miércoles, 28 de mayo de 2014

El engañabobos de la ultraderecha

No se sabe si la dialéctica rudimentaria de Juan Manuel Santos y sus secuaces , que trae a la memoria la “de la yuca” que utilizó con tanto éxito Rojas Pinilla en 1970, obedece a ignorancia, mala fe o las dos cosas. Lo cierto es que pone de manifiesto una simplificación indebida del espectro político y representa un insulto a la inteligencia del pueblo al que va dirigida.(Vid.http://www.eltiempo.com/politica/partidos-politicos/elecciones-presidenciales-2014-santos-invito-a-los-demas-partidos-a-unirse-a-su-campana/14036497)

 

Me detendré en la satanización que pretenden hacer del Centro Democrático como un movimiento de “ultraderecha” por la reivindicación que hace de la seguridad pública como condición necesaria para la buena marcha de las comunidades y sus críticas a los diálogos con los capos narcoterroristas de las Farc en La Habana, críticas que, según el Presidente-candidato, buscan mantener a Colombia en una guerra sin fin, en vez de facilitar el fin de la guerra.

 

Comienzo por señalar dos cosas, a saber:

 

-La clasificación de las tendencias políticas como de Izquierda y de Derecha es superficial y adolece de un inevitable relativismo histórico.

 

-En realidad, el fenómeno de las tendencias políticas es bastante complejo y da lugar a clasificaciones más sofisticadas que la que nos ocupa.

 

Es bien sabido que esta clasificación tuvo su origen en la Revolución Francesa por un asunto meramente circunstancial, los sitios que ocupaban las distintas facciones políticas en el recinto de la Asamblea Nacional, de suerte que los más radicales se instalaron a la izquierda, los moderados lo hicieron en el centro y los monarquistas se sentaron a la derecha

 

Pero el espectro político va cambiando con el tiempo y las diferentes tendencias en que se descompone evolucionan, cambian de signo, se combinan, adoptan nuevas modalidades, etc.

 

Estas evoluciones son tema de la fascinante historia del pensamiento político. que desde el siglo XVIII hasta el presente muestra muchísimos matices.

 

Ofrezco un ejemplo que traté en mi conferencia sobre “El Político Católico”: el pensamiento  del Catolicismo acerca de la política evolucionó de un modo relativamente simple a través de muchos siglos, en los que pueden distinguirse varias etapas: el Cristianismo primitivo, la Patrística, la Escolástica, el Renacimiento y la Contrarreforma. Pero a partir del siglo XVIII en su confrontación con la Modernidad y la asimilación de la misma, es un pensamiento que se va dispersando en varias corrientes a veces contradictorias: tradicionalistas, liberales, socialistas, nacionalistas, democráticas, globalistas, etc.

 

Recuerdo que en “El opio de los intelectuales”, Raymond Aron, al examinar casos como el del Justicialismo peronista, se preguntaba qué es en definitiva ser de de Izquierda o de Derecha, pues en sus tesis había ingredientes heterogéneos que lo acercaban a los socialistas, pero también podían calificarse como conservadores. De hecho, se afirma que hoy la política argentina está dominada por cuatro peronismos.

 

En Chile hice una buena amistad con el embajador de Viet Nam, que me contaba como fue el proceso de cambio en la orientación político-económica del régimen de su país. En apretada síntesis, me decía que los gobernantes vietnamitas les preguntaron a los responsables de las comunidades qué estaban haciendo para mejorar sus condiciones de vida. Ellos respondían recitando el catecismo marxista-leninista y las fórmulas de planificación central. Los superiores replicaban: ustedes no están haciendo lo que se debe, pues ahora toca liberar los controles, estimular la inversión privada, dejar que el mercado funcione …¿Avance o retroceso?

 

Hay quienes creen hoy en día que se es de Izquierda o de Derecha según  la postura que se adopte frente a la igualdad, que suele considerarse como el valor que suministra la piedra de toque para definir las tendencias políticas.

 

Este punto de vista es frecuente en quienes se inspiran en el pensamiento del iusfilósofo norteamericano Rawls. Pero,  en “Progreso y Desilusión”, el mencionado Aron muestra las vaguedades,  imprecisiones y limitaciones de las doctrinas igualitarias. En realidad, hay sectores de la sociedad en donde es imposible o por lo menos indeseable imponer sistemas igualitarios, como en la academia, la empresa o la milicia, por no hablar de algo frívolo como los concursos de belleza.

 

Además, la promoción de regímenes igualitarios suele instaurar nuevas desigualdades, amén de lo que significa en materia de restricción de libertades. Para muestra, el botón del totalitarismo que está imponiendo el colectivo LGTB para excluir a los que no piensan como ellos y restringir las libertades de conciencia, de religión, de expresión, de educación, etc. de quienes consideran que sus audacias podrían ser ruinosas para la civilización.

