Toda casa dividida contra sí misma perecerá
Nada más oportuno que traer a colación esta sentencia del Evangelio, para alertar acerca de la confrontación del presidente Santos y el expresidente Uribe.
Los nueve millones de colombianos que votaron por Santos hace dos años lo hicieron a todas luces para que continuara la obra de Uribe, sin perjuicio, desde luego, de que imprimiera su propio sello a la gestión que le encomendaron.
Es posible que los colombianos que según las encuestas continúan apoyándolo coincidan igualmente en la opinión favorable respecto de Uribe, motivo por el cual algunos analistas tienden a considerar que al gran público no han llegado todavía los ecos de la confrontación entre ellos.
Pero a media que ésta vaya subiendo de tono, inevitablemente habrá de reflejarse en las opiniones de la gente de la calle y, por consiguiente, en la intención de voto para el próximo debate electoral.
Ya muchos se aprestan a tomar partido, sea en favor de Santos, bien en pro de Uribe. Y esa disensión inevitablemente redundará en beneficio de las consabidas tercerías, como sucedió en las últimas elecciones, cuando la división entre partidarios de Santos, de Noemí y de Vargas Lleras, catapultó a Mockus.
En un año y medio pueden suceder muchas cosas. Los santistas aspiran a que la Presidencia Imperial que ejerce su jefe se consolide y aplaste a todos sus contradictores, empezando por Uribe. Pero otros le apuestan al inevitable desgaste que se produce a medida que se va ejerciendo el poder, amén de las dificultades inesperadas que puedan agudizarlo.
El optimismo de Santos y sus seguidores se basa en la buena situación económica que, a no dudarlo, hace parte del legado de Uribe.
No hay que olvidar, sin embargo, que los períodos de vacas gordas son transitorios y en cualquier momento pueden venir las destorcidas, con el “llanto y el crujir de dientes” que en otro pasaje célebre menciona el Evangelio.
A Santos le convendría reconsiderar su estilo de gobierno. Él, como en su momento le ocurrió a López Michelsen, cree que puede hacerlo todo, virar hacia dónde le parezca, imponer sus iniciativas sin que se las discuta y avasallar al Congreso, como acaba de denunciarlo Uribe, bajo el látigo de la burocracia.
No debe olvidar que su gobierno depende de una coalición cuyos dos pilares, el partido de la U y el conservador, están descontentos por el trato desdeñoso que les prodiga.
Unos y otros, además, tendrán que habérselas con el electorado en la campaña para la elección de congresistas que se iniciará en el segundo semestre del año entrante, en la cual el plato fuerte no serán tanto las prebendas con que los haya engolosinado el gobierno, sino los resultados políticos que les muestren a los electores y, sobre todo, la confianza que inspiren en los mismos.
Entonces, tendrán que esmerarse en explicar por qué terminaron apoyando unas políticas distintas de las que ofrecieron respaldar en las pasadas elecciones y cuáles fueron los motivos que los impulsaron a abandonar la seguridad democrática en aras del espejismo de una paz negociada bajo los auspicios de un gobierno enemigo, como el de Chávez.
Hasta ahora el país no ha sufrido las consecuencias de las malas decisiones de Santos, por cuanto muchas de ellas se darán en el mediano y el largo plazo, como lo viene señalando muy juiciosamente Uribe.
A mucha gente le pareció bien que se inclinara ante Chávez, Correa y los hermanos Castro, dizque para tener buenas relaciones con los vecinos, volver al redil latinoamericano y filarse con la muy discutible Unasur. También apoyó la Ley de Víctimas y de Tierras, por razones de justicia. Y se tragó el sapo de la presión de la Corte Suprema de Justicia en el asunto de la Fiscalía, pensando que era un debate que ameritaba finiquitarse.
Por lo demás, ha habido reacciones más bien escépticas sobre la promesa de regalar 100.000 casas, pero se dice que ojalá sea verdad tanta belleza.
En todos esos asuntos hay tela para cortar y, como digo, los resultados se verán dentro de algún tiempo.
Pero lo de la paz es otro cantar.
