¡Seamos serios!
Hace algún tiempo escuché de labios del maestro Harold Martina en Popayán, donde presentó una magistral interpretación del Concierto “Emperador” de Beethoven, que, según Rossini, solo hay dos clases de música: la buena y la mala.
Mutatis mutandis, lo mismo podría predicarse de la política: hay políticas buenas, desafortunadamente muy escasas, y políticas malas, por desventura abundantes en grado sumo.
¿Qué diferencia una buena política de una mala?
Toda acción política pretende obrar sobre la realidad social, sea para conservar cierto estado de cosas, para volver a uno anterior o para introducirle modificaciones que pueden consistir en meros ajustes o, por el contrario, en transformaciones radicales.
Su punto de partida es cierta percepción de la realidad y la correspondiente interpretación acerca de las posibilidades que ofrece, así como la consideración de los medios con que se cuenta para actuar y, sobre todo, la identificación de los resultados que se busca obtener.
Esos resultados aparecen primero como representaciones mentales acerca de lo deseable y lo posible. Se trata de modelos que guían la acción y no solo son ideales, sino que están nutridos de una densa carga axiológica. Se los impulsa porque se los considera valiosos, es decir, se cree que contribuyen a mejorar las condiciones de la existencia social.
Las primeras grandes dificultades que se presentan en la concepción de la acción política tocan con la percepción y la interpretación de la realidad social, que es al mismo tiempo compleja y dinámica.
Los elementos que cabe considerar para formarse un cuadro adecuado de la realidad en cierto momento son heterogéneos, interactúan de distintas maneras y cambian constantemente. Ellos parecen responder a la noción de la “durée” bergsoniana: pura fluidez, pura temporalidad que se resiste a la aprehensión de un pensamiento sobrecargado con la categoría de lo espacial. Mas, para actuar sobre ellos, hay que formarse alguna idea de su naturaleza, sus dimensiones y su dinámica, idea que necesariamente será siempre más o menos ajustada a la realidad. Y, a partir de esa idea, hay que valorarlos como positivos o negativos, como fortalezas o debilidades.
Un caso célebre ilustra sobre el tema. Cuando al desventurado Luis XVI le dieron la noticia de la Toma de la Bastilla, su respuesta fue:"Esto es un motín". El mensajero lo corrigió:"No, señor, es una revolución".
¿Cómo se diferencia de entrada un motín de una revolución? La respuesta no es sencilla. Hay dos grandes modos para encontrarla: la intuición, que se considera bien sea irracional, previa a la razón o superior a esta, y la experiencia, que dota de un conocimiento bastante mejor fundado que el que ofrecen la improvisación e incluso el puro razonamiento. El gran estadista es hombre de intuiciones rápidas y profundas que vienen acompañadas del sentido de la realidad que ofrece el trato constante y reflexivo sobre sus datos. Esas intuiciones y experiencias alimentan su racionalidad.
Digo esto porque captar y apreciar los ingredientes fundamentales de la realidad política en un momento dado es algo que exige condiciones intelectuales que no están al alcance de todo el mundo, dado que hay gente que carece de ese sexto sentido que es la intuición, fuera de unas actitudes ante la realidad que tampoco son comunes y se caracterizan simple y llanamente porque son serias, responsables, inquisitivas. Lo contrario de esas actitudes se resume en un solo término: frivolidad.
Hay, pues, gobernantes serios, así puedan equivocarse, y gobernantes frívolos, así puedan eventualmente acertar. Los contrastes entre unos y otros están a la vista: Uribe es un político serio; Santos es un político frívolo.
Uribe ha sabido ver con entera claridad el peligro letal que para la sociedad colombiana entraña el narcoterrorismo de las Farc y el Eln; Santos, en cambio, lo desestima. Igual que ciertos desatinados pastores de la Iglesia, cree que son ovejas descarriadas, cuando son unos lobos feroces a más no poder. O, quizás peor, no le interesa discernir si son lo uno o lo otro.
Identificada y apreciada la índole de unas circunstancias sociales en determinado momento histórico, las preguntas que siguen son:¿Cuál es el modelo deseable y posible para corregir los males de la sociedad y mejorarla? ¿Cómo obrar para realizarlo? ¿De qué medios valerse para llevar a cumplido efecto esa empresa colectiva?
