Intolerancia soterrada
Llama la atención que algunos de quienes se quejan de la actividad política del expresidente Uribe y le piden que se calle, so pena de someterlo al ostracismo, se presenten como adalides de un pensamiento que, más que liberal, es libertario.
El libertario pretende reducir al mínimo las limitaciones que las normatividades imponen sobre el ejercicio de la libertad. Su divisa podría resumirse en la expresión “Prohibido prohibir”. De hecho, las únicas prohibiciones que tiende a aceptar son las que impiden que la libertad de unos penetre en la esfera de las libertades de otros.
Ocurre que la gente no suele cuidarse de las contradicciones de su pensamiento y sus actitudes, pues ello implica un ejercicio de disciplina que cree que coarta su espontaneidad.
Pero si se pretende ejercer un magisterio público, hay que esmerarse en exhibir un mínimo de coherencia, no sólo por consideraciones morales, sino en guarda del prestigio intelectual.
Si de un expresidente se espera que mantenga su actividad pública dentro de ciertos límites, lo propio cabe decir acerca de los que se presentan a sí mismos como orientadores de la opinión.
Este papel, indispensable para la buena marcha de la sociedad, debe ejercerse ante todo con dignidad intelectual.
¿Qué significa ello?
El poder que de hecho ejercen los intelectuales en las sociedades modernas se basa en la creencia en la fuerza del pensamiento, de las ideas, de la racionalidad. Al intelectual se le cree porque se piensa que su formación y su disciplina en las cosas de la mente le permiten ver más allá que el común de los mortales, a quienes las preocupaciones cotidianas les nublan el horizonte conceptual.
Para el hombre de la calle, este horizonte, como dijo Platón, es el de las meras opiniones, a las que adhiere sin mucho discernimiento, bien sea por interés, por pasión o incluso por desidia mental. El intelectual, en cambio, se ufana de que trata de ir al fondo de las cosas en procura de la verdad que anida tras las apariencias. El suyo aspira a ser un ejercicio de racionalidad.
Ese ejercicio se aplica en dos sentidos. El primero es la crítica de las opiniones corrientes, a las que somete a la prueba ácida que procura desvirtuar sus fundamentos, su coherencia interna, su conexión con la realidad, su consistencia lógica. El segundo es muchísimo más complejo, pues no basta con destruir las creencias de la gente, sino que es preciso ofrecerle certezas, lo cual entraña una actitud constructiva.
¿Qué tan constructiva es la actitud de la intelectualidad colombiana? ¿Los repertorios de ideas que le ofrecen a la comunidad constituyen apenas meras opiniones un poco más sofisticadas, o han pasado por el tamiz de la madura reflexión?
Si ésta actuara en el caso que motiva estas consideraciones, partiría del examen previo de las responsabilidades que pesan sobre quienes han ejercido la suprema magistratura dentro del Estado.
Dado que ya gozaron de las mieles del poder, ¿deben ellos alejarse del mismo, guardar silencio, desentenderse de la suerte de la cosa pública?¿Pierden su derecho de participar en la vida comunitaria y su libertad de expresión?¿Quedan sometidos a una capitis diminutio que los pone por debajo de sus conciudadanos?
Bien se ve que, si tales son las premisas que motivan a los que le piden al expresidente Uribe que se calle, lo que ahí se pone de manifiesto es un sartal de tonterías.
Cosa distinta es que se le recomiende prudencia en sus manifestaciones o se discuta el contenido de ellas.
Es lógico que a quienes han ejercido la jefatura del Estado se les exija una mayor responsabilidad en la manifestación de sus puntos de vista y la orientación de sus acciones políticas. Pero lo criticable es el sentido de unas y otras, no que se opine y se actúe.
Pues bien,¿opina y actúa el expresidente Uribe de un modo censurable per se?
Partamos de la base de que la política, por naturaleza, es un escenario de discusión y controversia.
Lo que hizo Uribe bajo su gobierno estuvo abierto a las más enconadas críticas, unas positivas que contribuyeron a mejorarlo y otras negativas que más bien entorpecieron la realización de sus propósitos.
