martes, 13 de septiembre de 2011

Seréis como dioses

Lo que está sucediendo en la actualidad en el orden moral es consecuencia de procesos que se iniciaron desde hace varios siglos y poco a poco han erosionado las bases del ordenamiento de   la Civilización Cristiana hasta el punto de reducirlo a su mínima expresión.

“Seréis como dioses”, un importante libro de Hans Graf Huyn (El Buey Mudo, Madrid, 2010), se ocupa con envidiable lucidez de mostrar la evolución intelectual que ha conducido a desvirtuar en las sociedades occidentales toda idea de trascendencia divina y poner en el trono de Dios al hombre.

No es esta la oportunidad para examinarla en detalle.

Señalemos solamente que todo parte del nominalismo y el voluntarismo de los pensadores ingleses de fines de la Edad Media, a partir de los cuales se puso en tela de juicio el realismo metafísico de la tradición aristotélico-tomista, que situaba en la cúspide de la jerarquía de los entes a Dios, y se negó, además, la racionalidad del orden moral fundado precisamente en la Ley Eterna establecida por Aquél.

Lo primero deriva en el empirismo, el positivismo y el materialismo, así como en las corrientes que hoy en día todo lo fundan en la Filosofía del Lenguaje y la de la Cultura.

A lo largo de esa evolución, la idea de Dios se va difuminando, primero por obra del Deísmo volteriano, y luego cuando se lo considera, según la célebre expresión de Laplace, como una “hipótesis innecesaria”.

Un proceso paralelo va privando al Derecho de sus conexiones con la Moral y a ambos de su fundamento en la Ley Eterna.

Aunque ciertamente todavía a lo largo de los siglos XVII y XVIII se los sigue fundando en la Razón, ya no se trata de la Divina, sino de una brumosa entidad lógica, de la que la Idea hegeliana es uno de sus ejemplares y que en la filosofía alemana de los siglos subsiguientes continúa denominándose como Espíritu, pero sin reconocerle ninguna connotación de realidad.

La negación de la racionalidad de la Ley Eterna  conduce, por otra parte, al formalismo moral y jurídico propuesto por Kant y adoptado a  pie juntillas por sus seguidores. Ese formalismo es fiel a las ideas nominalistas y voluntaristas que niegan que haya algo intrínsecamente bueno y justo, por lo cual las calificaciones que acerca de esos términos hacemos se basan tan sólo en consideraciones extrínsecas.

Desde otro punto de vista, conviene señalar que el logicismo postulado por Kant y por Hegel, aunque con distinto sentido en uno y otro, desemboca  en el historicismo, que trae consigo necesariamente el relativismo, tanto gnoseológico como moral.

De ahí a la crisis de la Razón sólo media un paso que ya dieron los pensadores postmodernistas, según lo ilustra un excelente libro del profesor José Olimpo Suárez Ph.D. que publicó la UPB en Medellín hace pocos años. Sería bueno que lo leyeran muchos que dicen ser fieles devotos del pensamiento racional, pues entonces se darían cuenta de que lo que entienden por tal no ofrece los créditos que ingenuamente le asignan.

El resultado de estos desarrollos conceptuales es muy simple: ni el Derecho ni la Moral son racionales, o lo son apenas en cierto sentido que no atañe al fondo, sino apenas a la forma de los enunciados en que se expresan o consisten.La racionalidad de uno y otra será, a lo sumo, meramente formal e instrumental.

No hay, entonces, un orden racional de las sociedades, como lo pensaban los antiguos, pues toda normatividad humana será histórica, fruto bien sea de convenciones o de imposiciones autoritarias, pero no de una racionalidad intrínseca.

Observemos, por otra parte, que el magno edificio de la racionalidad clásica, trátese de la aristotélica con sus causas formales, materiales, eficientes y finales, o el de la leibniziana con su postulado de la razón suficiente, se resquebraja con la negación de la causalidad formal y la final que predica el cientificismo moderno, así como con la tesis según la cual el discurso racional se elabora a partir de reglas de formación que no tienen ningún asidero en la  realidad, motivo por el que se dice entonces que la verdad no se descubre, sino se construye, tema sobre el cual remito a un precioso libro de George Steiner, “Presencias reales”.

No hay, por consiguiente, verdades morales ni jurídicas, como tampoco una racionalidad que de suyo sustente la configuración de las instituciones sociales.

Nada de ello tiene fundamento en Dios, la naturaleza, la tradición ni una racionalidad supraempírica. Por consiguiente, los hombres crean las normas y configuran las instituciones como les plazca. Es la voluntad, trátese de la de todos, la de la mayoría o la de unos pocos, la que determina qué es lo bueno y lo justo o lo malo y lo incorrecto.

