lunes, 9 de mayo de 2011

Carta a Rafael Nieto L. sobre el conflicto armado

Mayo 8 de 2011
Apreciado Rafael:
Muy bueno tu artículo de hoy en El Colombiano.
Aporta claridad y rigor conceptuales sobre el tema de discusión que se agitó en la última semana.
Con todo, creo que el debate que ha planteado el ex presidente Uribe va más allá del sentido estricto de las palabras y advierte tanto sobre ciertas implicaciones que podrían extraerse de ellas, como respecto de las intenciones que podría haber en el trasfondo del cambio de lenguaje que las mismas reflejan.
Como bien sabes, el lenguaje político no es neutro.
De hecho, el propio lenguaje es de suyo un arma política, sea en cabeza de quien lo pronuncia, ya para sus destinatarios y terceros.
De ese modo, el reconocimiento oficial de que estamos en medio de un conflicto armado puede dar pie para ulteriores desarrollos que con toda razón inquietan a Uribe. Para la guerrilla y sus amigos es, ni más y menos, como clavar una pica en Flandes. Y para vecinos inamistosos y taimados, la oportunidad para intervenir en nuestros asuntos internos, como acaba de hacerlo en sus declaraciones el presidente Correa o como lo hizo Chávez en otras ocasiones, cuando dijo que, si el propio gobierno colombiano les había otorgado a las Farc una zona de despeje y quería entrar en diálogo con ese grupo armado al margen de la ley, ello implicaba el reconocimiento de un status de beligerancia por parte de aquél.
Como ducho internacionalista que eres, no escapará a tu consideración que el alcance de las palabras es asunto que debe de sopesarse muy cuidadosamente en las relaciones entre los gobiernos.
Pero, más allá de la discusión sobre las implicaciones semánticas del reconocimiento oficial de la existencia del conflicto armado, cabe el análisis de los propósitos que esconde ese cambio lingüístico.
Algunos "twitteros" –valga el barbarismo– acaban de recordar que hace pocos años Santos negó tajantemente que entre nosotros hubiese un conflicto de esa índole.
Cabe preguntarse si han cambiado las circunstancias. Algún malintencionado podría observar que, en efecto, a partir del 7 de agosto del año pasado la situación colombiana ha evolucionado de una situación de relativa seguridad democrática a otra de alteración radical del orden público que amerita considerar que estamos en una nueva fase, ciertamente regresiva, de conflicto armado.
Pero lo que ha cambiado, según se puede observar con entera claridad, es el talante gubernamental.
Por una parte, saltan a la vista las diferencias de personalidad que median entre Uribe y Santos. Aquél es serio, quizás en exceso, Santos, en cambio, tiende a la frivolidad y es muy poco cauteloso para hablar. Ya hemos visto que en asuntos muy delicados hoy dice una cosa que mañana tiene que aclarar o enmendar. Aunque su dicción no sea fluida, su locuacidad es torrencial y no mide el alcance de lo que dice.
Por otra parte, como decimos en Antioquia, Santos tiene mucha trastienda y la gente ya ha aprendido a desconfiar de sus propósitos.
¿Qué se propone cuando afirma lo que hasta ayer negaba?¿Esconde un programa de diálogos con la subversión?¿Sus nuevos mejores amigos están comprometidos en secreto con ese programa?¿Le está quitando el liderazgo de la acción gubernamental a la U para asignárselo a los liberales?¿Coincide con éstos y otros integrantes de su coalición en el propósito de liquidar a Uribe y sus seguidores?
Acabo de leer unas declaraciones de Samper, que al parecer ejerce ahora notable influencia sobre la justicia, en las que dice que Santos ha arreglado lo que deterioró Uribe en sus ocho años de gobierno.
¿A qué deterioro alude?¿Qué es lo que ha arreglado Santos con su vara mágica?¿Está mejor hoy el país que el siete de agosto del año pasado?¿Se siente mejor?
Sin embargo, Semana, que se ha convertido en vocero oficial de Santos, algo así como su Lambicolor, lo ensalza proclamándolo como nuevo líder regional.
¿Líder sobre Chávez, sobre Correa, sobre Morales, sobre la Sra. Kirchner, sobre Mújica, sobre la Presidenta del Brasil?
No importa que se digan exabruptos. Lo que le interesa a la Gran Prensa hoy es demeritar a Uribe, mostrar que su gobierno fue un nido de corruptos, convencer al pueblo colombiano de que lo suyo era una obsesión guerrerista, arrojar al ostracismo a los antioqueños…
Hay otras repercusiones posibles de la consagración gubernamental de la existencia de conflicto armado en nuestro país.
Tienen que ver con su impacto en el crédito, en la inversión extranjera, en los contratos de seguro, etc.
Por eso, me parece prudente lo que ha propuesto Uribe, a saber: que se diga que el país está sometido al asedio de grupos armados al margen de la ley que no cuentan con control territorial ni apoyo de la población, pero fundan su influencia en los recursos que obtienen del narcotráfico y su actividad terrorista.
Después de haber logrado con gran dificultad el reconocimiento internacional de la lucha que los colombianos hemos tenido que librar contra unos grupos equiparables a Eta, Al Qaeda, Ira o Hamas, con los que además tienen relaciones que bien permiten que se hable de una Internacional del Terrorismo, damos marcha atrás enviándole a la comunidad de las naciones un mensaje ambiguo que cada cual interpretará a su manera.
Te pido perdón de antemano por distraer tu precioso tiempo con estas consideraciones que ojalá estuvieran fuera de foco.
Cordial saludo,
Jesús Vallejo Mejía

1 comentario:

  1. El lío es el potencial reconocimiento del Estatus de Beligerancia, cosa que no se da con este paso ejecutado por Juan Manuel Santos cuando decidió admitir la existencia del conflicto armado que cuando se encontraba dentro del gobierno de Alvaro Uribe Velez negaba a capa y espada. Tiene que ver con la Ley de Víctimas que le exigió colocarle una cortapisa presupuestal, dejando de lado la delincuencia común.

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