lunes, 1 de marzo de 2010

De la Corrida a la Corraleja

La posibilidad de reelección del presidente Uribe Vélez no dejaba de ser un mal menor, pero mal al fin y al cabo. No habría sido lo óptimo para el país y muchos de los que la apoyábamos éramos conscientes de las dificultades de todo orden que conllevaría.

Ahora la Corte Constitucional ha despejado el panorama con un fallo que, si bien debe acatarse y respetarse, no está exento de glosas, sobre todo por la insistencia en una perniciosa doctrina, la de la distinción entre los poderes del constituyente primario y los del constituyente secundario o derivado, que no sólo carece de fundamento en el plano estrictamente teórico, sino que ya ha demostrado sus malas consecuencias políticas. Pero esto es, por lo pronto, harina de otro costal.

Colombia tendrá qué hacer frente a una situación que nunca antes había tenido lugar en su escenario político, la de una competencia entre candidatos débiles por carecer todos ellos de arraigo en la opinión y del respaldo de fuerzas políticas organizadas con vigoroso caudal electoral.

Mientras que en otras épocas la opinión se polarizaba entre dos grandes núcleos, el liberal y el conservador, así como alrededor de las divisiones que se presentaban en el interior de cada uno, lo que se prevé, según las encuestas, es un abanico de candidaturas en el que se identifican tres que parecen contar cada una con el apoyo de entre el 20% y el 35% de la opinión, y otras que se mueven alrededor del 10% por aspirante.

En el primer grupo se cuentan Santos, Fajardo y Noemí, dando por hecho que ésta ganará la consulta conservadora. Los del segundo grupo son Vargas Lleras, Petro, Pardo y el que resulte de la consulta de los tres tenores.

Las elecciones para Congreso definirán las fuerzas respectivas de la U y del Partido Conservador, que podrían arrojar para cada uno entre dos millones y dos millones y medio de votos. Hace cuatro años la U obtuvo una apreciable ventaja que la consagró como la primera fuerza política con cerca del 20% de la votación. El PC quedó de segundo, con el 18%. Pero éste cuenta ahora con el Equipo Colombia, que podría aportarle los votos de Luis Alfredo Ramos y sus seguidores. No sería extraño entonces que las huestes azules superaran a las de la U, en la que no reina la misma disciplina ni obra igual mística, dado que, como lo dijo Luis Carlos Restrepo, en ese escenario cada aspirante se cree en sí mismo un partido.

Resulta difícil pensar en una alianza para la primera vuelta entre los de la U y los conservadores, pues si éstos obtienen más votos que aquéllos, reclamarán con toda razón que se les reconozca el derecho a que el candidato de la coalición sea el suyo, asunto que dejaría a Santos en una posición difícil. Se sigue de ahí que lo más probable es que ambos partidos estén dispuestos a medir sus fuerzas en la primera vuelta.

Así las cosas, parece previsible que de ésta puedan resultar tres escenarios para la segunda, a saber: Santos vs. Noemí; Santos vs. Fajardo; Noemí vs. Fajardo.

Ninguno de ellos sería, a decir verdad, catastrófico. El primero sería óptimo para la continuidad de la seguridad democrática, fuera de que evitaría el riesgo de alianzas perniciosas. El segundo y el tercero ofrecen una gran incógnita, la de saber qué es lo que realmente piensa Fajardo y con quiénes estaría dispuesto a negociar para enfrentar al uribismo o lo que quede de éste. No sobre traer a colación, en efecto, lo que decía Churchill acerca de que la política suele juntar a unos muy extraños compañeros de cuarto. No sería raro entonces ver a Fajardo con los del Polo, los Verdes, los liberales y los uribistas que queden descontentos con los resultados de la primera vuelta.

La comparación que hizo Lucho Garzón con una corraleja no anda, pues, descaminada. En lugar del “Toconur” que se preveía, se dará muy seguramente el “Todos contra todos” - ¿”Tocontod”?-, esto es, el río revuelto que, como dice la sabiduría popular, es ganancia de pescadores.

Sea de ello lo que fuere, el triunfador habrá de enfrentar, entre otras vicisitudes, su debilidad frente a unos congresistas recién elegidos que no le deberán a él su elección. Quizás se repita entonces una situación parecida a la que le tocó sufrir a Andrés Pastrana con un Congreso de extorsionistas.

Este es tema de otro comentario, pero de una vez conviene manifestar que el Código Funesto que nos rige cuenta, dentro de sus múltiples falencias, con una mala regulación de las relaciones entre Gobierno y Congreso. Mejor dicho, su esquema de la división de poderes es pésimo, pues no sólo no permite resolver adecuadamente los conflictos entre los dos mencionados, sino que ha suscitado los escalofriantes y vergonzosos “Choques de trenes” entre las altas Cortes y los de éstas, especialmente la Suprema de Justicia, con el Gobierno y el Congreso.

No sobra advertir, por último, que así uno de los aspirantes presidenciales lleve ese apellido, la competencia no se dará entre santos, pues todos los aspirantes son seres de carne y hueso, algunos con mucho de la primera y otros con bastante de lo segundo. La opinión tendrá que ocuparse de calibrar las virtudes y los defectos de cada uno de ellos, así como de quiénes integran su entorno, a sabiendas de que no coronará propiamente al célebre rey sabio que Platón soñó para su utopía y que nadie gobierna solo, pues lo acompañan familiares, áulicos, paniaguados y otros especímenes que no suelen dar la cara.

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