Más sobre periodismo y poder
Escribí en mi último artículo que el libro de María Isabel Rueda es un buen abrebocas para examinar las relaciones entre el periodismo y el poder político entre nosotros.
Es probable que el primer medio impreso, “El Papel Periódico Ilustrado”, de Manuel del Socorro Rodríguez, hubiese surgido con finalidades políticas, tal como lo sugiere Pablo Victoria en una de sus más recientes publicaciones, aunque de hecho se lo anunciaba como una publicación de noticias generales y hasta de curiosidades.
A partir del Grito de Independencia y a todo lo largo del siglo XIX, así como durante buena parte del XX, la prensa surgió y se desarrolló en torno de propuestas y campañas políticas. Lo corriente era, entonces, que los periódicos tuviesen afiliación partidista y sus promotores fueran activistas políticos, principalmente liberales y conservadores.
Por ejemplo, en mis mocedades había en Medellín dos periódicos rojos y dos azules: “El Correo” y “El Diario”, que estaban afiliados a distintas facciones del liberalismo, y “El Colombiano” y “La Defensa”, que a su vez representaban dos tendencias conservadoras.
La radiodifusión no fue extraña a esta orientación. Así, “La Voz de Colombia” surgió para defender las propuestas políticas de Laureano Gómez. Y hubo noticieros claramente identificados con liderazgos políticos, como “Democracia”, el medio de expresión de Julio César Turbay Ayala.
Sin embargo, la presencia de grupos empresariales en la radio fue desdibujando de cierta manera el perfil partidista de los noticieros. Es sabido que Coltejer y Fabricato dominaron a Caracol y RCN a mediados del siglo último y marcaron ciertas distancias respecto de los directorios políticos. Así sucedió con Última Hora y Radiosucesos .
Este es un precedente significativo de lo que después ha sucedido tanto en la radio como en la televisión, los periódicos y las revistas, que en buena medida han quedado bajo el control de grandes conglomerados económicos.
La llegada de la televisión en 1954 introdujo nuevos elementos de politización en el medio. Como en sus orígenes la TV era oficial, lógicamente sirvió los propósitos del gobierno de Rojas Pinilla, que fue quien la trajo a Colombia.
Más tarde, el Frente Nacional la utilizó para beneficiar a unos y excluir a otros. Tal vez el caso más elocuente fue el de Noticolor, bien llamado por Klim “Lambicolor”, durante el gobierno de Turbay. Su sucesor, López Michelsen, intentó sin éxito consolidar un noticiero oficial cuya dirección ejerció Juan Guillermo Ríos.
Como escribo de memoria, tengo cierta laguna acerca de una decisión evidentemente insólita: entregarles a las familias de ex presidentes y presidenciables los noticieros de televisión. Tiempo después el asunto evolucionó hacia la adjudicación a grupos empresariales y favoritos de los gobernantes de turno.
El libro en mención destaca el tema empresarial en el espectro mediático. Periódicos, revistas, así como noticieros de radio y televisión, han dejado de ser estructuras por así decirlo artesanales para convertirse en negocios que tienen que manejarse siguiendo los dictados de la lógica administrativa y financiera de las empresas productivas.
Ello entraña el debilitamiento de los nexos con los activistas políticos, que carecen de visión y disciplina empresariales o no tienen los recursos patrimoniales que se requieren para sostener un medio de comunicación.
Algunos medios pertenecen, según lo dicho, a conglomerados empresariales. Otros pertenecen todavía a sus viejos fundadores o sus herederos, pero sólo pueden subsistir si se adaptan a las exigencias de los tiempos, que ya no favorecen los esfuerzos heroicos de los idealistas de antaño.
Vaya uno a saber, en fin, si hay medios que se han nutrido de fondos provenientes de actividades ilegales, básicamente del narcotráfico como también de la corrupción administrativa.
Es algo de lo que se hablaba hace años, cuando los capos se paseaban como Pedro por su casa y se exhibían públicamente. Como los sucesos de fines de la década del ochenta y principios de la del noventa del siglo pasado los obligaron a comportarse discretamente, sería difícil establecer ahora si las sospechas que han recaído sobre ciertos comunicadores tienen o no fundamentos sólidos.
La transformación de los medios en empresas productivas conlleva el examen de varios aspectos relevantes.
