Cuestión de credibilidad
Santos y sus áulicos dicen que la polarización del país en torno de los diálogos de La Habana se da entre los que, como ellos, quieren la paz, y los que quieren que los colombianos sigamos matándonos indefinidamente como venimos haciéndolo desde hace medio siglo.
Esta es una presentación tan simplista como malintencionada de los posiciones en que se divide la opinión pública en los actuales momentos.
El fondo del debate es otro. Hay quienes creen que los diálogos son serios, se fundan en bases realistas y van por buen camino, de suerte que es probable que conduzcan a unos acuerdos positivos con las Farc y, en últimas, a la paz con esa organización insurgente. Pero muchos otros pensamos que no hay motivos suficientes para esperar esos halagüeños resultados y que, si a algún acuerdo se llegare, no traerá consigo la anhelada paz, sino que beneficiará principalmente a los narcoterroristas que controlan la subversión.
Esta actitud escéptica no se propone, como con redomada mala fe suele recalcarlo el senador Roy Barreras, mantener un estado de guerra que culmine con la eliminación física de los guerrilleros, sino replantear el proceso con miras a satisfacer exigencias de verdad, justicia y reparación para las víctimas de la violencia, así como para garantizar que a las Farc no se les otorguen privilegios indebidos que les permitan imponer la agenda totalitaria que el pueblo colombiano rechaza,
Para decirlo en pocas palabras, los escépticos no creemos en Santos ni en las Farc.
Abundan las razones para desconfiar de Santos.
No es necesario entrar en el juego de insultos con que la gente del común suele zaherirlo a punto tal que ha perdido todo respeto por él. Basta con observar sus actuaciones para llegar a la conclusión de que es un político oportunista, veleidoso, incoherente y, en definitiva, nada serio. Es, a no dudarlo, un aventurero, diríase que un saltimbanqui dado al espectáculo, a la comedia, a los fuegos de artificio. Y en asunto tan delicado como es el trato con una de las organizaciones narcoterroristas más temibles del mundo, una persona con esas deficiencias resulta ser un verdadero peligro.
De ahí que no haya podido suscitar el apoyo colectivo que se requiere para que este proceso sea exitoso. Es difícil que un gobernante impopular al que la opinión no respeta tenga capacidad de convocatoria en las comunidades para hacerles entender y aceptar los sacrificios que necesariamente conllevaría un acuerdo con los guerrilleros.
Tampoco estos tienen credibilidad. Su egolatría los lleva a magnificar el medio siglo que dicen haber estado luchando por una Colombia más justa, pero el pueblo los ve de otra manera, como unas hordas salvajes que han causado sufrimientos infinitos especialmente entre la gente humilde del campo y las poblaciones.
Es muy significativo que los capos que se están dando la gran vida en La Habana no hayan hecho la más leve manifestación de arrepentimiento por las atrocidades con que han flagelado a los colombianos. Son verdaderos sociópatas que están comprometidos, además, en uno de los negocios criminales más dañinos que hay, el narcotráfico.
No es cierto lo que dice Santos acerca de que llevamos medio siglo matándonos entre nosotros mismos. La verdad es muy otra: son los guerrilleros quienes a lo largo de las últimas décadas se han dado a la inicua tarea de cubrir de sangre nuestros campos y poblados. Los paramilitares apenas fueron sus discípulos, muy aventajados por cierto, pero nunca más feroces y despiadados que sus maestros.
Pero, dejando de lado la índole perversa de las guerrillas, hay que anotar, por otra parte, que las anima una ideología totalitaria y liberticida completamente incompatible con los principios de nuestra organización política.
Esa ideología pregona la combinación de las formas de lucha y una moral revolucionaria que legitima todo aquello que convenga a los propósitos finales de sus promotores.
