jueves, 20 de mayo de 2010

Una democracia paradójica

La realidad colombiana es muy difícil de entender para los que no están familiarizados con ella.

Hace dos meses elegimos un nuevo Congreso que se instalará el próximo 20 de julio. De acuerdo con la composición del Senado, que no guarda una simetría exacta con la de la Cámara de Representantes, pero indica en términos relativos cuáles son las tendencias políticas dominantes en el escenario nacional, o cuáles  eran al momento de la elección, las distintas vertientes uribistas gozarán ahí de cómodas mayorías. Los de la U, los conservadores, los de Cambio Radical y los del PIN, si se mantiene la coalición, llevarán la voz cantante en esa corporación.

Las elecciones mostraron además la fuerza de  cada partido. El primero es el de la U, con más del 25% de la votación, seguido por el Conservador, con algo más del 20% y el Liberal con cerca de un 17%. Los demás quedaron por debajo del 10% cada uno. El Verde obtuvo cosa de un 5%. La gran sorpresa negativa la dio Fajardo, pues sus candidatos obtuvieron, a pesar del apoyo que personalmente le daban las encuestas, una votación irrisoria.

Al comienzo de la campaña presidencial todo parecía indicar que la contienda se daría entre dos candidatos uribistas, Santos y Noemí. A Fajardo ya no se le veían posibilidades, habida consideración de su fracaso en la elección de congresistas. Pero rápidamente, con la sorpresa positiva que favoreció a los verdes y la unión de Fajardo con Mockus, empezó a subir como espuma lo que los periodistas han denominado la Marea o la Ola Verde, a punto tal que en las últimas encuestas la fórmula Mockus-Fajardo iguala de hecho en los pronósticos para la primera vuelta al tándem Santos-Garzón, y lo supera en varios puntos en la intención de voto para la segunda.

No obstante ello, los niveles de aprobación del gobierno de Uribe se mantienen por los lados del 70%. Y todo indica que, de no haber mediado el fallo de la Corte Constitucional que  impidió una tercera elección suya, la ciudadanía habría votado copiosamente por él.

A estas alturas del debate, los dos escenarios posibles parecen ser, por una parte, el de la elección de Mockus, así sea con una apretada mayoría, o la de Santos, por la otra, también muy seguramente con pocos votos sobre su contendor, a menos que en las semanas venideras se produzca algún acontecimiento extraordinario que altere las tendencias.

Mockus, con cierta habilidad, no se presenta como el anti-Uribe, sino como el post-Uribe. Pero no hay qué llamarse a engaño acerca de su identidad política, pues ambos son como el agua y el aceite. En realidad, las consignas de Mockus entrañan críticas de fondo y poco veladas a las ejecutorias de Uribe. No parece fácil, por consiguiente, que uno sea a la vez uribista y mockusista.

Por otra parte, el triunfo de Mockus en la contienda presidencial abrirá un escenario de confrontación institucional con el Congreso que no ofrece buenos augurios. Él lo disimula con lo de que las diferencias podrán zanjarse con el mecanismo de argumento va y argumento viene, como si se tratase de dirimir diferencias en un entorno académico. Pero, como decía Lenin, “los hechos son tozudos”, y los apetitos de los políticos pocas veces se sacian con prospectos de buenas intenciones.

La alternativa de Santos parece más cómoda desde el punto de vista de la gobernabilidad. Pero no las tiene todas consigo.

En primer lugar, aunque se presenta como el heredero legítimo de Uribe, hay qué insistir en que Santos no es Uribe. De ser elegido, su talante será muy otro, así cubra su cabeza con el blanco aguadeño y se tercie al hombro la mulera. Tarde o temprano terminará marcando distancias con su predecesor.

En segundo término, Santos no es un candidato atractivo para el elector común y corriente. Le falta el famoso carisma, el ángel que dicen los españoles. Y así lo indican a las claras las encuestas.

No es improbable que gane en la segunda vuelta, pero quizás el suyo sea un triunfo estrecho con ocasión del cual no faltarán las acusaciones de fraude o, por lo menos, de presión de la maquinaria oficial sobre el electorado.

A las dudas sobre la legitimidad de su elección se sumarán sus dificultades para mantener unida a la coalición en el interior del Congreso, pues para conseguir el apoyo de los conservadores, a quienes ha humillado, y de Cambio Radical, al que ha menospreciado, tendrá que pagar un precio elevadísimo. Ya lo veremos, además, negociando con el PIN.

Cualquiera que gane la Presidencia la ejercerá en condiciones de debilidad, fuera de que tendrá que enfrentar una situación social preñada de dificultades.

Los datos recientes sobre el 45.5% de colombianos que hacen el milagro cotidiano de sobrevivir con ingresos mensuales inferiores a $ 281.384, y el 16.4% cuyos ingresos no superan cada mes los $ 120.558, son muy inquietantes. Estamos hablando de 19.900.000 y de 7.200.000 de pobres e indigentes, respectivamente, lo que es indicio de una situación social que en cualquier momento puede volverse explosiva.

Llama la atención que la Izquierda no se haya beneficiado electoralmente con estos pésimos indicadores. Es posible que el descrédito en que la han sumido las barbaridades de la guerrilla y las vulgares baladronadas de Chávez incidan en que el electorado colombiano se incline por ahora hacia tendencias más afines al Centro o a la Derecha. Pero si los gobiernos venideros no logran reducir esos índices, la tozudez del hambre terminará inclinando la balanza hacia los Petros.

En realidad, como lo ha dicho a menudo Carlos Gaviria, que no es santo de mi devoción, no  resulta apropiado afirmar que estamos en una democracia, cuando algo más del 60% de la población padece los rigores de la pobreza y la miseria.

Es una paradoja que el pueblo siga votando a pesar de que su voto poco se traduce en mejoras en su calidad de vida.

3 comentarios:

  1. Gerson Guardia Palmeth21 de mayo de 2010, 16:10

    Con los actuales índices de pobreza y miseria que hay en Colombia(algunos de los cuales menciona usted, con el aumento de la galopante corrupción existente en el manejo de la cosa pública, con los altos índices de desempleo que nos azotan y con la entrega de la economía nacional a los mercados internacionales, el electorado, como bien lo anuncia usted, podría inclinarse hacia los Petros, lo que podría esperarse de un electorado desesperado y agobiado por el tósigo que le han estado dando los sucesivos gobiernos (recordar el fenómeno Chávez y casos similares. Dados estos elocuentes índices y otros males de Colombia, cabría decir dos cosas :
    1. No es necesario ningún liderazgo para orientar la vida nacional hacia ningún izquierdismo o hacia ninguna hecatombe; la misma dura realidad terminará conduciendo las cosas hacia situaciones explosivas.
    2. Es inexplicable que un gobernante dure 8 años en el poder y no haya desactivado la bomba explosiva que representantan los referidos índices, cuya peligrosidad avanza cada vez más.

    Atentamente,

    Gerson Guardia Palmeth

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  2. Hombre Don Chucho: En Colombia votar nada nos reporta as los "arrancados" del bolsillo. Es como montar en la montaña rusa, se goza mientras se sufre.

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