viernes, 17 de junio de 2011

Milagros

Una de las cuestiones disputadas entre el Catolicismo y el pensamiento moderno es la de los milagros.

Éstos juegan un papel fundamental en la creencia católica. Los milagros prueban, en efecto, la Divinidad de Cristo, su acción sobre el mundo, la acción intercesora de la Virgen María y de los bienaventurados, y la santidad de la Iglesia, que está por encima de los pecados d sus ministros.

Los críticos del Catolicismo se esmeran, por consiguiente, en demeritar los milagros. Tratan de mostrar que son fruto de la superstición, la ignorancia y la candidez de la gente. Sugieren que los que relata el Evangelio son mitológicos y los que se mencionan hasta en los tiempos que corren son ilusorios,fraudulentos o aparentes.

Éstos últimos podrían explicarse a partir de conceptos e hipótesis de la Ciencia y sólo por ignorancia se considera que pueden ser excepcionales. En último término, se cree que si bien la Ciencia todavía no puede explicarlos, algún día sin duda alguna lo hará.

No obstante, los milagros ahí están para quien quiera verlos, estudiarlos e intentar encontrarles explicación científica.

El registro de hechos milagrosos es apabullante y sólo una mente cerrada hasta el extremo de la ignorancia invencible o la mala fe puede decir que todos ellos son imposturas, alucinaciones o fenómenos que pueden, con alguna dificultad, encasillarse dentro de lo que normalmente sucede.

Esos hechos son de varia índole.

Frecuentemente la idea del milagro viene a la mente cuando se habla de curaciones que no pueden explicarse en términos médicos. Son los milagros que precisamente utiliza la Iglesia en las causas de beatificación y canonización, como sucedió hace poco con la curación de una monja que sufría mal de Parkinson y que se atribuyó al ruego que la misma y sus compañeras le hicieron al hoy beato Juan Pablo II. Son igualmente los milagros que han hecho famoso a Lourdes y otros sitios de peregrinación.

Traigo a colación un comentario que hace Claude Tresmontant en su precioso libro sobre las enseñanzas de Ieschua de Nazareth, en el sentido de que toda su acción milagrosa es regenerativa. El Señor hace ver a un ciego, le devuelve el oído a un sordo, hace que un paralítico camine, pero no hace retoñar una pierna, un brazo o un órgano perdido. Da a entender de ese modo que el milagro se sirve de la naturaleza, pero no la niega. Actúa sobre ella.

Se habla menos de los milagros morales, que no son menos convincentes. Tal es el caso de los que cambian su carácter, sus malos hábitos, sus tendencias destructivas, su vida de pecado, etc., de modo súbito o inesperado, como nos ha sucedido a muchísimos que hemos sido víctimas de adicciones, en mi caso la del alcohol, y nos hemos recuperado de modo que no tenemos otra explicación para ofrecer que por la gracia de Dios.

Los fenómenos de conversión religiosa tienen algo o mucho de milagroso. Como le manifesté hoy en la mañana a un amigo, en realidad la fe es un milagro. Y esos fenómenos son muy variados: la conversión súbita, el proceso lento y meditado de acercamiento al Señor, la vía traumática y atormentada de búsqueda de sentido. Tal es el caso de los esposos Maritain o el de los también esposos Peter y Cristina van der Meer.

De Peter van der Meer estoy leyendo ahora, gracias a un generoso préstamo de mi amigo José Alvear Sanín, “Nostalgia de Dios”, que es una obra verdaderamente conmovedora.

Esfuércense los psicoanalistas, los psicólogos conductistas, los neurocientíficos y demás estudiosos del cerebro, la mente y el comportamiento humano, en explicar en términos de sus respectivas especialidades estos fenómenos y los escucharemos diciendo banalidades o exponiendo teorías traídas de los cabellos en procura de demeritarlos y de retorcerlos para tratar de encasillarlos dentro de sus respectivas categorías.

El descorrimiento del velo que nos permite ver lo que antes no veíamos se resiste a todas sus teorías. Quien lo haya experimentado sabe cuál es su origen, entiende sin mucho razonamiento que es gracia que le viene de lo Alto.

Hay otros milagros  que se dan más allá del cuerpo o la mente individuales. Son milagros colectivos, que están a la vista de grupos de personas e incluso de multitudes.

Me refiero, en primer lugar, a los milagros eucarísticos y los de las imágenes que derraman lágrimas e incluso sangre, así como exudan sustancias con fuerte olor a rosas o jazmines.

En “Más allá de la razón”, Ricardo Castañón Gómez Ph.D. se ocupa de ambos tipos de milagros. El Dr. Castañón, que hizo estudios de neuropsicología en Italia y Alemania, se vio forzado a abandonar su materialismo y consiguiente ateísmo cuando, en razón de su especialidad profesional, fue llamado a estudiar el caso de una hostia consagrada que en el análisis de laboratorio mostró trozos de sangre y tejidos humanos.

La historia es fascinante y quien quiera acercarse a ella puede buscar en internet la página del Dr. Castañón.

Yo mismo he presenciado en tres ocasiones cómo de una  humilde estatuilla de la Virgen de la Rosa Mística mana un aceite con fragancia de rosas que llena todo el espacio circundante. Aunque no me consta por percepción directa, sé  por fotografías y lo que dicen  testigos confiables que también llora lágrimas y sangre.

Una hija de mi gran amigo Rafael Uribe Uribe estuvo en Malta y presenció el mismo fenómeno, del cual tomó fotografías que tengo en mi poder gracias a la gentileza de aquél.

¿Por qué sangran las imágenes de la Santísima Virgen?

Una vidente que vive en Cali lo dijo acá hace dos o tres semanas: por el horrendo crimen del aborto.

Hay, en fin, milagros cósmicos, como el del Sol, que se produjo en Fátima el 13 de octubre de 1917, o la aurora que inexplicablemente se presentó en Europa a fines de enero de 1938 y que fue el augurio anunciado  por la Santísima Virgen a Lucía sobre la iniciación de la Segunda Guerra Mundial.

Después de haber estudiado el Milagro del Sol, a mí no me queda duda alguna de la manifestación de la Santísima Virgen en Fátima. Mejor dicho, no puedo dudar de la existencia de Dios ni de la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Por consiguiente, puedo afirmar que creo en la Iglesia, que es una, santa, católica, apostólica y romana, no porque me lo enseñaron con el Catecismo Astete, sino porque un cúmulo de hechos tozudos me ha llevado a esa convicción.

Hace poco recordé en Twitter un consejo de Renán: para hablar de la religión, primero hay que conocerla. Se los regalo a los escribidores que a troche y moche destilan veneno contra la Iglesia, sobre todo en los medios capitalinos.

1 comentario:

  1. Efectivamente, lo he concluido, a todo finalmente se arrima por virtud de la experiencia, y ésta no se obtiene sino abriéndose paso bajo los postulados de la sensatez, que de contera erradica la tozudez. Hay que concatenar una cosa y la otra; las enseñanzas Divinas justamente son postulados de sensatez, de coherencia con la vida misma a la que arrimamos sin tener ápice de nada siendo en consecuencia destino del medio ambiente plagado de lo que finalmente sabremos diferenciar y que constituye el proceso milagroso, entre otros.

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