 

¿Es el libertinaje un avance respecto de un régimen de libertades responsables? ¿Significó, sí o no, la revolución cristiana  un vigoroso adelanto moral respecto de las costumbres disolutas que reinaban en las sociedades paganas? ¿Representó, sí o no, un progreso en distintos sentidos el tránsito del politeísmo al monoteísmo, tal como lo explica Jacques Pirenne al referirse a la revolución que promovió Akenatón en el antiguo Egipto?

 

Como atrás dije, el pensamiento político se apllca a la comprensión de una realidad que se caracteriza por ser en extremo compleja, pues involucra ante todo la percepción y la interpretación de los fenómenos sociales y su dinámica, así como su valoración y el juicio sobre algo que sobrepasa el entendimiento humano: la posibilidad de realización efectiva de los proyectos políticos, que son necesariamente aleatorios.

 

El solo tema de los valores políticos enciende debates interminables, como si son racionales y objetivos o emocionales y subjetivos, y si cabe identificar jerarquías bien fundadas entre ellos o debemos resignarnos, como creía Max Weber, a un politeísmo axiológico, tal como se advierte cuando se examinan las contradicciones entre orden público y vida privada, o entre libertad e igualdad, por ejemplo.

 

El esquema Derecha, Centro e Izquierda no alcanza a dar razón de las múltiples tendencias doctrinales y prácticas a que puede dar lugar el debate político, pues en el mismo entran en juego consideraciones metafísicas sobre la inmanencia y la trascendencia, la comunidad y el individuo, el estructuralismo y el humanismo, la racionalidad y las leyes históricas, la tradición y el cambio, la naturaleza y la cultura, el orden y la libertad, el fundamento de la autoridad, los modelos deseables y posibles de organización social, los medios para edificarlos, las fuentes del derecho, la estructura comunitaria, la familia y los grupos intermedios,la ordenación del poder público, la concepción de la democracia, la moralidad, el papel del Estado en los diferentes aspectos de la vida social, los aspectos prácticos de la economía, las relaciones internacionales, el medio ambiente, etc.

 

Todo esto desborda cualquier posibilidad de rotulación.

 

En la práctica, se ve que un individuo puede tener posiciones supuestamente de avanzada o progresistas sobre la propiedad y, en cambio, otras que podrían considerarse retrógradas o al menos conservadoras en temas de familia y sexualidad, como pude apreciarlo hace poco en un muy interesante reportaje que le hizo El Colombiano a Carlos Romero.(Vid. http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/N/nos_estamos_volviendo_una_sociedad_enferma_carlos_romero/nos_estamos_volviendo_una_sociedad_enferma_carlos_romero.asp)

 

En rigor, lo de posiciones retrógradas o progresistas no deja de ser también bastante relativo, como lo muestra a menudo la historia. Por ejemplo, en una sociedad en descomposición, la protección de la familia es indiscutiblemente un avance; pero, cuando ella está consolidada, se cree que socavarla es un progreso.

 

La idea de que lo nuevo es mejor que lo viejo es hija de cierta concepción lineal de la historia, la doctrina del progreso, que ha sido desmentida muchas veces por los hechos. Hay novedades que en realidad son retrocesos; por otra parte, los auténticos avances en las sociedades suelen apoyarse en lo ya consolidado por las tradiciones.

 

Me parece altamente sospechoso que Santos y Timochenko coincidan en calificar al Centro Democrático como una “ultraderecha” asimilable al nazismo, como lo dejó entrever el fiscal Montealegre en su andanada contra el “hácker”, ignorando, además, que los nazis no eran tradicionalistas ni partidarios de las aristocracias ancestrales de Alemania, como tampoco  de sus creencias, sino que se llamaban a sí mismos socialistas, amigos del pueblo (“Folk” o, en los términos de Heidegger, anclados en la tierra y en la sangre), anticapitalistas y enemigos de la religión cristiana, pues de hecho promovían una cosmovisión impregnada de paganismo.

 

Lanzar denuestos contra los fascistas, como lo hace Petro copiando el lenguaje de Maduro, es otra tontería. El Fascismo es una doctrina política con postulados muy claros y en ninguna parte se lo tiene ya en cuenta. Murió con Mussolini y nadie ha pretendido revivirlo en América Latina, excepción hecha de Perón, que de alguna manera sufrió su influencia, y quizás de Jorge Eliécer Gaitán, que lo asimiló en parte en sus años de estudiante en Roma. Su discurso y sus llamados a la disciplina social se inspiraron en buena medida en el Duce. 

 

Al fin y al cabo, el Fascismo, para utilizar la expresión que popularizó entre nosotros Rafael Uribe Uribe, “bebió en las canteras del Socialismo”. Es uno de sus frutos ideológicos y comparte con él la idea totalitaria.

 

El debate que ha planteado el Centro Democrático no tiene esos ribetes que contradictores ignorantes o malintencionados le endilgan. En realidad, su ideario es bastante moderado y pragmático.

 

¿Quién puede poner en duda hoy en día la importancia de la seguridad en todos los aspectos de la vida social?

