Un fantasma que sigue recorriendo el mundo
En mi último escrito me ocupé, a partir de unas reflexiones sobre el peso de la historia en la configuración del ordenamiento de cada sociedad, de otros dos temas aparentemente desconectados entre sí, pero que en el fondo se vinculan el uno con el otro: la falta de rigor en el tratamiento que el gobierno y los medios le están dando al proceso de diálogos con las Farc en La Habana y la Revolución Cultural que está desmoronando el orden moral de la civilización occidental fundado en el Cristianismo.
En efecto, en uno y otro casos el gran protagonista es el marxismo.
En La Habana, el gobierno dialoga con narcoterroristas que profesan una versión extrema del marxismo-leninismo y aspiran a imponer en nuestro país un régimen totalitario y, por ende, liberticida. Lo que ellos promueven es la Revolución al estilo cubano, que a partir de la toma del poder político pretende la transformación violenta del sistema económico y social.
La Revolución Cultural también se inspira en consignas marxistas, en buena medida desarrolladas por Gramsci, la Escuela de Frankfurt y otros ideólogos que han considerado que el orden político, económico y social que despectivamente denominan “burgués” solo puede transformarse a través del cambio de mentalidad de las sociedades, es decir, por la vía de la educación y, en últimas, de la cultura. El propósito final es la construcción de una sociedad radicalmente igualitaria y emancipada que conquiste su autonomía frente a la naturaleza, la tradición y, por supuesto, la Divinidad, tal como lo plantea , por ejemplo, Castoriadis a lo largo de su abundante producción.(Vid. http://www.cuestiondepiel.com/castoriadis.PDF; http://www.catedraparalela.com.ar/images/rev_articulos/arti00109f001t1.pdf).
Por supuesto que, como ha sucedido a lo largo de sus más de ciento cincuenta años de historia, el marxismo es fuente de múltiples disputas internas sobre el contenido de sus premisas, sus desarrollos ideológicos, los análisis de coyuntura o las estrategias a seguir en las diferentes circunstancias, lo que da lugar a movimientos sectarios que a menudo muestran entre sí más pugnacidad que la que en principio se esgrime contra sus antagonistas externos.
Pero esas escisiones no impiden que haya una unidad básica de pensamiento y de cometidos respecto del rechazo de la institucionalidad tradicional y la afirmación de la utopía libertaria.
Muchos despistados que no siguen con atención las señales de los tiempos creen que el marxismo es cosa del pasado. Se equivocan de medio a medio, pues la ideología dominante hoy por hoy está fuertemente permeada por sus tesis. Piénsese tan solo en el ideario que presidió los años de formación de Obama y que este ha tratado de llevar a la práctica como presidente de los Estados Unidos.(Vid. http://www.crisismagazine.com/2012/frank-marshall-davis-obamas-communist-mentor-on-the-catholic-church). Otro ejemplo es la deriva extremista del socialismo escandinavo, que en otras época se presentaba como modelo de equilibrio y moderación, pero hoy sigue al pie de la letra las pautas destructivas del marxismo cultural (Vid.http://www.brusselsjournal.com/node/3582).Ello, por no mencionar la influencia marxista en la Teología de la Liberación que inspira a ciertos sectores católicos y quizás al papa Francisco.
Las diferencias entre el marxismo-leninismo y el marxismo cultural son, al parecer, meramente estratégicas, aunque en la práctica podrían resultar bastante significativas. El primero promueve decididamente la violencia, tanto en la lucha por la adquisición del poder como en su ejercicio una vez conquistado, salvo que por consideraciones oportunistas resuelva que le conviene más simular que entra en la competencia institucional frente a otros actores del juego democrático. El segundo, en cambio, guarda las apariencias jurídicas, pero dentro de ese guante de seda esconde una mano de hierro.(Vid.http://es.metapedia.org/wiki/Marxismo_cultural).
El propósito de todos los marxismos se sintetiza en algo que a troche y moche proclaman los voceros de las Farc: la refundación de la sociedad.
¿Qué significa eso de refundar las sociedades?
Nada menos que remover todos sus cimientos, las ideas que las fundamentan, las instituciones que las organizan y encauzan, las creencias que las sostienen, las normatividades de todo género que las rigen. Como decía Nietszche dentro de otros contextos, lo que se pretende de ese modo es la transmutación de todos los valores.
Ese adanismo es antihistórico y se paga caro, tal como se ha visto después de la caída de la Unión Soviética.
Los excesos a que suele dar lugar son inevitables, pues para imponer sus puntos de vista necesariamente cae en el terror, tal como lo hizo ver Merleau-Ponty en “Humanismo y Terror” y “Las Aventuras de la Dialéctica”, y lo documenta Koestler en “El Cero y el Infinito”. (Vid. http://www.olimon.org/uan/merleau-ponty-humanismo-y-terror.pdf).
En efecto, la refundación implica el desplazamiento de todo el repertorio de ideas de la gente común y corriente para imponerle otras de nuevo cuño, lo cual conlleva la lucha a fondo contra hábitos de pensamiento y de conducta muy arraigados. Esa lucha acude a la propaganda masiva, a la educación, a la exclusión, a la censura, a la intimidación y a distintos tipos de punición que van desde las medidas “pedagógicas” (reeducación) hasta la muerte misma, así sea en la forma figurada de la muerte civil.
Hay todo un abanico de recursos urdidos por la ingeniería social contemporánea con miras a producir el “Hombre Nuevo”, una entidad mítica que poco tiene que ver con los seres humanos reales de carne y hueso, a los que pretende encasillarse dentro de camisas de fuerza emanadas de las fantasías de mentes casi siempre enfermizas y a menudo depravadas.
Esta idea de lo políticamente correcto sirve de soporte de una tendencia nítidamente totalitaria que pretende excluir del escenario de los debates políticos (la “razón pública”) todo lo que no encaje dentro de lo que dogmáticamente se proclama como “racional”.
De ahí que de tajo se decrete que en la argumentación de lo que atañe a lo público tenga que dejarse de lado todo aquello que esté coloreado de tinte religioso. Todas las ideologías son de recibo en ese ámbito, siempre y cuando se presenten como “racionales”. Pero si por cualquier aspecto denotan alguna conexión con el pensamiento religioso, entonces se las anatemiza, sin importar que, como se ha demostrado hasta la saciedad, las ideas matrices de la civilización occidental resultarían incomprensibles si se las desvinculara de su contexto cristiano.
De ese modo, se vuelve a la época del Terror que en la Revolución Francesa se ejerció despiadadamente en nombre de la Razón, y en la de la Revolución Rusa se desató en aras de la emancipación del proletariado.
Colombia padece hoy el embate de estas dos modalidades del marxismo, el político de los comunistas de las Farc, el Eln y los quintacolumnistas agazapados en las universidades, la justicia, la burocracia, la prensa y hasta el clero, y el de los marxistas culturales, que hoy son legión. Todas nuestras libertades están en peligro, comenzando con la libertad religiosa.
Sin libertad no somos sujetos sino objetos, desde todos los ángulos: jurídico, politico, social, económico, etc. Me pregunto cómo fue que esa minoría que nos considera objetos, y no sujetos, se hizo con los resortes del poder y esté tratando, con probabilidades de éxito de imponernos sus reglas de juego a la mayoría que preferimos la libertad sobre imposiciones inconsultas y esclavisantes.
ResponderEliminarExcelente artículo. Cuando se pierde la libertad, nuestro mayor patrimonio, se pierde el haliciente por vivir. Juanfer
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