lunes, 19 de abril de 2010

Encuestas y Debates

Son dignos de considerarse los cambios que se han producido en las últimas décadas en el modus operandi de nuestras campañas presidenciales.

Hace años se las llevaba a cabo mediante giras a cuál más agotadora por “sendas, lomas y quebradas”, como reza el tango, en las que los candidatos recorrían prácticamente hasta el último rincón habitado de nuestra procelosa geografía, tragando polvo por caminos casi intransitables, comiendo de todo lo que daba la tierra, bebiendo los licores de las rentas departamentales y hasta los de los alambiques clandestinos, durmiendo en donde los sorprendieran las noches y poniendo en grave riesgo de irritación sus cuerdas vocales al perorar a grito herido en las plazas públicas.

La radio y los periódicos daban cuenta de sus movimientos y sus palabras. No todos los candidatos eran buenos oradores, pero tenían que intentarlo para no quedar mal ante las multitudes que reclamaban expresiones altisonantes que de tanto repetirlas entraban a la  Historia.

El evento más significativo era el cierre de campaña en algún sitio consagrado por la tradición. Su vigor se calibraba por las multitudes que se congregaban en  manifestaciones que presagiaban urnas repletas de votos.

En Medellín hicieron historia los eventos que llenaron la Plaza de Cisneros. Reza la tradición que sólo Olaya Herrera, López Pumarejo, Gaitán, Rojas Pinilla y Lleras Camargo lo lograron.

Hace años se exhibía una foto que tomó Jorge Obando de la manifestación de Olaya a principios de 1930, con gente encaramada en los techos porque no cabía en la plaza. Algunos optimistas o exagerados calculaban la concurrencia en más de cien mil personas. Pero así fuesen cincuenta mil, era mucho para una ciudad que a la sazón tendría cerca de doscientos mil habitantes.

Alfonso López Michelsen recordaba en alguna ocasión lo que fueron sus primeras campañas a fines de la década del cincuenta del siglo pasado, cuando le tocaba desplazarse en bus, en chalupa y hasta a lomo de mula, contrastando esa modestia de medios con los helicópteros que tiempo después se pusieron de moda y que él mismo utilizó en 1982 como beneficiario de los favores de Pablo Escobar Gaviria, según denunció en su oportunidad Iván Marulanda.

La radio les otorgaba a los candidatos y quienes les hacían campaña el don de la ubicuidad, porque a través de ella sus voces se escuchaban en esquinas, cafés, tiendas y hogares, cuando no en iglesias, como creo que  ocurría con los discursos de Laureano Gómez.

Recuerdo algo que en su momento me pareció admirable y todavía me conmueve. Promoviendo la elección de Guillermo León Valencia, Carlos Lleras Restrepo, que a la sazón era un fumador empedernido, sufrió un grave ataque al corazón en Montería. Lo trasladaron de urgencia a Bogotá y tuvo que guardar cama en un hospital. Pero ello no lo arredró. Conectado a una pipeta de oxígeno y con voz ahogada pero aún vigorosa, pronunció varios discursos desde la cama para defender el compromiso que el Partido Liberal había hecho con su socio el Conservador, frente a la acción deletérea que  con grave irresponsabilidad adelantaba Alfonso López  Michelsen. Creo que eso fue decisivo para galvanizar el apoyo de las bases liberales a Valencia.

Todavía en la década de los ochenta del siglo pasado hubo oradores de plaza dignos de admiración, como el finado Galán y el malogrado Santofimio, su antípoda moral. Pero, a raíz de la muerte de aquél, la campaña electoral que llevó a César Gaviria a la Casa de Nariño ya no pudo hacerse en plaza pública y quizás desde entonces, aunque por diversas razones, los candidatos ya se ven más en recintos cerrados o a través de la televisión.

En la actualidad, lo que mueve las campañas son las encuestas y los debates televisados. Ni los discursos, ni los editoriales de las periódicos, ni el recorrido entre circense y carnavalesco de los aspirantes por andurriales y villorrios, motivan ya de modo decisivo a los ciudadanos. De acuerdo con lo de que una imagen vale por mil palabra, dicho que en estos días ví que alguien atribuye a Napoleón, el voto se decide ante las cámaras de televisión y los debates que por ese medio se programan ofrecen hoy la mejor  oportunidad para dar cuenta de fortalezas y debilidades de los candidatos.

Pues bien, quería dedicar este escrito al debate televisado de anoche, pero el estro me llevó otros vericuetos, los de la añoranza. Tiempo habrá para considerar algunas de las graves opiniones que ahí se expusieron y  emitir  juicios de valor al respecto. Anticipo algunos: me impactó Vargas Lleras y he modificado sensiblemente, en su favor, mi juicio sobre Pardo, así como también un poco el que tenía sobre Petro.

1 comentario:

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