sábado, 23 de agosto de 2014

Ilusiones Perdidas

La conmemoración de la trágica muerte de Luis Carlos Galán hace ya 25 años suscita en mi interior no pocos recuerdos y reflexiones acerca de este fatídico tramo de la historia colombiana y de lo que el sacrificado dirigente representó para toda una generación de colombianos.

 

Galán irrumpió en el escenario nacional en vísperas de las elecciones de 1982 con un mensaje de rebeldía juvenil y renovación política que encuadró dentro del movimiento del Nuevo Liberalismo.

 

Tal como su denominación lo indicaba, su propósito se inscribía dentro de los objetivos del Partido Liberal, pero con el ánimo de renovar sus estructuras, su dirigencia, sus programas y sus procedimientos, para ponerlos a tono con las necesidades de la sociedad colombiana y corregir tendencias viciosas que a la postre terminaron rebajándolo a una posición secundaria en el espectro político.

 

Esas tendencias disolventes tenían que ver con la presencia del narcotráfico en la vida del país, sobre todo en la política liberal; el gamonalismo clientelista; la corrupción; la politiquería; la falta de programas adecuados para enfrentar las difíciles circunstancias de nuestra sociedad;  y los diques con que los jefes regionales del partido contenían las aspiraciones de una nueva generación que aspiraba a hacer acto de presencia en el gobierno del país.

 

Galán, con sus evidentes carismas, logró conjugar en torno suyo distintas vertientes de opinión que reclamaban acciones decisivas contra esas lacras de la vida política colombiana. Mencionaré, corriendo el riesgo de quedarme corto en la enumeración, las más significativas de esas vertientes, a saber:

 

-El “Llerismo”, compuesto por seguidores de Carlos Lleras Restrepo que consideraban radicalmente equivocado el rumbo que adoptó el Partido Liberal a partir de 1973, cuando proclamó la candidatura presidencial de Alfonso López Michelsen, triunfadora en 1974, y después la de Julio César Turbay Ayala, elegido presidente en 1978, y aspiraban a enderezarlo promoviendo a Galán, hechura política de Lleras Restrepo y heredero natural de sus banderas.

 

-Liberales de otras procedencias, desencantados de López Michelsen y de Turbay, como fue el caso de Rodrigo Lara Bonilla, cofundador del Nuevo Liberalismo y algunos más.

 

-Sus amigos de generación, muchos de ellos con buenas vinculaciones con la prensa capitalina.

 

-Profesionales jóvenes de tendencia tecnocrática, opuestos al gamonalismo y la politiquería de los jefes liberales.

 

-Universitarios que militaban en la izquierda y jóvenes idealistas, que vieron en Galán la oportunidad de incorporarse a la política activa.

 

-Lo que ahora se denomina los “indignados”, que es una franja sobretodo de clase media movida por la “antipolítica” y que por principio rechaza a los políticos, considera que hay que mantener la pureza de los ideales y se opone a todo pragmatismo.

 

Los seguidores de Galán no configuraban un todo homogéneo y en estas vertientes no dejaba de haber contradicciones no solo desde el punto de vista de los intereses, sino también el de las opiniones tanto de principio como de carácter estratégico, que el líder no siempre entendió ni supo encauzar adecuadamente.

 

A su alrededor se fueron generando tendencias negativas, como el culto a su personalidad; el fanatismo antipolítico y, por ende, antiliberal; y el triunfalismo que hacía creer que el electorado se iba a volcar en masa atraído por su figura y sus consignas.

 

El resultado efectivo de su primera campaña nacional fue la derrota de López Michelsen y, por supuesto, la elección de Belisario Betancur. Mirado desde la óptica de hoy, creo que el resultado fue bueno en lo primero y malo en lo segundo. Sabiendo uno ya lo que había en el interior del Partido Liberal en esos momentos, tiene que admitir que el triunfo electoral de López en 1982 habría sido desastroso para Colombia. Pero el de Betancur, dicho en la forma más amable que encuentro a la mano, no dejó de ser un mal menor. Fue un triunfo rodeado de oscuridades y el periodo que con él se inició produjo el desencanto que hizo posible la avasalladora elección de Virgilio Barco en 1986.

 

Alberto Lleras decía que la fórmula secreta de la vigencia del Partido Liberal residía en el cuidado de su unidad. La derrota de 1946, causada por la división entre Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, lo dejó marcado. A pesar de que este último contribuyó decididamente a esa derrota, su triunfo en las elección de congresistas en 1947 hizo que los liberales, sin distinción alguna, se congregaran en torno suyo y  aceptaran su jefatura. Eduardo Santos hizo entonces un gesto de gran valor simbólico entregándole las llaves de la Casa Liberal. Y el temor acerca de los estragos de la división condujo a Lleras Restrepo a atraer a las filas del partido al MRL de López Michelsen, así como al harakiri que se autoinfligió en 1973 convocando prematuramente la convención que habría de enterrar sus aspiraciones reeleccionistas para 1974.

