No me refiero al cuento de Maurice Sendak, que es ya un clásico, (https://cajondesastreparalengua.wikispaces.com/file/view/donde+viven+los+monstruos.pdf), sino a nuestra flamante Constitución Política de 1991, que alberga una abominable caterva de monstruosidades institucionales.
Es una nave que por donde se la mire hace agua, una edificación que por doquier amenaza ruina.
Prácticamente toda la institucionalidad que deriva de ella está en crisis, tal como lo acreditan las más recientes encuestas de opinión.
Y hace carrera la idea de “refundar a Colombia”, expresión que viene de las Farc, pero ha encontrado acogida en distintos escenarios, pues hay consenso acerca de que el país no va por buen camino y se hace menester enderezarlo.
Con todo, no hay acuerdo sobre el modus operandi de esa empresa, ni acerca de las notas distintivas de lo que un dirigente empresarial llama “el país que soñamos”.
Colombia está poseída por lo que los antiguos griegos llamaban “hybris”, que significa “desmesura, todo lo que sobrepasa una justa medida, orgullo, soberbia” ( http://etimologias.dechile.net/?hybris).
Las altas corporaciones judiciales han perdido la sindéresis, si es que alguna vez en los últimos años la tuvieron, y se han extraviado por los andurriales de la política, no la grande de los valores que deben guiar los destinos de la patria, sino la menuda de los juegos de poder que las pone al servicio de las maquinaciones gubernamentales y en contra de aquellos a quienes se pretende liquidar porque se los considera opositores al régimen o incluso meros competidores suyos.
Pero si alguien osa ponerlas en su sitio, se atrincheran en sus privilegios y batallan para conservarlos.
Ya a nadie le cabe duda alguna acerca de que hemos llegado a los extremos calamitosos de la judicialización de la política y la politización de la justicia.
Las declaraciones del expresidente y actual senador Uribe Vélez, difundidas después de presentarse ante la Corte Suprema de Justicia el 5 de mayo último, constituyen un histórico Memorial de Agravios que debería preocupar a todos los interesados en la suerte institucional de Colombia, pues si a él lo asiste la razón en sus quejas, estaríamos abocados a una situación de extrema gravedad , inédita en nuestra patria.(Vid.http://www.wradio.com.co/docs/2015050594ae687.pdf).
El espectáculo que está ofreciendo el Congreso es lamentable a más no poder. Compradas e intimidadas sus mayorías por la zanahoria y el garrote presupuestales, obra como caballo cochero que anda a ciegas por la senda que le impone el látigo que esgrime el jefe del Estado.
Lo ocurrido con el Plan de Desarrollo y lo que se ve con el proyecto sobre equilibrio de poderes que anda por el séptimo debate, son muestras del desdén que nuestros legisladores experimentan respecto de la Constitución.
¿Qué decir de la realidad que ofrece nuestro Estado unitario y descentralizado con autonomía de sus entidades territoriales, que ha sido capturado por tenebrosas redes de corrupción, también sin precedentes en nuestra historia?
Remito, como abrebocas para posteriores exámenes del tema, al artículo “El Insoportable Desorden”, que publicó hace unos días en “El Mundo” el exmagistrado Jorge Arango Mejía.(Vid. http://www.elmundo.com/portal/opinion/columnistas/el_insoportable_desorden.php#.VVH8S45_Oko)
Pero las muestras más elocuentes e inquietantes de desbordamiento institucional proceden del siniestro binomio que integran el presidente Santos y el fiscal Montealegre, frente al cual otro binomio de que se habló hace más de medio siglo podría considerarse, como dice un sentido vals argentino, “igual que dos palomas”.(Vid. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1034716).
Escribió María Isabel Rueda el domingo pasado en “El Tiempo”:
“¿Cuál es el miedo que el gobierno Santos le tiene al fiscal Montealegre?
“Tiene que ser algo muy gordo. Porque casi con complacencia, y a veces con complicidad, observa cómo el doctor Montealegre extralimita y desborda cotidianamente sus funciones y ejerce combinaciones extrañas de intereses con la subversión.
Cuando no está arengando a los jueces para que salgan a la calle a protestar por una reforma de la justicia que no le gusta a él, está inventando propuestas que suplantan el nombre de las altas cortes para retar a los poderes públicos y allanar el camino minado hacia la constituyente que exigen las Farc…”
(Vid http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/sinfonia-para-refundar-la-patria/15722164).
Es muy preocupante que nadie se haya dado cuenta de que en los ocho años de gobierno de Uribe nadie quisiera cambiar esa constitución. Al igual que la negociación de paz, es una de esas cosas que recuerdan una frase de Mark Twain sobre el mal tiempo: todos se quejan de él pero nadie hace nada para remediarlo.
ResponderEliminarEstá haciendo carrera una tesis que, considero, es perjudicial cuando llegue la hora de reformar o reemplazar los monstruos institucionales de la constitución de 1991. Es la tesis de que para realizar esas reformas hay que hacerlas con el consentimiento de quienes están obteniendo provecho indebido de esas instituciones. No otra cosa quieren decir, por ejemplo, las personas que afirman que para reformar la justicia hay que consultar con los que ocupan los cargos de magistrados de las altas cortes; o que para reformar la fiscalía hay que consultarle al actual fiscal. Ellos sostienen que hay que obtener el consentimiento de esos altos funcionarios y que las reformas hay que hacerlas en consenso.
ResponderEliminarAl contrario de esa posición, creo que lo correcto es que no se consulte las posibles propuestas de reforma con esos altos funcionarios y que sean los partidos y movimientos políticos los que propongan las respectivas reformas al pueblo, y que sea el voto mayoritario popular el que elija qué propuesta acoge, sin consenso.
En esta materia son los consensos los que generan instituciones monstruosas. Otra cosa muy diferente y respetable es el respeto por los derechos de las minorías.