“The End of Materialism”, de Charles T. Tart, critica a fondo la ideología dominante en los medios dirigentes del mundo occidental.
En la página 28 resume los enunciados fundamentales de dicha ideología, presentándolos como una réplica al Credo de Nicea que recitamos los cristianos. Los presenta como haciendo parte de lo que denomina “The Western Creed”, y aquí los transcribo en versión libre.
Dice así:
“CREO – en el universo material- como la única y la única realidad- un universo controlado por leyes físicas inmutables- y por el ciego azar.
“AFIRMO - que el universo carece de creador- no tiene propósito objetivo – como tampoco significado o destino objetivos.
“MANTENGO – que todas las ideas sobre Dios o los dioses – seres iluminados – profetas o salvadores – o cualesquiera otros seres o fuerzas no físicos – constituyen supersticiones y falsedades –. La vida y la conciencia son totalmente idénticas a los procesos físicos – y surgen de interacciones casuales de fuerzas físicas ciegas –. Como el resto de la vida – mi vida – y mi conciencia – carecen de propósito objetivo – sentido- o destino.
“CREO – que todos los juicios, valores y moralidades – trátese de los míos o de los ajenos – son subjetivos- proceden exclusivamente de determinantes biológicos – historia personal- y azar-. El libre albedrío es una ilusión-. Por consiguiente, los valores más racionales que orientan mi vida – deben basarse en el conocimiento según e l cual – lo que me place es bueno – y lo que me apena es malo.- Aquellos que me agradan o me ayudan a evitar penalidades – son mis amigos –; los que me producen dolor o me alejan del placer – son mis enemigos-. La racionalidad requiere que amigos y enemigos – se utilicen de manera que se maximice mi placer – y se minimice mi dolor.
“AFIRMO – que las iglesias solo sirven para el control social –, que no hay pecados objetivos para cometer ni para perdonar –, que no hay retribución divina por los pecados – ni recompensa para la virtud-. La virtud para mí consiste en conseguir lo que quiero – sin dejarme sorprender ni castigar por los demás.
“MANTENGO – que la muerte del cuerpo – acarrea – la muerte de la mente. – No hay vida más allá – y toda esperanza al respecto es un sinsentido.”
Este Credo se compuso para recitarlo despacio, observando las pausas que marcan los guiones, de modo que los que lo hagan lo interioricen, se compenetren con él, desechen toda idea contraria y piensen que sus enunciados reflejan sus creencias básicas acerca de la vida y orientan su modo de obrar.
Se trata de un ejercicio que el autor lleva a cabo en talleres académicos, a fin de registrar las reacciones de quienes en ellos participan.
Algo parecido hacía yo, aunque sin esa metodología y más bien un poco a la ligera, cuando a mis estudiantes de Filosofía del Derecho los invitaba a pensar si esos enunciados daban cuenta cabal de los esfuerzos que sus padres hacían por ellos, de los propósitos que los habían animado a seguir la carrera que estaban estudiando, o de una razonable ordenación de la sociedad y la vida política.
Según relata Tart, sólo unos pocos de los partícipes de esos ejercicios quedaban a gusto admitiendo la validez de estas declaraciones. La mayor parte experimentaba más bien desasosiego y hasta rechazo, así fuese intuitivo, frente a planteamientos que, de ser llevados a la práctica, resultarían destructivos de la vida personal y la armonía social
A menudo les sugería a mis discípulos que pensaran en lo que sería de ellos si sus padres y maestros los hubiesen educado o maleducado dentro de esos criterios. Y, por supuesto, les decía que pensaran si el ordenamiento jurídico podría fundarse sensatamente en los mismos.
Desafortunadamente, aunque no se lo exprese del modo descarnado que reza el texto de Tart, ese Credo Occidental está en el transfondo de la concepción de los derechos y los deberes que reina en los más elevados niveles de la administración de justicia. Es, además, la que se enseña en no pocas universidades, incluso católicas.
Habré de ocuparme más en detalle en otras oportunidades de la profunda crisis de identidad y, por supuesto, de valores, que aflige al Catolicismo. Yo, que he enseñado en un una universidad pontificia a la que dediqué los mejores años de mi vida académica, puedo dar fe del desgano con que en ella se da cuenta de un patrimonio doctrinal que, nos guste o no, está en la raíz de nuestra civilización.
Como anticipo de esta temática, invito a los lectores que se interesen en el tema a que consideren los escritos de Malacchi Martin acerca de la crisis de la Iglesia. Es posible que algunos de sus puntos de vista parezcan exagerados e incluso chocantes. Pero su mensaje es nítido: los católicos debemos releer el Evangelio para comparar nuestras actitudes y nuestros modos de obrar con lo que el Libro Sagrado enseña. Entonces tendremos que sentirnos insatisfechos con nosotros mismos y con las estructuras que hemos creado o hemos recibido. Y no podemos perder de vista sin equivocar el camino que el sentido de esa enseñanza es la búsqueda de la santidad.
Leí hace poco la primera parte de las preciosísimas memorias de Raïssa Maritain, que llegó al Catolicismo por el ejemplo de los santos. Es lo mismo que plantea Claude Tresmontant en “La Enseñanza de Ieschua de Nazaret”, la cual a su juicio transmite una ciencia rigurosa: la de la plenitud del ser humano, vale decir, la de cómo alcanzar la perfección hacia la que nos llama el Padre Celestial.
El “Credo Occidental” ha hecho, sin embargo, su labor de zapa destruyendo la inquietud por el misterio y la veneración por lo sagrado, es decir, el sentido de la trascendencia. Su doctrina es la de una inmanencia pura y simple que destruye la esperanza, esa virtud que Péguy consideraba primordial, pues sin ella mal podría haber fe y caridad.
El Cristianismo o Catolicismo es cuestión de absoluta y pura fe. Quien divague en torno a ello efectivamente está haciendo labor de zapa como destrucción del credo Católico.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con Don Oscar Orlando Quintero. Y la fe no solamente mueve montañas, alimenta los espíritus y sostiene la esperanza de algo siempre mejor.Quien no tiene fe, no tiene esa proyección de vida que se recibe desde el mismo momento de nacer y que nos ata al espíritu.
ResponderEliminarJealbo