escrita. Y en una sociedad dada a pensar más en cómo incumplirla que en obedecerla, ello representaría un avance monumental.
Los ciudadanos que saludan con profunda emoción patriótica la buena fortuna de la fórmula verde no deben de llamarse a engaño. Su visión más o menos laxa de la obligatoriedad de la norma legal tropezará con el rigor del compromiso mockusiano, un sí es no es pariente del celo de Robespierre por la Virtud de sus compatriotas.
Pero sus proyectos tendrán qué habérselas, a no dudarlo, con una cultura burocrática muy arraigada desde los tiempos coloniales, según la cual “Se obedece, pero no se cumple”, o peor, para que el cumplimiento se dé hay qué pagar peajes.
Sigo pensando que la personalidad de Mockus es fascinante, pero enigmática. Es más un pedagogo, aunque de manera que algo evoca a Simón Rodríguez, que el gobernante para un pueblo de demonios como el nuestro. Y de ser elegido, tarde o temprano entrará en conflicto con un Congreso que obedece a los viejos malos hábitos de la sociedad colombiana.
Excelente análisis. Grandes claves aporta la filosofía política para entender el presente...
ResponderEliminarEl pueblo esta "mamado" con tanta mentira, tanta corrupción, tanta sangre, tanta esperanza fallida, tanta politiquería...tanta promesa. No queremos volver a los mismos de antes del 2002.-
ResponderEliminar¡GRACIAS PRESIDENTE URIBE! ¡BIENVENIDO MOCKUS!