Hace algo más de medio siglo se planteó, sobre todo en Francia, la discusión sobre si las ideologías, que habían dominado la escena cultural con posterioridad a la Revolución Francesa, estaban tocando a su fin.
Se pensaba que las realidades de la sociedad industrial, ya adoptase la forma política de la democracia occidental o la de la democracia popular, tendrían que abordarse con criterios técnicos fundados en los avances científicos y no a través de fórmulas ideológicas. Éstas se consideraban obsoletas y su utilidad, según se pensaba, quedaría reducida a la legitimación o justificación de medidas difíciles de asimilar por las comunidades si no se las edulcoraba de alguna forma mediante el discurso de los principios y los valores.
El tema revivió a raíz de la caída del Comunismo en Europa Oriental, con la tesis de Fukuyama acerca del fin de la historia. Según su punto de vista, los hechos les habían dado definitivamente la razón a los sostenedores de la economía de mercado y la democracia liberal. En consecuencia, los debates ideológicos quedaban cerrados de una vez para siempre.
Fukuyama tuvo que reconocer hace poco que se dejó llevar por el optimismo y no previó los conflictos sobrevinientes, tales como los que plantean el Islam y el Socialismo del Siglo XXI de Chávez.
No obstante ello, lo asiste cierta razón, por cuanto en las últimas décadas hemos visto cómo se ha venido imponiendo de modo hegemónico una ideología que pretende desplazar a todas las demás, la del NWO (en inglés: New World Order).
Es una ideología que ofrece muchas ramificaciones y, por supuesto, diversos matices.
En lo económico, proclama la superioridad del mercado y la globalización. En lo político, promueve el gobierno mundial, la democracia pluralista y, con ciertas reticencias, el Estado Social de Derecho o de Bienestar. En lo cultural, su orientación, más que liberal, es libertaria y emancipatoria, dado que predica la más extrema libertad de costumbres y lucha contra todo lo que huela a prejuicios o formas de sujeción ancestrales. Aunque sus promotores suelen ser materialistas y racionalistas cientificistas, no le faltan la prédica del universalismo religioso y la de una nueva espiritualidad supuestamente acorde con los tiempos que corren.
Digamos que la manifestación más refinada de la ideología del NWO es la religión de la humanidad que pone al ser humano en la cúspide de la escala de valores, siguiendo el viejo dictum de Protágoras a cuyo tenor “el hombre es la medida de todas las cosas”.
Pero,¿en qué consiste el humanismo de quienes adhieren a esta ideología?
Es interesante evocar a este respecto la distinción que hacía Marx entre los contenidos ideológicos y las funciones reales de nuestros enunciados abstractos o teóricos, que ha sido retomada por un seguidor suyo, Marvin Harris, en sus escritos sobre el Materialismo Cultural. Remito al lector a lo que dice Harris sobre las explicaciones Emic y Etic de los procesos culturales, que contrastan las autojustificaciones que adoptan las comunidades y las explicaciones reales que surgen de la observación de la práctica social en materia de institucionalidad y demás fenómenos colectivos.
Pues bien, la retórica del NWO postula que todo el universo social gira en torno del individuo humano, al que se supone racional, libre e igual. Se afirma que el mismo se autoconstituye soberanamente en condiciones de independencia y autonomía moral. Y, siguiendo la fórmula kantiana, se dice que es un fin en sí mismo, de lo que se sigue que no puede ser manipulado por sus semejantes en procura de fines que no sean los que él mismo adopte y que tampoco está sujeto a finalidades impuestas por la naturaleza ni, muchísimo menos, por un orden sobrenatural.
Ese individuo soberano es dueño y señor absoluto de sus deseos, sus propósitos, sus acciones. Sólo está limitado moral y jurídicamente por las necesidades de la convivencia pacífica, que le imponen el deber de respetar las opciones morales de sus semejantes, respeto que llega al extremo de no poder ni siquiera cuestionarlas.
De ese modo, se afirma que sólo hay una comunidad que merezca el calificativo de humana, la que sus panegiristas llaman la comunidad liberal en la que supuestamente se afirma el poder de la razón y se alcanza la autonomía frente a Dios, la naturaleza, la historia y, en fin, todos aquellos conceptos que sólo han servido para encadenar al ser humano.
Desde el punto de vista filosófico, estos enunciados ofrecen vastos y complejos escenarios de discusión, pero intentarlo hoy equivale a dar coces contra el aguijón y a que le cuelguen a uno los más variados e injuriosos sambenitos. A veces, incluso, se corre el peligro de dar con los huesos en la cárcel si la imputación es de negacionismo u homofobia.
Es lo establecido, y punto.
Creo haber perdido mi cátedra de Teoría Constitucional por mis constantes críticas al Nuevo Derecho, así como a la amoralidad, la gratuidad y la incoherencia de su teoría de los derechos fundamentales. Tal vez se consideró que era víctima de ignorancia invencible que no me permitía vislumbrar el esplendente sol de justicia que prometen los nuevos desarrollos de la normatividad jurídica.
En rigor, se trata de enunciados ideológicos que cumplen el rol de autojustificación de las buenas conciencias. ¡Si hasta la propia Iglesia Católica ha experimentado en buena medida la seducción de estos cantos de sirena!
Digamos, en términos de Harris, que todo este entramado ideológico es superestructural, Emic. Pero lo que le subyace en la infraestructura, es decir, lo Etic, ya no es resplandeciente, sino oscuro a más no poder.
Invito a mis lectores a que pulsen el siguiente enlace: http://uscl.info/edoc/doc.php?doc_id=89&action=inline
Los espero en la próxima semana.
Gracias Dr. Vallejo por continuar con su cátedra a través de este blog. Constituye un faro insuperable para quienes como yo, lo seguimos considerando nuestro profesor con orgullo y cariño. Juan Guillermo de la Cuesta M.
ResponderEliminarLeyendo las últimas entradas me acordé de Nietzsche y su diatriba contra el Estado:
ResponderEliminarEn algún lugar existen todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros, hermanos míos: aquí hay Estados.
¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abrid los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos.
Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo el Estado, soy el pueblo”.
¡Es una mentira! Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron encima de ellos una fe y un amor; así sirvieron a la vida.
Aniquiladores son quienes ponen trampas para muchos y las llaman Estado: éstos suspenden encima de ellos una espada y cien concupiscencias.
Donde todavía hay pueblo, éste no comprende al Estado y lo odia, considerándolo mal de ojo y pecado contra las costumbres y los derechos.
Esta señal os doy; cada pueblo habla su lengua propia del bien y del mal: el vecino no la entiende. Cada pueblo se ha inventado un lenguaje en costumbres y derechos.
Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga, miente - y posea lo que posea, lo ha robado. Falso es todo en él; con dientes robados muerde, ese mordedor. Falsas son incluso sus entrañas.
Confusión de lenguas del bien y del mal: esta señal os doy como señal del Estado. ¡En verdad voluntad de muerte es lo que esa señal indica! ¡En verdad, hace señas a los predicadores de la muerte!
[...]
En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios” - así ruge el monstruo. ¡Y no sólo quienes tienen orejas largas y vista corta se postran de rodillas!