martes, 5 de julio de 2011

Gobierno mundial, revolución silenciosa, dictadura invisible

En alguna de mis navegaciones por la red encontré estas expresiones que me parece que describen certeramente las tendencias básicas de los tiempos que corren.

Aunque en principio aun subsisten los Estados soberanos, es un hecho que las organizaciones internacionales, sobre todo la ONU, cada vez limitan más severamente la autonomía de aquéllos para decidir y actuar.

Si bien es cierto que las instituciones supranacionales dotadas de competencias legislativas, ejecutivas o judiciales capaces de constreñir a los Estados parecen ser incipientes en teoría, los hechos ponen de manifiesto que,  por distintos caminos,  aquéllos están perdiendo independencia, especialmente cuando  sus políticas requieren financiamiento, asistencia técnica y, en general, cooperación de parte de entidades internacionales o de otros Estados.

Las tendencias apuntan, pues, hacia la instauración de un gobierno mundial. La internacionalización de la economía, de las normas jurídicas, de la técnica, de la cultura, etc. aportan indicios de que hay una fuerte comunidad internacional que busca imponerse por encima de las debilitadas comunidades nacionales.

Aunque éstas conservan en buena medida la fidelidad de las masas, las clases dirigentes se inclinan, en cambio, por el internacionalismo, de suerte que, con el parecer de aquéllas o sin él, tratan de imponer en sus respectivas comunidades las pautas que  consideran que están en vigencia en la aldea global.

De ese modo, el criterio de legitimación de no pocas iniciativas  que incluso podrían resultar chocantes para las poblaciones vernáculas, es su aceptación internacional, entendiendo por ello lo que se valida en un medio difuso, más o menos etéreo, pero actuante, en el que se amalgaman las elites financieras, académicas, burocráticas, profesionales, corporativas, intelectuales, etc. que inciden en el sistema de las relaciones internacionales.

Ese tránsito de la supremacía nacional a la internacional entraña una verdadera revolución más o menos silenciosa en cuya virtud el viejo orden político que se halla en estado agonizante se ve sustituído sin estridencias, pero de manera efectiva, por otro en el que necesariamente hay que considerar el papel de los actores internacionales.

Al lado de esta revolución hay otra también silenciosa que obra en el ámbito de la cultura. Se trata del cambio radical en las costumbres, muy especialmente en los ámbitos de la sexualidad y la familia, pero también en las orientaciones vitales.

Como diría Nietszche, asistimos a una profunda transmutación de valores, visible más que todo en el mundo occidental, cuya secularización lo separa cada vez más de sus raíces cristianas.

De ese modo, las normatividades, las instituciones y las prácticas no sólo tienden a ignorar el legado de más de mil quinientos años de nuestra vieja civilización, sino a combatirlo y erradicarlo.

La distinción que por obra de la naturaleza se da entre los sexos, los frenos a la desmesura y las desviaciones de la sexualidad, la consideración de la familia como célula de la sociedad, el carácter sagrado de la vida que germina en el vientre materno, el control individual y social del deseo y los impulsos de una naturaleza proclive al desorden , en fin,  esa aspiración hacia lo alto que, citando a Ricoeur, reitero que es el motor que anima el proceso civilizatorio, van en vía de extinción por obra del nihilismo individualista y materialista que se ha venido imponiendo en las últimas décadas de manera vertiginosa y contundente.

Es una revolución cuyas manifestaciones callejeras se advierten en los pintorescos desfiles del “Orgullo Gay”, sin necesidad de golpes de estado, pronunciamientos, manifiestos ni declaratorias de estados de emergencia, como tampoco de fusilamientos, destierros, prisiones políticas, cierre de periódicos, etc. Pero no por ello deja de ser devastadora.

Sus promotores la fundan en cierta idea del progreso y la emancipación humana a cuyo tenor las viejas consignas de dignidad, libertad e igualdad sirven de eco de tendencias que se cree que instaurarán una nueva era de bienestar para todos los individuos, pero de la que no pocos desconfiamos pensando que será más bien de decadencia moral e incluso de destrucción.

La sincronización que se advierte en estos movimientos en distintas latitudes indica que proceden de alguna fuente común y no son obra de la generación espontánea dentro de las comunidades.

Lo que se advierte a partir de las consignas sectarias, agresivas y hasta indecentes de sus promotores, es una verdadera conjura cuyos hilos se mueven desde algún cenáculo que no se atreve a mostrar su rostro.

Es la dictadura invisible que, aprovechando la razonable tendencia a la internacionalización que se da en todos los ámbitos y el buen crédito de los valores de dignidad, libertad e igualdad de los seres humanos que ha consagrado el Cristianismo, aspira a imponer un Nuevo Orden Mundial en el que reine la depravación.