Los grandes estadistas miran hacia el futuro, así lo conciban con referencia al pasado. Piensan en lo que para ellos serían las condiciones de una sociedad ideal, es decir, una sociedad justa y, por ende, armónica y pacífica. Pero no se trata de una sociedad utópica e irrealizable, sino de la sociedad posible.
Aquí entra en juego la gran enseñanza de Bismarck:"La política es el arte de lo posible".
¿Y qué es lo posible?¿Hasta qué punto cabe forzar las condiciones de la realidad social para ajustarlas a modelos deseables?
Giscard d’Estaing ofrece un ejemplo elocuente a más no poder. Cuenta en sus memorias que cuando visitó al Sha de Irán, este le habló con entusiasmo de su propósito de modernizar a su país, convirtiéndolo en una gran potencia económica y militar capaz de emular con los Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero la sociedad iraní era de carácter pastoril y cerradamente conservadora en torno de la religión islámica y sus formas de vida. Giscard, entonces, le dijo al Sha que su proyecto podría ser contraproducente, lo que en efecto ocurrió. En vez de construir un Irán moderno al estilo occidental, suscitó una reacción conservadora en el exacto sentido de la palabra, tendiente a preservar autoritariamente los modos de vida tradicionales de su país.
Esos efectos contrarios a los que se ha pretendido conseguir se denominan con el nombre de heterotelia.
Es lo que podría seguirse de una paz mal negociada y mal concebida. que no sea tal, sino el pródromo de nuevas y más letales violencias. Y es lo que muchos tememos que podría seguirse de la irresponsabilidad con que Santos ha venido manejando el que sin duda es el problema más grave de un país aquejado de otros no menos inquietantes.
En la acción política se impone la distinción entre los fines y los medios. Estos deben ser eficaces y eficientes para la obtención de aquellos. Pero su escogencia plantea problemas prácticos muy complejos.
Raymond Aron solía decir que, según Maquiavelo, los´objetivos políticos se obtienen bien sea por la fe o por el miedo, es decir, ya a través de la persuasión, ora con base en la compulsión. Dicho de otro modo, con zanahoria o con garrote. Pero lo frecuente es que haya que combinar la una con el otro, y no hay receta válida para decidir en qué proporciones se debe aplicar aquella o este. Es también asunto en que juegan la intuición y la experiencia , por encima del razonamiento abstracto.
Pues bien, si uno examina los medios de que se ha valido Santos para adelantar las negociaciones con las Farc se encuentra con que su estrategia es la del chamboneo, la improvisación, la reculada.
Ello ha dado lugar a que la opinión pública se muestre escéptica sobre los resultados del proceso, pues a las claras se advierte que en todo van ganando terreno las Farc. Le queda a uno la impresión de que Santos cree estar jugando póker con su contraparte, mientras esta juega un ajedrez en que amenaza con darle mate pastor.
Queda por precisar lo más importante, que es hasta dónde se quiere llegar. Las Farc, por supuesto lo saben bien, pues su objetivo es la toma del poder. Pero Santos, en su ignorancia y su fatuidad, no sabe lo que quiere. Le falta toda claridad acerca del modelo de sociedad que cree que podría resultar de los acuerdos con los subversivos. Y nos pide no solo carta blanca para instrumentarlos, sino que cerremos los ojos y apoyemos un esperpento jurídico urdido para cumplir ese cometido a las volandas, sin que sepamos qué es lo que se va a firmar.
¡Excelente artículo y se reviste de sabiduría y seriedad! Es hora de decirle a Juan Manuel "Gelatino" Santos, que se vuelva serio y no más "gelatinosidad", ya que la cosa va en serio. ¿Será tarde? Las farc, nunca serán serias, ya que eso no es propio de los circos y mucho menos, cuando nadan en sangre.
ResponderEliminar#Colombia, el asunto es en serio y no nos podemos dejar capar parados...eso es MALO muy malo.
Juanfer
P.D. Corre el tiempo. Me parece que fue ayer, que tuve el honor de llevar las arras, en el matrimonio de Harold Martina con AngelaMartinez.
Excelente necesitamos un periodismo serio
ResponderEliminarExcelente necesitamos un periodismo serio
ResponderEliminarCapacidad de discernimiento... PUM en el ojo!
ResponderEliminarVoz de la experiencia: ECO en el VACÍO.
LOCOMBIA... mmm