Los expresidentes López Michelsen, Gaviria, Samper y Pastrana no se callaron la boca para criticarlo y combatirlo, con razón o sin ella. No recuerdo si a alguien se le ocurrió cercenarles su derecho de movilizar a la opinión para influir sobre sus decisiones. En todo caso, no lo hicieron los intelectuales que ahora fustigan a Uribe porque ejerce el mismo derecho.
Así la Gran Prensa pretenda hacernos creer que bajo Santos estamos en el mejor de los mundos posibles, su gestión abre muchos flancos a la crítica. Y si nos ufanamos de estar bajo un régimen de democracia y libertades públicas, parece razonable que haya espacio para que aquélla se ejercite.
El expresidente Uribe hace observaciones muy juiciosas sobre lo que está sucediendo en el país.
Por supuesto que pone en ellas su sello personal, que puede o no gustar. Pero las funda en hechos, en su experiencia como gobernante de un país complejo como el que más y en previsiones que no sobraría evaluar. Lo razonable no es objetar lo que dice con base en argumentos ad hominem, sino en los hechos mismos, en la ponderación de los mismos, en la evaluación de lo que podría acontecer en el futuro, etc.
En suma, si se está en desacuerdo con lo que afirma o discute, lo racional es demostrarle que está equivocado.
No lo es, en cambio, exigirle que se calle y proponer que se lo someta al ostracismo.
La censura y la expulsión constituyen instrumentos propios de un régimen totalitario. El intelectual que las promueve termina clavándose el cuchillo a sí mismo.
Impresiona que estos llamados a la censura y el ostracismo provengan de un periódico que nació combatiendo los excesos de la Regeneración, que censuraba y desterraba sin misericordia a sus contradictores, y sufrió después la clausura por parte del dictador Rojas Pinilla, amén de los ferocísimos ataques del “Capo” que ahora se presenta en la televisión como un Robin Hood, tal como lo exhibió la revista Semana hace treinta años en una de sus primeras ediciones.
Pero, como digo, la coherencia no es virtud que caracteriza a los intelectuales colombianos ni a los de otras latitudes. Debería caracterizarlos, pero el pedestal en que se encaraman los hace pensar que son distintos del resto de los mortales, y lo que exigen para éstos no parece aplicar para ellos mismos.
Excelente Dr. Vallejo, ademas por que el Dr. Uribe, no se puede defender publicamente de los ataques sistematicos a que es sometido permanentemente por los sicarios morales ?
ResponderEliminarLos opositores a las acciones de gobierno del presidente Uribe, entre ellos el partido liberal y los expresidentes, criticaron férreamente lo bueno que él hacía. Ahora Santos, que abandonó los programas del uribismo y adoptó los del partido liberal, está desmontando lo mejor de lo ejecutado por el anterior gobierno, que era la seguridad democrática. Como la seguridad democrática era apenas el inicio o la base para que en Colombia se pudieran implementar proyectos progresistas, nuevamente nos estamos sumiendo en el caos. La crítica que Uribe hace al actual gobierno es más que razonable, porque trata de preservar la base de un futuro mejor que él con tanto esfuerzo logró.
ResponderEliminarParece que los que hoy censuran al presidente Uribe por ejercer su derecho, y deber, de criticar las insensateces del actual gobierno amaran el caos y la esterilidad para Colombia. Elogian, indirectamente, el desmonte de la seguridad democrática, censuran a quienes la defienden y se abstienen de proponer programas y proyectos sociales y económicos que se podrían establecer sobre la base de la seguridad democrática. Da la sensación de que ellos quisieran que fracase en Colombia la vía democrática y que, así, se den las condiciones para establecer un régimen al estilo del “socialismo del siglo XXI”.
Si su intolerancia se lo permitiera, creo que sería bueno que el señor Abad Faciolince dedicara uno de sus infinitos ratos de ocio a la lectura de estas reflexiones.
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