Santos pretende, contra viento y marea, que se apruebe su mal llamado Marco Jurídico para la Paz. Ya obtuvo hoy que lo votaran 123 congresistas, lo que ha dado pie para que Simón Gaviria diga a los cuatro vientos que es el proyecto que más apoyo ha tenido en el Congreso bajo el gobierno actual.
Pero ese será su talón de Aquiles, pues el proyecto avanza mientras las Farc redoblan sus alevosos atentados, como el que acaba de producirse contra Fernando Londoño, a la vez que las fuerzas del orden se muestran desmoralizadas por la falta de apoyo del gobierno y la persecución judicial.
Conviene recordar que la última política de paz, bajo el gobierno de Pastrana, vino precedida de un amplio movimiento de opinión y contó con un vigoroso apoyo popular que se puso de manifiesto en la décima papeleta que promovió Francisco Santos, así como en la elección presidencial.
Fue una política abierta que se discutió ampliamente en los distintos escenarios y no tuvo contradictores de peso. Pero fracasó de modo rotundo, llevándose consigo la imagen de Pastrana, que en mi modesta opinión no fue un mal gobernante. A él se deben, en efecto, iniciativas tan provechosas como el Plan Colombia, sin el cual la gestión de Uribe habría tenido resultados más bien modestos.
Santos ha elegido un mal camino, consistente en obrar a espaldas de la opinión pública, valiéndose de un intermediario al que se acusa de tener un pacto burocrático con el gobierno y presionando al Congreso para que apruebe el proyecto a las volandas, sin madurarlo ni ambientarlo como es debido.
Llama la atención, por ejemplo, que el partido de la U haya resuelto, contra el parecer de los uribistas, votarlo en bloque, apoyándose en la ley de bancadas, cuando es algo que la opinión pública no sólo no ha asimilado, sino que más bien suscita en ella reacciones desfavorables.
Así sus áulicos de Semana y algún desinformado medio extranjero insistan en decir que Santos es un “gran estadista”, me da la impresión de que la solvencia en el manejo institucional no es propiamente su fuerte. Se ha aprovechado más bien de ciertas debilidades de las instituciones para imponer un estilo que deja muchísimo que desear.
Con el rumbo que lleva, la división entre sus huestes se profundizará cada vez más. De hecho, ya hay fisuras muy difíciles de resanar. Y a medida que pasen los días, muchos descontentos se dedicarán a atravesarse en el camino de su reelección o el de la aspiración de alguno de sus validos, como Vargas Lleras. Santos está suscitando odios feroces, que son los peores ingredientes que puede haber en el escenario político.
Antes de esmerarse en la búsqueda de acuerdos con gente de tan mala calaña como los dirigentes guerrilleros, sería preferible que procurara entenderse con los partidos de su coalición y con el vasto número de colombianos que creemos que las críticas de Uribe no son producto de su resentimiento, sino de una muy lúcida apreciación de los hechos alarmantes que hemos venido presenciando.
Celebro, por supuesto, que Fernando Londoño haya salido vivo del atroz ataque que se perpetró en contra suya, pero al mismo tiempo debo deplorar la muerte de personas humildes que perdieron la vida cumpliendo con su deber. Y me angustia pensar que el mismo día en que la Cámara dio su voto por ese inquietante proyecto sobre la paz, Bogotá hubiera sufrido el bárbaro asedio de las fuerzas oscuras que quieren seguir ensangrentando a Colombia.
Buen análisis, profesor Vallejo. Mientras el congreso sigue cocinando la zanahoria, estos señores se hacen valer infundiendo terror. Sorprende que algunos digan que es descabellado que pudieron ser las Farc, así como el hecho de que Santos haya contradicho la versión del comandante de la policía de Bogotá.
ResponderEliminarSi las FARC son las autoras del atentado contra el doctor Fernando Londoño, el Congreso y el gobierno de Santos deberían hacer que el Marco Jurídico para la Paz sea votado negativamente, pues de lo contrario, tanto el uno como el otro serían cómplices del terrorismo de las FARC.
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