 

El Nuevo Liberalismo colaboró con Betancur en una posición de sumo peligro: el ministerio de Justicia, encargado de librar la batalla contra los narcotraficantes que habían apoyado tanto a López como al contendor que lo derrotó en 1982. Rodrigo Lara Bonilla  pagó con su vida esa colaboración. Mejor dicho, la ofrendó en procura de limpiar su honra ensuciada por una atroz conjura en que, según me contó un testigo presencial, colaboró Alberto Santofimio y a la que, según otros decires que son de público conocimiento, no fue ajeno López Michelsen, a quien el sacrificado Lara llamaba “Satanás”. El sucesor de Lara, Enrique Parejo González, fue víctima después, cuando ocupaba el cargo de embajador en Hungría, de un gravísimo atentado del que prácticamente por milagro salió con vida.

 

Virgilio Barco simpatizaba con Galán y por eso no lo hizo objeto del desdén con que trató a los liberales que, como Jaime Castro o Iván Duque, habían colaborado con Betancur. Y a pesar de que Turbay lo había descalificado como “sepulturero del Partido Liberal”, lo fue atrayendo para que aceptara unas reglas de juego que podrían otorgarle la candidatura oficial para las elecciones de 1990, en competencia con Hernando Durán Dussán y Ernesto Samper Pizano, todo ello con el propósito de recuperar la unidad liberal. Igual que otros disidentes, como Gaitán y López Michelsen, que en su momento tuvieron la posibilidad de tomarse el partido, Galán estaba ad portas de convertirse en su jefe y candidato presidencial cuando la mano artera de la mafia segó su vida en 1989.

 

En ese momento había adquirido madurez política. El culto a la personalidad, el fanatismo de sus seguidores y el triunfalismo estaban quedando atrás, para cederle el paso a un pragmatismo que hiciera posibles sus aspiraciones.

 

No sabemos si una vez llegado a la presidencia hubiera tenido éxito ni incluso si  habría mantenido intactos sus buenos propósitos. Como sucede con todo lo concerniente al “Si” en la historia, pensar en ello nos internaría en el campo de especulaciones sin sentido. Pero es lo cierto que, como lo manifestó Misael Pastrana Borrero, con su muerte asesinaron las mejores esperanzas de la patria.

 

Recapitulemos los motivos de la lucha de Galán:

 

-La presencia del narcotráfico en la sociedad colombiana. Es verdad que los grandes cárteles que actuaban en 1982, como los de Cali, Medellín o el Norte del Valle, están desarticulados. Pero otros, menos vistosos, los han reemplazado. Y hoy hace presencia activa en nuestra vida política el más poderoso y desalmado que quepa concebir, el de las Farc, con el que el actual gobierno negocia en pie de igualdad.

 

-El gamonalismo clientelista o caciquismo, que sigue haciendo de las suyas y fue decisivo en la reelección de Juan Manuel Santos. No solo es dueño del Partido Liberal, sino también del de la U y el Conservador.

 

-La corrupción, que no obstante las reiteradas proclamas de los gobiernos, sigue tan campante. Ya hemos visto que la presuntuosa “Urna de Cristal” que prometió Juan Manuel Santos es en realidad un vertedero de aguas negras.

 

-La politiquería, esto es, lo que lleva a que las acciones gubernamentales se inspiren en consideraciones electorales inmediatistas y no en la ponderación de los más elevados intereses de la comunidad, o sea, en el bien común, está también en auge con Juan Manuel Santos. No es si no ver el crecimiento de la nómina oficial, la acción perversa de  auxilios presupuestales disfrazados bajo  nombres rimbombantes, o programas de claro sabor demagógico como el de las casas gratis.

 

-Galán y sus seguidores se quejaban de la falta de programas adecuados  para enfrentar las difíciles circunstancias de la sociedad colombiana. La queja sigue siendo válida y no se ve ahora cómo podría sintonizarse el actual gobierno con la problemática nacional, cuando ha hecho oscuros compromisos con los sectores más desprestigiados del país político. ¿Podremos esperar que la fétida montonera de la U, los sinuosos activistas de Cambio Radical, los liberales de la vieja guardia serpo-samperista o los “enmermelados” del Partido Conservador, apoyen las acciones necesarias para que la acción gubernamental de veras responda a lo que el pueblo colombiano demanda?