Le pido al lector que retenga esto último, pues en escritos posteriores mostraré hacia dónde conduce ese voluntarismo irracionalista.

Para ciertos filósofos de moda, la ordenación de la sociedad, de las relaciones interpersonales y de la conducta individual debe efectuarse a partir de procedimientos de diálogo y discusión que se enmarquen dentro de lo que hoy suele denominarse la Razón comunicativa, acerca de lo cual hay afinidades, pero también diferencias, en pensadores como Rawls, Habermas y Alexy, por mencionar a algunos de los más connotados.

Pero dichos procedimientos son formales e, incluso, artificiales, y no presuponen la racionalidad de los resultados en sí misma considerada. Dichos resultados serán racionales en la medida que los argumentos aducidos se ajusten a las reglas dialógicas, mas no por el vigor de sus premisas ni la coherencia de sus enunciados, ni muchísimo menos por su concordancia con la realidad. En el fondo, la fuerza de la argumentación derivará de procedimientos sofísticos y del peso social de las premisas que se aduzcan.

Los principios a priori de esos procedimientos dialógicos son la igualdad, la libertad y la autonomía moral de todos los seres humanos, en la que se funda su dignidad y, en último término, su divinización.

Pero, como lo consigné en otro escrito, libertad, igualdad y autonomía no se consideran dentro de contextos morales superiores, sino precisamente como los fundamentos mismos de la moralidad, que en tal virtud ya no estará integrada por reglas impuestas por las colectividades  sobre los individuos, sino por normas libremente aceptadas por éstos en función de sus diferentes modos de ver la vida. 

Siendo lo moral asunto del resorte exclusivo de la intimidad individual, como también la religiosidad, la moral social sólo tendrá un propósito: hacer compatibles las diversas moralidades individuales de modo que se respete el libre ejercicio cada una y se impidan las interferencias o colisiones que puedan derivarse de ahí.

Es paradójico que unos modos de pensamiento que niegan la metafísica o la reducen a su mínima expresión, y dicen ceñirse rigurosamente a los datos de la realidad positiva, postulen unos a prioris morales puramente lógicos y formales como principios ordenadores de la regulación de la conducta humana, de suerte que cuando se formula la pregunta inevitable acerca de cuáles son sus fundamentos, se responde que valen por sí mismos, como si ese valor no estuviera referido necesariamente a la realidad de la existencia humana.

Y para apuntalar la respuesta, se menciona la célebre falacia naturalista, diciendo con tono dogmático que lo normativo no puede fundarse en la realidad, como si las normas no hicieran parte de ella y fuesen puras entidades lógicas.

Es claro que lo que entienden por moralidad los filósofos de moda y sus seguidores, no coincide con lo que cree la gente del común, que a menudo sigue ligada a las viejas y muy arraigadas creencias acerca de un orden moral objetivo fundado en el Decálogo y la costumbre inmemorial, cuando no en lo que a ojo de buen cubero se considera que es el orden natural.

2 comentarios:

  1. Acierta usted al señalar el nominalismo y voluntarismo del siglo XIV como responsables remotos del descalabro del pensamiento occidental.

    Monseñor Derisi decía que el mal de las sociedades modernas es principalmente un mal de las inteligencias; la inteligencia del hombre está llamada al "SER" que se le revela por obra de la operación abstractiva a partir del dato sensible, y edificando siempre a la luz de los primeros principios inteligibles.

    Precisamente es esto lo que se pierde a partir del triunfo "cultural" del nominalismo ockhamista, la llamada "intencionalidad" del intelecto queda rota y se abre la puerta a todo un enjambre de errores con consecuencias funestas en el orden de la moral y de la organización de las sociedades.

    De hecho se puede rastrear sin mucho esfuerzo la invasión de la inmoralidad pública "legalmente" aceptada, en ese abandono del acceso al "SER", que imposibilita la fundamentación del derecho en una metafísica realista con conexión a la ley eterna. Es el triunfo del positivismo jurídico.

    Felicito su esfuerzo en difundir estas ideas, que son las buenas ideas; aunque reconozco que para muchos estas argumentaciones carecerán de fuerza pues les faltan los rudimentos básicos de la filosofía aristotélico-tomista. Le pregunto doctor: ¿no habría que ir pensando en la creación de un espacio de encuentro (virtual o real) para la difusión de esa línea de pensamiento? quizá no sea una idea del todo descabellada.

    Leonardo Rodríguez - @leorodriguezv

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