El modelo de los revolucionarios silenciosos y la dictadura invisible lo encontramos en las ciudades malditas, Sodoma y Gomorra. Por eso he dicho en un trino que el primer desfile del “Orgullo Gay” lo hicieron  los habitantes de Sodoma que le exigían a Lot que les  entregara a los emisarios de Jehová “para  conocerlos”.

¿Cuál es la secta que ejerce esa dictadura invisible?

3 comentarios:

  1. excelente articulo, siempre he tenido temores de la tendencia a que los paises inclinen su valores aunque sean inferiores por valores hegemonicos,y hacia ello apuntan los mas poderosos del sistema financiero internacional, apuntan a ser los poderosos

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  2. Buenos días doctor:

    He leído con gran interés su última entrada y también todos sus “trinos” sobre masonería y gnosticismo.

    Los juicios que usted emite son justos: la pérdida progresiva de las soberanías nacionales a manos de una “internacional” en la que se “amalgaman las elites financieras, académicas, burocráticas, profesionales, corporativas, intelectuales”, es un hecho claro e indiscutible.

    También es claro e indiscutible el aluvión de inmoralidad que invade las naciones, el cual se ve instigado y favorecido por las mismas “leyes” contra naturam que el hombre está produciendo.

    El aspecto de la vida humana más golpeado es sin duda la sexualidad, y la explicación es clara, no hay ningún otro fenómeno humano que más “materialice” al hombre que el ejercicio de una sexualidad desordenada; eso es un dato de sobra conocido desde antiguo por los moralistas. Quizá por eso mismo es la punta de lanza utilizada para prevenir e inutilizar posibles reacciones.

    Pero asimismo acierta profundamente usted al señalar lo “revolucionario” que puede ser algo como una marcha “gay”. Ya gramsci enseñaba el siglo pasado que la táctica debía cambiar y centrarse en la transformación de la cultura, pues era consciente que de las cadenas materiales la humanidad tarde o temprano se libera pero de las cadenas del alma casi nunca.

    Por ello hizo un llamado para que las fuerzas de la revolución consagraran sus esfuerzos a influir y cambiar la cultura occidental instilando en su interior las concepciones materialistas de la vida y la conducta, labor para la cual recibió una invaluable ayuda de los “intelectuales” de la escuela de Frankfurt.
    Es por eso que no se equivoca usted al decir que “Es una revolución cuyas manifestaciones callejeras se advierten en los pintorescos desfiles del “Orgullo Gay”, sin necesidad de golpes de estado, pronunciamientos, manifiestos ni declaratorias de estados de emergencia, como tampoco de fusilamientos, destierros, prisiones políticas, cierre de periódicos, etc.” Y termina con cierta nostalgia el párrafo declarando “Pero no por ello deja de ser devastadora.”

    Hace un tiempo tuvo ocasión de leer un breve pero sólido artículo escrito por un tomista argentino ya fallecido, el doctor Derisi, en el cual luego de un repaso crítico por las principales concepciones “filosóficas” surgidas del nominalismo de la baja edad media concluía diciendo que todos los problemas que en la actualidad aquejan al hombre “moderno” se reducían a uno: el desconocimiento de la verdadera naturaleza de la potencia intelectiva humana y de su acto. Y es que verdaderamente a la base de este caos generalizado se halla el desconocimiento de la “realidad”, de cuya recta captación depende la vida no sólo natural, sino también moral y social de la humanidad.

    Celebro doctor su labor como “publicista” de las buenas ideas y humildemente lo animo para que persevere por este camino que es en verdad el único en el cual los hombres podemos encontrar el orden y la paz. Ya lo decía San Agustín: “la paz es la tranquilidad que brota del orden”.

    Leonardo Rodríguez.

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  3. No se cómo sería un gobierno mundial, pero no puede olvidarse que el minúsculo gobierno que al interior de la familia considerada mundialmente núcleo de la sociedad se desarrolla, finalmente es su extensión en todos los ámbitos, de los que no se escapa aquel, guardando obviamente sus lógicas y obvias proporciones. Sencillamente es y constituye el modelo. De todas formas, comportaría una empresa absolutamente compleja y hasta utópica, pero de los excelsos gobernantes de las potencias mundiales amalgamando sus intereses, todo se puede esperar y entre esas consideradas improbabilidades, una semejante empresa.
    De hecho, fuerzas oscuras las hay.
    Ahora bien, la sexualidad como talón de aquiles del ser humano, como que difícilmente es mirada con objetividad o con desdén, ha sido muy bien aprovechada. Cuándo se ha visto una manifestación por el orgullo varonil o femino. Es más fácil mover aquella masa, como distractor local y mundial ya que nada más les interesa, como sí a aquellos. Se ha visto el desenfreno que causa una tal cosa, luego, menos peligro significa.
    El poder es lo que impera; el poder hay que aglutinarlo y desviando la atención de las grandes masas constituye un medio.
    Así los valores y esos principios vitales van desapareciendo; y si para terminar volvemos los Estados en aconfesionales, al mundo limpio y puro como debe ser, le llegó el acabose.

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