A propósito del Evangelio de la misa de hoy, en el que San Marcos relata el episodio de la trampa que pretendieron tenderle al Señor los saduceos con el tema de la resurrección de la viuda de siete hermanos, me tomo el atrevimiento de traducir y copiar un texto de “L’enseignement de Ieschoua de Nazareth”, obra maestra de Claude Tresmontant (Éditions du Seuil, Paris, 1970, p. 142 y ss.).
Dice así:
“El mandamiento supremo.
Cuando los teólogos judíos le preguntan al rabí Ieschoua cuál es el más importante de los mandamientos en la Torah, el rabí responde citando dos textos: Deuteronomio 6,5 y Levítico 19,18.
Los dos mandamientos, según Ieschoua, están en relación interna el uno con el otro:
Mat. 22,34: “Los fariseos, al ver que había hecho callar a los saduceos, se agruparon en torno suyo. y uno de ellos, doctor de la Torah, lo interrogó, poniéndolo a prueba: Rabí ¿cuál es el mandamiento más grande en la Torah? Él le dijo:”Amarás a Ywvh (Adonai) tu Dios con todo tu corazón (con toda tu inteligencia y toda tu libertad) y con toda tu alma y todo tu pensamiento”(Deut. 6,5). He ahí el grande y primer mandamiento.
“El segundo es similar:”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.(Levítico 19,18).
“Toda la Torah se basa en estos dos mandamientos, y también los profetas”.
“Si fuera cierto que el cristianismo se redujese al precepto: ”Amarás a tu prójimo como a ti mismo” , entonces no habría nada de original en él, pues este precepto está inscrito en Levítico 19,18. Es ya un precepto del judaísmo.
“¿Qué significa amar?¿Qué es amar a un ser, un hombre, una mujer?¿Qué significa amar a Dios, un ser al que nadie en nuestro planeta ha visto? Hay qué pedirles a los psicólogos, a los filósofos, a los teólogos, a los teólogos místicos que nos lo digan. Nada parece más difícil que definirlo.
“Lo que parece cierto es que el agapê, tal como lo entiende la teología hebraica y cristiana, no es un asunto de sentimiento ni de afectividad. Es algo que toca más bien con el orden de la ontología, más precisamente con el ontología de una creación inacabada y en génesis, es decir, de la ontogénesis. Amar, para el hombre, es tomar parte en la acción creadora de Dios.
“Habría que elaborar una ontología del agapê, dado que, según la teología hebraica, el agapê creador del Único es la causa eficiente, eficaz, de la existencia de los innumerables entes que pueblan el universo. La existencia de la multiplicidad de entes, según la teología hebraica, no es consecuencia de una catástrofe ni de una caída, como en las teologías órficas y más tarde gnósticas. Esa existencia no es una apariencia, una ilusión, como lo enseñan los Upanishad. La existencia de la multiplicidad de entes no es consecuencia de una procesión eterna y necesaria, inherente a la naturaleza y la esencia de lo Uno, una apostasis que entraña al mismo tiempo alejamiento y degradación: tal es la doctrina de Plotino retomada por Avicena, después por Averroes. La existencia de múltiples seres no es efecto de la modificación de la Sustancia única, ni de una alienación de la Sustancia divina. Según la teología y la ontología hebraicas, la existencia de la multiplicidad de entes es efecto de un acto creador libre, consciente, querido, y amante…El fundamento del ser visible, la razón misma del ser visible, su causa, la explicación última, es el agapê creador libre de aquél de quién un discípulo de Ieschoua , Iohannan bar Zabdaï (Juan hijo de Zebedeo…) ha dicho que es agapê , en esencia.
“Llegamos así a la clave de la ontología común al judaísmo y el cristianismo, ontología original, muy original, que las filosofías ulteriores rara vez han comprendido y explotado, y de la que Laberthonnière ha tenido razón al destacar que ella constituye el fundamento original de una metafísica que es la “metafísica del cristianismo”.
“En esta ontología, si el principio del ser, la causa de la existencia de los entes múltiples y visibles que constituyen nuestra creación, es el agapê creador del Único invisible, entonces se puede entrever, si no en medio de las tinieblas por lo menos en un claroscuro difícil de penetrar, que el fin de esta creación sea suscitar seres capaces de entrar libremente en la economía de esta creación cuya razón de ser es el agapê creador. Si el agapê creador es principio del ser de los entes, se comprende mejor, se comprende un poco, por qué matar, destruir, un ser creado, es un acto que va a la inversa y en contra de ese agapê creador. En suma, todo aquello que destruye la creación, todo lo que le impide proseguir, cumplirse, llegar a su término, es crimen contra el agapê creador, inversión ontológica respecto del sentido del acto creador. Si el agapê creador asigna valor a los seres que ha creado, es comprensible que deteste el acto que los destruye: “No matarás”.
“Amar a los seres que constituyen la creación existente es rendir homenaje al agapê creador. Por el contrario, destruirlos, estropearlos, envilecerlos, es despreciar la obra de Dios. En este sentido, se advierte, siempre en el claroscuro, como el amor a Dios y el amor a los entes son actos que Ieschoua puede considerar similares, análogos.”
y el hombre cada vez atenta más contra el ecosistema, contra la vida y contra la obra del Gran Creador, en el que parece cree y confia menos. "Todos los incurables tienen cura, cinco segundos antes de la muerte".
ResponderEliminarJealbo