Por consiguiente, lo que se negocia con ellos no es su adaptación a nuestro régimen político, así sea el pluralista, democrático y extremadamente garantista de la Constitución de 1991, sino las oportunidades que exigen para que dentro de su normatividad tengan vía franca para infiltrar nuestras instituciones y demolerlas por dentro.
Los ilusos piensan que con los acuerdos los capos de las Farc cambiarán las balas por votos y harán política ordenadamente dentro de los cauces de la juridicidad.
Eso es no conocer a los comunistas e ignorarlo todo acerca de sus procedimientos. Toda concesión que se les haga significa para ellos avanzar en la toma del poder. Y así juren y perjuren que a cambio de abrirles espacios de participación en el juego político se esmerarán en comportarse dignamente, su mentalidad los llevará inexorablemente a mantener su juego sucio.
Tal como estaba previsto, se firmó hace varias semanas un acuerdo en La Habana con el que las Farc le facilitan a Santos su aspiración a ser reelegido. Ese acuerdo se ha dado a conocer con bombos y platillos, pero ocultando sus detalles. El gobierno y los medios que controla lo están festinando como el gran paso hacia la superación del conflicto. Algunos han dado a entender que a partir de ahí ya quedarían pocos meses para ponerle feliz término. Pero cuando se lo aborda con mirada crítica, como lo ha hecho con envidiable lucidez Eduardo Mackenzie, son más las incertidumbres que suscita que las certezas que arroja.
Piénsese tan solo en las circunscripciones especiales que se les ofrecen a las Farc.¿Cuántas curules representarían en el Congreso? ¿El 40 % que dio a entender Álvaro Leyva en unas declaraciones para Cablenoticias a las que poca atención se prestó?
Santos defiende su proyecto insultando a los críticos. Pero no se esmera en convencer a la opinión con informaciones serias y argumentos persuasivos acerca de sus bondades. y en asunto del que depende la suerte de Colombia, la transparencia que ofrezca sólidas bases para confiar es indispensable.
¿Cómo así que en La Habana no se está negociando nuestro sistema político, económico y social, cuando los capos de las Farc dicen a voz en cuello que no llegaron allá para rendirse, sino para decidir sobre las transformaciones que, según su periclitada ideología, son indispensables para construir lo que dicen que sería una nueva Colombia?
Oscar Iván Zuluaga le escribió una carta pública a Santos para que dijera qué es lo que está dispuesto a entregarles a las Farc a cambio de que le firmen el acuerdo que facilitaría su reelección?
Por supuesto que esta respetuosa solicitud no ha tenido respuesta alguna. Y no podría tenerla, pues Santos sabe que si revela el contenido de lo que les está ofreciendo a los narcoterroristas, el país lo rechazaría con enojo.
Excelente artículo. Como todos los que escribe el Dr. Vallejo. Gran señor, a quien la jurisprudencia le debe mucho. Sabio y certero.
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ResponderEliminarExcelente artículo, como todo lo que proviene de su sindéresis, sabiduría y buen juicio. Si tuviéramos mas juristas como Ud. que claro sería el panorama de la patria!
ResponderEliminar"Mas claro no canta un gallo"
ResponderEliminarExcelente analisis... excelente articulo.
Absolutamente cierto todo lo que dice este artículo. Y además de lo dicho, otra razón más para no confiar en mermelada Santos, es el engaño que hizo a los electores para ser elegido como presidente. Toda su campaña fue basada en mentir y engañar. Una persona que es capaz de hacer eso, qué no será capaz de hacer. Y ahora durante su desgobierno sigue haciendo lo mismo, todo lo de él es mentira y engaño. No es una persona confiable, porque no tiene principios. Sus principios son la mermelada, la vanidad, la locura por el poder, la corrupción. El que le crea o pretenda que le creamos los colombianos, es una persona muy desinformada, en extremo ingenua, o es igual a él. ¡A no dejarnos engañar más colombianos!
ResponderEliminarLástima que en sus manos no esté el caso de Petro...No le da un brinco.
ResponderEliminarJealbo