 

Cualquier gobierno, del color político que sea, tiene que comprometerse con la garantía de derechos básicos y, en caso necesario, le toca ejercer drásticamente la autoridad para satisfacer esa necesidad elemental de la población. El haber descuidado este compromiso es precisamente uno de los ingredientes de descontento popular con el actual gobierno.

 

El Centro Democrático parte de la premisa de que Colombia requiere proteger la inversión si aspira a mejorar sustancialmente las condiciones de vida material de su población. Puede haber debates sobre los mecanismos de esa protección y las responsabilidades o cargas que deben soportar los inversionistas como contraprestación a la misma. Pero hasta el Polo Democrático, que cuenta entre sus dirigentes a economistas serios y formados como Clara López y Jorge Enrique Robledo, predica la necesidad de políticas favorables a la inversión, que ha sido tan duramente castigada por el actual gobierno, especialmente por una revaluación artificialmente mantenida para paliar los efectos desastrosos de su endeudamiento externo, tal como lo ha denunciado reiteradamente Fernando Londoño Hoyos en “La Hora de la Verdad”.

 

Pero si el Centro Democrático habla de la confianza inversionista, no es porque sea amigo de la plutocracia y pretenda ser garante de sus expoliaciones, sino porque una buena economía es condición necesaria de una buena política social, que es hacia lo que apunta en  último término su preocupación. Sabe bien, en efecto, que la cohesión social señala el camino de la paz.

 

Hay en el Centro Democrático una concepción avanzada de la democracia, que no la limita a los mecanismos electorales, y por eso favorece el diálogo con las comunidades a través de distintos instrumentos que se pusieron en práctica durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y fueron eficaces para prevenir o superar conflictos en muchos lugares del país.

 

Cuando se habla de “ultraderecha”, no se pretende en realidad la descripción de una tendencia política que en Colombia no existe y difícilmente podría existir, sino pulsar una cuerda emocional, dado que es un calificativo que suscita resonancias negativas en el ánimo de la gente. Pero, como creo demostrarlo aquí, es un procedimiento de mala leche que, repito, menosprecia la inteligencia y la capacidad de discernimiento de la ciudadanía.

 

Es curioso, por decir lo menos, que quienes acuden a este procedimiento de satanización del Centro Democrático sean los mismos que aspiran a abrirles las puertas del poder a los capos de las Farc, que no solo son terroristas y narcotraficantes, sino promotores de una ideología esa sí extrema.

 

¿Sería excesivo considerarlos cómplices y alcahuetas de esas hordas salvajes?

 

Como lo he escrito en Twitter y tal vez acá mismo, es tan remota la posibilidad de que el Centro Democrático esté incubando un Hitler en Colombia, como próxima la de que por obra de la mala negociación que promueve Santos en La Habana, tome el poder en un futuro no muy lejano algún émulo de Stalin, de Castro o de Chávez.

 

Cualquier parecido con Petro es más que mera coincidencia.

2 comentarios:

  1. Ante los flojos resultados de Santos en la primera vuelta electoral, él y los de su campaña se están jugando sus dos últimas cartas: la satanización del Centro Democrático como un grupo antidemocrático de ultraderecha y mostrar resultados en sus mal manejados diálogos de la Habana. Están poniendo toda la carne sobre el asador en estos dos asuntos.

    El Centro Democrático, al contrario de esa pretensión estigmatizadora de santos, ha demostrado ser un movimiento moderado, racional y cuyos principios se fundamentan en el conocimiento de la realidad nacional. No en vano el expresidente Álvaro Uribe y el candidato Óscar Iván Zuluaga recorren el país para ponerse en contacto con la gente y la realidad de todos lugares de la patria. En contraste, los principios de la Unidad Nacional que encabeza Santos no tienen pies ni cabeza, no son producto del conocimiento del país, ni de sus gentes, son más bien el producto de lo que sus asesores (como Sergio Jaramillo) y nuevos mejores amigos (como el difunto Hugo Chávez) le han indicado.

    En franca lid, la mentira nunca se puede imponer sobre la verdad. Santos miente y trata de engañar al lanzar sus disonantes generalizaciones contra el Centro Democrático. Por eso, la campaña de Óscar Iván Zuluaga, fundamentada en afirmar e informar la verdad, o por lo menos de lo que de buena fe se considera es la verdad, tiene el camino allanado para seguir actuando y dirigiéndose al público tan solo con la verdad.

    Ante una generalización o consigna de Santos, Zuluaga no tiene más que ser específico y explicar cómo y porqué tal o cual propuesta o supuesta solución funciona o no funciona. Es decir, a Zuluaga le basta con explicar cómo los programas de Santos llevan al país al retroceso, y cómo sus propuestas lo llevan a puerto seguro.

    Al final, la inteligencia del pueblo colombiano sabrá distinguir lo frívolo de lo fundamental.

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  2. Las pobres actitudes de Santos, sus mentiras y pataas de ahogado, no lo ubican nien la izquierda ni en la derecho...sdólo en la triste situación de MEDIOCRIDAD. Juanfer

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