viernes, 16 de octubre de 2015

Lo que vendrá

Ya es indudable que Juan Manuel Santos, sobre quien pesa la acusación de haber sido agente cubano en el pasado, tiene la firme e irrevocable voluntad de someter al país cuya institucionalidad juró solemnemente defender a los dictados de las Farc.

Los diálogos de La Habana no conducen a la sujeción de uno de los más peligrosos grupos narcoterroristas del mundo al ordenamiento jurídico colombiano, ni al de la comunidad internacional, sino a ubicar al mismo en el umbral del poder para que lleve a cabo su viejo empeño de instaurar en Colombia un régimen comunista, que por definición es totalitario y liberticida.

Conviene, entonces, que nuestros compatriotas reflexionen acerca de lo que significa que los comunistas tomen el poder o influyan decisivamente sobre sus orientaciones.

La historia de los países de Europa oriental que sufrieron ese ominoso yugo es elocuente. Más lo es la cercana a nosotros en el tiempo y en el espacio, específicamente la de Cuba y la de Venezuela.

Ambas son similares, aunque exhiben diferencias ostensibles.

En Cuba se instauró el comunismo por la vía de la defección de las tropas que respaldaban al régimen de Batista, el rechazo de la comunidad civilizada a ese gobierno corrupto y arbitrario, la admiración que rodeó a los “barbudos” que ofrecían libertad y democracia para el bien de un pueblo oprimido, y las demoníacas maniobras de los hermanos Castro, que una vez en el poder montaron una supuesta justicia popular para llevar al paredón a quienes acusaban de haberle servido al tirano, llenar las cárceles de presos políticos, forzar la colectivización de la economía y expulsar de la isla a más del 10% de la población.

Los Castro expropiaron toda la riqueza, galvanizaron a los más miserables a través de una intensa propaganda contra el enemigo interno, los “gusanos” contrarrevolucionarios, y el enemigo externo, el “Imperio Yanqui”, bajo la consigna de hacer de Cuba el “territorio libre de América”, emancipar al pueblo de la “explotación del hombre por el hombre” y hacer que corrieran ilusorios ríos de leche y miel que dieran satisfacción a sus necesidades.

El resultado de esas políticas fue contrario a lo que la propaganda ofrecía. Cuba se convirtió a lo largo de muchos años en un país satélite de la URSS. No hubo tal instauración de la soberanía popular, sino un cambio de amos. Eliminó todo régimen de garantías individuales para convertirse en un Estado policíaco mil veces más represivo que el de los tiranos caribeños que antecedieron a los Castro. Destruyó, además, su floreciente economía y condenó a sus habitantes a mal vivir en condiciones de mera subsistencia en las que, como reza la leyenda que Dante puso en la puerta de su Infierno, había que abandonar toda esperanza.

El Paraíso que anunciaban las consignas del régimen terminó siendo una triste región sombría en la que no es posible pensar en el bienestar material, y muchísimo menos el espiritual, dado que los Castro, fieles a su ideología materialista y atea, se propusieron erradicar la religiosidad entre los cubanos, especialmente la católica.

Estos rasgos atroces del proceso cubano suscitaron, desde luego, el repudio de los pueblos americanos. Para mejorar su presentación, Castro, Lula y, después, Chávez, inventaron el Socialismo del Siglo XXI, una especie de socialismo más benévolo, dotado de cierto rostro humano, que aspira a instaurar la sociedad comunista sin el paredón, las detenciones masivas, la persecución policial abierta o la expropiación generalizada, y procurando mantenerse dentro de los lineamientos de una Constitución que formalmente consagra el régimen de libertades, las apariencias democráticas y la separación de poderes.

Pero ese Socialismo del Siglo XXI no es otra cosa que un lobo feroz que mal se disimula bajo una raída piel de oveja institucional.

Lo que hay en Venezuela es ilustrativo. Su régimen es una dictadura monda y lironda. Para peor, es una dictadura corrompida hasta los tuétanos, una verdadera banda criminal. Y en las calles impera una multitud de otras bandas criminales que se rigen por la Ley de la Selva y aterrorizan a la población. Todo ello, en medio de una economía arruinada.

Bajo el gobierno que actualmente nos manda ya estamos presenciando atisbos de lo que inexorablemente nos ocurrirá cuando las Farc empiecen a ejercer así fuere parcialmente el poder.

Nuestra justicia está en manos de una secta nociva y desafiante como la que más, la de los “mamertos”, que hoy anda enardecida contra el Centro Democrático y mañana lo estará contra todo el que reclame garantías. Nuestra institución armada está cada vez más debilitada y desmoralizada, presta a que dentro de poco se la infiltre con gente afecta a las Farc. Y las entidades que ejercen el control de la economía no se paran en pelillos al momento de decidir de un plumazo la destrucción de todo un sector de la actividad económica libre, tal como acaba de suceder con la multa expropiatoria que acaba de imponerse a azucareros y cañicultores por la Superintendencia de Industria y Comercio.

Piensen los dirigentes empresariales que se han doblegado ante este régimen corrupto, intimidante y vengativo  en lo que ocurrirá cuando los organismos de seguridad y los que dirigen o controlan la economía estén en manos de la secta de los “mamertos”. Cuando la Dian y las superintendencias estén bajo su mando, entonces, como en el fatídico anuncio que hace el Evangelio, vendrán “el llanto y el crujir de dientes”.

La paz de Santos no es la armonía de los distintos sectores de la sociedad que predica el pluralismo, sino una vergonzante sujeción a los dictados de esa peligrosísima banda de facinerosos que se escuda bajo el rótulo de Farc.

¡COLOMBIA, DESPIERTA ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE!

2 comentarios:

  1. Y Juan Manuel "Gelatinpo" Santos, rendido cayó a los pies de los "amiguis", los más sanguinarios bandidos del continente: Las farc., a quienes no es raro les solicite ser canonizados. ¡Amén!
    Juanfer

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  2. Que tontería,¿a quién pretenden asustar?el alma de los amigos de la guerra es así, y no quiero ser parte de esa turba de abyectos guerreristas que cuando cesan de gritar contra la paz,se vuelven para aullar contra quien la promueve.

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