 

-La renovación de la dirigencia política sigue entrabándose por las dificultades que tienen que enfrentar los que aspiren a ser elegidos sin acudir a los mecanismos del clientelismo y la politiquería, cuando no, simple y llanamente, a los de la corrupción. Esa renovación solo es posible si se tiene el coraje de un Álvaro Uribe Vélez, que es capaz de atreverse a empeñar todo su prestigio para promover un equipo de gente nueva en la política, no comprometida con sus vicios y ajena a sus proditorios expedientes. Tiempo habrá para examinar en detalle lo que significa elegir un competente grupo de congresistas y lograr casi siete millones de votos en la elección presidencial, sin contar con los recursos de la maquinaria oficial, sin medios de comunicación favorables en el ámbito nacional y con muy escasos recursos financieros.

 

Razón de sobra tuvo el digno expresidente Andrés Pastrana para decir, como lo dijo ante los micrófonos de la W en esta semana, que todo lo que combatió Galán en vida sigue vigente en Colombia bajo el gobierno de Juan Manuel Santos, por desgracia con el apoyo de sus hijos Juan Manuel y Carlos Fernando  (Vid.http://www.wradio.com.co/escucha/llevatelo/andres-pastrana-cuenta-anecdotas-sobre-la-vida-de-luis-carlos-galan/20140819/llevar/2373561.aspx).

 

Galán era, en política, un idealista que estaba enfrentado cuando lo asesinaron al duro aprendizaje de conciliar sus principios con las realidades para hacerlos operantes y eficaces. El puesto al que parecía estar llamado quedó en manos de César Gaviria, su antípoda moral, y después en las de Ernesto Samper Pizano. Gaviria, Samper y, ahora, Santos, ofrecen los ejemplos más acabados del pragmatismo político, llevado a extremos de  amoralidad y diríase que de  abyección pocas veces vistos en nuestra historia. Todo lo contrario de lo que representaba Galán, que en su actividad pública siempre se veía como un hombre egregio, en el sentido orteguiano de la expresión.

 

Como suele suceder con los movimientos personalistas, Galán no dejó herederos dignos de su dimensión humana y capaces de seguir adelante con sus proyectos. Atrajo elementos valiosos a la política, pero no todos los que se iniciaron con él dieron la talla. Pienso, por ejemplo, en el controvertido Salvador Arana, cuya carrera política empezó en el Nuevo Liberalismo. Y no es el único botón para la muestra.

 

Quedan otras consideraciones por hacer, tales como las concernientes a las luchas generacionales en la política, a la temática moral en un campo que no pocos pensadores consideran que es demoníaco, a las confrontaciones entre técnicos y políticos, a la desconfianza que suscita la democracia en sectores dirigentes dentro de la sociedad, o a las enormes dificultades para ejercer racionalmente la política en medio de una cultura que no es propicia a ello.

 

Aplaudí y apoyé a Galán en su momento. Después, rompí con él y lo critiqué con acerbidad. Creo que ahora, en mi vejez, dispongo de mejores elementos para pronunciarme sobre su estatura histórica y admitir, así mismo, mis propias equivocaciones. La primera y más grave de ellas, haber puesto mi fe política en el Partido Liberal, creyendo con candor digno de mejor causa que el destino de Colombia se confundía con el suyo, cuando ya en 1982 era una estructura desvencijada y puesta al servicio de fuerzas deletéreas. Tarde desperté.

 

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2 comentarios:

  1. ¡Excelente y monumental artículo! Para masticarlo con calma.Galán era el heredero de las banderas de Lleras Restrepo, entregadas a César Gaviria T. en un "entierro" como a cualquier guaquero.
    López Michelñsen y Ernesto Samper, dos individuos que encarnaron y encarnan a "satanas" y quemucho daño hicieron al partido Liberal, ese que hoy viste de camisa roja, banderin y trapo rojo colgando en el bolsillo trasero, para que lo puedan distinguir.
    Ese Liberalismo, cuyo jefe es un delfín mocoso, que pasó por encima de la experiencia y del saber, porque su papasito (el de la catedral) así lo quiso.
    El Glorioso partido Liberal, parece no se lucrará ni de los hijos de Galan infortunadamente. Poco o nada sacaron a su padre...Salvo una camisa roja regularmente lucida y un tatuaje, que muestra la inmadurez en la que hemos caído. ¡Pobre mi Colombia! Sin ilusiones, traicionada por JuanPa-Ja, pisoteada por sus hijos, desprendida de su gran ESPERANZA y sumergida en una loca licuadora.... Juanfer

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  2. Qué interesante recorrido.
    Tiene todo el derecho el doctor Vallejo a pensar que Álvaro Uribe Vélez no quede incluido en el largo listado de vicios de la política.
    Pero tenemos también derecho los lectores a pensar que, de haber vivido, el Luis Carlos Galán que conocimos no habría contemporizado con Uribe y sus prácticas políticas, signadas por el "todo vale" y "el fin justifica los medios". Uribe es ausencia moral en la política, es decir, no es tanto lo inmoral, sino lo absolutamente amoral.

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