Por una parte, está la relación con los gobiernos, asunto que es nítido en lo que toca con la televisión y, en menor medida, con la radio, no sólo por las reglamentaciones que pesan sobre estos medios, sino por los compromisos financieros que se imponen sobre los usuarios de los espacios de aquélla.
Hay mucha tela para cortar en torno de estos tópicos y falta quien escriba la historia de intrigas, negociados, detrimentos patrimoniales y otros hechos poco edificantes que podrían haber acaecido en torno de los nexos de los comunicadores con las autoridades.
Los gobiernos son, además, grandes anunciantes. La famosa pauta publicitaria se convierte así en un instrumento de presión sobre los medios. El modo como se la distribuye determina para no pocos las posibilidades de subsistencia, sobre todo si se trata de medios que no están vinculados con grupos económicos o carecen de su propio músculo financiero.
Por otra parte, hay que considerar la relación con los anunciantes privados. No han faltado los casos de medios que han tenido que sufrir el constreñimiento de aquéllos para modificar alguna línea de pensamiento o de acción. Pero tampoco es improbable que se hayan presentado prácticas veladamente extorsivas, en cuya virtud los anunciantes se ven presionados para mantener sus pautas con el fin de evitar que los medios hagan publicaciones insidiosas que puedan perjudicarlos.
Desafortunadamente, los que hablan del asunto lo hacen en voz baja y no se atreven a denunciarlo públicamente, razón por la cual todo queda en el plano de la conseja, tal como sucede con los famosos “carruseles” de contratación.
En la medida que los medios aspiran a ampliar sus negocios a través de beneficios provenientes de medidas gubernamentales, sus líneas editoriales, sus campañas, sus tendencias informativas, etc. pueden verse sesgadas por sus intereses específicos. Es asunto que convendría explorar, por ejemplo, en lo que se refiere a la adjudicación del tercer canal de televisión que está ahora en pleito en el Consejo de Estado.
Los medios son negocios. Viven de la pauta publicitaria y ésta depende de su penetración en el público. Si el medio impreso circula, si el radiofónico se escucha, si el televisivo llega a los hogares, habrá anunciantes. De lo contrario, tarde o temprano desaparecerá.
La batalla por captar lectores, radioescuchas o televidentes es, entonces, vital para los medios. Y no estamos seguros de que ahí se excluya el ominoso “todo vale”, especialmente en lo que al sensacionalismo atañe.
Hay todo un escrutinio por verificar acerca de los procedimientos que se emplean para llegar al público y, a través de éste, a los anunciantes. Ojalá fueran los tendientes a suministrarle a la comunidad la información veraz e imparcial, dentro de condiciones de responsabilidad social y respeto a la honra, a que aspiran los artículos 20 y 21 de la Constitución Política.
Son temas que ameritan consideración más cuidadosa. Ya volveré sobre ellos.
Definitivamente, el blog de la sabiduría, de la actualidad, de la verdad y de la visión seria, esa que nos enriquece histórica, politica y mentalmente,
ResponderEliminarJealbo
Don Jesús:
ResponderEliminarPrimero, una precisión: López Michelsen no fue el sucesor de Turbay Ayala. Fue el predecesor.
Segundo: Quien otorgó los noticieros a las familias presidenciales fue Belisario betancur: TV Hoy a los Pastrana; Noticiero de las 7 a los López; otro a los Turbay (se me escapa el nombre ahora).
Tercero: El libro de María Isabel Rueda es, efectivamente, una entrevista a sus amigos (los de ella), con quienes a tenido vínculos laborales y económicos. La autora del libro no oculta ese dato. Se regodea con ellos en el chismorreo y en las pequeñeces de la politiquería bogotana, que es la que maneja este país.
Saludos,
Antonio Sánchez P.
Es la razón de la poca confiabilidad en la información. La cadena o el carrusel -para utilizar un término muy en boga- que se cierne en los diferentes medios de comunicación; los compromisos que adquieren y demás, no permite la objetividad y la seriedad que demanda el ejercicio del periodismo como que es el medio para la ilustración de quienes no tienen otra posibilidad de llegar al conocimiento de determinado suceso. Los grandes están comprometidos ante las concesiones gubernamentales en contraprestación a sus favores en tiempos de elección y los pequeños tienen que plegarse -algunos- para no desaparecer como lo dice el artículo, razón por la cual con lupa hay buscar a quien creerle.
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